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LIRIO 9

LIRIO DE LA DOCILIDAD

❤️LIRIOS DE SAN JOSÉ

PASOS A SEGUIR

1.- Rosario a San José
2.- Meditación a San José.
3.- Letanías a San José.
4.- Oración final.
Nota: el Rosario y Letanías , buscar más arriba.
San José

Hijos míos: Hoy os tengo una gracia reservada para daros.
Ya veis ¡cómo es de grande Nuestro Dios, cómo es de
compasivo y misericordioso, ni una hoja del árbol se
mueve sin su Voluntad!

Venid, pues, amigo del alma; os espero, es miércoles, día
fijado por la Iglesia para mi culto, mi veneración.

Tengo muchísimas cosas para contaros, deseo inmenso de
estrecharos entre mis brazos y expresaros todo el amor
que os tengo, la emoción que siento cuando os escucho
tocar la puerta, tocar que es inconfundible al de los demás, tocar que me anuncia que sois vos el que va a entrar por las puertas de mi taller.

Mi corazón ha sido ensanchado para amaros a todos por
igual; un buen padre no tiene preferencia con ninguno de
sus hijos, todos cuentan, todos valen, ninguno es menos
que otro.

Sabes hijo: Muy de madrugada corté unos higos y unas uvas; las tengo para que las disfrutemos en nuestro encuentro, encuentro propiciado por Dios para que os hagáis más espiritual, encuentro en el que perfumo vuestro corazón con mis lirios, porque siempre que lleguéis a mí, os querré dar lo mejor; os incentivo para que dejéis la barca a la orilla del mar y sigáis las huellas del pescador de hombres, caminéis en pos del Hombre- Dios. Hijo que ha descendido del cielo para mostraros un mundo distinto a éste; para anunciaros un reino, reino equitativo, justo para cortaros cadenas, lazos opresores que no os dejan ser libres.

Amado mío: ansiaba este momento, quería miraros a
vuestros ojos y recibiros con una sonrisa; sonrisa que
aliviane un poco vuestra carga, vuestra cruz; sonrisa que
sea bálsamo sanador para vuestras heridas; sonrisa que sea
medicina que os alivie de vuestras enfermedades del
cuerpo y del alma; sonrisa que os motive a venir cada día
miércoles a cumplir nuestra cita, cita que rebosa vuestro
ser del Amor Santo y Divino.

Hijo querido: cerrad vuestros ojos y abrid vuestro
corazón; os tengo otro regalo para daros, otro lirio
perfumado, el Lirio de la Docilidad. Lirio que os hará más
sensible a la voz de Dios. Lirio que os llevará a recibir
con beneplácito las inspiraciones del Espíritu Santo.

Lirio que os llevará a actuar de acuerdo a la Divina Voluntad. Lirio que modificará vuestros pensamientos. Lirio que saetará vuestro corazón con su resplandor de luz. Lirio que despertará un serio interés de hacer sólo lo que el Señor os pida. Lirio que os guiará a los lugares donde debéis ir. Lirio que os transformará de tal forma que ya no sois vosotros los que vivís, es Cristo quien vivirá en vosotros.

Cuidad, pues, con muchísimo esmero el lirio perfumado
de la docilidad, cualquier viento de terquedad lo
marchitará; cualquier lluvia de indocilidad lo destruirá
porque es demasiado frágil, delicado.

Amados hijos: El lirio perfumado de la docilidad os
domará colocando freno en vuestras vidas.

El lirio perfumado de la docilidad cortará con vuestra
terquedad, con vuestra burda manera de pensar.

El lirio perfumado de la docilidad os encaminará a hacer
en todo la Divina Voluntad, en querer agradar sólo al
Señor, en alabarle y adorarle con vuestros actos; actos que son movidos y dirigidos sólo por Él.

El lirio perfumado de la docilidad os preparará un lugar de predilección en el cielo, porque a él sólo entran las almas que en vida se negaron a sí mismas, almas que se dejaron moldear como barro dócil en las manos del Alfarero, almas que aceptaron todo lo que Dios quiso enviarles.

Os dejo la tarea de alimentar mi lirio perfumado con
vuestras renuncias, desapegos.

