Comentario a Mateo 4, 12-17. 23-25:
El niño Jesús nació para manifestarse, para santificar todo lo que tocó con su vida, para santificar tu vida y la mía, para hacerla sagrada. Por eso se mostró a todos, por eso se dejó encontrar por los sabios de Oriente, para enseñarnos que su amor no es exclusividad de algunos. Pero al mismo tiempo, se nos manifestó para ayudarnos a cambiar, a transformar nuestros corazones, para poder pasar de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la mediocridad a la entrega, y así podríamos seguir.
Podemos reflexionar desde Algo del evangelio de hoy sobre la palabra cambiar, convertirse. Todo cambia a nuestro alrededor y en nuestro interior. Todo pasa, todo se muda, todo se transforma. ¿Quién puede negar eso? Por supuesto que hay muchas cosas que permanecen, que se mantienen en su esencia y nunca cambiarán, y está bien que así sea. Que todo cambie no quiere decir que todo da lo mismo, como muchas veces se quiere enseñar hoy para justificar cualquier cosa. Que todo cambie no significa «relativismo» –o sea que no hay verdad–, «cualquierismo» dicho en criollo, aunque a algunos les guste vivir así. Que todo cambie no implica que continuamente debemos estar a tiro de la moda. Sin embargo, no podemos negar esta realidad, que muchas veces nos pasa por encima, por decirlo de algún modo. De hecho, nosotros mismos vamos cambiando, vamos creciendo, desarrollándonos. Si miramos para atrás en nuestras vidas, podemos decir que somos los mismos, pero que al mismo tiempo no somos iguales. Fuimos cambiado, a veces para bien, en algunos aspectos, otras veces no tanto. Pero cambiamos, en nuestro modo de ser, en nuestros pensamientos y fundamentalmente también en nuestro cuerpo.
Y si en una época por ahí se vio, o incluso se puede seguir viendo hoy para algunos, como un valor el «no cambiar», el permanecer siempre igual, el hacer siempre lo mismo y de la misma manera, el ser estrictos y metódicos, el ser ordenados y estructurados, el no mostrarse débil; en definitiva, el «no cambiar», hoy podemos decir lo contrario. Se ve de modo más positivo, a veces exacerbadamente, es verdad. Parece ser que solo el que cambia y se adapta, puede subsistir en este mundo en el que todo cambia. Las personas que cambian parecen ser las más exitosas, las más reconocidas, se dice por ahí. Ahora… ¿Y nosotros los cristianos? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Nos mantenemos o cambiamos? ¿Hacia dónde vamos? En la Iglesia siempre también hay tensiones, es lógico y sano que así sea. Sería de necios negarlo. Hubo siempre y habrá confusiones en estos temas. Desde el principio las hubo y las seguirá habiendo. Algunos pregonan los cambios por el solo hecho de cambiar y otros se amarran al pasado por miedo a cambiar pensando que todo «se vendrá abajo». ¿Qué hacemos entonces? La respuesta a todos estos temas, aunque a simple vista no parezca, está, como siempre, en mirarlo a Jesús. Siempre debemos mirar y escuchar a Jesús, porque cuando dejamos de hacerlo es cuando resolvemos mal estas tensiones, tiramos más de un lado que para el otro. Hay que ver y meditar lo que él hizo o dejó de hacer. Para eso cada día escuchamos y rezamos con la Palabra de Dios, para aprender de él el mejor camino, porque él es el Camino, la Verdad y la Vida.
¿Qué tiene que ver todo esto con la Palabra de Dios de hoy? Lo digo porque Jesús invitó al cambio, nos animó a cambiar diciendo «conviértanse», que significa también cambien de mentalidad. ¿Jesús qué hizo? Nunca dejó de ser lo que era, pero sin embargo cambió por nosotros y ayudó a cambiar a otros. Se hizo hombre sin dejar de ser Dios, y fue Dios sin dejar de ser hombre. Todo un cambio para él y para nosotros.
¿Cómo se resuelven las tensiones de esta vida, las tensiones de la fe, de la espiritualidad? Aprendiendo de Jesús, que cambió por amor y no por eso dejó de ser lo que era, como magistralmente lo decía san Pablo: «Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente.
El niño Jesús nació para manifestarse, para santificar todo lo que tocó con su vida, para santificar tu vida y la mía, para hacerla sagrada. Por eso se mostró a todos, por eso se dejó encontrar por los sabios de Oriente, para enseñarnos que su amor no es exclusividad de algunos. Pero al mismo tiempo, se nos manifestó para ayudarnos a cambiar, a transformar nuestros corazones, para poder pasar de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la mediocridad a la entrega, y así podríamos seguir.
Podemos reflexionar desde Algo del evangelio de hoy sobre la palabra cambiar, convertirse. Todo cambia a nuestro alrededor y en nuestro interior. Todo pasa, todo se muda, todo se transforma. ¿Quién puede negar eso? Por supuesto que hay muchas cosas que permanecen, que se mantienen en su esencia y nunca cambiarán, y está bien que así sea. Que todo cambie no quiere decir que todo da lo mismo, como muchas veces se quiere enseñar hoy para justificar cualquier cosa. Que todo cambie no significa «relativismo» –o sea que no hay verdad–, «cualquierismo» dicho en criollo, aunque a algunos les guste vivir así. Que todo cambie no implica que continuamente debemos estar a tiro de la moda. Sin embargo, no podemos negar esta realidad, que muchas veces nos pasa por encima, por decirlo de algún modo. De hecho, nosotros mismos vamos cambiando, vamos creciendo, desarrollándonos. Si miramos para atrás en nuestras vidas, podemos decir que somos los mismos, pero que al mismo tiempo no somos iguales. Fuimos cambiado, a veces para bien, en algunos aspectos, otras veces no tanto. Pero cambiamos, en nuestro modo de ser, en nuestros pensamientos y fundamentalmente también en nuestro cuerpo.
Y si en una época por ahí se vio, o incluso se puede seguir viendo hoy para algunos, como un valor el «no cambiar», el permanecer siempre igual, el hacer siempre lo mismo y de la misma manera, el ser estrictos y metódicos, el ser ordenados y estructurados, el no mostrarse débil; en definitiva, el «no cambiar», hoy podemos decir lo contrario. Se ve de modo más positivo, a veces exacerbadamente, es verdad. Parece ser que solo el que cambia y se adapta, puede subsistir en este mundo en el que todo cambia. Las personas que cambian parecen ser las más exitosas, las más reconocidas, se dice por ahí. Ahora… ¿Y nosotros los cristianos? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Nos mantenemos o cambiamos? ¿Hacia dónde vamos? En la Iglesia siempre también hay tensiones, es lógico y sano que así sea. Sería de necios negarlo. Hubo siempre y habrá confusiones en estos temas. Desde el principio las hubo y las seguirá habiendo. Algunos pregonan los cambios por el solo hecho de cambiar y otros se amarran al pasado por miedo a cambiar pensando que todo «se vendrá abajo». ¿Qué hacemos entonces? La respuesta a todos estos temas, aunque a simple vista no parezca, está, como siempre, en mirarlo a Jesús. Siempre debemos mirar y escuchar a Jesús, porque cuando dejamos de hacerlo es cuando resolvemos mal estas tensiones, tiramos más de un lado que para el otro. Hay que ver y meditar lo que él hizo o dejó de hacer. Para eso cada día escuchamos y rezamos con la Palabra de Dios, para aprender de él el mejor camino, porque él es el Camino, la Verdad y la Vida.
¿Qué tiene que ver todo esto con la Palabra de Dios de hoy? Lo digo porque Jesús invitó al cambio, nos animó a cambiar diciendo «conviértanse», que significa también cambien de mentalidad. ¿Jesús qué hizo? Nunca dejó de ser lo que era, pero sin embargo cambió por nosotros y ayudó a cambiar a otros. Se hizo hombre sin dejar de ser Dios, y fue Dios sin dejar de ser hombre. Todo un cambio para él y para nosotros.
¿Cómo se resuelven las tensiones de esta vida, las tensiones de la fe, de la espiritualidad? Aprendiendo de Jesús, que cambió por amor y no por eso dejó de ser lo que era, como magistralmente lo decía san Pablo: «Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente.
Al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”».
Pidámosle a Jesús que, con sus cambios, que cambió a otros, nos ayude a cambiar a nosotros, descubriendo lo que realmente somos, pero animándonos a dar pasos de santidad, pasos de amor, de entrega. Dios es así, Jesús lo vivió así, aunque parezca contradictorio. Y nosotros… ¿qué queremos hacer? ¿Nos animamos a cambiar por amor?
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Pidámosle a Jesús que, con sus cambios, que cambió a otros, nos ayude a cambiar a nosotros, descubriendo lo que realmente somos, pero animándonos a dar pasos de santidad, pasos de amor, de entrega. Dios es así, Jesús lo vivió así, aunque parezca contradictorio. Y nosotros… ¿qué queremos hacer? ¿Nos animamos a cambiar por amor?
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Miércoles 8 de enero + Feria de Navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 34-44
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer.»
El respondió: «Denles de comer ustedes mismos.»
Ellos le dijeron: «Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos.»
Jesús preguntó: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver.»
Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados.»
Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.
Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente.
Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Palabra del Señor.
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.
Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer.»
El respondió: «Denles de comer ustedes mismos.»
Ellos le dijeron: «Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos.»
Jesús preguntó: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver.»
Después de averiguarlo, dijeron: «Cinco panes y dos pescados.»
Él les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.
Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente.
Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 6, 34-44:
Volver a mirar al cielo cada tanto cuando empezamos a meditar la Palabra de Dios, volver a concentrarnos en lo que escuchamos, volver a tener un signo que nos ayude a rezar mejor –como una cruz, como una vela encendida, una imagen–, muchas veces son como «condimentos» que nos hacen muy bien para poder rezar realmente con la Palabra de Dios. Eso es lo que buscamos: rezar, escuchar, poder dialogar, poder decirle algo a partir de esa Palabra que quedó para siempre en nuestras manos y en los corazones de cada creyente.
Por eso, te propongo hoy que, escuchando el milagro de Jesús de la multiplicación de los panes, puedas hacer este ejercicio, volver a mirar al cielo, volver a mirar tu imagen más querida, volver a mirar de alguna manera algo que te ayude a transportarte a ese lugar.
En Algo del evangelio de hoy hay un detalle importante que aparece también en otros milagros, y es que Jesús les pide a los discípulos que de algún modo se hagan cargo de la situación: «Traigan ustedes los panes y denles de comer. Denles de comer ustedes mismos». Que ellos mismos, los discípulos, nosotros les demos de comer. En verdad él sabía que no podían. Sabía que para ellos era imposible, que ellos no iban a multiplicar los panes, ni siquiera saben compartir lo que tienen. Sin embargo, Jesús los anima a que ellos se hagan cargo de la situación. ¡Qué gran misterio!, el todopoderoso haciéndonos partícipes de su amor.
Él se compadece de nosotros, de toda la humanidad y por eso vino a hacerse hombre, para saciarnos, para darnos el alimento que necesitamos para vivir y que es, justamente, él mismo. Sin embargo, por otro lado, también quiere que nos hagamos cargo de la historia, quiere que nos hagamos cargo de la compasión que necesita el mundo y que muchas veces no hay quien pueda darla. Por eso, les pide que pongan algo, nos pide que pongamos algo de nosotros. Les pide que pongan los cinco panes y los dos pescados que tenían. Es el milagro –de alguna manera– compartido y para compartir, es el milagro de la sobreabundancia del amor de Jesús, que al mismo tiempo necesita de la ayuda de sus discípulos para llegar a todos. Necesita de vos y de mí para poder llegar a todo el mundo. Necesita de nosotros para alcanzar ese pan que saciará a miles y que sació a miles a lo largo de la historia.
Es el milagro del amor, es el milagro de cada Misa: un poco de pan y de vino que se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Jesús para todos los que quieran comer y beber. «Tomen y coman». Jesús sigue alimentando en cada Misa a miles y miles en todas partes del mundo, en todo lugar. La Misa es, de algún modo, la actualización de este milagro de la multiplicación de los panes. Pero no solamente es el milagro de que se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino también es el milagro de la Palabra que sale de la boca de Dios en cada predicación, en cada testimonio y que después se transforma en miles corazones alcanzados. Es el milagro que quiere hacer Jesús todos los días con nuestros cinco panes y dos pescados, con ese «poquito» que tenemos para poder hacer algo más grande. Por eso, tu pizca, tu poquito de amor, tu poquito de voluntad para ayudar a otros y descubrir que solo el amor verdadero, el amor de Jesús sacia el corazón del hombre, es lo que necesitamos para que él haga lo demás. Y esto no es simplemente una poesía, es realidad. Jesús misteriosamente nos eligió a nosotros para multiplicar su Cuerpo, para que alimentándonos de su Cuerpo nosotros podamos ser alimento para otros; multiplicar su alimento para multiplicarse él mismo, pero a través de nosotros.
Entonces preguntémonos hoy si nosotros vamos a poner nuestros cinco panes y dos pescados o si nosotros hoy vamos a poner algo para poder hacer que esto llegue a otros, con nuestra propia vida, con nuestro aporte a la evangelización. La Palabra de Dios se multiplica y sacia a miles de personas: a los que están cerca, a los que no están tan cerca, a los que están más o menos, a los que están alejados.
Volver a mirar al cielo cada tanto cuando empezamos a meditar la Palabra de Dios, volver a concentrarnos en lo que escuchamos, volver a tener un signo que nos ayude a rezar mejor –como una cruz, como una vela encendida, una imagen–, muchas veces son como «condimentos» que nos hacen muy bien para poder rezar realmente con la Palabra de Dios. Eso es lo que buscamos: rezar, escuchar, poder dialogar, poder decirle algo a partir de esa Palabra que quedó para siempre en nuestras manos y en los corazones de cada creyente.
Por eso, te propongo hoy que, escuchando el milagro de Jesús de la multiplicación de los panes, puedas hacer este ejercicio, volver a mirar al cielo, volver a mirar tu imagen más querida, volver a mirar de alguna manera algo que te ayude a transportarte a ese lugar.
En Algo del evangelio de hoy hay un detalle importante que aparece también en otros milagros, y es que Jesús les pide a los discípulos que de algún modo se hagan cargo de la situación: «Traigan ustedes los panes y denles de comer. Denles de comer ustedes mismos». Que ellos mismos, los discípulos, nosotros les demos de comer. En verdad él sabía que no podían. Sabía que para ellos era imposible, que ellos no iban a multiplicar los panes, ni siquiera saben compartir lo que tienen. Sin embargo, Jesús los anima a que ellos se hagan cargo de la situación. ¡Qué gran misterio!, el todopoderoso haciéndonos partícipes de su amor.
Él se compadece de nosotros, de toda la humanidad y por eso vino a hacerse hombre, para saciarnos, para darnos el alimento que necesitamos para vivir y que es, justamente, él mismo. Sin embargo, por otro lado, también quiere que nos hagamos cargo de la historia, quiere que nos hagamos cargo de la compasión que necesita el mundo y que muchas veces no hay quien pueda darla. Por eso, les pide que pongan algo, nos pide que pongamos algo de nosotros. Les pide que pongan los cinco panes y los dos pescados que tenían. Es el milagro –de alguna manera– compartido y para compartir, es el milagro de la sobreabundancia del amor de Jesús, que al mismo tiempo necesita de la ayuda de sus discípulos para llegar a todos. Necesita de vos y de mí para poder llegar a todo el mundo. Necesita de nosotros para alcanzar ese pan que saciará a miles y que sació a miles a lo largo de la historia.
Es el milagro del amor, es el milagro de cada Misa: un poco de pan y de vino que se transforman en el Cuerpo y la Sangre de Jesús para todos los que quieran comer y beber. «Tomen y coman». Jesús sigue alimentando en cada Misa a miles y miles en todas partes del mundo, en todo lugar. La Misa es, de algún modo, la actualización de este milagro de la multiplicación de los panes. Pero no solamente es el milagro de que se convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino también es el milagro de la Palabra que sale de la boca de Dios en cada predicación, en cada testimonio y que después se transforma en miles corazones alcanzados. Es el milagro que quiere hacer Jesús todos los días con nuestros cinco panes y dos pescados, con ese «poquito» que tenemos para poder hacer algo más grande. Por eso, tu pizca, tu poquito de amor, tu poquito de voluntad para ayudar a otros y descubrir que solo el amor verdadero, el amor de Jesús sacia el corazón del hombre, es lo que necesitamos para que él haga lo demás. Y esto no es simplemente una poesía, es realidad. Jesús misteriosamente nos eligió a nosotros para multiplicar su Cuerpo, para que alimentándonos de su Cuerpo nosotros podamos ser alimento para otros; multiplicar su alimento para multiplicarse él mismo, pero a través de nosotros.
Entonces preguntémonos hoy si nosotros vamos a poner nuestros cinco panes y dos pescados o si nosotros hoy vamos a poner algo para poder hacer que esto llegue a otros, con nuestra propia vida, con nuestro aporte a la evangelización. La Palabra de Dios se multiplica y sacia a miles de personas: a los que están cerca, a los que no están tan cerca, a los que están más o menos, a los que están alejados.
Dios quiera, y quiere, que hoy pongamos nuestros cinco panes y dos pescados para poder saciar el hambre de otros y que también nosotros seamos saciados al alimentar a los demás.
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P. Rodrigo Aguilar
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Jueves 9 de enero + Feria de Navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 45-52
Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.» Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó.
Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
Palabra del Señor.
Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.» Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó.
Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 6, 45-52:
Ya estamos llegando al final del tiempo de Navidad, este tiempo tan lindo en el que intentamos descubrir y admirarnos del Dios con nosotros, de ese niño que nació para darnos todo, por amor. En breve, empezaremos el tiempo llamado ordinario, el tiempo común de la Iglesia, donde empezaremos a meditar la vida pública de Jesús.
La Iglesia nos regala hoy un evangelio para meditar qué es lo que el Señor nos quiere enseñar, contemplar un poco el modo de actuar del Señor para poder llevarlo a nuestra vida. Si uno se pone a pensar, en la Palabra de Dios, no hay relatados muchos episodios en donde se muestra a Jesús navegando con sus discípulos en el mar –por decir así–, descansando, contemplando la naturaleza, donde diga que los discípulos estaban remando y que Jesús estaba con ellos disfrutando. Y uno puede pensar: «¿Será que no pasó nunca? ¿O pasó y no está contado?» Yo creo que es lindo pensar que sí, pasó. En tres años de vida pública, de amistad junto con sus discípulos, habrá habido un montón de momentos en los que seguramente disfrutaron de este mar de Galilea navegando, aunque siempre lo hicieron mientras Jesús iba de acá para allá trabajando. Pero, ¿y entonces por qué no está contado? Porque en el evangelio están contados los episodios de la vida de Jesús que nos quieren ayudar a experimentar y asimilar la salvación de Dios, a experimentar la salvación que Jesús vino a traernos; por eso, están contados estos momentos en los cuales el Señor aparece como para tranquilizar, aparece en momentos de tormenta. Él aparece en momentos en los que los discípulos están remando.
Entonces, por un lado, creo que hay que pensar eso, que la vida no es siempre esto. La vida no es siempre penosa o remar y remar y no sentir nada de Dios, no sentirlo al mismo Jesús. Pero, por otro lado, tenemos que pensar que está contado justamente para tranquilizarnos y ayudarnos en los momentos en los que sí nos pasa eso, porque parte de nuestra vida es así.
Y bueno, pensemos, y te propongo, en tres cosas de Algo del evangelio de hoy.
Primero, ver cómo Jesús obliga a los discípulos a mandarse solos, diríamos. Jesús los obliga a que se adelanten. Él a veces «nos obliga a andar solos», aunque siempre estamos acompañados con otros hermanos, con otros discípulos. Nos manda solos al mar de este mundo para que aprendamos también a manejarnos, para que aprendamos también a confiar, a remar –a remar contra el viento en contra que tenemos–, pero siempre sabiendo que nunca deja de estar a nuestro lado, aunque a veces parece que no lo estaba, aunque a veces no lo sintamos. Y esto es lo segundo, este mundo muchas veces se nos vuelve en contra. Tantas cosas que se nos vuelven en contra: nuestras propias debilidades, nuestros propios pecados que arrastramos –y parece que remamos y remamos y no avanzamos–, las mismas cosas del mundo que se nos presentan como atrayentes y nos hacen pensar que es lo más fácil, nuestra propia familia, nuestros propios dolores, tristezas, problemas, la falta de salud, de trabajo y tantas cosas más. Tantas cosas que se nos vuelven en contra. Bueno, muchas veces tenemos que remar en contra, y se nos vuelve muy difícil y penoso. Y eso nos pasa a todos. No estamos solos. Aunque pensemos que estamos solos en la barca, siempre tenemos que tener la certeza de que estamos con alguien.
Jesús mandó a los discípulos en grupo. Siempre tenemos a alguien para ayudarnos a remar. Siempre tenés a alguien de tu familia, siempre tenés algún amigo, siempre algún sacerdote conocido. Siempre tenés alguien que podés mirar y que está remando con vos. No pienses nunca que estás solo. Jesús «nos obliga» a andar solos, a remar solos para que aprendamos, para que maduremos; pero, en realidad, tengamos la certeza de que nunca remamos solos.
Y lo último, lo tercero, Jesús aparece solo, y solo para calmarnos, solo para tranquilizarnos, para hacernos perder el temor. Él se aleja, pero para que nos demos cuenta de que siempre está. De alguna manera se esconde, se hace como un fantasma, pero en el fondo él siempre está.
Ya estamos llegando al final del tiempo de Navidad, este tiempo tan lindo en el que intentamos descubrir y admirarnos del Dios con nosotros, de ese niño que nació para darnos todo, por amor. En breve, empezaremos el tiempo llamado ordinario, el tiempo común de la Iglesia, donde empezaremos a meditar la vida pública de Jesús.
La Iglesia nos regala hoy un evangelio para meditar qué es lo que el Señor nos quiere enseñar, contemplar un poco el modo de actuar del Señor para poder llevarlo a nuestra vida. Si uno se pone a pensar, en la Palabra de Dios, no hay relatados muchos episodios en donde se muestra a Jesús navegando con sus discípulos en el mar –por decir así–, descansando, contemplando la naturaleza, donde diga que los discípulos estaban remando y que Jesús estaba con ellos disfrutando. Y uno puede pensar: «¿Será que no pasó nunca? ¿O pasó y no está contado?» Yo creo que es lindo pensar que sí, pasó. En tres años de vida pública, de amistad junto con sus discípulos, habrá habido un montón de momentos en los que seguramente disfrutaron de este mar de Galilea navegando, aunque siempre lo hicieron mientras Jesús iba de acá para allá trabajando. Pero, ¿y entonces por qué no está contado? Porque en el evangelio están contados los episodios de la vida de Jesús que nos quieren ayudar a experimentar y asimilar la salvación de Dios, a experimentar la salvación que Jesús vino a traernos; por eso, están contados estos momentos en los cuales el Señor aparece como para tranquilizar, aparece en momentos de tormenta. Él aparece en momentos en los que los discípulos están remando.
Entonces, por un lado, creo que hay que pensar eso, que la vida no es siempre esto. La vida no es siempre penosa o remar y remar y no sentir nada de Dios, no sentirlo al mismo Jesús. Pero, por otro lado, tenemos que pensar que está contado justamente para tranquilizarnos y ayudarnos en los momentos en los que sí nos pasa eso, porque parte de nuestra vida es así.
Y bueno, pensemos, y te propongo, en tres cosas de Algo del evangelio de hoy.
Primero, ver cómo Jesús obliga a los discípulos a mandarse solos, diríamos. Jesús los obliga a que se adelanten. Él a veces «nos obliga a andar solos», aunque siempre estamos acompañados con otros hermanos, con otros discípulos. Nos manda solos al mar de este mundo para que aprendamos también a manejarnos, para que aprendamos también a confiar, a remar –a remar contra el viento en contra que tenemos–, pero siempre sabiendo que nunca deja de estar a nuestro lado, aunque a veces parece que no lo estaba, aunque a veces no lo sintamos. Y esto es lo segundo, este mundo muchas veces se nos vuelve en contra. Tantas cosas que se nos vuelven en contra: nuestras propias debilidades, nuestros propios pecados que arrastramos –y parece que remamos y remamos y no avanzamos–, las mismas cosas del mundo que se nos presentan como atrayentes y nos hacen pensar que es lo más fácil, nuestra propia familia, nuestros propios dolores, tristezas, problemas, la falta de salud, de trabajo y tantas cosas más. Tantas cosas que se nos vuelven en contra. Bueno, muchas veces tenemos que remar en contra, y se nos vuelve muy difícil y penoso. Y eso nos pasa a todos. No estamos solos. Aunque pensemos que estamos solos en la barca, siempre tenemos que tener la certeza de que estamos con alguien.
Jesús mandó a los discípulos en grupo. Siempre tenemos a alguien para ayudarnos a remar. Siempre tenés a alguien de tu familia, siempre tenés algún amigo, siempre algún sacerdote conocido. Siempre tenés alguien que podés mirar y que está remando con vos. No pienses nunca que estás solo. Jesús «nos obliga» a andar solos, a remar solos para que aprendamos, para que maduremos; pero, en realidad, tengamos la certeza de que nunca remamos solos.
Y lo último, lo tercero, Jesús aparece solo, y solo para calmarnos, solo para tranquilizarnos, para hacernos perder el temor. Él se aleja, pero para que nos demos cuenta de que siempre está. De alguna manera se esconde, se hace como un fantasma, pero en el fondo él siempre está.
«Tranquilícense, soy yo; no temas». Él está siempre. Mirá a tu alrededor. Parece que cuando remás estás solo, pero levantá la cabeza que tenés a alguien que te quiere ayudar, y por supuesto tenés a Jesús, que se sube a la barca de tu vida, de nuestra vida, a la barca de la Iglesia, a la barca de lo que te está pasando para tranquilizarte. Si estás así, mirá a tu alrededor que vas a ver que siempre hay una posibilidad para pedir ayuda.
Que el Señor hoy nos consuele, que nos ayude a seguir remando y nos ayude a seguir caminando en las dificultades de esta vida.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Que el Señor hoy nos consuele, que nos ayude a seguir remando y nos ayude a seguir caminando en las dificultades de esta vida.
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P. Rodrigo Aguilar
Viernes 10 de enero + Feria de Navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 14-22a
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.»
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca.
Palabra del Señor.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha consagrado por la unción.
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres,
a anunciar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor».
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.»
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca.
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 4, 14-22a:
Nunca debemos olvidarnos que, es necesario escuchar con docilidad la palabra de Dios, así lo dice apóstol Santiago: "Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes que es capaz de salvarlos, pongan en práctica la Palabra y no se contenten solo con oírla de manera que se engañen a ustedes mismos".
Ese es el deseo que quiero transmitirte día a día, y también lo pido para mí: que no nos transformemos en oyentes olvidadizos de la Palabra, sino que pongamos en práctica lo que escuchamos cada mañana; sabiendo, que como dice el mismo texto: "la Palabra tiene una fuerza capaz de salvarnos", pero para eso tendríamos que preguntarnos: ¿Qué es salvarnos? o ¿Salvarnos de qué? Si no pensamos y reflexionamos de qué tenemos que ser salvados o pensamos que ya fuimos salvados de todo y ya no necesitamos nada más, la Palabra de Dios no va a tener esa fuerza en nosotros, no va a tener la eficacia que en sí misma tiene. Los mismos relatos del evangelio nos enseñan cuáles son las diferentes dimensiones del hombre que necesitan recibir la salvación de Dios; los gestos y palabras de Jesús son una manifestación clara de ese deseo de Dios, de que recibamos su salvación. Depende de nosotros el querer aceptarla.
De alguna manera algo del evangelio de hoy nos ayuda a comprender lo que estamos diciendo.
¿Qué podemos aprender de estas palabras? Fundamentalmente cuatro realidades, o intenciones de Jesús y de su Padre que lo envió, para con todos nosotros.
Jesús hoy habla de que vino a cumplir una misión, es el enviado del Padre para cumplir una misión en nosotros, en cada ser humano, en toda la humanidad. Él fue dócil a la Palabra, por supuesto, porque Él mismo es la Palabra, pero fue dócil al envío del Padre para venir y hacer lo que Él le pedía.
¿Y qué vino a hacer Jesús al mundo? Vino a liberarnos; a permitirnos ver quitándonos la ceguera, a darnos la libertad y a proclamar un año de gracia.
Muchas veces –no sé si te pasará– tenemos clara la idea de que Jesús vino a salvarnos del pecado y eso es verdad, lo vivimos y muchas veces lo experimentamos; pero por otro lado, ese "salvarnos del pecado" no siempre terminamos de darnos cuenta a que se refiere y que debe hacerse algo concreto en nuestra existencia, o por ahí pensamos que simplemente es perdonarnos de los pecados cuando nos confesamos; pero Jesús quiere ir más allá, no sólo quiere perdonarnos los pecados por medio de la confesión, sino además, quiere liberarnos de todo lo que el pecado produce en nuestra vida, todos los problemas, todas las consecuencias que el pecado trae al mundo, la debilidad que nos arrastra al pecado.
Por eso viene a liberarnos, porque estamos cautivos de muchas cosas, cautivos de nosotros mismos, cautivos de pecados que nos tienen atados, cautivos de personas, de afectos, de cosas, estamos cautivos y eso nos quita la verdadera libertad.
Por otro lado, estamos ciegos, no vemos bien, no vemos las cosas con claridad; por eso Él viene a darnos una mirada diferente de nuestra vida, una mirada diferente de la realidad, una mirada distinta de todo lo que nos pasa, para que tengamos una mirada de fe, una mirada sobrenatural de la vida.
También viene a darnos libertad, a ayudarnos a elegir bien, a permitirnos desplegar nuestra libertad, lo mejor que Dios nos dio, que es la capacidad de elegir.
Y finalmente también vino a proclamar un año de gracia; estamos en el tiempo de la misericordia, en el tiempo del perdón, en el tiempo de la reparación de todas las cosas malas que podemos sufrir o haber hecho en nuestra vida; Jesús viene a regalarnos la gracia, tiempo de perdón, hasta que vuelva triunfante y glorioso al final de los tiempos.
Empecemos este día con esta certeza, que Jesús viene a salvarnos, la Palabra viene a salvarnos y que lo necesitamos siempre, nunca podemos decir que ya no nos hace falta.
Nunca debemos olvidarnos que, es necesario escuchar con docilidad la palabra de Dios, así lo dice apóstol Santiago: "Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes que es capaz de salvarlos, pongan en práctica la Palabra y no se contenten solo con oírla de manera que se engañen a ustedes mismos".
Ese es el deseo que quiero transmitirte día a día, y también lo pido para mí: que no nos transformemos en oyentes olvidadizos de la Palabra, sino que pongamos en práctica lo que escuchamos cada mañana; sabiendo, que como dice el mismo texto: "la Palabra tiene una fuerza capaz de salvarnos", pero para eso tendríamos que preguntarnos: ¿Qué es salvarnos? o ¿Salvarnos de qué? Si no pensamos y reflexionamos de qué tenemos que ser salvados o pensamos que ya fuimos salvados de todo y ya no necesitamos nada más, la Palabra de Dios no va a tener esa fuerza en nosotros, no va a tener la eficacia que en sí misma tiene. Los mismos relatos del evangelio nos enseñan cuáles son las diferentes dimensiones del hombre que necesitan recibir la salvación de Dios; los gestos y palabras de Jesús son una manifestación clara de ese deseo de Dios, de que recibamos su salvación. Depende de nosotros el querer aceptarla.
De alguna manera algo del evangelio de hoy nos ayuda a comprender lo que estamos diciendo.
¿Qué podemos aprender de estas palabras? Fundamentalmente cuatro realidades, o intenciones de Jesús y de su Padre que lo envió, para con todos nosotros.
Jesús hoy habla de que vino a cumplir una misión, es el enviado del Padre para cumplir una misión en nosotros, en cada ser humano, en toda la humanidad. Él fue dócil a la Palabra, por supuesto, porque Él mismo es la Palabra, pero fue dócil al envío del Padre para venir y hacer lo que Él le pedía.
¿Y qué vino a hacer Jesús al mundo? Vino a liberarnos; a permitirnos ver quitándonos la ceguera, a darnos la libertad y a proclamar un año de gracia.
Muchas veces –no sé si te pasará– tenemos clara la idea de que Jesús vino a salvarnos del pecado y eso es verdad, lo vivimos y muchas veces lo experimentamos; pero por otro lado, ese "salvarnos del pecado" no siempre terminamos de darnos cuenta a que se refiere y que debe hacerse algo concreto en nuestra existencia, o por ahí pensamos que simplemente es perdonarnos de los pecados cuando nos confesamos; pero Jesús quiere ir más allá, no sólo quiere perdonarnos los pecados por medio de la confesión, sino además, quiere liberarnos de todo lo que el pecado produce en nuestra vida, todos los problemas, todas las consecuencias que el pecado trae al mundo, la debilidad que nos arrastra al pecado.
Por eso viene a liberarnos, porque estamos cautivos de muchas cosas, cautivos de nosotros mismos, cautivos de pecados que nos tienen atados, cautivos de personas, de afectos, de cosas, estamos cautivos y eso nos quita la verdadera libertad.
Por otro lado, estamos ciegos, no vemos bien, no vemos las cosas con claridad; por eso Él viene a darnos una mirada diferente de nuestra vida, una mirada diferente de la realidad, una mirada distinta de todo lo que nos pasa, para que tengamos una mirada de fe, una mirada sobrenatural de la vida.
También viene a darnos libertad, a ayudarnos a elegir bien, a permitirnos desplegar nuestra libertad, lo mejor que Dios nos dio, que es la capacidad de elegir.
Y finalmente también vino a proclamar un año de gracia; estamos en el tiempo de la misericordia, en el tiempo del perdón, en el tiempo de la reparación de todas las cosas malas que podemos sufrir o haber hecho en nuestra vida; Jesús viene a regalarnos la gracia, tiempo de perdón, hasta que vuelva triunfante y glorioso al final de los tiempos.
Empecemos este día con esta certeza, que Jesús viene a salvarnos, la Palabra viene a salvarnos y que lo necesitamos siempre, nunca podemos decir que ya no nos hace falta.
Pidamos que nos ayude en tantas cosas que nos impiden ser libres, que nos libere del pecado, que nos permita ver, que nos libre de la ceguera y nos dé la verdadera libertad, la libertad de los que saben elegir siempre lo mejor, lo que más nos conduce al Padre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
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P. Rodrigo Aguilar
Sábado 11 de enero + Feria de navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 12-16
Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: «Señor, si quieres, puedes purificarme.»
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado.» Y al instante la lepra desapareció.
Él le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: «Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.»
Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar.
Palabra del Señor.
Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: «Señor, si quieres, puedes purificarme.»
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado.» Y al instante la lepra desapareció.
Él le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: «Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.»
Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar.
Palabra del Señor.