Sábado 5 de abril + IV Sábado de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 7, 40-53
Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: «Este es verdaderamente el Profeta.» Otros decían: «Este es el Mesías.» Pero otros preguntaban: «¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?» Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.
Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: «¿Por qué no lo trajeron?»
Ellos respondieron: «Nadie habló jamás como este hombre.»
Los fariseos respondieron: «¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita.»
Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: «¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?»
Le respondieron: «¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta.»
Y cada uno regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: «Este es verdaderamente el Profeta.» Otros decían: «Este es el Mesías.» Pero otros preguntaban: «¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?» Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él.
Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: «¿Por qué no lo trajeron?»
Ellos respondieron: «Nadie habló jamás como este hombre.»
Los fariseos respondieron: «¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita.»
Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: «¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?»
Le respondieron: «¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta.»
Y cada uno regresó a su casa.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 7, 40-53:
«Nadie habló jamás como este hombre», dice la Palabra de hoy. «Nadie habló jamás como Jesús», nadie, absolutamente nadie. Es lindo imaginar a Jesús hablando. ¿Alguna vez lo imaginaste? Hablándonos a nosotros ahora, hablándonos al «corazón», hablándonos en el silencio de este sábado, de ese silencio que tenemos que buscar nosotros mismos. Nadie jamás habló como él, y lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que, como siempre, podemos volver a escucharlo a Jesús. «Nadie habló como Jesús», lo que pasa es que no todos lo supieron escuchar o no todos escucharon lo que Jesús realmente quiso decir. Nadie jamás dijo lo que Jesús dijo, nadie hizo lo que él hizo. No sabemos si fue él un gran «orador» en el sentido actual de la palabra, con una gran oratoria, donde lo que se valora finalmente es otra cosa, la forma y no el fondo, más el modo de decir que las cosas de su contenido. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que sus palabras cautivaban, con lo cual hablaba muy bien. Su manera de decir las cosas atraía, enamoraba a aquellos que tenían el corazón abierto para recibirlas. Porque por más que uno sea un buen orador y por más orador bueno que tengamos en frente, si nuestro «corazón» no quiere abrirse, no quiere escuchar, nada lo puede doblegar. Y es por eso que, a pesar de que «nadie había hablado como Jesús», muchos no lo quisieron escuchar, muchos no le quisieron creer por más buen orador que fue. Se necesitan las dos partes: palabras lindas y bien dichas, verdades bien dichas, y corazones bien dispuestos y abiertos. Ahora… lo que no puede faltar nunca es el corazón dispuesto. Cuando el corazón está «agazapado» para escuchar, por más que las cosas que digamos no salgan tan bien dichas, siempre ese corazón encontrará algo bueno para rescatar.
Sería bueno que, en esta cuarta semana de Cuaresma, ya a las puertas de la recta final hacia la Semana Santa, recemos para reflexionar cómo estamos recibiendo las palabras de Jesús, esas palabras que salieron de la boca de alguien que «habló como jamás se había hablado». Pensemos en ese cantante o canción que nos gusta escuchar siempre, aunque pase el tiempo. Pensemos en ese profesor que nos gusta o nos gustaba escuchar por su manera de transmitir. Pensemos en esa película o serie que nos encanta sentarnos a ver y escuchar. Pensemos en ese libro que nos apasiona sentarnos a leer. Pensemos en ese sacerdote u orador que nos gusta escuchar. Bueno, ahora pensemos si la escucha de Jesús se acerca un poco, o por lo menos un poquito, a eso que pensamos, a esa persona que se nos viene al corazón. No siempre ponemos la misma fuerza del corazón en escuchar lo que nos gusta escuchar y en escuchar a Jesús. Claramente nos debería apasionar más escucharlo a Jesús. ¡Pobre Jesús!, es el que mejor habla, el que mejores cosas, verdades dice y muchas veces no lo escuchamos.
Este sábado, por eso, es una buena oportunidad para que repasemos por nuestra cuenta esas cosas que escuchamos en la semana y nos salió decir: «Nadie me habló así jamás», «nunca había escuchado algo así», «la Palabra de Dios me tocó de una manera especial el corazón». Es la oportunidad para volver a escuchar lo que vale la pena escuchar. Es la oportunidad para volver a profundizar en eso que nos sorprendimos. Retomemos alguno de los evangelios, retomemos Algo del Evangelio de hoy, algún comentario. Retomemos algo que nos ayude. Imaginemos que Jesús es el que nos lo está diciendo, una vez más. Imaginemos, cerrando los ojos, que solo él puede decirnos algo así. Solo él habló así, solo él nos seguirá hablando así siempre. Que hoy podamos revivir esta experiencia, de la misma manera que la vivieron los que estuvieron cara a cara con Jesús y pudieron escucharlo.
«Nadie habló jamás como este hombre», dice la Palabra de hoy. «Nadie habló jamás como Jesús», nadie, absolutamente nadie. Es lindo imaginar a Jesús hablando. ¿Alguna vez lo imaginaste? Hablándonos a nosotros ahora, hablándonos al «corazón», hablándonos en el silencio de este sábado, de ese silencio que tenemos que buscar nosotros mismos. Nadie jamás habló como él, y lo lindo de Algo del Evangelio de hoy es que, como siempre, podemos volver a escucharlo a Jesús. «Nadie habló como Jesús», lo que pasa es que no todos lo supieron escuchar o no todos escucharon lo que Jesús realmente quiso decir. Nadie jamás dijo lo que Jesús dijo, nadie hizo lo que él hizo. No sabemos si fue él un gran «orador» en el sentido actual de la palabra, con una gran oratoria, donde lo que se valora finalmente es otra cosa, la forma y no el fondo, más el modo de decir que las cosas de su contenido. No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que sus palabras cautivaban, con lo cual hablaba muy bien. Su manera de decir las cosas atraía, enamoraba a aquellos que tenían el corazón abierto para recibirlas. Porque por más que uno sea un buen orador y por más orador bueno que tengamos en frente, si nuestro «corazón» no quiere abrirse, no quiere escuchar, nada lo puede doblegar. Y es por eso que, a pesar de que «nadie había hablado como Jesús», muchos no lo quisieron escuchar, muchos no le quisieron creer por más buen orador que fue. Se necesitan las dos partes: palabras lindas y bien dichas, verdades bien dichas, y corazones bien dispuestos y abiertos. Ahora… lo que no puede faltar nunca es el corazón dispuesto. Cuando el corazón está «agazapado» para escuchar, por más que las cosas que digamos no salgan tan bien dichas, siempre ese corazón encontrará algo bueno para rescatar.
Sería bueno que, en esta cuarta semana de Cuaresma, ya a las puertas de la recta final hacia la Semana Santa, recemos para reflexionar cómo estamos recibiendo las palabras de Jesús, esas palabras que salieron de la boca de alguien que «habló como jamás se había hablado». Pensemos en ese cantante o canción que nos gusta escuchar siempre, aunque pase el tiempo. Pensemos en ese profesor que nos gusta o nos gustaba escuchar por su manera de transmitir. Pensemos en esa película o serie que nos encanta sentarnos a ver y escuchar. Pensemos en ese libro que nos apasiona sentarnos a leer. Pensemos en ese sacerdote u orador que nos gusta escuchar. Bueno, ahora pensemos si la escucha de Jesús se acerca un poco, o por lo menos un poquito, a eso que pensamos, a esa persona que se nos viene al corazón. No siempre ponemos la misma fuerza del corazón en escuchar lo que nos gusta escuchar y en escuchar a Jesús. Claramente nos debería apasionar más escucharlo a Jesús. ¡Pobre Jesús!, es el que mejor habla, el que mejores cosas, verdades dice y muchas veces no lo escuchamos.