Hijo mío: según os mováis de acuerdo al Santo Querer de
Dios el lirio manará una fragancia, aún, más exquisita; sus capullos empezarán a abrirse, sus flores serán teñidas de colores del cielo, su tallo y hojas reverdecerán haciéndolo más esbelto, más singular
El alma:

San José, hombre insigne de la docilidad, os dejasteis
guiar por la voz de Dios, no pusisteis obstáculos a su
Divina Voluntad, fuisteis elegido por el cielo para un
proyecto de su Amor Divino. Os llamo a que toméis mi
vida y la talléis de acuerdo al querer de Dios, a que pidáis que el Espíritu Santo descienda sobre mí y moldee mi espíritu indómito.

San José, hombre insigne de la docilidad, dirigid mis
pasos por los senderos que me llevan al cielo; doblegad
mis criterios, mis pareceres para que sea siempre Cristo
actuando en mí.

San José, hombre insigne de la docilidad, heme aquí de
nuevo en vuestro taller. Es una necesidad de amor el
veros, el sentiros cerca.

Es una necesidad de amor venir cada día miércoles a nuestro encuentro de corazón a corazón. Es una necesidad de amor refugiarme los días miércoles en vuestra humilde carpintería; carpintería en la que hallo calidez, sosiego para mi espíritu, descanso para mi corazón; carpintería Sagrario del Amor Santo y Divino porque fuisteis vos quien cuidó de Jesús cuando era niño, fuisteis vos quien emprendió el éxodo a Egipto para preservarle su vida, fuisteis vos quien protegisteis al Primer Sagrario vivo, a la siempre Virgen e Inmaculada María de todo peligro, de toda alimaña.

Carpintería que es aula del cielo en la que aprendo, conozco, me rectifico y emprendo una nueva ruta; ruta que me llevará a una de las moradas celestiales.

Carpintería adornada por vuestra presencia, porque si faltaseis vos, su ambiente sería lúgubre, triste, sombrío. Y como hoy es miércoles, aquí estoy ansioso en escucharos. Deseo ser arropado por vuestra castísima mirada; mirada que purifica mi corazón; mirada que corta malezas, flores marchitas, frutos secos; mirada que me insta a un cambio, a un empezar de nuevo; mirada que me escruta, me libera; mirada que cobija todo mi ser para renovarlo, cambiarlo según el Santo Querer de Dios.

Aquí estoy porque quiero ganarme el cielo, quiero destruir
en mi vida todo lo que huela a mundo, a pecado, a desdicha.

Aquí estoy para que sembréis otro lirio perfumado en mi
corazón, corazón que es embellecido por vuestros arreglos
florales, por vuestras excesivas muestras de cariño para
conmigo.

Aquí estoy presto en cuidar y cultivar vuestro lirio de la
docilidad con mi muerte a mí mismo, con mi apertura al
recibimiento de vuestras gracias.

Aquí estoy felicísimo de que hayáis plantado muy dentro
de mí otro lirio más, el lirio perfumado de la docilidad.

Lirio que llevará mi espíritu al gozo del cielo eterno. Lirio que me llevará al disfrute de una de sus mansiones,
mansiones con muchísimos espacios porque muy pocas
almas hacen la Divina Voluntad. Lirio que hará de mí un
ser dócil, manejable a las inspiraciones de Dios; ser que
actúe movido por su fuerza Divina, por su inercia; inercia
que me lleve a amarlo, a adorarlo, a glorificarlo; inercia
que una mi parte humana con su Ser Divino; inercia que
me encadene de amor por toda la eternidad.

Aquí estoy presuroso en recibir vuestro abrazo; abrazo
que se lleva mis miedos; abrazo que fortalece mi espíritu
para no actuar ya movido por mis intereses, por mis
caprichos, sino por la voz de Dios; voz que me doblega,
me quebranta para no rechazar jamás las invitaciones del
cielo.

San José, ayudadme a que el lirio perfumado de la docilidad permanezca siempre fresco, vivo. Lirio que
perfume los ambientes por donde pase. Lirio que se robe
todas las miradas de los hombres. Lirio que doblegue mi
carácter, mi instinto. Lirio que perfeccione mi vida
cristiana; vida que sea Evangelio encarnado, Palabra vivida; vida que se asemeje a vuestra vida porque os
doblegasteis al Señor; jamás le desobedecisteis,
estuvisteis atento en no ofenderle.

