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17441 - Telegram Web
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¿Ahora entendemos por qué Jesús decía que había que convertirse y creer? ¿Ahora entendemos por qué la fe tiene que ir de la mano de un cambio de mentalidad para que sea verdadera? Si no nos convertimos, si no aprendemos a mirar como mira Dios, difícilmente nuestra fe dé frutos de vida, difícilmente nuestra fe nos haga cambiar. Será una fe superficial, será una fe de barniz, una fe que no nos cambia el corazón, una fe del solo sentimiento, será una fe por ahí puramente intelectual.
Aprendamos a mirar el corazón y no las apariencias. Aprendamos a mirar el corazón propio y ajeno como lo mira Jesús, o sea, con verdad y amor. El amor y la verdad son hermanas gemelas, si las separamos, una de las dos morirá o, mejor dicho, se mueren las dos. Una muere con la otra. Nosotros nos creemos muchas veces que vemos con verdad, pero la verdad –valga la redundancia– es que no vemos bien porque no vemos siempre con amor. El peor mal de nuestra vida es pensar que vemos y sentimos todo con verdad, pero nos olvidamos que, sin el filtro del amor, la verdad termina matando al amor. Eso les pasaba a los fariseos, eso nos pasa a muchos sacerdotes cuando tiramos la ley por la cabeza y el corazón a la gente y ni siquiera la tocamos con el dedo, eso les pasa a los padres de familia cuando quieren educar sin amor, eso les pasa a los dirigentes que dirigen sin autoridad, eso le pasa a todo cristiano que se cree digno de juzgar y pararse por encima de los demás.
Por eso, qué lindo sería hoy dejarse mirar con verdad y amor por Jesús. Solo Él sabe hacerlo y solo dejando que Él lo haga, seremos capaces de empezar a mirarnos bien y a mirar bien. Hagamos el esfuerzo hoy de no mirar las apariencias, o por lo menos intentar mirar el corazón y con el corazón. Se puede, pero primero hay que dejarse mirar.

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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 23 de enero + II Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 3, 7-12

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 3, 7-12:

Ayer decíamos que Jesús nos quería enseñar a mirar el corazón y no las apariencias, que es él el que mejor saber mirar nuestra vida y la de los demás. Por eso, nosotros tenemos que aprender a callar lo antes posible las voces interiores que nos hacen juzgar rápidamente todo, ya sea para alabar o para criticar, esas voces interiores en forma de pensamientos o sentimientos que después terminan siendo palabras que se vuelcan hacia afuera. Palabras que también son miradas, silencios, gestos, palabras que terminan manifestando lo que tenemos adentro y son canal de comunicación hacia los otros.
La mirada de Jesús es la mejor, porque es la verdadera, es la que mira con verdad, y por eso si no aprendemos a mirar como él, difícilmente podamos hacer de nuestra fe algo vivo, algo distinto a lo que dice y siente todo el mundo. ¿Cuándo vamos a aprender los cristianos a mirar de esa manera, a despojarnos de la mirada superficial, mundana? ¿Cuándo vamos a aprender a que tenemos que cuidarnos entre nosotros, a que no tenemos que juzgarnos, a que no podemos criticarnos más? ¿Cuándo vamos a aprender que no podemos pretender nada de Dios si no somos capaces de hacer lo que él hace por nosotros?
Una vez, una señora mayor me conmovió en una charla y me dijo algo así: «Padre, yo cuando rezo el Padrenuestro, lloro (por adentro pensé: ¡Qué tierno! Ojalá pudiera yo también rezarlo así), pero –siguió diciendo– lloro al decir las palabras “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, porque yo no puedo perdonar a alguien que me hizo mucho mal, y si no puedo perdonar, ¿cómo voy a decir esas palabras?». Una sinceridad maravillosa y una gran conciencia de esa cierta incoherencia interior que vivía, pero al mismo tiempo una lección de fe para todos, para vos y para mí; una lección de amor, de deseo de amar, de deseo de perdonar en serio. Porque no es que no quería perdonar, ¡no podía!, no podía; y como no podía, sufría por no poder, por sentir que, de algún modo, engañaba a Dios. ¿Pero en realidad lo engañaba? Yo creo que no, esa mujer de algún modo ya estaba perdonando, al querer ella buscaba ese perdón. El querer es poder de alguna manera, ya el querer es un empezar a perdonar. ¡Lo demás vendrá con el tiempo y con la gracia! «Dios mira el corazón», Dios mira lo que nadie ve; él no mira como miramos nosotros y eso es lo que nos tiene que dar mucha paz.
En Algo del Evangelio de hoy dice algo muy particular: «Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto». Ya hablamos de esto en algún otro audio, pero justamente habíamos dicho que íbamos a seguir con el tema, porque es importante y, además, tiene algo de enigmático y extraño. ¿Cómo es eso de que Jesús no quería que sepan lo que hacía? ¿Cómo se entiende que Jesús pida que no digan lo que era inevitable, o sea, el bien que hacía y por lo tanto quién era?
Muchas veces, en distintas escenas del Evangelio, ante personas curadas o liberadas, e incluso antes los demonios, Jesús manifestaba claramente que no quería que supieran quién era. Parece que le gustaba andar como en secreto. Algo extraño para nuestra mirada bastante preocupada por el «qué dirán», algo extraño para nuestro corazón que le gusta un poco ser visto, que le encanta que se conozcan las cosas que hace, como si fuera que se miden por la opinión y la mirada ajena.
¿Por qué Jesús entonces no quería que se difunda las cosas que hacía o quién era? Algo tiene que ver con esto que venimos hablando. Porque él quería y, al mismo tiempo, quiere enseñarnos a no mirar las apariencias, sino el corazón. Lo que más hace sufrir a Jesús es que nos quedemos con las apariencias de lo que hizo y no con su corazón. Él no pretendía ser un «milagrero», aunque hacia milagros; no quería ser un simple «sanador» del montón, aunque sanaba; Jesús no quería, no quiere ser «la solución», aunque nos da soluciones; no quería vivir de la apariencia, sino que deseaba mostrarnos su corazón, quería que nos enamoremos de su corazón.
Él quiere que lo amemos por lo que es y no únicamente por lo que nos da, por lo que hace por nosotros. Por eso prohibía que le hagan «propaganda» al estilo del mundo, que le gusta las promociones distorsionadas. La propaganda finalmente lo único que exalta es lo que las personas hacen y eso a la larga hace muy difícil que veamos lo que las personas son.
¿A qué Jesús andamos siguiendo? ¿Por qué estilo de Jesús nos estamos apretujando: por el que nos da lo que le pedimos como niños caprichosos o por el que nos da su corazón y nos invita ir hacia él? ¿A qué Jesús predicamos en la Iglesia, en los trabajos, en las familias, en los amigos: al que quiere la gente o al Jesús real, el que no quiso ser como una famoso de este mundo? Qué difícil es esto, qué difícil es despegarse de esa imagen de Dios. Pero bueno, junto al evangelista Marcos vamos hacia ahí, vamos intentando conocerlo realmente. ¿Quién es Jesús para vos? ¿Quién es Jesús para nosotros?

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 24 de enero + II Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 3, 13-19

Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él, y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios.
Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 3, 13-19:

Jesús no mira las apariencias, sino el corazón. Esta es la idea, verdad que nos está acompañando estos días. Podríamos decir, como si fuese un alivio: ¡Menos mal que Jesús no mira las apariencias, menos mal que Jesús mira el corazón! Fijémonos en la lista de los doce apóstoles: el primero es Pedro, el que lo negó tres veces, como sabemos, y el último es Judas, el que lo traicionó, el que lo entregó. ¿Vos pensás que, si a Jesús le hubiese interesado las apariencias, habría elegido a estos doce hombres sencillos y desconocidos para la época, y tan débiles? ¿Vos pensás que, si Jesús se fijara en las apariencias, nos hubiese elegido a nosotros, a vos y a mí, que estás escuchando? ¿Vos pensás que estás escuchando este audio por casualidad o pensás que lo estás escuchando porque a vos se te ocurrió, porque brotó solo de tu corazón? Lo estamos escuchando por providencia divina, porque Jesús nos busca y nos busca, porque él nos propone, nos invita y nosotros respondemos. Vos y yo, y los cientos que estamos escuchando este audio, estamos en esto cada día porque él quiso y nosotros dijimos que sí. Es una elección de él y es una aceptación de nuestra parte. Se necesitan las dos partes: Jesús que llama y nosotros que aceptamos o Jesús que nos busca y nosotros que nos dejamos encontrar. Ahora…en este ida y vuelta, es verdad que podemos estar escuchando como alguien que simplemente cumple una obligación, como alguien que únicamente quiere sentirse bien, como alguien que quiere escuchar verdaderamente a Dios, como alguien que quiere conocer más a Jesús. No sé, hay muchos modos de escuchar. Lo importante es que volvamos a tomar conciencia de que Jesús nos llamó a nosotros porque quiso, porque nos ama, porque se le ocurrió que fuéramos nosotros, de la misma manera que eligió a los doce ese día.
Jesús no miró nuestra apariencia al elegirnos, o sea, lo que se ve de nosotros, lo que incluso nosotros vemos de nosotros mismos. No miró lo que hicimos y dejamos de hacer, no miró nuestros logros y nuestros éxitos, no miró todo el dinero que ganamos en nuestra vida, no miró nuestros pecados y las veces que lo ofendimos, no miró las veces que traicionamos a los más queridos, no miró las veces que dejamos de creer y rezar, no miró los momentos en los cuales nos enojamos con él por puro capricho, no miró los días que nos alejamos y derrochamos toda la fe que recibimos desde niños, no miró todos los desastres que hicimos antes de convertirnos, no miró nuestras incoherencias, esas que nadie ve y llevamos ocultas. Imaginémonos si Jesús las tuviera en cuenta. En realidad sí, miró todo eso, pero no lo tuvo en cuenta o, mejor dicho, lo tuvo en cuenta pero para abrazarlo y perdonarlo y empezar a ayudarnos a perdonarnos nosotros mismos.
Él al elegir a los apóstoles, a vos y a mí, no pidió un currículum de perfección o una historia clínica de pureza moral. Jesús llamó a los que quiso. Jesús me llamó y te llamó para escuchar su Palabra, para darnos un alimento distinto, para que estemos con él y para que aprendamos a darlo a los demás. Si nos hubiese pedido antecedentes de nuestra vida, nadie podría haber sido llamado. El haber sido bautizados es el primer gran llamado gratuito de Jesús hacia nosotros, pero ese llamado se renueva cada día cuando escuchamos lo que él nos dice y nos animamos a seguirlo, como los discípulos.
Hagamos hoy el intento y animémonos a mandarle este audio a alguien que creamos que necesita ser llamado por Jesús. Jesús necesita de nosotros para seguir llamando. No tengamos prejuicios. El que menos pensás, por ahí es el que más lo necesita. El que más alejado parece estar es, por ahí es el que más necesita escuchar. El que más cerca cree estar, por ahí es el que debe volver a descubrir que alguna vez fue llamado. Nadie queda afuera del llamado de Jesús. Él no quita nada, al contrario, da todo.
Si Pedro y Judas fueron apóstoles y Pedro lo negó y, finalmente, fue perdonado, ¿por qué nosotros nos vamos a quedar afuera? Incluso Jesús les dio muchas oportunidades a Judas para que se convierta, simplemente él no quiso escucharlo. Nosotros sigamos escuchando la dulce voz de nuestro Buen Pastor.

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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 25 de enero + Fiesta de la conversión de San Pablo + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-18

Jesús se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».

Palabra del Señor
Comentario a Marcos 16, 15-18:

Celebramos hoy en toda la Iglesia una fiesta muy importante llamada «la conversión de san Pablo», el gran apóstol, apóstol de los apóstoles. Es el único día, en el año de la Iglesia, que se dedica a celebrar la conversión de una persona. ¡Qué increíble! Tan importante es y fue la figura de san Pablo, y lo será para toda la Iglesia, que la Iglesia se alegra y celebra que esta persona se haya convertido, que haya sido derribada de su camino para darse cuenta que tenía que ir por otro lado. Tanto hizo que la Iglesia se llena de gozo, todo lo que hizo y dejó para nosotros. Sus mismas palabras, sus mismas cartas han quedado para siempre para todos los cristianos, de todos los tiempos, como palabras de Dios. ¡Qué increíble! Las palabras de un hombre convertido, amado por Jesús, derribado para comenzar un nuevo camino, que se convirtieron en palabras de Dios para nosotros hoy.
Por eso, hoy debemos reafirmar nuestra fe en que para Jesús nada es imposible, que Jesús puede cruzarse por el camino de una persona elegida por él para transformarlo y para ayudarlo a que sea apóstol, enviado, para hacer una misión nueva en la Iglesia, para dejar una huella.
Nadie como san Pablo sabía y conocía las escrituras. Sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿Qué fue lo que finalmente tocó su corazón definitivamente, para siempre, y lo hizo cambiar y convertirse en el hombre que más predicó, que más comunidades fundó, que más acompañó, que más estragos –por decirlo de alguna manera– provocó en ese tiempo? El encontrarse con Jesús cara a cara, corazón a corazón. Podemos leer y saber toda la Biblia, podemos conocer y leer todo el catecismo de nuestra Iglesia; ahora… si no nos encontramos personalmente con Jesús, como le pasó a san Pablo, todavía nos falta mucho. Preguntémonos: ¿A nosotros nos falta? ¿A vos te falta? A mí te diría que toda una vida, pero no bajo los brazos. Nunca pensemos que ya está; nunca nos demos por vencidos; nunca creamos que ya conocemos a Jesús lo suficiente como para creernos ya acomodados.
Cada día es distinto; cada día podemos dar un paso más; cada día su luz y su amor puede volver a cegarnos para empezar a ver algo nuevo. No tenemos por qué esperar una conversión tan extraordinaria como la que relata el mismo san Pablo. ¿Te acordás que fue derribado, y que de golpe una luz lo encegueció y escuchó una voz que lo llamó a hacer un camino distinto? No esperemos eso; eso se dio pocas veces en la historia, con unos pocos elegidos. Pero sí podemos convertirnos hoy, en este momento, un poco más. Sí podemos volver a creer, volver a empezar, volver a orientar el rumbo de nuestra vida, volver a perdonar si lo necesitamos, a levantarnos si estamos caídos, volver a rezar si habíamos dejado, volver a la adoración si ya la abandonamos, volver a Misa si pensamos que ya no vale la pena, volver a creer en Jesús que nos ama. Volvé, volvamos a acordarnos. No nos olvidemos que Dios nos ama y nos tiene pensado para cada uno de nosotros un camino nuevo, un camino distinto donde podamos dejar una huella.
Sí podemos cambiar. Es mentira que no se puede, que somos mediocres, que nadie puede sacarnos del letargo en el que vivimos muchas veces. Por qué no preguntarle hoy a Jesús, de rodillas, levantando los ojos al cielo, buscando esa luz que alguna vez nos iluminó y nos cambió la vida: ¿Qué debo hacer, Señor? «¿Qué debo hacer, ¿Señor, hoy?»: eso le preguntó san Pablo, «¿Qué debo hacer?»
¿Qué debemos hacer para ser felices en serio, siguiendo la voluntad de Dios? ¿Qué debemos hacer para salir del encierro en el que a veces estamos o nos dejamos encerrar? ¿Qué debo hacer para ser cristiano en serio, para ser un fuego que encienda otros fuegos como lo fue san Pablo y tantos santos? ¿Qué debo hacer para dejar ese pecado que me sigue atormentando y no puedo dejarlo? ¿Qué decisión debo tomar?, ¿qué cambio debo producir en mi vida? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe, para vivir lo que Jesús nos dijo, para ir por el mundo y anunciar la Buena Noticia, anunciarles a todos que el Reino de Dios está entre nosotros, que vino a amarnos y a entregarse por nosotros? ¿Qué debo hacer para comprometerme más con mi fe, para ser coherente y dejar a veces de ser un poco tibio, que «ni pincha ni corta»? ¿Qué debo hacer para rezar con el corazón y dejar de vivir de la formalidad? ¿Qué debo hacer, Señor? ¿Qué debemos hacer?
Que san Pablo hoy, ese gran apóstol de todos los tiempos, nos ilumine a todos también, interceda por nosotros; a todos los que escuchamos sus palabras día a día, también en la Iglesia; a todos los que escuchamos su conversión; a todos los que escuchamos la Palabra de Dios para aprender de él.
Ser cristiano es aceptar definitivamente el amor de Jesús que vino a hacer una alianza con nosotros; es aceptar que es verdad, es dejarse perdonar y sentirse salvado. Pero, al mismo tiempo, ser cristiano también es actuar, es hacer, es preguntarle a Jesús otra vez (perdona que lo diga tantas veces): «¿Qué debo hacer, Señor?» «Porque el amor con amor se paga, y el amor está más en las obras que en las palabras», como decía otro gran santo, san Ignacio de Loyola.
Cada uno puede hacer algo. Cada uno está llamado a algo grande, aunque no sea grande para los demás. No importa si estamos en una cama postrados, cansados, enfermos; podemos hacer mucho. Una enfermedad también tiene un sentido. No importa si no tenés mucho tiempo; podés hacer mucho. Cuando se ama, se tiene tiempo. No importa si pensás que no sos tan útil; podés hacer mucho. Te lo hicieron creer, es mentira. Sos muy útil.
¡Levantémonos, Jesús tiene algo lindo preparado para cada uno de nosotros! ¿Qué debemos hacer, Señor?, otra vez preguntémonos. Esa es la pregunta que quiero dejarte a tu corazón para que puedas masticarla y respondértela a vos mismo en este día.

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/09 19:18:52
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