Warning: Undefined array key 0 in /var/www/tgoop/function.php on line 65

Warning: Trying to access array offset on value of type null in /var/www/tgoop/function.php on line 65
17542 - Telegram Web
Telegram Web
Miércoles 12 de febrero + V Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 14-23

Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. Él les dijo: «¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?» Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos.
Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 7, 14-23:

Cuando uno emprende un viaje, un camino, una de las cosas importantes a tener en cuenta y que siempre nos preguntamos, o incluso pedimos consejos, es: ¿qué llevo?, ¿qué cargo?, ¿qué es lo que voy a necesitar realmente? Bueno, de ahí empiezan ciertos problemas, porque según los consejos que escuches, según si alguien hizo o no el camino que voy a hacer anteriormente, según mis preferencias, según lo que yo creo que voy a necesitar, cargaré más o menos cosas. Sin embargo, la verdad es que vamos a descubrir qué es lo que necesitamos, solamente caminando. Nos podrán decir mil cosas, nos podrán dar mil consejos. Sin embargo, cuando empezamos el camino, cuando empezamos a conocer nuestra capacidad, hasta dónde nos da la fuerza, cuándo es que nos cansamos, nos daremos cuenta si hemos llevado o no cosas demás. Siempre finalmente, al final del camino, nos daremos cuenta que inexorablemente somos propensos a cargar demás. Y hay que ir ligeros, así como Jesús les ordenó a sus discípulos que «no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias y que no tuvieran dos túnicas». Y nosotros, en el camino de la vida, ¡cuántas cosas cargamos que después no necesitamos! ¡Cuántas cosas llevamos en la espalda que nos pesan y lo único que hacen es hacernos el camino más difícil! Señor, enséñanos a caminar ligeros, livianos porque, en definitiva, lo que nos molesta en el camino es el peso. Si no lleváramos nada, sería todo mucho más fácil. Pero bueno, acá estamos. Seguimos caminando.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña que no podemos echarle la culpa a nuestros males, a las cosas que vienen de afuera. El mal no es algo que anda dando vueltas por ahí y se nos mete en el corazón, como por arte de magia, como algunos piensan. El mal no es algo que hacen los demás y a mí me toca sufrirlo solamente, sino que es algo que brota también de nuestro propio corazón. Debemos reconocerlo, y en eso todos tenemos un poco que ver, todos aportamos algo al mal de este mundo, a que las cosas no anden bien. No podemos echarle la culpa siempre a los de afuera. No podemos echarle la culpa al mundo de hoy, a internet, al celular, a la televisión, a las cosas malas que pasan y antes no pasaban. No podemos vivir pensando que la culpa la tienen los otros y que todo lo que no es mío, no es tan bueno. Es verdad que fuera nuestro hay situaciones malas, es verdad que hay injusticia, es verdad, y que hay que evitar los lugares malos y estar con personas que nos hacen el mal, que de alguna manera nos «ensucian». Pero también es bueno volver a escuchar hoy lo que dice Jesús: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro». Lo que sale de nuestro corazón, del tuyo y del mío, es lo que nos ensucia, porque nuestro corazón es el que está herido por el pecado.
Fuimos creados para amar, para salir de nosotros mismos, sin embargo, en el corazón del hombre hay de todo un poco: hay también malas intenciones, lujuria, deseos de tener lo de los otros, deseos de matar, incluso de criticar, de juzgar, deseos de «adulterio, de maldad, de engaños, de deshonestidades, de envidia, de difamación, de orgullo, de desatino», como dice la Palabra. Cada uno tiene lo suyo, cada uno debe ser sincero consigo mismo y darse cuenta de que, aunque lo de afuera influya, el que finalmente hace las cosas es uno, somos nosotros los que decidimos comportarnos como hijos de un Padre o no. No podemos vivir como los fariseos, creyendo que el problema de nuestra impureza es externo. Eso es la hipocresía que enferma, ver siempre el problema fuera y no en nosotros.
No podemos vivir pensando que, por hacer cosas buenas, «seremos buenos», sino que, en realidad, porque ya tenemos amor en nuestro corazón, podemos hacer cosas buenas por los otros.
La capacidad de amar, Dios ya la puso en nuestro corazón y eso nos va «abuenando», nos va purificando del otro, que siempre está y estará, pero que en la medida que dejamos salir lo mejor de nosotros, se va apagando, va perdiendo fuerzas y colaboramos a que todo lo que nos rodea vaya siendo más lindo, las personas y las cosas.
Vos y yo seremos más cristianos en la medida que busquemos amar en cada cosa y no tanto por luchar contra los males de este mundo, aunque a veces sea un poco necesario. Pongamos nuestro corazón en lo bueno y ya tendremos la mejor de las batallas ganadas: el darnos cuenta lo que somos, lo que Dios nos dio. «Escúchenme todos y entiéndanlo bien», dice Jesús hoy. Escuchemos atentamente la Palabra, para no equivocarnos con pensamientos tan distintos a los de Dios y que nos hacen errar el camino. Dejemos que Jesús nos sane el corazón, que nos sane de tantas impurezas que no nos dejan vivir en paz, que no nos dejan amar como Jesús quiere que nos amemos.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Jueves 13 de febrero + V Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 24-30

Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto.
En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.
El le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros.»
Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos.»
Entonces Él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija.» Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 7, 24-30:

Seguramente habrás escuchado muchas veces esto: «Que en la vida espiritual hay que andar ligeros», hay que aprender a despegarse, a despojarse –por supuesto del pecado– pero también de aquellas cosas que en sí no son pecado, pero que en definitiva nos esclavizan de alguna manera: actitudes, forma de ser, pensamientos y tantas cosas que no nos dejan ser libres.
Bueno esto que es tan espiritual, se comprueba gráficamente, corporalmente y carnalmente –por decirlo de alguna manera– cuando uno camina, cuando uno hace un trayecto largo y tiene que cargar cosas para el camino, como la comida, como la ropa o cosas para dormir, y uno se da cuenta que cuando carga demás, no puede avanzar, que lo que más importa en una gran caminata, en una gran peregrinación, es «el peso que llevamos». No importa tanto a veces la distancia o la dificultad del camino, sino «el peso». Lo que determina el poder llegar o no, es el peso. Cuando estamos muy pesados, muy cargados, el cuerpo no nos aguanta. Por eso esta imagen que estamos tomando del caminar, nos tiene que ayudar en nuestra vida espiritual: ¿Qué estamos cargando demás? ¿A qué cosas estamos aferrados y finalmente no nos hacen avanzar, o nos hacen avanzar a pasos demasiados lentos, cuando en realidad podríamos estar corriendo por amor, corriendo hacia Jesús?
Algo de este Evangelio de hoy, tan particular, tan profundo, me anima a que reflexionemos sobre dos temas fundamentales: por un lado, pensar que Jesús no es «propiedad privada», no es solo de algunos y para algunos, sino que es de todos y para todos. Aunque a veces parezca lo contrario dentro de la Iglesia, aunque a veces queramos guardarlo celosamente como propiedad nuestra. Él ayuda y sana a quién quiere y como quiere, y no como nosotros esperamos. Por otro lado, la persona menos pensada a veces se transforma en modelo para imitar. Jamás podemos despreciar a una persona, por más distinta y alejada de nuestra realidad que parezca, sea del credo que sea y de la raza que sea.
Vamos al primer tema. Los seres humanos cometemos fácilmente el error de pretender poseer las cosas, tanto bienes materiales como espirituales, que pueden ser ideas, pensamientos o sentimientos. Nos adueñamos de las cosas, de las personas, de las ideas, de los logros. Nos encanta la exclusividad, nos encanta generar sectarismo y eso se manifiesta de muchas maneras. Podríamos hablar horas de esto. Esto se da de diferentes formas y matices, incluso dentro de la misma Iglesia. Pasó en la vida de Jesús, con los discípulos y muchos otros, varias veces quisieron «adueñarse del Maestro», sin embargo, Él siempre lo evitó. Nuestra gran tentación es adueñarnos de lo que nos hace bien y pretender ese bien solo para nosotros, o bien pretender que todos hagan lo mismo que nosotros; pasa para ambos lados. Los que conocieron a Jesús en un lugar, en una comunidad, hacen de ese lugar y comunidad algo así como su «nichito exclusivo», en donde solo pueden entrar los que más o menos se parecen a ellos ¡Qué tristeza cuando rodeamos a Jesús con nuestras ideas e impedimos que otros puedan vivir lo mismo que nosotros!, pero como son ellos, naturalmente. Y el otro extremo es el fanatismo: si no hacen lo mismo que nosotros, si no conocen a Jesús en mi movimiento, en mi grupo, en mi parroquia, con el retiro que a mi me gusta, casi que no entienden nada, no van a conocer a Jesús. ¡Cuánta soberbia! ¡Qué estrechez de corazón! ¡Qué cerrazón de corazón!
Lo segundo es que a veces los menos pensados pueden ser testimonio de fe y los más cercanos por prejuiciosos podemos transformarnos en «burócratas de la fe». Poner tantas condiciones y trabas que al final seguir, conocer y amar a Jesús, se transforma en un trámite más, controlado por algunos que ponen las reglas y los demás se tienen que acoplar sin libertad: para seguir a Jesús, tenés que hacer esto, lo otro; tenés, tenés, y así mil cosas. Somos nosotros los que le digitamos el camino a los demás y no dejamos que los demás hagan su camino.
Incluso algo peor que también pasa: para anunciar a Jesús, tenés que ser así, asá, hacer esto lo otro, llenar este formulario o el otro», o sea que para ser buenos cristianos casi que tenemos que presentar un curriculum de buena conducta, un A.D.N. de cristiano, que se parezca –por supuesto– bastante al que yo creo que es el verdadero. Como decía el papa Francisco: «Es más importante la gracia que toda la burocracia. Y tantas veces nosotros en la Iglesia somos una empresa para fabricar impedimentos, para que la gente no pueda llegar a la gracia». Durísimo lo que decía, pero muy verdadero. Cuanto más cerca estamos de Jesús, o creemos estarlo, más peligro corremos de transformarnos en burócratas de la fe que impiden el acceso de los más sencillos a Jesús.
Bueno, si te queda alguna duda sobre cuál es la verdad del Evangelio, sobre este tema, sin dejar de lado todas las otras verdades que contiene y sin relativizar lo que Jesús enseña, te propongo que vuelvas a escuchar el texto de hoy: una pagana que se transforma en testimonio de fe para acercarse a un Jesús aparentemente bastante duro, pero que termina concediéndole lo que ella necesitaba y pedía. Sin embargo, Jesús lo hizo para sacar lo mejor y más profundo que tenía esa mujer en el corazón: su fe y su confianza en Él, algo que a nosotros muchas veces nos falta por habernos acostumbrado a estar mucho con Él.
Para sintetizar, Jesús no es «propiedad de algunos», Él nos ayuda a ver mucha bondad fuera de nuestras cuatro paredes, fuera de nuestras narices, incluso fuera de la propia Iglesia.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Viernes 14 de febrero + V Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 31-37