San José, sostenedme en vuestros brazos como a vuestro
Niño Jesús; enseñadme a caminar, estad pendiente de que
no tropiece y caiga, hacedme dócil como lo fuisteis aquí
en la tierra y como lo sois ahora que residís en el cielo.
ORACIÓN FINAL

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir, que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, ya que ejercisteis con Jesús el cargo de Padre, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a vos con todo fervor. No desechéis mis súplicas, antes bien acogedlas propicio y dignaos acceder a ellas piadosamente. Amén
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Feliz día, San José Esposo de María, ruega por nosotros
LIRIO 10

LIRIO DE LA CONFIANZA

LIRIOS DE SAN JOSÉ


PASOS A SEGUIR

1.- Rosario a San José
2.- Meditación a San José.
3.- Letanías a San José.
4.- Oración final.
10. El lirio Perfumado de la Confianza

San José dice:

Hijos amados: gran alegría hay en mi corazón porque ha llegado el día de nuestro encuentro; día en que del cielo lloverán bendiciones para todos vosotros; día en que suspenderé por unos momentos mi trabajo de carpintería para dedicároslo a vosotros, para que nos entretengamos
en nuestro diálogo, en nuestras conversaciones;
conversaciones enriquecidas por la presencia del Espíritu
Santo, conversaciones edificantes, constructivas;
conversaciones que interpelan vuestro corazón al cambio
radical, a un volver vuestros ojos al Señor, a un rendimiento a su Divina Voluntad, a una consagración a su Sacratísimo Corazón y por ende al Inmaculado Corazón de María.

Hoy adorné la mesa de espléndidas rosas, de hermosísimos girasoles y de delicados lirios; lirios que os sumergirán en un éxtasis de amor. Lirios que os embellecerán como a uno de los jardines del cielo.

Hijos amados: abrid, pues, vuestro corazoncito. Hoy
plantaré el lirio perfumado de la Confianza. Lirio que os
llevará a creer plenamente en Dios. Lirio que os conducirá a buscar a Jesús como vuestro amigo, amigo que comparte
vuestras penas y alegrías; amigo que quiere daros lo
mejor, amigo que os alimenta del manjar sólido del cielo,
amigo que os levanta cuando por desventura caéis.

Amigo que vigila vuestro sueño cuando estás enfermo, amigo
incondicional, amigo que todo os lo da sin esperar nada a cambio. Lirio que hará que pongáis vuestros ojos y vuestro corazón sólo en el Señor, confiando plenamente en Él sin reserva. Lirio que os desapegará de los amigos de ocasión; amigos que están a vuestro lado por lo que tenéis, mas no por lo que sois; amigos que aparentemente son vuestros confidentes, vuestros hermanos leales. Lirio
que os desatará de la confianza que hayas puesto en las
creaturas. Lirio que os encaminará al Santo Abandono.

Abandono a la Providencia, abandono al Sagrado Corazón de Jesús. Corazón que jamás os defraudará. Abandono a la intercesión de vuestra Madre del Cielo. Abandono a la Divina Voluntad. Lirio que os cubrirá de la coraza de
Dios para lanzaros en sus brazos sin temor a sufrir ningún daño. Lirio que aniquila vuestra desconfianza para que empecéis a creer en Dios y en sus promesas.

Hijos queridos: vale la pena que cada día miércoles busquéis un encuentro a solas con Dios; miércoles que por Providencia Divina os haré como ángeles en la tierra.

Ángeles embellecidos con los más suntuosos lirios del cielo. Ángeles que se ponen a la brecha de Dios. Ángeles que salmodian con sus vidas de santidad, con su confianza entera en el Señor.

Es necesario que cultivéis mis lirios con amor, no los dejéis marchitar, no los dejéis perecer, haced que con vuestra confianza en Dios crezcan lozanos y frondosos.

Es necesario que no depositéis vuestra confianza en las
cosas del mundo; cosas efímeras, engañosas; cosas manipuladas por satanás, el gran mentiroso; cosas que de
momento os dan supuesta alegría, contento a vuestro
corazón; cosas que os condicionan, os arrebatan de los
caminos de Dios; cosas que os sumergen en nidos de falsedad.

Es necesario que toméis conciencia que el único que os da aliciente en vuestra vida es Dios. Sin Él os moriréis de tedio, melancolía.

Es necesario que acudáis al Señor, que le busquéis, que le escuchéis. Ved en Él vuestro auxilio, vuestra única salvación.

Es necesario que purifiquéis vuestro corazón y lavéis
vuestros pensamientos.

Es necesario que miréis hacia el cielo, que marchéis por la tierra como peregrinos; peregrino que confía habitar una de sus moradas, peregrino que confía ser perdonado y
liberado de toda culpa, peregrino que confía no defraudar al Señor porque de Él recibe sólo bondad; peregrino que confía vivir en estado de gracia evitando caer; peregrino que lleva dentro de sí el lirio perfumado de la confianza.

Lirio que lo impulsa a no cansarse, a nunca desistir hasta llegar a la meta. Lirio que suaviza toda amargura porque muy en el fondo de su ser Dios lo cohabita.
El alma:

San José: vos que fuisteis alma privilegiada de Dios, vos que tuvisteis el honor de cuidar al Hijo de Dios, vos que os hicisteis digno de acompañar por treinta años a la siempre llena de gracia, acompañadme mientras esté de peregrino en esta tierra.

San José: enriqueced mi vida interior, quiero ahondar en mi fe y en mi religión; quiero ser fiel a mis principios.
Temo depositar mi confianza en falsos ídolos, ídolos que
finiquitan, ídolos creados por el mismo hombre, ídolos que desvirtúan la sana doctrina, ídolos que jamás podrán dar lo que Dios concede a todas las almas, ídolos que se irán deteriorando con el paso del tiempo, ídolos que deforman el corazón de las creaturas.

San José: modelo insigne de la confianza en Dios, estoy aquí de nuevo esperando a que abráis las puertas de vuestro taller. Es miércoles, día que llevo impreso en mi
pensamiento y en mi corazón; día que escalo un peldaño más a la santidad. Día que me acerca un poquito más al cielo, día que mi entendimiento se abre para comprender
vuestras palabras. Día de bendición y de gracia porque el velo de mis ojos se corre, los tapones de mis oídos se remueven, mi espíritu se recoge y mi alma vuela al cielo.
San José: arrebatadme de la superficialidad, concededme
la gracia de abandonarme por entero a Dios, de tener la
convicción de que a su lado nada me podrá suceder, de caminar sin sopesar los peligros porque Él no permitirá que tropiece y caiga.

Mirad, San José, mi corazón: cómo palpita, cómo se agita ante vuestra presencia; está anheloso de recibir otro de los lirios perfumados. Lirios que deseáis darme cada día
miércoles; mis puertas interiores están abiertas; plantadlo, pues, para no morirme en ansias de poseerlo; plantadlo, pues, para fundirme en un éxtasis de Amor Divino.

Plantadlo, pues, para que mi corazón se una a vuestro amor, amor por vuestro Hijo Jesús y por vuestra Santísima Esposa.

Mirad, san José, el ardiente deseo que tengo de tener sembrado muy dentro de mí el lirio perfumado de la confianza porque hay momentos en mi vida que me siento como barca a la deriva pronta en naufragar como cervatillo temeroso de encontrarse con un depredador, como águila con miedo de volar.

Amado san José: Sé que el lirio perfumado de la
confianza se llevará mis muchísimos miedos, mis variados temores en enfrentar la vida, en caer en callejones sin salida, en perderme de las Gracias del Cielo, en no ser acogido por la Misericordia Infinita de Dios.

Amado San José: Sé que el lirio perfumado de la
confianza fijará mi corazón sólo en el Señor, me despojará de falsas seguridades para lanzarme hacia la plenitud perenne del Santo Abandono.

Amado san José: heme aquí dispuesto en renunciar al mundo y a sus trivialidades; su ruido ensordecedor turba
mi espíritu; me duele ver almas incautas que se dejan seducir por sus mentiras en plantear la vida por vanas filosofías.

Hoy queridísimo San José, hombre insigne que pusiste vuestra confianza en Dios: renovad mis pensamientos, sosegad mi corazón porque vientos fuertes bullen en él, tormentas impetuosas lo asechan; haced que confíe plenamente en el Señor; haced que mi vida transcurra en el suave oleaje del cielo, en sus apacibles vientos y en los susurros de su brisa suave.