Este sábado, por eso, es una buena oportunidad para que repasemos por nuestra cuenta esas cosas que escuchamos en la semana y nos salió decir: «Nadie me habló así jamás», «nunca había escuchado algo así», «la Palabra de Dios me tocó de una manera especial el corazón». Es la oportunidad para volver a escuchar lo que vale la pena escuchar. Es la oportunidad para volver a profundizar en eso que nos sorprendimos. Retomemos alguno de los evangelios, retomemos Algo del Evangelio de hoy, algún comentario. Retomemos algo que nos ayude. Imaginemos que Jesús es el que nos lo está diciendo, una vez más. Imaginemos, cerrando los ojos, que solo él puede decirnos algo así. Solo él habló así, solo él nos seguirá hablando así siempre. Que hoy podamos revivir esta experiencia, de la misma manera que la vivieron los que estuvieron cara a cara con Jesús y pudieron escucharlo.
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p. Rodrigo Aguilar
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Domingo 6 de abril + V Domingo de Cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 8, 1-11
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?» Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.» E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?»
Ella le respondió: «Nadie, Señor.» «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante.»
Palabra del Señor.
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?» Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.» E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?»
Ella le respondió: «Nadie, Señor.» «Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante.»
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 8, 1-11:
Dejar de ser acusadores. Tirar la piedra que llevamos en el corazón y en las manos, muchas veces lista para golpear a los demás. Dejemos de ser acusadores. Tiremos la piedra, pero al piso. A nadie tiremos piedras. Esa es la cuestión de este domingo quinto de Cuaresma.
La escena de Algo del Evangelio de hoy es impresionante, da ganas de meterse en el corazón de esa mujer, da ganas de ser también un espectador en ese momento. ¿Qué habrá sentido? ¿Qué habrá sentido al llegar siendo acusada y, al mismo tiempo, con el peso de sus propias debilidades, de sus pecados? ¿Qué habrá sentido al escuchar y al percibir la mirada de Jesús, que no la condenó y que además la animó a empezar un camino nuevo? ¿Qué habrá escrito Jesús en el piso mientras todos tenían sus piedras en las manos? ¿Qué habrán sentido esos hombres que para probarlo a Jesús y por querer acusarlo terminaron tirando sus piedras y se fueron, como se dice acá, «silbando bajito» como haciendo que no pasó nada? ¡Qué escena impresionante! Es la imagen más impactante de lo que Jesús vino a hacer entre los hombres, no a condenar, sino a perdonar y, además, ayudarnos a salir del pecado mucho mejor.
Jesús no niega el pecado de la mujer, no lo tapa, no lo esconde, no hace como que no pasó nada, como a algunos les gusta decir, sino que evita condenar para que, desde el amor, que no condena, esa mujer, vos y yo no pequemos más, empecemos una vida distinta, una vida nueva; «en adelante no peques más». Por eso, Jesús no niega el pecado, pero sí se interpone para que otros pecadores no cometan otro pecado más, tirando piedras teniendo aún pecados. Tirar piedras es también un pecado. Tirar piedras creyendo que tenemos el derecho a hacerlo, es tan pecado como el pecado que señalamos de los demás. El pecado es así, engendra pecado. El pecado «cría» pecados y pecadores.
Este es otro domingo más en el que Jesús nos pone de frente al espejo de nuestra propia realidad y debilidad; una especie de parábola del padre y sus dos hijos, en vivo y en directo. Esto ya no es más un cuento, esto pasa en la realidad, en la realidad de antes y de ahora. Hay pecadores de todo tipo, nadie se queda afuera. Un pecador convencido, que se enorgullece por pecar y anda ciego por el mundo pecando y molestando a los demás, y por eso necesita de un buen golpe para reaccionar. El pecador de clase media, por decirlo de alguna manera, el común que sufre por pecar, vos y yo somos esclavos a veces del pecado y, además, somos acusados por otros. Y el pecador de clase alta, por usar una imagen –cuesta tanto, pero es la que se me ocurrió– el que se cree que no es pecador y además se cree con el derecho a apedrear a los demás. Sería algo así: «Casi que todos son pecadores, menos yo», «Padre, yo nunca hice nada malo», «Padre, es increíble cuánta gente mala hay dando vueltas por ahí». Son las frases clásicas de esta clase de pecadores. Pecadores anestesiados que no descubren que les falta muchísimo para amar en serio. Que no hace falta ser un gran pecador para haber sido perdonado por Jesús. Que, en realidad, si no caímos tan bajo como aquellos que señalamos, es porque Jesús nos salvó antes, nos quitó la piedra del camino para que no caigamos. Esa es la verdad de nuestra vida.
No importa qué clase de pecador seamos, sino que lo somos, sino que lo sos, que lo soy. No importa tanto eso, eso ya lo deberíamos saber. Importa que Jesús no nos condena. «Yo tampoco te condeno». Aunque seas el peor pecador del mundo, de una clase u otra, él no te condena. No nos condena. Si pecamos, si pecaste, él nos invita a «no pecar más» y si quisiste apedrear a otro, sin darte cuenta que sos pecador, te invita a «tirar las piedras», pero al piso. ¡Tirala! ¡¡No tenés derecho a apedrear a nadie!!!
¿Qué habrá escrito Jesús ese día en el piso? «Yo no te condeno, empezá una vida nueva y no peques más» o también… «Tirá la piedra…pero al piso, tirá las piedras de tu corazón, no sos nadie para condenar».
Dejar de ser acusadores. Tirar la piedra que llevamos en el corazón y en las manos, muchas veces lista para golpear a los demás. Dejemos de ser acusadores. Tiremos la piedra, pero al piso. A nadie tiremos piedras. Esa es la cuestión de este domingo quinto de Cuaresma.
La escena de Algo del Evangelio de hoy es impresionante, da ganas de meterse en el corazón de esa mujer, da ganas de ser también un espectador en ese momento. ¿Qué habrá sentido? ¿Qué habrá sentido al llegar siendo acusada y, al mismo tiempo, con el peso de sus propias debilidades, de sus pecados? ¿Qué habrá sentido al escuchar y al percibir la mirada de Jesús, que no la condenó y que además la animó a empezar un camino nuevo? ¿Qué habrá escrito Jesús en el piso mientras todos tenían sus piedras en las manos? ¿Qué habrán sentido esos hombres que para probarlo a Jesús y por querer acusarlo terminaron tirando sus piedras y se fueron, como se dice acá, «silbando bajito» como haciendo que no pasó nada? ¡Qué escena impresionante! Es la imagen más impactante de lo que Jesús vino a hacer entre los hombres, no a condenar, sino a perdonar y, además, ayudarnos a salir del pecado mucho mejor.
Jesús no niega el pecado de la mujer, no lo tapa, no lo esconde, no hace como que no pasó nada, como a algunos les gusta decir, sino que evita condenar para que, desde el amor, que no condena, esa mujer, vos y yo no pequemos más, empecemos una vida distinta, una vida nueva; «en adelante no peques más». Por eso, Jesús no niega el pecado, pero sí se interpone para que otros pecadores no cometan otro pecado más, tirando piedras teniendo aún pecados. Tirar piedras es también un pecado. Tirar piedras creyendo que tenemos el derecho a hacerlo, es tan pecado como el pecado que señalamos de los demás. El pecado es así, engendra pecado. El pecado «cría» pecados y pecadores.
Este es otro domingo más en el que Jesús nos pone de frente al espejo de nuestra propia realidad y debilidad; una especie de parábola del padre y sus dos hijos, en vivo y en directo. Esto ya no es más un cuento, esto pasa en la realidad, en la realidad de antes y de ahora. Hay pecadores de todo tipo, nadie se queda afuera. Un pecador convencido, que se enorgullece por pecar y anda ciego por el mundo pecando y molestando a los demás, y por eso necesita de un buen golpe para reaccionar. El pecador de clase media, por decirlo de alguna manera, el común que sufre por pecar, vos y yo somos esclavos a veces del pecado y, además, somos acusados por otros. Y el pecador de clase alta, por usar una imagen –cuesta tanto, pero es la que se me ocurrió– el que se cree que no es pecador y además se cree con el derecho a apedrear a los demás. Sería algo así: «Casi que todos son pecadores, menos yo», «Padre, yo nunca hice nada malo», «Padre, es increíble cuánta gente mala hay dando vueltas por ahí». Son las frases clásicas de esta clase de pecadores. Pecadores anestesiados que no descubren que les falta muchísimo para amar en serio. Que no hace falta ser un gran pecador para haber sido perdonado por Jesús. Que, en realidad, si no caímos tan bajo como aquellos que señalamos, es porque Jesús nos salvó antes, nos quitó la piedra del camino para que no caigamos. Esa es la verdad de nuestra vida.
No importa qué clase de pecador seamos, sino que lo somos, sino que lo sos, que lo soy. No importa tanto eso, eso ya lo deberíamos saber. Importa que Jesús no nos condena. «Yo tampoco te condeno». Aunque seas el peor pecador del mundo, de una clase u otra, él no te condena. No nos condena. Si pecamos, si pecaste, él nos invita a «no pecar más» y si quisiste apedrear a otro, sin darte cuenta que sos pecador, te invita a «tirar las piedras», pero al piso. ¡Tirala! ¡¡No tenés derecho a apedrear a nadie!!!
¿Qué habrá escrito Jesús ese día en el piso? «Yo no te condeno, empezá una vida nueva y no peques más» o también… «Tirá la piedra…pero al piso, tirá las piedras de tu corazón, no sos nadie para condenar».
¡Qué linda imagen del Evangelio de hoy! ¡Qué maravilloso es imaginar a Jesús en ese momento, quedándose solo con esta mujer! Él logró con astucia y sabiduría quedarse solo con esa mujer para que se sienta amada. Esa mujer, que podemos ser vos y yo, necesitamos quedarnos solos con Jesús, que todos los que nos acusaban, que todos los que nos querían tirar piedras, que todos los que nos señalan por soberbia se vayan de la escena y nos quedemos solos con él. En definitiva, nuestra vida, al final de nuestra vida, será eso, solos con Jesús. Él nos mirará, nos hablará al corazón y nos dirá: Yo no te condeno.
Que esta escena de hoy, que esta maravillosa imagen nos ayude a reconocer el infinitito amor de Dios, que nos ama y nos perdona siempre, pero que también, debemos decirlo, no quiere que pequemos más, quiere que nos levantemos, que dejemos ese lastre que nos arrastra y que no nos deja caminar en paz, para poder mirar al futuro y vivir como hijos de Dios, libres, sin pecar, amando con todo nuestro corazón.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Que esta escena de hoy, que esta maravillosa imagen nos ayude a reconocer el infinitito amor de Dios, que nos ama y nos perdona siempre, pero que también, debemos decirlo, no quiere que pequemos más, quiere que nos levantemos, que dejemos ese lastre que nos arrastra y que no nos deja caminar en paz, para poder mirar al futuro y vivir como hijos de Dios, libres, sin pecar, amando con todo nuestro corazón.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 7 de abril + V Lunes de cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 8, 12-20
Jesús dirigió una vez más la palabra a los fariseos, diciendo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida.»
Los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale.»
Jesús les respondió: «Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy.
Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió.
En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí.»
Ellos le preguntaron: «¿Dónde está tu Padre?»
Jesús respondió: «Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre.»
El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.
Palabra del Señor.
Jesús dirigió una vez más la palabra a los fariseos, diciendo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida.»
Los fariseos le dijeron: «Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale.»
Jesús les respondió: «Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy.
Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie, y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió.
En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí.»
Ellos le preguntaron: «¿Dónde está tu Padre?»
Jesús respondió: «Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre.»
El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 8, 12-20:
Jesús nos dirige una vez más la palabra a todos nosotros, a los que quieren escuchar y a los que no escuchan tanto, a los que se entusiasmaron escuchando con frescura alguna vez, pero ahora ya perdieron el fervor, como a los que están escuchando con entusiasmo la Palabra cada día, porque recién empiezan a escuchar. Es bueno volver a decirlo siempre: No es sensato pensar que se puede ser cristiano serio (y no lo digo por la cara, sino por la manera de encarar la vida) si no se escucha la Palabra de Dios cada día, si no nos tomamos en serio lo que Dios Padre nos dice día a día por medio de su Hijo y de lo que nos pasa cada día. Por eso hoy te propongo volver a resucitar los deseos de escuchar a Dios, si estaban caídos, volver a convencernos que es necesario, que hace bien, que alegra el alma, que conforta el corazón escuchar y poner en práctica las enseñanzas de Jesús. Si estás amaneciendo, amanecé con la Palabra de Dios; si estás desayunando, desayuná palabras de Dios, cortá el ayuno del sueño con palabras de Dios; si estás yendo a trabajar, no dejes de «trabajar» tu relación con tu Padre escuchándolo a él; si estás viajando, «viajá» con lo que Dios sueña para vos que sos su hijo, su hija, soñar no cuesta nada; si estás triste, dejate acompañar por Jesús porque él sabe lo que te pasa, dejate consolar porque así se te irá la tristeza; si estás feliz, alégrate con él que también disfruta de la felicidad de sus hermanos; si estás sufriendo, sufrí con él y no te encierres pensando que el dolor se va ocultándolo. Volvamos todos juntos en esta última semana de Cuaresma a acompañar todo lo que hacemos con las palabras de Jesús que dan vida y salvan, porque iluminan.
No me cansaré de decirlo, pero ¡qué maravillosa, qué impresionante la escena del Evangelio de ayer, del domingo! Es conmovedor volver a repasar por el corazón ese momento único en el que Jesús evita que unos «acusadores», acusen a una pobre mujer destrozada por su pecado, devolviéndole su dignidad y sus deseos de cambiar. Para contemplar límpidamente esta escena, debemos tirar nuestras piedras al piso, no se puede ver bien si tenemos las manos atadas y el corazón aferrado a algún deseo de apedrear a alguien que consideramos que se lo merece. ¡Imaginemos si todos debiéramos tirarnos piedras entre nosotros por los pecados que cometemos en la vida! ¡Imaginemos la cantidad de heridas que tendríamos, o que habríamos hecho a los otros, si nos diéramos el lujo de «hacer justicia» por mano propia, tirando piedras a los que no se comportan como Dios quiere! ¡Qué desastre! ¡Menos mal que Jesús evita y quiere evitarnos esa fea tarea de andar condenando a los otros! Que su Palabra nos transforme el corazón y nos ayude a comprender esta enseñanza que es la esencia de su mensaje.
En Algo del Evangelio de hoy nos dice Jesús a todos: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida». Yo soy el que te permite ver lo que al final de cuentas vale la pena ver. Vemos día a día miles de cosas. Nos creemos que vale la pena ver todo lo que se nos presenta por el camino, a veces andamos deseosos de ver y ver, pero en realidad vale la pena ver cuando vemos con los ojos del corazón, con ojos de fe y solo ve con fe aquel que se deja iluminar por el que nos da la fe, por Jesús, que es la luz. La fe nos permite ver a Jesús, pero al mismo tiempo Jesús nos da la fe porque él es luz y la fe es luz para la vida. Parece un trabalenguas, pero es así. En definitiva, todo nos viene de él, nosotros solo tenemos que pedir y pedir más fe. Pedir con fe tener más fe y creer que es verdad todo lo que nos enseña, que es verdad que dejarse iluminar por él es tener vida y que la vida que viene de Jesús cambia todo, y lo cambia en serio. Es así, creamos y confiemos.
Jesús nos dirige una vez más la palabra a todos nosotros, a los que quieren escuchar y a los que no escuchan tanto, a los que se entusiasmaron escuchando con frescura alguna vez, pero ahora ya perdieron el fervor, como a los que están escuchando con entusiasmo la Palabra cada día, porque recién empiezan a escuchar. Es bueno volver a decirlo siempre: No es sensato pensar que se puede ser cristiano serio (y no lo digo por la cara, sino por la manera de encarar la vida) si no se escucha la Palabra de Dios cada día, si no nos tomamos en serio lo que Dios Padre nos dice día a día por medio de su Hijo y de lo que nos pasa cada día. Por eso hoy te propongo volver a resucitar los deseos de escuchar a Dios, si estaban caídos, volver a convencernos que es necesario, que hace bien, que alegra el alma, que conforta el corazón escuchar y poner en práctica las enseñanzas de Jesús. Si estás amaneciendo, amanecé con la Palabra de Dios; si estás desayunando, desayuná palabras de Dios, cortá el ayuno del sueño con palabras de Dios; si estás yendo a trabajar, no dejes de «trabajar» tu relación con tu Padre escuchándolo a él; si estás viajando, «viajá» con lo que Dios sueña para vos que sos su hijo, su hija, soñar no cuesta nada; si estás triste, dejate acompañar por Jesús porque él sabe lo que te pasa, dejate consolar porque así se te irá la tristeza; si estás feliz, alégrate con él que también disfruta de la felicidad de sus hermanos; si estás sufriendo, sufrí con él y no te encierres pensando que el dolor se va ocultándolo. Volvamos todos juntos en esta última semana de Cuaresma a acompañar todo lo que hacemos con las palabras de Jesús que dan vida y salvan, porque iluminan.
No me cansaré de decirlo, pero ¡qué maravillosa, qué impresionante la escena del Evangelio de ayer, del domingo! Es conmovedor volver a repasar por el corazón ese momento único en el que Jesús evita que unos «acusadores», acusen a una pobre mujer destrozada por su pecado, devolviéndole su dignidad y sus deseos de cambiar. Para contemplar límpidamente esta escena, debemos tirar nuestras piedras al piso, no se puede ver bien si tenemos las manos atadas y el corazón aferrado a algún deseo de apedrear a alguien que consideramos que se lo merece. ¡Imaginemos si todos debiéramos tirarnos piedras entre nosotros por los pecados que cometemos en la vida! ¡Imaginemos la cantidad de heridas que tendríamos, o que habríamos hecho a los otros, si nos diéramos el lujo de «hacer justicia» por mano propia, tirando piedras a los que no se comportan como Dios quiere! ¡Qué desastre! ¡Menos mal que Jesús evita y quiere evitarnos esa fea tarea de andar condenando a los otros! Que su Palabra nos transforme el corazón y nos ayude a comprender esta enseñanza que es la esencia de su mensaje.
En Algo del Evangelio de hoy nos dice Jesús a todos: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida». Yo soy el que te permite ver lo que al final de cuentas vale la pena ver. Vemos día a día miles de cosas. Nos creemos que vale la pena ver todo lo que se nos presenta por el camino, a veces andamos deseosos de ver y ver, pero en realidad vale la pena ver cuando vemos con los ojos del corazón, con ojos de fe y solo ve con fe aquel que se deja iluminar por el que nos da la fe, por Jesús, que es la luz. La fe nos permite ver a Jesús, pero al mismo tiempo Jesús nos da la fe porque él es luz y la fe es luz para la vida. Parece un trabalenguas, pero es así. En definitiva, todo nos viene de él, nosotros solo tenemos que pedir y pedir más fe. Pedir con fe tener más fe y creer que es verdad todo lo que nos enseña, que es verdad que dejarse iluminar por él es tener vida y que la vida que viene de Jesús cambia todo, y lo cambia en serio. Es así, creamos y confiemos.
Jesús es luz y nos da vida cuando nos levanta de nuestros pecados y no nos condena, cuando nos anima seguir caminando a pesar de nuestro pasado, cuando nos da fuerzas para perdonar lo que parecía imperdonable, cuando nos hace ver con otros ojos a ese que no podíamos ver, cuando nos ayuda a descubrir en lo peor lo mejor, cuando nos ayuda a creer que la muerte es solo un paso, que ya veremos algún día a nuestros seres queridos, cuando en medio del desastre nos hace ver casi sin querer un milagro oculto a los demás.
Es así, creamos, y sigamos a Jesús, sigámoslo mientras lo escuchamos, solo es cuestión de confiar y todo empieza a verse distinto, todo empieza a revivir, porque él es luz y la luz da vida.
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p. Rodrigo Aguilar
Es así, creamos, y sigamos a Jesús, sigámoslo mientras lo escuchamos, solo es cuestión de confiar y todo empieza a verse distinto, todo empieza a revivir, porque él es luz y la luz da vida.
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