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «Efatá», que significa: «Ábrete.» Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 7, 31-37:

Por supuesto que cuando caminamos, nos cansamos. Esto es algo que no podemos dejar de hablar. El camino de la vida tiene incluido muchos cansancios, muchos deseos de dejar, muchos deseos de sentarnos y no levantarnos más. En el camino, ese entusiasmo del comienzo muchas veces se transforma en tedio, en preguntarnos: ¿Para qué estoy caminando? ¿Voy a llegar en algún momento? ¿Tiene sentido lo que estoy haciendo? Bueno, si eso nos pasa caminando cuando hacemos algo que nos gusta, ¿cómo no nos va a pasar con la fe también, con nuestra vida espiritual?, donde tantas veces nos hemos preguntado esto: ¿Vale la pena lo que estoy haciendo, si mientras yo estoy caminando veo que otros hacen otra cosa? Cuando peregrinamos, también vemos que el mundo está en otra cosa. Mientras nosotros vamos hacia un lugar, nos pasa la gente, nos mira, nos puede incluso saludar: algunos con buen corazón, otros nos miran incluso con desprecio; y nos damos cuenta que mientras nosotros vamos hacia una meta, los demás están en otra cosa. Bueno, lo mismo nos pasa con la fe, ¿no te pasó alguna vez? No te preguntaste…? ¿Vale la pena esto que estoy haciendo? ¿Vale la pena luchar y luchar? ¿Tiene sentido? ¡Qué ganas a veces de tirarnos al costado del camino y no levantarnos más! Sin embargo, tenemos que volver a decir: ¡Vale la pena cada paso que damos!, porque llegamos gracias a cada paso que damos. Cada esfuerzo que hacemos en el caminar, ¡vale la pena!, aunque nadie lo vea, aunque nadie se dé cuenta.
Seguramente alguna vez lo experimentaste, estabas muy cansado, muy cansada y seguiste caminando, seguiste poniendo esfuerzo y te diste cuenta que, cuando llegaste, valió tanto la pena. ¡Qué lindo que es llegar! ¡Qué lindo que es llegar y tener también nuestro merecido descanso!
En el camino de la fe, Jesús nos enseña que sí, nos podemos frenar a descansar, pero no nos podemos detener, no nos podemos quedar al costado del camino esperando no sé qué. ¡Levántate! Si estas tirado, tirada, ¡levántate!, seguí caminando que vos podés.
Algo del Evangelio de hoy, con la curación de este hombre sordomudo, tiene mucho para enseñarnos. El hablar tiene mucho que ver con el escuchar. No hablamos bien cuando no hemos escuchado bien en la vida. Los sordos de nacimiento también son mudos. Por no haber escuchado nunca las palabras, no saben pronunciarlas, no saben emitir los sonidos que forman las palabras; pero ellos no tienen la culpa, y finalmente se hacen entender de alguna forma. Pero los peores podemos ser nosotros, los que formamos muy bien las palabras. Somos muy educados, nos enseñaron a escribir, a leer y a decir las cosas, pero en el fondo muchas veces no sabemos escuchar con el corazón, somos un poco «sordos del corazón».
La sordera del corazón, que se manifiesta exteriormente, es uno de los peores males. Es la que produce todas las peleas, divisiones, rencillas, complicaciones, rencores, malos entendidos, calumnias, difamaciones y tantas cosas más en nuestras vidas; porque en realidad no sabemos escuchar, estamos a veces un poco sordos, o bien escuchamos lo que queremos. Nos perdemos de oír las cosas lindas y a veces nos habituamos a oír cosas malas. Por eso, de nuestro corazón salen las cosas que nuestros oídos escuchan, de nuestros labios salen las palabras que pueden no hacer bien, porque en el fondo nos hemos alimentado de pesimismo. Nos perdemos de escuchar todos los días con detenimiento las cosas lindas que nuestro Padre del Cielo nos quiere decir, por andar escuchando tantas sonseras, tantas malas noticias, tantas noticias sin sentido, noticias frívolas, y así nos pasamos los días usando nuestros oídos en cosas que no tienen sentido. Nos podemos perder de decir cosas lindas a los que lo necesitan, por andar soltando nuestra lengua en palabras vacías, que molestan, que se quejan, que critican y pretenden resolver los problemas del mundo por un momento de charla.
El mundo no se mejora con palabras y quejas. El mundo se mejora caminando y trabajando con un corazón ardiente.
La familia se mejora escuchándola, no se mejora mostrándole todo lo malo. La Iglesia no se mejora –como hacen algunos, incluso consagrados– con «incontinencia verbal», diciendo todo lo malo que hay, sino que se mejora la iglesia con el amor incondicional y con la entrega, con el caminar silencioso, con el amor profundo que nadie ve, como hicieron los santos.
¡Qué lindo que es terminar este audio o este día e imaginar que Jesús mire al cielo, suspire y diga sobre nosotros, sobre vos, sobre mí: «Efatá, ábrete. Que se abran tus oídos para que puedas escuchar todo lo lindo que tengo para decirte, todo lo lindo que dicen de vos, todo lo lindo que te andas perdiendo por no saber escuchar»! Que se abran nuestros oídos para que se nos suelte la lengua y comencemos a hablar normalmente, como deben hablar los hijos de Dios, como hablan aquellos que se dieron cuenta que son luz y sal de la tierra y tienen mucho que dar y amar a los demás.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Sábado 15 de febrero + V Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 1-10

En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos.»
Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?»
Él les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?»
Ellos respondieron: «Siete.»
Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.
Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.
Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 8, 1-10:

