Warning: Undefined array key 0 in /var/www/tgoop/function.php on line 65

Warning: Trying to access array offset on value of type null in /var/www/tgoop/function.php on line 65
17502 - Telegram Web
Telegram Web
Domingo 2 de febrero + Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22-32

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
«Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel.»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 2, 22-32:

Se me ocurrió que hoy podríamos todos hacer un ejercicio de hacernos una pregunta que puede desprenderse de Algo del evangelio de hoy. Estés donde estés, hagas lo que hagas, lleves la vida que lleves, tengas el ánimo que tengas, te pido este favor, hacé este esfuerzo hoy. Durante la escucha del audio va a ser medio complicado, no da tanto el tiempo para pensar. La idea es que siempre después de que escuches este audio te tomes unos minutos para digerir este alimento tan rico de la Palabra de Dios.
En realidad, podría ser dos preguntas que se relacionan entre sí: ¿Podrías decir hoy, en este momento, con tranquilidad, de corazón y conciencia: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu servidor morir en paz, que tu servidor muera en paz»? Y la otra sería: ¿Cuáles son esas cosas que te podrían llevar a decir hoy que «podrías morir en paz», que no tenés nada más que pedirle al Señor?
Esto es muy personal, demasiado, pero creo que nos puede ayudar mucho para saber por dónde anda nuestro corazón, nuestros pensamientos. No hay que dar por sentado que todos estamos preparados para partir de este mundo; de hecho, seguro que no todos lo estamos, por algo todavía Dios nos permite vivir. Son muy pocas las personas que dirían muy seguras la misma frase que dijo este anciano, Simeón, de Algo del evangelio de hoy.
Una vez, me acuerdo, viajando por la montaña, me frené a la orilla de un río a tomar unos buenos mates y mientras perdía el tiempo descansando con la naturaleza, un hombre en una moto recorría el lugar vendiendo helados, hacía muchísimo calor. Así que aproveché para comprar, pero fundamentalmente me dio ganas de ayudarlo. Se lo veía un hombre muy sufrido. Durante la transacción, se dio esas pequeñas charlas que a veces a uno lo dejan pensando mucho. La clásica pregunta: «¿Cómo anda?» «Ahí andamos», me dijo. «¿Luchando –le contesté– como todos?, ¿no?» «Sí, luchando –me contestó–, pero demasiado, lucho demasiado. No llego a fin de mes. Sufro mucho, padre. Mi vida fue un continuo sufrimiento, mi vida es un gran sufrimiento». La verdad es que no supe mucho qué contestarle. A veces nos olvidamos que hay gente que realmente la pasa mal durante toda la vida y la sigue pasando mal.
Muchas personas quieren irse de este mundo, pero no porque ya hicieron o dieron todo lo que tenían que dar, sino porque quieren dejar de sufrir. Y eso es real. No hay que ocultarlo, lo escuché ya muchísimas veces. Hay millones de personas que preferirían otra vida y que no pueden salir de su situación, y los que no la pasamos tan mal muchas veces nos olvidamos de esta realidad. No es tan fácil que nos salga del corazón decir así nomás: «Ya está, puedo morir en paz». Y si nos sale, muchas veces no es por motivos muy sobrenaturales que digamos, sino que son motivos a veces puramente humanos. Por eso te proponía las preguntas del principio, para que cada uno pueda evaluar en sí mismo qué es lo que lo llevaría a entregar la vida sin ningún problema, sin miedo.
La escena del evangelio de hoy nos enseña cuál es el verdadero motivo por el cual podríamos decir estas palabras del anciano Simeón y no solamente por motivos humanos olvidándonos nuestro fin y nuestra misión en la tierra.
Este anciano esperó ver a Jesús para morir, esperó muchísimo hasta que llegó su momento y entregó su vida. Murió viendo lo que quería ver, no teniendo otro motivo para vivir. Simeón no dijo: «Ya hice lo que tenía que hacer, ya muchos se salvaron gracias a mí, ya hice un montón de cosas por los demás. Dios ya me puede llevar, puedo morir en paz. Tengo todo lo que quería tener, conseguí todo lo que me había propuesto». No, nada de eso. Todo eso es muy lindo, pero no es el verdadero motivo por el cual deberíamos vivir y desear entregar la vida.
«Ya puedo morir en paz porque mis ojos han visto la salvación». ¡Qué distinto! Qué distinto es pensar así. Qué distinto pensar que solo podemos morir en paz cuando de alguna manera experimentemos que Jesús vino a salvar a todos, a vos y a mí.
Qué distinto esperar morir en paz después de ver a Jesús.
Mucho más que cualquier cosa de este mundo donde todo es pasajero, sea quien fuera, el más santo del mundo o incluso tu ser más querido.
¿Qué cosas son las que te podrían llevar a decir desde el fondo del alma: «Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz»? ¿Soy yo mismo con mis logros, con todo lo que pensé hacer y pude hacer, o en realidad todo lo que Dios me dio como gracia a lo largo de mis días? ¿Soy yo con mis sueños de este mundo pasajero o con mis sueños de salvación para todos? ¿Soy yo el satisfecho porque gracias a mis buenas acciones muchos se salvarán o es por experimentar que sin Jesús nadie se puede salvar, nadie puede ser verdaderamente feliz?
Que Jesús nos conceda esperar lo único que nos puede hacer morir en paz, lo único que nos dará la verdadera felicidad: a él mismo.

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Lunes 3 de febrero + IV Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 5, 1-20

Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!» Porque Jesús le había dicho: «¡Sal de este hombre, espíritu impuro!» Después le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» El respondió: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos.» Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: «Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos.» El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.
Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio.
En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti.» El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 5, 1-20:

Buen día, buen lunes. Espero que empecemos una linda semana, una buena semana de reflexión y escucha de la Palabra de Dios, que nos hace tanto bien a todos, a vos y a mí. Y tanto bien queda todavía por hacer.
Quería dedicarle estos comienzos de cada audio de cada día, como te habrás dado cuenta, antes de pasar al Evangelio del día, a reflexionar sobre un tema que me viene dando vueltas en la cabeza y en el corazón, de hace ya varios días, y es un tema que seguramente te habrás dado cuenta, o si no, te lo recuerdo, y es que aparece en los Hechos de los Apóstoles una expresión donde se llamaba a los primeros cristianos «seguidores del Camino». Solo después de un tiempo se llamó a los cristianos en Antioquia, dice la Palabra de Dios, «cristianos». Pero por eso quería quedarme con esta imagen: seguidores del Camino. ¿Te pusiste a pensar alguna vez que somos seguidores del Camino? Sabemos que el mismo Jesús lo expresó de esa manera, diciendo que él es el Camino: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí». Pero creo que pocas veces reflexionamos sobre lo que significa el camino o caminar, que la vida cristiana es un camino. Y creo que es una imagen que nos puede hacer mucho bien a todos, pensar que estamos caminando, pensar que vamos en camino, pensar que Jesús es el Camino, o sea que estamos en él y caminando junto a él, hacia una meta definida, hacia un lugar, hacia un espacio de amor que él nos tiene preparado a todos, nos hace mucho bien. Por eso, prepárate para que en estos días podamos pensar juntos en todo lo que significa estar caminando, porque en definitiva si somos seguidores del camino, no hay muchas alternativas: o camínanos o nos quedamos en el camino, o caminamos junto a Jesús o finalmente nos quedamos al borde del camino esperando no sé qué. Te propongo que caminemos juntos, nos va a hacer mucho bien a todos.
Y tenemos poco tiempo, como siempre, para comentar toda la escena de Algo del Evangelio de hoy. Por eso, quería quedarme con un par de ideas que tienen que ver con esto del rechazo, con esa actitud que puede surgir cuando algo no es lo que deseamos, esa actitud que sufrió tantas veces el mismo Jesús y que a veces olvidamos. La felicidad, la vida de la gracia tiene adversarios que tenemos que aprender a conocer para rechazarlos. El maligno nunca quiere que seamos felices, no quiere que sigamos y conozcamos a Jesús, que caminemos con él, y al mismo tiempo el mundo también nos inventa «felicidades» ilusorias, poniéndonos obstáculos a la verdadera felicidad.
Por eso, hoy Algo del Evangelio claramente muestra que el demonio es un mentiroso, es el padre de la mentira. Quiere hacerle creer a Jesús que es uno, pero en realidad son muchos. Habla en singular, pero cuando Jesús le pregunta el nombre, dice que es una Legión. El mal espíritu siempre nos engaña, de un modo u otro quiere engañarnos, está buscando engañarnos en el interior de nuestro corazón para que erremos el camino, el camino de la felicidad, para que sigamos donde estamos, si estamos mal, tirados al costado del camino, y para que nos salgamos de donde estamos, si estamos bien. Quiere que sigamos habitando en «nuestros sepulcros», en esos lugares que tenemos de muerte, hace también que nos lastimemos a nosotros mismos. El engaño del demonio puede llevarnos incluso a eso. Nos aleja de los demás haciéndonos creer que «hacer la nuestra» es el mejor camino, y finalmente logramos que ya nadie se nos quiera acercar, como vimos en la escena de hoy. El demonio busca que andemos tristes, desanimados y que rechacemos el bien.
Y el segundo tema es fuerte, pero también es muy real, y es que no siempre el bien realizado es bien recibido. Prestemos atención. Jesús hace un bien, pero lo echan del pueblo. ¡Qué extraño!, ¿no? Todos ven el bien que hizo y, sin embargo, ¿qué termina siendo más importante para la gente de ese lugar, para el mundo en definitiva? Lo de siempre, el dios dinero. La gente no soportó perder dos mil cerdos.
Importa más el valor de los cerdos, la comida de cada día, que ese hombre haya quedado liberado de los espíritus impuros. El mundo y ciertas personas son muy buenos hasta que les tocan el bolsillo, como decimos. ¿No te pasó alguna vez? Serviste en un lugar, en un trabajo, tuviste una amistad, hasta que lo que dominó finalmente en la decisión de estar en ese trabajo, de conservar esa amistad, fue el gasto que ocasionabas. Esto pasa cada día, es la ley perversa de este mundo. Pasa también en nuestros ambientes. Lamentablemente el dinero, a veces, es el primer patrón.
Tengamos cuidado con los engaños del maligno que intenta que seamos felices pero a su manera, que intenta que tomemos atajos que no nos llevan a ningún lado, nos quiere desviar del camino, quiere que vivamos desanimados.
Tengamos cuidado con este mundo que es bastante mentiroso, que se compadece, que nos quiere, de algún modo, hasta que le generamos un gasto, porque a partir de ahí somos un número más, un número que resta o que suma, pero un número, y no una persona. Gracias a Dios Padre, para Jesús somos personas, con dignidad, y por eso le pide al hombre que vuelva a su casa, que vuelva con su familia para restablecer los vínculos que se habían roto.

www.algodelevangelio.com
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
*Martes 4 de febrero + IV Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 5, 21-43**

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva.» Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se encontraba allí una mujer que desde hacia doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada.» Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?»
Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?» Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad.»
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?» Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas.» Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga.
Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: « ¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme.» Y se burlaban de Él.
Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!» En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 5, 21-43:

Decía el Evangelio del domingo que «Jesús, pasando delante de ellos, continuó su camino». Después que lo rechazaron, cuando lo quisieron despeñar, dice la Palabra de Dios que «Jesús continuó su camino». Así queremos andar vos y yo. Así quiero que andemos, que continuemos nuestro camino.
El primero que vino a caminar, por decirlo de algún modo, a este mundo fue Jesús. Él vino a transitar el camino de la vida junto a nosotros, a mostrarnos que no hay otro camino, valga la redundancia, que caminar, que tenemos que caminar, que él no se detuvo ante el rechazo de los demás, no se detuvo ante la burla, no se detuvo ante la cruz, no se detuvo ante la incomprensión, no se detuvo incluso cuando sus propios discípulos no entendían hacia dónde iba. Jesús no se detuvo nunca, siempre caminó, y por eso ver a Jesús caminando y ver cómo en los evangelios se repite de tantas maneras esta imagen del caminar de Jesús, nos tiene que ayudar a darnos cuenta que nosotros no podemos estar quietos.
Ya sé, por ahí no te toca a vos estar andando, estar evangelizando, estar haciendo cosas, pero me refiero a una imagen que también nos tiene que ayudar al corazón. El caminar es una imagen de la vida. No podemos quedarnos quietos. No podemos dejar de andar y de caminar y de esforzarnos por avanzar en la vida, por crecer en nuestra fe. Bueno, sigamos así, sigamos caminando. Vamos a ver cómo la imagen del camino tiene muchas cosas para enseñarnos en nuestra fe.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy, donde tanto la mujer como Jairo, que está desesperado por su hijita, no se fijan finalmente en las «apariencias». No se fijan en lo que los demás piensan, sino que confían en Jesús, confían en que él puede hacer lo que nadie podía hacer. Los dos se arrojan a los pies de Jesús, lo interceptan en el camino: uno para rogarle que cure a su hija, la otra para reconocer que ella había sido la que había tocado su manto, para «confesar toda la verdad», dice la Palabra de Dios. ¡Qué linda actitud de los dos! ¡Qué linda actitud para que nosotros podamos imitar! ¡Cuánta fe!: los dos interceptando a Jesús en el camino, pero al mismo tiempo los dos poniéndose en camino.
Me sale a mí hoy del corazón decir: ¡Cómo quisiera tener esa fe, esa confianza total de que en definitiva, cuando ya no nos queda nada, cuando estamos tirados al borde del camino pensando que nadie nos puede ayudar, es cuando finalmente nos damos cuenta que Jesús es el único que puede tendernos una mano. Jesús es el único que nos ofrece la verdadera liberación del corazón! Cuando a veces ya intentamos seguir los mil y un consejos o caminos que todos nos quieren proponer y que, de algún modo, son palabras lindas que nos ofrecen soluciones fáciles y que no nos salvan; cuando ya no nos queda nada, en realidad nos damos cuenta y descubrimos que nos queda lo más grande, nos queda Jesús.
¡Qué le importaron a esa mujer las multitudes que rodeaban a Jesús! No le importó que todos sean obstáculos para llegar a él. ¡Qué importa que todos se «burlen» de Jesús y de nosotros cuando él quiere, de algún modo, meterse en nuestras vidas! No importa que hasta los discípulos incluso no entiendan que haya gente entre la multitud queriendo ser curada. No importa que incluso dentro de la Iglesia, de mi familia no me entiendan. No importa todo eso cuando es Jesús el único que escucha finalmente a Jairo y lo acompaña, cuando es él el único que se da cuenta cuando andamos necesitando tocar su manto. ¡Qué importa todo cuando en el fondo se tiene fe profunda! Cuando se tiene esa fe, nada nos debería importar.
Este tipo de fe, la de esta mujer y la de este hombre, nos saca del anonimato, nos introduce en el mundo real, el mundo que Jesús quiere que vivamos, nos introduce en el camino de la lucha diaria que él nos propone. Porque en definitiva el que cree que siempre le falta «algo» y que tiene que caminar, y que ese «algo» siempre vendrá de Dios, es el que tiene fe.
No es feliz el que busca felicidades baratas, inmediatas, el que busca en la góndola de este mundo soluciones mágicas, comprando felicidades pasajeras. No es feliz el que nunca se arrojó a los pies de Jesús porque cree que no lo necesita, sino que es verdaderamente feliz el que encuentra a Jesús, y sin importarle nada, hace lo que tiene que hacer, reconocerse débil, enfermo, necesitado de algo, de algo nuevo, de la felicidad que solo él puede dar.
¿No te gustaría ser como esa mujer por un momento? ¿No te gustaría ser ese padre por un instante y arrojarte a los pies de Jesús? ¿No te gustaría seguir caminando con él, que siempre nos acompaña?

www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 5 de febrero + IV Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 6, 1-6

Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: « ¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?» Y Jesús era para ellos un motivo de escándalo.
Por eso les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.» Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe.
Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.

Palabra del Señor.
2025/07/08 15:41:33
Back to Top
HTML Embed Code: