Martes 17 de diciembre + Feria de adviento + 17 de diciembre + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 1-17
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham:
Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David.
David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia.
Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.
El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.
Palabra del Señor
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham:
Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David.
David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón, padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia.
Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo.
El total de las generaciones es, por lo tanto: desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones.
Palabra del Señor
Comentario a Mateo 1, 1-17:
Siempre digo lo mismo cuando leo este Evangelio, a veces lo podría cambiar, pero pienso lo mismo, que imagino la cara o los gestos mientras escuchan este Evangelio, mientras lo estás escuchando, tantos nombres, me imagino que te habrás distraído, te habrás olvidado casi todos los nombres. Habrás pensado muchas cosas, entre ellas, ¿por qué no?: ¿Para qué tantos nombres? ¿Para qué se habrá conservado este Evangelio con tantos nombres? ¿Qué sentido tiene leer y escuchar hoy este Evangelio? Puede ser que nos pase esto, no digo que siempre, puede ser que tengamos esta sensación, es normal. Es entendible, porque a la mentalidad de hoy, la de estos tiempos, parece no interesarle demasiado los antepasados, de hecho, muchos de nosotros por ahí no sabemos más allá de nuestros abuelos, por ahí ni sabemos el nombre de nuestros bisabuelos, como mucho nuestros bisabuelos.
Por eso, me parece que lo primero que tenemos que tener en cuenta es que, a lo difícil de la Palabra de Dios, la mejor salida no es escaparle, sino todo lo contrario, es animarse a preguntar, a aprender, a escuchar algo bueno, distinto, aunque choque con lo que pensamos. Muchas veces todos podemos caer en esto, incluso los sacerdotes. Cuando algo se pone difícil, movemos la cintura para acá y para allá y terminamos hablando de cualquier otra cosa, menos de la Palabra de Dios, como para evitar el trabajo. O están los otros que se meten en una exégesis interminable y aburrida que no dice nada al corazón de hoy y finalmente son racionalismo a la Palabra de Dios.
Lo segundo es que, si la Palabra de Dios se lee en este día de la Iglesia y si es Palabra de Dios, algo bueno tiene para decirme y eso nos tiene que animar a escuchar y conocer, sino al final no profundizamos y terminamos tocando de oído nuestra fe. La fe hay que conocerla, sin miedos, para saber dar razones de ella. La fe tiene que asumir todo, lo luminoso y lo oscuro, lo que nos gusta y nos disgusta, la gracia y el pecado, porque eso somos, así vivimos.
Y lo tercero, que pienso y tiene que ver con las otras dos, es que la Palabra de Dios es como una gran sinfonía, en donde se escuchan muchos instrumentos y se entrecruzan variadas melodías, y para que den un sonido armonioso y guste a los oídos, tiene que haber un director que la dirija y una clave de interpretación. La clave de interpretación de la gran sinfonía de la Palabra de Dios es Cristo, por supuesto, sin esa clave no se puede interpretar la partitura más bella que puede haber en la tierra. Ni siquiera el mejor director del mundo, el mejor biblista de la tierra, puede interpretar la Palabra de Dios sin Cristo. El director es la Iglesia, con sus enseñanzas de siglos, con su vida, con sus santos, con los que estudian y estudian la Palabra de Dios que a veces para nosotros parece incomprensible. Conclusión: dejemos que Jesús nos ayude a interpretar esta partitura maravillosa que es la Biblia y escuchemos a la Iglesia que como un gran director que hace que todos los músicos e instrumentos nos den un sonido agradable a los oídos del corazón.
Pero bueno, queda poco tiempo para interpretar o comentar Algo del Evangelio. ¿Qué podemos decir de la llamada genealogía con la cual Mateo empieza su Evangelio? Sin entrar en grandes explicaciones exegéticas, algunas cosas sencillas.
Mateo quiere respondernos, quiso responder en ese tiempo una pregunta fundamental: ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene? ¿De dónde salió este Jesús? Bueno, viene de Abraham y de David, Jesús es parte de nuestra historia, de la historia del pueblo de Israel, parte de la humanidad. Jesús es parte de un pueblo, es miembro de un pueblo. Es completamente humano. Por otro lado, dentro de esa genealogía hay hombres y mujeres pecadores, como vos y yo, como nosotros, incluso hay mujeres sin la fe de Israel.
Siempre digo lo mismo cuando leo este Evangelio, a veces lo podría cambiar, pero pienso lo mismo, que imagino la cara o los gestos mientras escuchan este Evangelio, mientras lo estás escuchando, tantos nombres, me imagino que te habrás distraído, te habrás olvidado casi todos los nombres. Habrás pensado muchas cosas, entre ellas, ¿por qué no?: ¿Para qué tantos nombres? ¿Para qué se habrá conservado este Evangelio con tantos nombres? ¿Qué sentido tiene leer y escuchar hoy este Evangelio? Puede ser que nos pase esto, no digo que siempre, puede ser que tengamos esta sensación, es normal. Es entendible, porque a la mentalidad de hoy, la de estos tiempos, parece no interesarle demasiado los antepasados, de hecho, muchos de nosotros por ahí no sabemos más allá de nuestros abuelos, por ahí ni sabemos el nombre de nuestros bisabuelos, como mucho nuestros bisabuelos.
Por eso, me parece que lo primero que tenemos que tener en cuenta es que, a lo difícil de la Palabra de Dios, la mejor salida no es escaparle, sino todo lo contrario, es animarse a preguntar, a aprender, a escuchar algo bueno, distinto, aunque choque con lo que pensamos. Muchas veces todos podemos caer en esto, incluso los sacerdotes. Cuando algo se pone difícil, movemos la cintura para acá y para allá y terminamos hablando de cualquier otra cosa, menos de la Palabra de Dios, como para evitar el trabajo. O están los otros que se meten en una exégesis interminable y aburrida que no dice nada al corazón de hoy y finalmente son racionalismo a la Palabra de Dios.
Lo segundo es que, si la Palabra de Dios se lee en este día de la Iglesia y si es Palabra de Dios, algo bueno tiene para decirme y eso nos tiene que animar a escuchar y conocer, sino al final no profundizamos y terminamos tocando de oído nuestra fe. La fe hay que conocerla, sin miedos, para saber dar razones de ella. La fe tiene que asumir todo, lo luminoso y lo oscuro, lo que nos gusta y nos disgusta, la gracia y el pecado, porque eso somos, así vivimos.
Y lo tercero, que pienso y tiene que ver con las otras dos, es que la Palabra de Dios es como una gran sinfonía, en donde se escuchan muchos instrumentos y se entrecruzan variadas melodías, y para que den un sonido armonioso y guste a los oídos, tiene que haber un director que la dirija y una clave de interpretación. La clave de interpretación de la gran sinfonía de la Palabra de Dios es Cristo, por supuesto, sin esa clave no se puede interpretar la partitura más bella que puede haber en la tierra. Ni siquiera el mejor director del mundo, el mejor biblista de la tierra, puede interpretar la Palabra de Dios sin Cristo. El director es la Iglesia, con sus enseñanzas de siglos, con su vida, con sus santos, con los que estudian y estudian la Palabra de Dios que a veces para nosotros parece incomprensible. Conclusión: dejemos que Jesús nos ayude a interpretar esta partitura maravillosa que es la Biblia y escuchemos a la Iglesia que como un gran director que hace que todos los músicos e instrumentos nos den un sonido agradable a los oídos del corazón.
Pero bueno, queda poco tiempo para interpretar o comentar Algo del Evangelio. ¿Qué podemos decir de la llamada genealogía con la cual Mateo empieza su Evangelio? Sin entrar en grandes explicaciones exegéticas, algunas cosas sencillas.
Mateo quiere respondernos, quiso responder en ese tiempo una pregunta fundamental: ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene? ¿De dónde salió este Jesús? Bueno, viene de Abraham y de David, Jesús es parte de nuestra historia, de la historia del pueblo de Israel, parte de la humanidad. Jesús es parte de un pueblo, es miembro de un pueblo. Es completamente humano. Por otro lado, dentro de esa genealogía hay hombres y mujeres pecadores, como vos y yo, como nosotros, incluso hay mujeres sin la fe de Israel.
Dios escribe derecho en renglones torcidos, utiliza cualquier medio para que se haga su voluntad finalmente, Él puede sacar lo mejor de aquellos lugares y corazones donde parece imposible, «porque donde estuvo el pecado sobreabundó la gracia».
Finalmente, la genealogía termina con una mujer, con María. La historia llega hasta Ella y a partir de Ella hay un nuevo comienzo y, además, un comienzo que no viene de ningún hombre, sino que es todo una nueva creación, fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Todo se dio de esa manera, el origen de Jesús se puede comprobar históricamente y dentro de una historia de debilidad, pero al mismo tiempo es un misterio que proviene del Cielo. ¿De qué nos puede servir esto para nuestra vida espiritual concreta? Bueno, algo muy lindo y sencillo, pero decisivo para nosotros.
Por un lado, ¿quién es Jesús para nosotros? ¿Quién es Jesús para vos?¿Es un simple personaje histórico más o es para vos un nuevo comienzo, una nueva creación que viene de la mano de María? ¿Cómo se manifiesta Jesús en nuestras vidas? ¿Creemos que incluso de lo más impuro o doloroso, puede salir la santidad, puede hacerse presente el amor de Dios? ¿Crees que aún en tu historia de pecado Jesús se manifiesta? Bueno, el mensaje maravilloso de hoy es que sí, él incluso puede hacernos nacer de nuevo, como en esta Navidad.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Finalmente, la genealogía termina con una mujer, con María. La historia llega hasta Ella y a partir de Ella hay un nuevo comienzo y, además, un comienzo que no viene de ningún hombre, sino que es todo una nueva creación, fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Todo se dio de esa manera, el origen de Jesús se puede comprobar históricamente y dentro de una historia de debilidad, pero al mismo tiempo es un misterio que proviene del Cielo. ¿De qué nos puede servir esto para nuestra vida espiritual concreta? Bueno, algo muy lindo y sencillo, pero decisivo para nosotros.
Por un lado, ¿quién es Jesús para nosotros? ¿Quién es Jesús para vos?¿Es un simple personaje histórico más o es para vos un nuevo comienzo, una nueva creación que viene de la mano de María? ¿Cómo se manifiesta Jesús en nuestras vidas? ¿Creemos que incluso de lo más impuro o doloroso, puede salir la santidad, puede hacerse presente el amor de Dios? ¿Crees que aún en tu historia de pecado Jesús se manifiesta? Bueno, el mensaje maravilloso de hoy es que sí, él incluso puede hacernos nacer de nuevo, como en esta Navidad.
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P. Rodrigo Aguilar
Miércoles 18 de diciembre + Feria de adviento + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 18-24
Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.
Palabra del Señor.
Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros».
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 1, 18-24:
Falta poco, ya estamos en la recta final, como decimos a veces, de nuestro camino a la celebración más tierna de nuestra fe. La propuesta en estos días es la de recibir, de algún modo, esta Palabra tan necesaria. Es la última semana del tiempo de espera, de recepción, de estar dispuestos más que a hacer muchas cosas, a recibir al Niño en nuestro corazón, en nuestros brazos.
¿Qué hacemos cuando un niño está por llegar a nuestras familias? Fundamentalmente, buscamos recibirlo, no hacemos otra cosa. Preparamos todo para que sea parte de la familia, todos estamos pendientes de él, todo gira en torno a ese niño que no habla y solamente se deja recibir. Nadie hace otra cosa que mirarlo a él, ¿y si pensamos algo así, pero para con Jesús? ¡Qué bien nos haría! Para ir generando esta actitud en nuestro corazón, te propongo que meditemos en esto: es Dios quien vino a tener una experiencia de amor con nosotros, es «Dios con nosotros». Así lo anunciaba el profeta Isaías, por supuesto que nosotros tenemos que estar con él, ¿no? Pero antes que nada, es reconocer que es «Dios con nosotros», eso es lo que hay que aceptar y recibir. Por supuesto, junto al niño que vendrá, aparece la figura de María y José. Por eso hoy escuchamos la llamada «anunciación» a José. Dios también tuvo que enviar a un ángel a José para que no tema, no huya de su plan, para que se deje sorprender, para que reciba a ese niño –aunque no era suyo–, para que lo adopte. Hasta que José no recibe en sueños esta invitación a animarse, a no temer, a confiar, a darse cuenta que Dios podía estar ahí, en esa situación tan difícil, no descubre que Dios estaba en esa situación que él consideró al principio confusa, no podía verlo, no entendía el plan de Dios; no podía ver el plan del Padre en esa sorpresa que lo entristeció seguramente –de María embarazada–, sin que él haya hecho nada.
No sabemos lo que habrá pasado por el corazón de José, pero si había decidido abandonar a María quiere decir, por supuesto, que no entendía lo que pasaba. Y, además, viendo que María estaba embarazada y que él no era el padre, había decidido abandonarla, porque las cosas no habían salido como él pensaba y deseaba, y la quería cuidar. Quería protegerla en medio de toda esa confusión, era difícil pensar que Dios podía estar detrás de todo eso, su mujer, con la que él se iba a casar, pero que todavía no convivía, estaba embarazada. ¿Era posible que Dios esté detrás de semejante noticia? ¿Qué habrá sentido José en su corazón? Por eso, Algo del Evangelio de hoy nos ayuda a preguntarnos: ¿cuántas veces pensamos que Dios no puede estar donde nosotros creemos que no tiene que estar?, ¿cuántas veces Dios en realidad está donde nosotros pensamos que jamás podría estar? Pensémoslo en lo de cada día. Pénsalo en algo que te pasó alguna vez, algo muy difícil. ¿Por qué nos pasa esto?, preguntemonos.
Porque nos equivocamos cuando somos nosotros los que queremos, por decirlo de alguna manera, fabricar las experiencias de Dios. Sin embargo, Dios nos sorprende siempre. Dios «se divierte» –irónicamente lo digo– sorprendiendo al hombre, calculador, matemático, temeroso y desconfiado.
Decimos a veces muy seguros: «Tuve una experiencia de Dios en esta situación, acá, allá, en tal retiro, en esta Navidad, ese día lo sentí... »; pero… ¿y si pensamos al revés? Porque es Dios el que ha venido a tener una experiencia con nosotros, entonces es él, el que elige en qué momento tener una experiencia con nosotros. Ahí nos cambia el panorama, porque yo no soy el que decido cuáles son los grandes momentos donde experimenté al buen Dios, sino que empiezo a ver que Dios está conmigo siempre, siempre, pase lo que pase. Porque él es Dios con nosotros y quiere estar siempre con nosotros, no solo cuando nosotros lo sentimos.
Falta poco, ya estamos en la recta final, como decimos a veces, de nuestro camino a la celebración más tierna de nuestra fe. La propuesta en estos días es la de recibir, de algún modo, esta Palabra tan necesaria. Es la última semana del tiempo de espera, de recepción, de estar dispuestos más que a hacer muchas cosas, a recibir al Niño en nuestro corazón, en nuestros brazos.
¿Qué hacemos cuando un niño está por llegar a nuestras familias? Fundamentalmente, buscamos recibirlo, no hacemos otra cosa. Preparamos todo para que sea parte de la familia, todos estamos pendientes de él, todo gira en torno a ese niño que no habla y solamente se deja recibir. Nadie hace otra cosa que mirarlo a él, ¿y si pensamos algo así, pero para con Jesús? ¡Qué bien nos haría! Para ir generando esta actitud en nuestro corazón, te propongo que meditemos en esto: es Dios quien vino a tener una experiencia de amor con nosotros, es «Dios con nosotros». Así lo anunciaba el profeta Isaías, por supuesto que nosotros tenemos que estar con él, ¿no? Pero antes que nada, es reconocer que es «Dios con nosotros», eso es lo que hay que aceptar y recibir. Por supuesto, junto al niño que vendrá, aparece la figura de María y José. Por eso hoy escuchamos la llamada «anunciación» a José. Dios también tuvo que enviar a un ángel a José para que no tema, no huya de su plan, para que se deje sorprender, para que reciba a ese niño –aunque no era suyo–, para que lo adopte. Hasta que José no recibe en sueños esta invitación a animarse, a no temer, a confiar, a darse cuenta que Dios podía estar ahí, en esa situación tan difícil, no descubre que Dios estaba en esa situación que él consideró al principio confusa, no podía verlo, no entendía el plan de Dios; no podía ver el plan del Padre en esa sorpresa que lo entristeció seguramente –de María embarazada–, sin que él haya hecho nada.
No sabemos lo que habrá pasado por el corazón de José, pero si había decidido abandonar a María quiere decir, por supuesto, que no entendía lo que pasaba. Y, además, viendo que María estaba embarazada y que él no era el padre, había decidido abandonarla, porque las cosas no habían salido como él pensaba y deseaba, y la quería cuidar. Quería protegerla en medio de toda esa confusión, era difícil pensar que Dios podía estar detrás de todo eso, su mujer, con la que él se iba a casar, pero que todavía no convivía, estaba embarazada. ¿Era posible que Dios esté detrás de semejante noticia? ¿Qué habrá sentido José en su corazón? Por eso, Algo del Evangelio de hoy nos ayuda a preguntarnos: ¿cuántas veces pensamos que Dios no puede estar donde nosotros creemos que no tiene que estar?, ¿cuántas veces Dios en realidad está donde nosotros pensamos que jamás podría estar? Pensémoslo en lo de cada día. Pénsalo en algo que te pasó alguna vez, algo muy difícil. ¿Por qué nos pasa esto?, preguntemonos.
Porque nos equivocamos cuando somos nosotros los que queremos, por decirlo de alguna manera, fabricar las experiencias de Dios. Sin embargo, Dios nos sorprende siempre. Dios «se divierte» –irónicamente lo digo– sorprendiendo al hombre, calculador, matemático, temeroso y desconfiado.
Decimos a veces muy seguros: «Tuve una experiencia de Dios en esta situación, acá, allá, en tal retiro, en esta Navidad, ese día lo sentí... »; pero… ¿y si pensamos al revés? Porque es Dios el que ha venido a tener una experiencia con nosotros, entonces es él, el que elige en qué momento tener una experiencia con nosotros. Ahí nos cambia el panorama, porque yo no soy el que decido cuáles son los grandes momentos donde experimenté al buen Dios, sino que empiezo a ver que Dios está conmigo siempre, siempre, pase lo que pase. Porque él es Dios con nosotros y quiere estar siempre con nosotros, no solo cuando nosotros lo sentimos.
Por ejemplo: está ahora en tu dolor porque se acerca la Navidad donde no vas a estar con aquel que vos querés, vos quisiste tanto; Dios está, aunque en esta Navidad esté enferma aquella persona que vos amas tanto; Dios está y estará en esta Navidad con vos aunque estés atormentado por algún pecado, por alguna debilidad que no podés dejar, aunque estés muerto de cansancio por este año que termina y no supiste parar; en esta Navidad, Dios estará con vos a pesar de que tu hijo está alejado de tu corazón y no te escucha o esté alejado de Dios y de la Iglesia. En estos días, mientras todo el mundo corre para comprar no sé qué, incluso nosotros también, él está siempre, pero sencillo y en lo oculto de un mundo alocado.
¡Dios está con nosotros! Esa es la certeza de la Navidad, esa es la certeza de la cercanía de esta fiesta que vamos a celebrar. No es la fiesta de armarme la experiencia de Dios a mi medida; no es la fiesta en donde yo armo mi experiencia de Dios, hago mi obra de caridad por acá o por allá para lograrlo, o intentamos encontrarlo a Dios; está bien que hagamos eso, pero Dios está más allá de la experiencia que yo intentó hacerme de él. Por eso tenemos que estar más atentos a recibir que a fabricar.
Bueno, Dios quiera que también nos pase como le pasó a José, que aunque quiso escaparse de la situación difícil que le tocaba enfrentar, en sueños recibió la ayuda y la certeza de que Dios estaba con él, con María. Dios quiera que así nos pase a nosotros también, no temamos, no temamos, recibir a las Marías y a los José que nos traen a Jesús a nuestro corazón, a Jesús nuestro Salvador.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
¡Dios está con nosotros! Esa es la certeza de la Navidad, esa es la certeza de la cercanía de esta fiesta que vamos a celebrar. No es la fiesta de armarme la experiencia de Dios a mi medida; no es la fiesta en donde yo armo mi experiencia de Dios, hago mi obra de caridad por acá o por allá para lograrlo, o intentamos encontrarlo a Dios; está bien que hagamos eso, pero Dios está más allá de la experiencia que yo intentó hacerme de él. Por eso tenemos que estar más atentos a recibir que a fabricar.
Bueno, Dios quiera que también nos pase como le pasó a José, que aunque quiso escaparse de la situación difícil que le tocaba enfrentar, en sueños recibió la ayuda y la certeza de que Dios estaba con él, con María. Dios quiera que así nos pase a nosotros también, no temamos, no temamos, recibir a las Marías y a los José que nos traen a Jesús a nuestro corazón, a Jesús nuestro Salvador.
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P. Rodrigo Aguilar
Jueves 19 de diciembre + Feria de Adviento + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 5-25
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada.
Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso.
Entonces se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto».
Pero Zacarías dijo al Ángel: « ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada».
El Ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo».
Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. El se expresaba por señas, porque se había quedado mudo.
Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. Ella pensaba: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres».
Palabra del Señor.
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor. Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad avanzada.
Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración, mientras se ofrecía el incienso.
Entonces se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto».
Pero Zacarías dijo al Ángel: « ¿Cómo puedo estar seguro de esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada».
El Ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo».
Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. El se expresaba por señas, porque se había quedado mudo.
Al cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante cinco meses. Ella pensaba: «Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres».
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 5-25:
Seguimos caminando juntos en esta última semana hacia el nacimiento de nuestro Dios, de este Dios tan particular. Un Dios que fue capaz de hacerse niño, un Dios Padre que envío a su Hijo al mundo para hacerse un bebé como nosotros, el «Dios con nosotros», el que vino a tener una experiencia de amor para con cada uno de nosotros. ¿Dónde se encuentra un Dios así? ¿Quién tiene un Dios como el nuestro? Solo Dios puede ser tan bueno, tan tierno. Es poco lo que puedo decir hoy, porque el Evangelio es un poquito largo, queda lugar para que la Palabra pueda hablar por sí misma, más que lo que yo pueda decir. Por eso prefiero solo animarte y animarme hoy, porque también lo necesito, a seguir repitiendo en estos días la necesidad de RECIBIR, de estar receptivos, de tener una actitud receptiva, más que la de hacer muchas cosas. Pedir la actitud de recibir al niño. Esta me parece que es la mejor forma de encarar estos días previos a la Navidad. No hacer mucho más que eso, en realidad creo que estos días de a poquito debemos ir callándonos, haciendo más silencio que otra cosa. No el silencio que proviene de la duda, de la desconfianza hacia Dios, como le pasó a Zacarías, en algo del Evangelio de hoy, sino todo contrario, un silencio maduro, un silencio que proviene de la fe, el que surge de considerar que todo lo que podamos decir a veces está demás cuando estamos ante el misterio, que todo lo que intentemos agregar a veces no hace más que «empañarlo» todo, oscurecer el misterio.
Intentemos hacer todos un poco esto, intentemos en estos días proponernos en serio frenar de corazón, dejar de correr, o bien antes de correr, antes de empezar el día o al terminarlo, ir acercándonos a un pesebre, al de tu parroquia, o al de tu casa para poder contemplar un poco más. Dios está con nosotros, aunque nosotros «no estemos a veces con él». Dios está en todos lados, aunque nosotros no nos demos cuenta. Dios se manifiesta en donde quiere y siempre, aunque nosotros intentemos que se manifieste a nuestro modo y en donde nosotros queremos.
Una vez haciendo un responso, el hijo del difunto, me acuerdo, muy agradecido por haber rezado junto a ellos, al final se me acercó para contarme que «ahora creía en Dios, que ahora creía en la vida eterna» al lado de su padre difunto. ¿Sabés en donde se le manifestó Dios? ¿Qué fue lo que hizo que empiece a creer así, como de golpe? ¿Qué pensás? Por supuesto no fueron mis palabras o mi presencia, no fue una clase de teología o de religión al lado del féretro… ¿Sabés qué fue? La mirada de su padre antes de morir, la mirada intensa, llena de amor de su padre al despedirse, al entregar su vida. Me dijo: «Padre, cuando mi papá me miró así, con ese amor tan intenso, yo me dije: Existe algo después de esta vida, Dios tiene que existir si hay tanto amor». Increíble, increíble. En realidad, muy creíble para los que creemos en que Dios es amor y donde hay amor, ahí está Dios. Este hombre llegó a percibirlo en su papá, en su última mirada. ¿Dónde pretendemos a veces nosotros encontrar a Dios? No busquemos en lugares extraños. En donde menos nos imaginamos, en lo más «normal» de la vida, ahí puede estar, ahí está. ¿Quién se hubiese imaginado que Dios se haría un niño indefenso y débil? Preparemos el corazón para saber recibirlo, de la forma que Él quiera, como Él quiera.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Seguimos caminando juntos en esta última semana hacia el nacimiento de nuestro Dios, de este Dios tan particular. Un Dios que fue capaz de hacerse niño, un Dios Padre que envío a su Hijo al mundo para hacerse un bebé como nosotros, el «Dios con nosotros», el que vino a tener una experiencia de amor para con cada uno de nosotros. ¿Dónde se encuentra un Dios así? ¿Quién tiene un Dios como el nuestro? Solo Dios puede ser tan bueno, tan tierno. Es poco lo que puedo decir hoy, porque el Evangelio es un poquito largo, queda lugar para que la Palabra pueda hablar por sí misma, más que lo que yo pueda decir. Por eso prefiero solo animarte y animarme hoy, porque también lo necesito, a seguir repitiendo en estos días la necesidad de RECIBIR, de estar receptivos, de tener una actitud receptiva, más que la de hacer muchas cosas. Pedir la actitud de recibir al niño. Esta me parece que es la mejor forma de encarar estos días previos a la Navidad. No hacer mucho más que eso, en realidad creo que estos días de a poquito debemos ir callándonos, haciendo más silencio que otra cosa. No el silencio que proviene de la duda, de la desconfianza hacia Dios, como le pasó a Zacarías, en algo del Evangelio de hoy, sino todo contrario, un silencio maduro, un silencio que proviene de la fe, el que surge de considerar que todo lo que podamos decir a veces está demás cuando estamos ante el misterio, que todo lo que intentemos agregar a veces no hace más que «empañarlo» todo, oscurecer el misterio.
Intentemos hacer todos un poco esto, intentemos en estos días proponernos en serio frenar de corazón, dejar de correr, o bien antes de correr, antes de empezar el día o al terminarlo, ir acercándonos a un pesebre, al de tu parroquia, o al de tu casa para poder contemplar un poco más. Dios está con nosotros, aunque nosotros «no estemos a veces con él». Dios está en todos lados, aunque nosotros no nos demos cuenta. Dios se manifiesta en donde quiere y siempre, aunque nosotros intentemos que se manifieste a nuestro modo y en donde nosotros queremos.
Una vez haciendo un responso, el hijo del difunto, me acuerdo, muy agradecido por haber rezado junto a ellos, al final se me acercó para contarme que «ahora creía en Dios, que ahora creía en la vida eterna» al lado de su padre difunto. ¿Sabés en donde se le manifestó Dios? ¿Qué fue lo que hizo que empiece a creer así, como de golpe? ¿Qué pensás? Por supuesto no fueron mis palabras o mi presencia, no fue una clase de teología o de religión al lado del féretro… ¿Sabés qué fue? La mirada de su padre antes de morir, la mirada intensa, llena de amor de su padre al despedirse, al entregar su vida. Me dijo: «Padre, cuando mi papá me miró así, con ese amor tan intenso, yo me dije: Existe algo después de esta vida, Dios tiene que existir si hay tanto amor». Increíble, increíble. En realidad, muy creíble para los que creemos en que Dios es amor y donde hay amor, ahí está Dios. Este hombre llegó a percibirlo en su papá, en su última mirada. ¿Dónde pretendemos a veces nosotros encontrar a Dios? No busquemos en lugares extraños. En donde menos nos imaginamos, en lo más «normal» de la vida, ahí puede estar, ahí está. ¿Quién se hubiese imaginado que Dios se haría un niño indefenso y débil? Preparemos el corazón para saber recibirlo, de la forma que Él quiera, como Él quiera.
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P. Rodrigo Aguilar
Viernes 20 de diciembre + Feria de adviento + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 26-38
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»
Y el Ángel se alejó.
Palabra del Señor.
En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.»
Y el Ángel se alejó.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 26-38:
Saber recibir bien a alguien, es todo un arte, por decirlo de alguna manera. Se recibe bien cuando se ama, cuando uno se interesa por el que viene. No es fácil ser un buen anfitrión. Es algo que nace del corazón, pero al mismo tiempo se puede aprender si uno experimentó el ser bien recibido. Recibir es algo así como una forma de vida que debemos ir aprendiendo en la medida que nos despojamos de a poco de esas pretensiones de ser nosotros mismos los artífices de nuestras vidas. El saber recibir implica un no pensar tanto en nosotros mismos sino en un estar atento a lo que necesitará el otro. Es lindo pensar y soñar con lo que al otro le haría bien de mi parte. Es como el camino inverso de lo que vamos haciendo a lo largo de la vida mientras nos vamos “haciendo adultos”. A medida que vamos creciendo deberíamos ir aprendiendo a dejar de ser servidos, como cuando éramos niños, para pensar en recibir a otros, que necesitan más que yo. Y la vida es así, una cadena de “recibimientos”, fuimos recibidos en un vientre materno, en unas manos de madre y padre, para darnos cuenta que Dios pretende lo mismo de nosotros para con Él y para con los demás. Es muy lindo imaginar la vida así, una “posta” de recibimientos.
Pero la dinámica de la vida sin querer nos puede llevar a otros rumbos. Sin embargo, Dios se hace niño, pequeño, necesitado de ser recibido en un lugar, en unos brazos, en un corazón y mientras tanto el hombre, vos y yo, vamos creyendo, e incluso nos sentimos orgullosos, de que en la medida en que no “necesitamos a nadie” es cuando se va haciendo adulto y maduro. Qué cosa rara esta vida. Qué camino extraño eligió nuestro Dios niño. Qué camino equivocado elegimos nosotros mismos a veces… creernos que ya no necesitamos ser recibidos por otros.
Ser cristiano es también saber recibir. Las dos cosas, recibir y ser recibidos. Quiero que me entiendas bien. No estoy diciendo que debemos andar por la vida sin hacer nada, pretendiendo recibir todo de todos y en todos lados. No, eso no. Me refiero a otra cosa. Jesús dijo que “hay más alegría en dar que en recibir”, pero para saber dar, para tener algo que dar, hay que haber sabido recibir de otros y seguir aprendiendo a recibir, especialmente a Dios, a Jesús.
A medida que se va acercando la Navidad, esto se va ir haciendo más claro. Acordate que tenemos que aflojar un poco estos días. Es necesario, es sagrado y hay que hacerse el tiempo. Se puede, podemos, hay que hacerse el tiempo y no poner excusas.
¿Qué significa saber recibir? Volvé a escuchar el evangelio de hoy. Miremos y escuchemos a María. Comparemos la actitud de María con la de Zacarías de ayer: “¿Cómo puedo estar seguro de esto?” dijo Zacarías. En cambio, ella contestó: “«¿Cómo puede ser eso’” ¿Te diste cuenta de la diferencia? Zacarías no cree, no confía, quiere seguridad porque no está preparado para recibir. En cambio, María da por sentado de que eso va a suceder, solo quiere saber cómo será. Una gran diferencia. Uno pregunta casi no queriendo recibir la sorpresa de Dios –que dicho sea de paso esperaba desde hace mucho – y la Virgencita, pregunta sabiendo que recibir algo de Dios es lo mejor que le puede pasar en su vida. Es lo mejor que nos puede pasar, recibir algo de Dios.
María supo recibir, es la Madre que recibe y recibe, para dar y dar. Por eso unos días antes del nacimiento de Jesús, en algo del evangelio de hoy, ya empezamos a escuchar y percibir su presencia, para que vayamos aprendiendo de ella. Para que podamos pedirle todos y por todos. ¡Qué se cumpla en nosotros los que el Padre quiera! ¡Qué no seamos nosotros los constructores soberbios de nuestras vidas! ¡Qué en esta Navidad nos demos cuenta que Dios está con nosotros, que Dios anda con nosotros! ¡Qué como María sepamos recibir, ser hombres y mujeres capaces de recibir presencias que manifiesten el amor de Dios! Te dejo un silencio para que puedas pedir lo que prefieras, para que hagas el silencio necesario, el silencio que necesitamos para recibir algo distinto.
Saber recibir bien a alguien, es todo un arte, por decirlo de alguna manera. Se recibe bien cuando se ama, cuando uno se interesa por el que viene. No es fácil ser un buen anfitrión. Es algo que nace del corazón, pero al mismo tiempo se puede aprender si uno experimentó el ser bien recibido. Recibir es algo así como una forma de vida que debemos ir aprendiendo en la medida que nos despojamos de a poco de esas pretensiones de ser nosotros mismos los artífices de nuestras vidas. El saber recibir implica un no pensar tanto en nosotros mismos sino en un estar atento a lo que necesitará el otro. Es lindo pensar y soñar con lo que al otro le haría bien de mi parte. Es como el camino inverso de lo que vamos haciendo a lo largo de la vida mientras nos vamos “haciendo adultos”. A medida que vamos creciendo deberíamos ir aprendiendo a dejar de ser servidos, como cuando éramos niños, para pensar en recibir a otros, que necesitan más que yo. Y la vida es así, una cadena de “recibimientos”, fuimos recibidos en un vientre materno, en unas manos de madre y padre, para darnos cuenta que Dios pretende lo mismo de nosotros para con Él y para con los demás. Es muy lindo imaginar la vida así, una “posta” de recibimientos.
Pero la dinámica de la vida sin querer nos puede llevar a otros rumbos. Sin embargo, Dios se hace niño, pequeño, necesitado de ser recibido en un lugar, en unos brazos, en un corazón y mientras tanto el hombre, vos y yo, vamos creyendo, e incluso nos sentimos orgullosos, de que en la medida en que no “necesitamos a nadie” es cuando se va haciendo adulto y maduro. Qué cosa rara esta vida. Qué camino extraño eligió nuestro Dios niño. Qué camino equivocado elegimos nosotros mismos a veces… creernos que ya no necesitamos ser recibidos por otros.
Ser cristiano es también saber recibir. Las dos cosas, recibir y ser recibidos. Quiero que me entiendas bien. No estoy diciendo que debemos andar por la vida sin hacer nada, pretendiendo recibir todo de todos y en todos lados. No, eso no. Me refiero a otra cosa. Jesús dijo que “hay más alegría en dar que en recibir”, pero para saber dar, para tener algo que dar, hay que haber sabido recibir de otros y seguir aprendiendo a recibir, especialmente a Dios, a Jesús.
A medida que se va acercando la Navidad, esto se va ir haciendo más claro. Acordate que tenemos que aflojar un poco estos días. Es necesario, es sagrado y hay que hacerse el tiempo. Se puede, podemos, hay que hacerse el tiempo y no poner excusas.
¿Qué significa saber recibir? Volvé a escuchar el evangelio de hoy. Miremos y escuchemos a María. Comparemos la actitud de María con la de Zacarías de ayer: “¿Cómo puedo estar seguro de esto?” dijo Zacarías. En cambio, ella contestó: “«¿Cómo puede ser eso’” ¿Te diste cuenta de la diferencia? Zacarías no cree, no confía, quiere seguridad porque no está preparado para recibir. En cambio, María da por sentado de que eso va a suceder, solo quiere saber cómo será. Una gran diferencia. Uno pregunta casi no queriendo recibir la sorpresa de Dios –que dicho sea de paso esperaba desde hace mucho – y la Virgencita, pregunta sabiendo que recibir algo de Dios es lo mejor que le puede pasar en su vida. Es lo mejor que nos puede pasar, recibir algo de Dios.
María supo recibir, es la Madre que recibe y recibe, para dar y dar. Por eso unos días antes del nacimiento de Jesús, en algo del evangelio de hoy, ya empezamos a escuchar y percibir su presencia, para que vayamos aprendiendo de ella. Para que podamos pedirle todos y por todos. ¡Qué se cumpla en nosotros los que el Padre quiera! ¡Qué no seamos nosotros los constructores soberbios de nuestras vidas! ¡Qué en esta Navidad nos demos cuenta que Dios está con nosotros, que Dios anda con nosotros! ¡Qué como María sepamos recibir, ser hombres y mujeres capaces de recibir presencias que manifiesten el amor de Dios! Te dejo un silencio para que puedas pedir lo que prefieras, para que hagas el silencio necesario, el silencio que necesitamos para recibir algo distinto.
Acordate de que “no hay nada imposible para Dios”, para aquel que sabe darse cuenta y cree, que siempre es necesario volver a recibir.
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P. Rodrigo Aguilar
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P. Rodrigo Aguilar