La vida moderna que vivimos, la mayoría de las personas de la tierra con sus bondades, también tiene cosas que tenemos que reconocer que nos han alejado de cuestiones muy humanas, que siempre la humanidad vivió y que en definitiva mal no le hacía, por ejemplo, la capacidad de sacrificarnos, de entregarnos, de luchar por objetivos y que eso nos cueste la piel, como se dice. Por eso, y terminando ya con esta imagen del caminar, del camino –porque somos seguidores del camino, vos y yo–, creo que es bueno que reconozcamos que la vida «fácil» que se nos planteó hoy, tantas comodidades que tenemos que nos han ayudado muchísimo, también nos han alejado de algo que no podemos perder, que es la capacidad de entregarnos, de superarnos. Jesús caminó, vivió como un hombre. Jesús caminó bajo el sol con sus discípulos, Jesús también tuvo frio, Jesús también sufrió el cansancio, Jesús también supo renunciar a sus comodidades para alcanzar algo mejor. Por eso, vuelvo a insistir, el caminar nos pone en un lugar que no deberíamos olvidar. Somos peregrinos en la tierra, vamos hacia la meta del cielo, y en esa meta tenemos que aprender a despojarnos de nosotros mismos para alcanzar ese fin. En esa meta vamos encontrando compañeros y compañeras de camino que también tenemos que aprender a ayudar, a animar. Por eso la Iglesia es una comunidad en camino, por eso vos y yo hoy animémonos a levantarnos el ánimo mutuamente, digámonos juntos: ¡Vamos! Tenemos mucho por caminar, tenemos mucho por descubrir. Dejemos atrás el lastre que nos detiene, que no nos deja ser libres. Aprendamos a despojarnos del pecado que nos esclaviza; despojémonos también de las cosas que creíamos que eran tan necesarias y finalmente nos atan a la tierra, si en definitiva, cuando lleguemos a la meta, cuando nos toque partir de este mundo, no nos vamos a llevar nada. Entonces ¿para qué cargar tanto? Andemos ligeros y terminemos esta semana felices de ser seguidores del Camino, sabiendo que Jesús es el Camino, es nuestra Verdad y nuestra Vida.
Siempre sobra, siempre sobra cuando se trata de las cosas de Dios. Cuando Jesús está en medio de nosotros, en nosotros, cuando camino con nosotros, jamás nos va a faltar lo esencial para vivir. Cuando falta, en realidad es porque Jesús no está ahí, no porque no quiere, sino porque alguien no le dio lugar, alguien le cerró la puerta. Dice el libro del Apocalipsis: «Yo estoy junto a la puerta y llamo: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos» (Ap. 3,20). Solo es cuestión de dejarlo pasar. Cuando Jesús entra en un corazón, jamás faltará lo necesario para vivir en paz, o sea, para vivir el amor. La Madre Teresa, no refiriéndose a este Evangelio, pero sí creo que cae como anillo al dedo, decía: «Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer cosas grandes». Cada uno debe hacer lo que puede y los otros deben hacer lo que uno no puede, pero con esos «podemos», se pueden hacer muchas cosas que ni calculamos, que ni pensamos. ¡Qué emoción cuando uno se pone a pensar esto con fe y profundidad! ¡Esto es la Iglesia! ¡Qué maravilla cuando nos damos cuenta que la multiplicación de los panes, es el milagro continuo del amor de Jesús que se comparte y se derrama abundantemente a lugares impensados, a corazones que nunca imaginamos!
En Algo del Evangelio de hoy, el milagro de la multiplicación de los panes pasó verdaderamente, no como algunos tratan de negar todavía diciendo que es un escrito simbólico. Es una pérdida de tiempo en realidad detenernos en esos análisis que le faltan fe. Jesús lo hizo y lo sigue haciendo. Jesús lo hace a cada minuto, en cada rincón del mundo, cuando creemos en su amor, cuando confiamos en su Palabra, cuando nos abandonamos a su obra, cuando no nos adueñamos de su amor, cuando nos animamos a escuchar esto cada día, pero al mismo tiempo levantamos el corazón para ver que hay miles de «hambrientos», como nosotros, que necesitan del «pan de Jesús», del pan material, del pan de una vida más llevadera, más digna.
¿Pensamos que tenemos que tener mucho para convertirnos en pan para los demás? ¿Pensamos que tenemos que saber mucho para hablar de nuestro buen Jesús? Eso no es así. Vos y yo somos luz y sal. Llevamos en nuestro interior el tesoro y la capacidad de amar, no hay que dar más vueltas. Cuando damos vueltas es porque erramos el camino, porque no nos damos cuenta de que ya tenemos en el corazón todo para dar. No hay que ir a buscar pan para todos a todos lados, hay que dar lo que se tiene y eso se multiplica. Así de sencillo. ¿Nos parece extraño? ¿Será porque todavía no experimentamos que el amor de Jesús siempre es desbordante? Si ya lo hacés, afírmate en esta maravilla multiplicadora. Si todavía no lo hiciste, pensá en alguien que pueda hacer «lo que vos no podés» y ponete a hacer «lo que otros no pueden», así es como se van uniendo los eslabones de la cadena y se llega a donde jamás hubieses pensado.
Siempre sobra, siempre sobra cuando se trata de las cosas de Dios. Cuando Jesús está en medio de nosotros, cuando le abrimos la puerta del corazón para cenar con él todos los días, cuando caminamos hacia él, nunca nos faltará lo necesario para vivir y para amar.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
2025/07/09 00:17:18
Back to Top
HTML Embed Code: