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17726 - Telegram Web
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Lunes 17 de marzo + II Lunes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 36-38

Jesús dijo a sus discípulos:
«Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.
Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 6, 36-38:

Me hace bien pensar que la Palabra de Dios, cada mañana, y a veces especialmente los lunes que es más difícil, es resucitadora, ayuda a levantarnos; porque en definitiva eso es resucitar, levantarse. ¡Hoy me levanto sí o sí! ¡Hoy quiero algo distinto, hoy pudo! ¡Hoy se puede hacer algo mejor!
El Evangelio de ayer, la transfiguración de Jesús, nos ayudaba a tener esperanza, a tener un ancla de donde afirmarnos para que cuando lleguen los momentos de dolor, de dificultad, de prueba, como es natural en nuestra vida, como lo fue en la vida de Jesús. Los discípulos vivieron un momento único que jamás olvidaron, por más que en ese momento no comprendieron plenamente lo que pasaba, por más que Pedro no sabia lo que decía; sin embargo, en ese momento, esa experiencia les quedó grabada a fuego para siempre. Es necesario recordar las experiencias gratas de Jesús que guardamos en el corazón, no podemos olvidarlas. Es por eso que podemos decir que el olvido, la perdida de la memoria del corazón, de esa memoria que nos hace tanto bien, esa que nos da certeza de la fe, de la presencia permanente de Jesús en nuestras vidas, es la causante de muchos de nuestros males. El cristiano desmemoriado, ese que no vuelve de tanto en tanto a esas transfiguraciones de Jesús, a esos momentos inolvidables en los que él se nos manifestó, tarde o temprano abandona la fe, o por lo menos la vive de un modo superficial, aceptada únicamente –por decirlo de algún modo– en un sentimentalismo o un intelectualismo o racionalismo, dicho de otra manera. Es por eso que san Pablo decía: «Perseveren firmemente en el Señor». La firmeza, la perseverancia solo puede lograrla aquel que no se olvida que somos ciudadanos del cielo y que estamos para algo más grande aquí, en la tierra, y que pase lo que pase sabemos y creemos que Jesús, es nuestro Señor y que nuestra vida le pertenece a él.
Algo del Evangelio de hoy es muy corto pero sustancioso, me parece que nos anima a levantarnos, nos anima a no tener miedo y a poner el corazón donde vale la pena. Porque mientras el mundo avanza, tus proyectos también, los de tu parroquia, los de tu grupo de oración, tu trabajo, tu comunidad; mientras todo avanza, aparentemente, no debemos olvidar que lo que más tiene que avanzar en nuestro corazón es la misericordia, nuestra capacidad de pedir perdón, nuestro evitar juzgar y condenar a los demás. ¿De qué sirve avanzar en tantas cosas de la vida, si no avanzamos en lo más elemental, en la misericordia, que es lo que alivia y da paz al corazón? ¿De qué sirve tener todo y pedirle a Jesús todo, si no tenemos misericordia ni perdón con los demás creyendo que somos más? ¿No es una hipocresía vivir así? ¿De qué sirve que tus hijos tengan todo, si no aprendieron de tu boca y de tu corazón el que no es bueno juzgar y condenar a los demás? ¿Nos damos cuenta que ese es el corazón del evangelio muchas veces olvidado? ¿Nos damos cuenta de por qué la cuaresma nos quiere llevar a lo esencial? ¿Nos damos cuenta cuántas veces destruimos a personas por nuestra falta de misericordia y de perdón? ¿Nos damos cuenta que esos que alguna vez despreciamos y ofendimos, que no perdonamos y juzgamos, son tan hombres y mujeres como nosotros, débiles y con problemas como vos y yo? Jesús es misericordioso, él mismo es la misericordia, pero al mismo tiempo es justo, también habrá justicia cuando nos juzgue, pero nos juzgará con misericordia, como solo él puede hacerlo, pero en la medida que nosotros vayamos aprendiendo a hacer lo mismo acá, en la tierra. ¿Cómo nos dará la cara para pedir perdón algún día y misericordia si nosotros hoy somos incapaces de darla, si nosotros no damos nunca el brazo a torcer?
Escuché una vez a alguien a quien le preguntaban si se arrepentía de algo en su vida, y contestaba muy seguro: «Me arrepiento de lo que no hice, jamás de lo que hice o dije, eso jamás».
¡Qué frase tan llena de soberbia y cerrazón! ¡Cuánta necesidad de conversión que tenemos si pensamos así! ¡Qué lindo será hoy pedir misericordia para todos, no tener miedo y quitarnos el orgullo que tantas veces no nos deja vivir en paz! ¿Sabés por qué a veces andamos tirados en el piso y muchas veces sin ganas de caminar? Porque no somos a veces capaces de perdonar, de ser misericordiosos, de callar por amor y no condenar. La falta de perdón y la soberbia nos aplasta y nos va haciendo insensibles, incapaces de comprender de que todos estamos hechos de barro, de que todos somos frágiles y capaces de caer.
Cuando Jesús dice que demos y se nos dará, no nos está proponiendo el «negocio de la fe, del amor», o sea, el dar para que algún día nos den algo como retribución. Me parece que es al revés, nos está advirtiendo que no podemos pretender que nos den, que algún día él nos dé, si nosotros no dimos primero, si nosotros no fuimos capaces de entregar. No podemos pedir misericordia ni ahora, ni en el juicio final, si no aprendimos a darla en estos tiempos. No podemos pretender no ser condenados, si nosotros nos cansamos de condenar a los demás. Se nos debería caer la cara de vergüenza al reclamar que no nos juzguen, si nosotros juzgamos y somos duros con los otros.
Se nos medirá con la misma vara con la que nosotros medimos a los otros. Si usamos vara cortita, para tener «cortitos» a los demás –como decimos acá–, la misma usarán con nosotros. En cambio, si usamos vara ancha y larga, Jesús hará lo mismo con nosotros. Seamos misericordiosos, como el Padre del Cielo es misericordioso con nosotros. Probemos, nos hará muy bien a todos.

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p. Rodrigo Aguilar
Martes 18 de marzo + II Martes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 23, 1-12

Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:
«Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.
Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.
En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.
Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.»

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 23, 1-12:

Seguramente, si tuviéramos la posibilidad de elegir entre vivir una fe que implique el caminar, el cansarnos, el muchas veces experimentar el desierto, la aridez, o una fe que pueda continuamente estar experimentando la presencia divina en tantas cosas y que eso nos lleve a estar gozosos y deseosos de estar siempre con él… Vuelvo al principio, seguramente todos elegiríamos la segunda, o sea, ¿quién no quiere estar, de algún modo, en el Tabor, en ese monte donde Jesús se mostró tal como era, manifestándose como Dios a sus discípulos para que realmente crean que era él y que no tengan más dudas de ahí en adelante? ¿Quién de nosotros no elegiría eso? ¿Quién de nosotros, cuando vivió un momento gozoso en la fe, no dijo para sus adentros «me quedaría a vivir acá», buscaría siempre experimentar lo mismo? Bueno, es lógico, por supuesto. Sin embargo, todos tenemos la experiencia de que esto es imposible. Mientras peregrinamos por la tierra es imposible no luchar, es imposible no darse cuenta que no podemos vivir en el cielo, que en realidad ese cielo que empezamos a vivir en la tierra solo es una imagen, solo es como un espejo, pero un espejo que no refleja plenamente la realidad, un espejo que, de algún modo, nos muestra una realidad media desdibujada de lo que es el cielo; sin embargo, experimentamos algo de cielo. Por eso tenemos que aprender a vivir nuestra vida de fe también en este no experimentar todo lo que quisiéramos, sabiendo que el Señor nos regala cada tanto, si perseveramos, sus manifestaciones, sus presencias, pero al mismo tiempo saber que caminamos en la fe y que por más que no lo veamos con nuestros ojos, él está siempre, y que en definitiva eso es la fe: saber caminar cada día, paso a paso con la certeza de su presencia.
Creo que sería de necios negar que el corazón de cada ser humano alberga, por un lado, la posibilidad de lo mejor o la posibilidad de lo peor, la posibilidad maravillosa de amar y darse a los otros, creando vida, renovando todo lo que se toca, pero al mismo tiempo esa locura increíble de creerse, de actuar y vivir como si fuéramos el centro del universo. Tantos ejemplos hoy en día podemos encontrar de cuánto se equivoca el ser humano. Llamémosle como queramos: ego, el yo, la soberbia, el orgullo, el amor propio, el egoísmo. Lo fundamental y lo importante es que hoy nadie niega, incluso desde la ciencia, que esto está en nosotros y es algo con lo cual debemos luchar continuamente. Nuestro peor enemigo, el más invisible y, al mismo tiempo, el más poderoso de todos, no está afuera, sino adentro nuestro. Y cuando uno ve la maravilla e inmensidad del universo, cuando uno estudia o lee que nosotros somos en comparación con el todo como un granito de arena en la inmensidad de un mar, o como, por ejemplo, que nuestra galaxia es una de los casi 100.000 millones, o vivimos en una ínfima parte de lo que el universo tiene de vida, de casi 15.000 millones de años, uno dice o se pregunta: ¿Es posible que la soberbia tenga tanta fuerza y el hombre viva como si fuera el centro y el único de este universo? ¿Es posible que siendo tan poca cosa nos la creamos tanto? Vos dirás: «Bueno… no es para tanto. No somos tan soberbios todos». Es bueno que cada uno se deje interpelar por las palabras de Jesús. La soberbia toma mil colores y tonos según la personalidad y la experiencia de vida de cada uno, y justamente el peor mal de la soberbia es que a veces es imperceptible. Solo una luz desde afuera puede ayudarnos a iluminar nuestro corazón y hacernos dar cuenta lo centrado en nosotros mismos que a veces vivimos.
Dije que la soberbia toma mil colores, ahora, en Algo del Evangelio de hoy, las palabras de Jesús son lapidarias, especialmente con los que tenían una función en el pueblo de Israel, y sin miedo tenemos que trasladarlas al pueblo de Dios, que es la Iglesia, específicamente a los ministros, a los que deben servir.
Cuando la soberbia ataca a los ministros de la Iglesia, obispos, sacerdotes, diáconos o también a aquellos que se consagran, ataca finalmente a la cabeza, y si la cabeza es soberbia, el cuerpo se va enfermando o el cuerpo no puede crecer, y también este virus es a veces muy imperceptible. Pasa en cualquier grupo en cualquier comunidad. Sé que suena muy duro, pero no hay que tenerle miedo, especialmente nosotros, los sacerdotes, de decir ciertas cosas como son pero con amor. Cuando la soberbia se entremezcla con un cargo, con una posición en la Iglesia, con una cuestión de poder, se puede transformar en una bomba de tiempo. «Que el más grande de entre ustedes se haga servidor de los otros, porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado». Estas palabras de Jesús todos los sacerdotes deberíamos grabarlas en el corazón, vivirlas y no escaparles, y los laicos deberían repetirlas y decirlas con caridad a quien vean que pone cargas en los demás que ni ellos mismos pueden llevar, a quien escuchen que predica una cosa y después hace otra, a quien le gusta ser consagrado para tener poder, a quien les gusta y disfruta de tener un privilegio en la Iglesia, a quien cree ser más importante por ser llamado padre, maestro, doctor o por tener un título y haber estudiado un poco más, a quien somete y manipula a las personas a su cargo.
No vamos a ser creíbles si no somos humildes. Sin humildad verdadera no hay evangelización profunda, no hay testimonio posible, duradero y eficaz. Sencillamente porque el que nos salvó jamás se creyó más que nadie. Reza siempre por los consagrados, recemos por todos los que de algún modo sirven a la Iglesia, en realidad recemos por todos los miembros de la Iglesia para que seamos siempre humildes y recemos por aquellos que no lo son para que algún día se den cuenta.

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 19 de marzo + Solemnidad de San José + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 41-51a

Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos.

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 2, 41-51a:

Hoy es la solemnidad de san José, el esposo de la Virgen María. San José tuvo el inmenso privilegio de ser elegido para ser padre de Jesús, tener al niño en sus brazos, de hablarle cara a cara, de corazón a corazón al Hijo de Dios. No lo dice explícitamente la Palabra de Dios, ¿pero tenés alguna duda de que fue así, de que fue un padre con todas las letras? Hay muchísimas cosas que la Palabra de Dios no dice, pero que no quiere decir que no hayan pasado. No es necesario a veces decir o contar las obviedades.
¡Qué maravilla debe haber sido la relación entre ellos: Jesús y José, José y Jesús, María y José, José y María! San José siempre aparece, en la Palabra de Dios, siendo fiel a la Palabra de Dios, a lo que Dios le pedía. San José nunca quiso brillar, nunca quiso sobresalir; todo lo contrario, le gustó siempre el silencio y el anonimato. Tanto que no hay palabras suyas en los evangelios, solo acciones, solo gestos, su propia vida. En realidad, habló, habló mucho, pero habló con sus acciones, con su vida.
¿Podés creer que una persona sobre la cual no conocemos palabra salida de su boca sea el santo más grande de todos los santos? ¡Qué increíble, qué gran enseñanza para vos y para mí! Y nosotros que a veces nos desvivimos por hablar, por hablar, por decir, por escribir, por esto y por lo otro, y sin embargo, lo que más nos ayudará, lo que más transformará, lo que más convencerá será nuestra propia vida; lo que hicimos, en definitiva. De ahí esa frase tan conocida que dice: «El único evangelio que escucharán predicar algunos es tu propia vida». En un mundo que se desvive por figurar, por publicar, por «postear», por intentar que otros se enteren de lo que hace, por pedir seguidores, por poner «me gusta» para que todos se den cuenta de lo que estamos haciendo; en una Iglesia en la que a veces también, sin querer, se cae en ese deseo desmedido, desordenado, de ser «tenidos en cuenta», incluso evangelizando, san José nos enseña el camino del silencio y del anonimato.
¿Qué es lo que recordás de las personas que te marcaron en tu vida: palabras o gestos y acciones? Seguro que recordás alguna frase por ahí, seguro algo lindo, pero lo que más te quedó, ¿qué es? ¿Qué crees que va a recordar de vos tu hijo, tu hija, tu alumno, tus amigos? Pensalo. ¿Qué crees que recordarán? Nuestros hijos nos «observan mucho más de lo que nos escuchan». Jesús seguro que observó a José mucho más que escucharlo o lo escuchó y también lo observó. Pero, en realidad, podríamos decir que el observar también es una forma de escuchar y cuando lo que se observa condice con lo que se escucha, queda grabado a fuego en el corazón.
José debe haber hablado muy poco y seguramente nunca dijo algo que después no confirmó con su vida. A nosotros a veces nos pasa lo contrario, podemos machacar con palabras lo que después no podemos sostener con nuestra propia vida y entonces lo que decimos jamás queda en el corazón de los otros. Conviene entonces siempre empezar al revés, vivir y después, si es necesario, hablar. «Predica con tu vida y, si es necesario, con palabras», decía san Francisco de Asís a sus hermanos.
¡Qué maravilla es imaginar a Jesús disfrutando de la presencia de su padre en la tierra! ¡Qué maravilla debe haber sido ver a Jesús aprendiendo no tanto de los grandes «discursos» de José, sino de su obediencia cotidiana a la Palabra de Dios! Eso es lo que tenemos que aprender cada día más, en nuestras familias, en nuestros grupos, en nuestras comunidades, en la Iglesia. Dejar de hablar tanto y vivir más el evangelio, interpretarlo, rumiarlo, sí saborearlo y llevarlo a la práctica mucho más. Dejar de decir lo que «todo el mundo tiene que hacer» y nosotros no hacer nada por ser santos. Dejar de solucionar todos los problemas del mundo o pretender hacerlo con nuestras palabras, mientras no somos capaces de dar la vida cuando es necesario hacerlo.
Aprendamos del silencio y de la obediencia de san José.
Aprendamos que de nosotros quedará más lo que hicimos que lo que hablamos, que «el amor está más en las obras que en las palabras», como decía san Ignacio. Dios tiene sed de que tengamos sed de él, y amándolo, amemos a los demás. No tiene sed de que le hablemos mucho, debe estar cansado de tanta palabrería. Tiene sed de que lo amemos con nuestra propia vida.
Algo del Evangelio de hoy, sin decirlo, es una muestra más de que María y José aprendieron día a día a ser obedientes a la Palabra de Dios, a las palabras de Jesús, aun sin comprender completamente lo que pasaba. Eso nos pasa en momentos límites, pero deberíamos aprender a vivirlo cada día, en cada situación. Me acuerdo esa mujer, que me vino a ver, que estaba viviendo sus últimos momentos en la tierra, que ya se estaba dando cuenta que la vida se le apagaba poco a poco. Me decía algo así cuando le preguntaba qué sentía en esos momentos… Me decía: «Estoy dispuesta a lo que Dios disponga. A Dios no se le discute, él sabe cuál es el momento oportuno». ¡Qué gratificante! ¡Qué lindo escuchar algo así! Seguro que José pensó lo mismo. ¡Qué lindo que es cuando todo lo que predicamos en la Iglesia, lo que predicamos cada día los sacerdotes, vos y yo, de golpe se pone en evidencia en una vida concreta, en una persona que lo dice y lo hace!
A san José me lo imagino así, me lo imagino un hombre de paz, de corazón sencillo, un hombre firme, fuerte, pero humilde y sincero, con un corazón gigante como para amar a María y a Jesús, pero abierto siempre al misterio, a la incomprensión, al silencio, a la confianza total. Que en este día tan especial su intercesión nos alcance lo que Dios quiera regalarnos y su santidad nos impulse a desear a hacer siempre la voluntad de nuestro Padre.

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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 20 de marzo + II Jueves de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 16, 19-31

Jesús dijo a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan."
Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí."
El rico contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento."
Abraham respondió: "Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen."
"No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán."
Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán."»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 16, 19-31:

La experiencia de la transfiguración, seguramente para los discípulos, en otros momentos de sus vidas, fue consuelo en la aflicción, en esos momentos de cruz que les tocó vivir después, tanto la cruz del mismo Jesús como la propia en su apostolado posterior a la ascensión de Jesús a los cielos. En realidad, deberíamos decir que no comprendieron mucho hasta que recibieron el Espíritu Santo, es él el que nos ayuda a comprender las vivencias, las experiencias, tanto las gozosas como las dolorosas. Por eso es bueno pedirle a la tercera persona de la Santísima Trinidad que nos ayude a asimilar las experiencias vividas, gozosas con nuestro Padre, y a poder aceptar las que no fueron tan gratas, solo él puede hacerlo.
Hay evangelios que son tan expresivos, que dicen tanto de solo escucharlos una vez, palabras en las que Jesús fue tan directo, que pareciera que no necesitan tanta explicación. Sin embargo, siempre es bueno volver a escucharlos, siempre es bueno volver a decir algo para despertarnos del letargo en el que vivimos tantas veces, consciente o inconscientemente. Todos somos propensos a olvidar, especialmente las cosas que no nos interesan tanto, todos tendemos a ir acomodándonos en nuestras cosas y eso hace que incluso olvidemos lo importante, lo que en realidad jamás deberíamos olvidar. Esto que nos pasa con las cosas de la vida, nos puede pasar también con nuestra fe, con lo esencial del Evangelio, y que, si lo olvidamos, provoca que se vaya atrofiando, perdiendo forma, y nos hace caer lentamente en una fe armada a la carta, a nuestro gusto y placer.
¿Cómo hacer para esquivar y minimizar las palabras de Jesús de Algo del Evangelio de hoy? Imposible. Si recibimos bienes en la tierra, ya sea por regalo o esfuerzo personal, o ambas cosas al mismo tiempo –pero que finalmente jamás es mérito exclusivamente de uno– y no sabemos compartirlos y no quisimos compartirlos al ver a tantos que la pasan mal, terminaremos algún día pidiendo clemencia a aquellos mismos que no quisimos socorrer cuando nos necesitaron. Así de directo, duro y sencillo. Jesús no tuvo medias tintas en ciertos temas, y por más que este evangelio, en estos tiempos de consumismo viralizado, nos dé en el fondo del corazón a todos, no podemos esquivarlo. Ninguno de nosotros puede acabar con el hambre del mundo, con la injusticia, con el dolor, con la desigualdad, con los sin techo, pero todos nosotros podemos ayudar de alguna manera a los que vamos cruzando por la vida, a los que de algún modo son presencia de Jesús para nosotros.
Alguno dirá: «A mí nadie me regalo nada, no me sobra nada. ¿Por qué tengo que darle algo de lo mío a los que no se esforzaron por conseguirlo?». ¿Estamos seguros? ¿Nadie nos regaló nada? Pensémoslo bien, desde que somos niños. ¿Nadie nos regaló nada? ¿Estamos seguros que en nuestra casa no nos sobra algo? Vayamos mirar la cantidad de ropa que a veces tenemos sin usar. Vayamos a mirar nuestra cocina y heladera, la comida que tenemos. Miremos nuestra billetera o la cuenta del banco, si tenemos, y fijémonos si en realidad necesitamos todo lo que tenemos o bien creemos que lo necesitamos. Mientras nosotros los cristianos a veces almacenamos y custodiamos cosas sin saber bien para qué, miles y miles luchan día a día por lo de cada día, por subsistir, ni siquiera por lo de mañana.
No está mal tener bienes, lo que está mal es no compartirlos, lo que está mal es ver alguien tirado y pasar de largo, lo que está mal es gastar miles de miles en cosas superfluas y no ser capaces de mirar y sentir el dolor de tanta gente que no puede, que no le alcanza. No nos corresponde solucionarle, el problema a todos, pero sí a los que podemos, a los que lleguen nuestras manos y corazones.
A veces la cerrazón del corazón humano puede llegar a ser tan grande «que, aunque los muertos resuciten, tampoco se convencerán». Es muy fuerte y dura esta expresión de Jesús, pero describe gráficamente el drama del corazón del hombre que se cierra al amor de Dios y al de los más necesitados.
Que Jesús nos libre de esta cerrazón, a vos y a mí. No hace falta que resucite alguien para descubrir lo que Dios quiere de nosotros, lo que desea. Tenemos la Palabra de Dios de cada día y lo que nos falta muchas veces es llevarla a la vida, a la práctica.

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/12 11:25:18
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