Si algo llega a intranquilizarme, a robarme la paz, venid a mí para que soseguéis mi corazón y aquietéis mi espíritu sembrando el lirio perfumado de la confianza.

Lirio que hará que me plantee proyectos sólidos. Lirio que edificará mi casa sobre la roca, casa que nadie la pueda destruir porque está bien cimentada; casa difícil de zarandear, tambalear. Lirio que invadirá todo mi ser de una paz y seguridad sobrenatural, seguridad para no fracasar, seguridad para no mirar hacia atrás, seguridad para no condolerme de mi pasado porque ya ha sido perdonado; seguridad de llegar a la meta y recibir el premio: salvación de mi alma y gozo eterno.
ORACIÓN FINAL

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío San José, que jamás se ha oído decir, que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio sin haber sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, ya que ejercisteis con Jesús el cargo de Padre, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a vos con todo fervor. No desechéis mis súplicas, antes bien acogedlas propicio y dignaos acceder a ellas piadosamente. Amén
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LA SOMBRA DEL PADRE

Historia de José de Nazaret

Autor: JAN DOBRACZYŃSKI

Entrega nº 66

Dormía y, sin embargo, no había perdido ni por un momento la noción de dónde se encontraba. Seguía recordando que estaba echado en el mismo prado al que Miriam solía llevar su rebaño a pastar. Por momentos le parecía ver en sueños su silueta menuda siguiendo a las ovejas, acompasando sus pasos al paso de los animales. Y luego tenía repentinamente la sensación de encontrarse en la sinagoga, de pie en la tebutâ(1), buscando en vano con la regla el versículo adecuado en el rollo. Encontró al fin las palabras que buscaba. Volvió a leerlas en sueños. Mientras las leía en la sinagoga sabía lo que significaban. Conocía la doctrina de los escribas. Basándose en ella, sabía explicar el pensamiento de los profetas… Pero ahora, en sueños, las palabras resonaron de manera totalmente distinta, aunque se trataba del mismo versículo: «Él os dará una señal: una virgen concebirá y dará a luz un hijo…».
Conocía la historia de su estirpe. Más de una vez había oído la explicación de la profecía. Pero ahora —en sueños— le llamó la atención la palabra: alma, muchacha… Casi una niña, la que todavía no se ha hecho mujer… La palabra «encinta» sonaba como una contradicción. Los escribas enseñaban que el profeta hablaba de Abía, esposa de Acaz. Acaz era un rey malo e impío. Uno de los peores reyes de la estirpe de David. Ofrecía sacrificios a dioses extranjeros. A cambio de una promesa de ayuda se vendió al rey de Asiria. Le entregó el oro del Templo y reconoció a sus dioses. Rechazó al Altísimo. Fue responsable de la destrucción y de la desaparición del reino de Israel. No le importaba la esclavitud de sus hermanos.
Es cierto, el hijo suyo y de Abía, Ezequías, fue un hombre muy distinto. Intentó recomponer lo que había destruido su padre. Abjuró de los dioses extranjeros, volvió al Altísimo. Renovó Su Templo. A pesar de su debilidad, no se amedrentó ante las amenazas del rey de Asiria. No se doblegó, aunque el otro amenazaba con destruir Jerusalén. Ezequías salvó la fe de Judea, salvó el reino de David. Pero ¿por qué el profeta había llamado a Abía muchacha encinta? No era una muchacha, era una mujer, la esposa de Acaz…
Y de nuevo soñaba que estaba en el prado, en el que se encontraba en realidad. Había oscuridad, sobre su cabeza y en su corazón, pena, la amargura del fracaso, sensación de abandono. No tenía a nadie con quien compartir su dolor. José apenas recordaba a su madre. La comunicación con el padre se rompió cuando entró en la edad en que tenía que haber buscado esposa. A pesar de la amistad de mucha gente, hacía años que estaba totalmente solo. Solo tenía que decidir cómo comportarse… Decidir por él y por ella.

(1) TEBUTÁ: tribuna de la Sinagoga, desde donde se proclama la «Ley».
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LA SOMBRA DEL PADRE

Historia de José de Nazaret

Autor: JAN DOBRACZYŃSKI

Dormía y, sin embargo, no había perdido ni por un momento la noción de dónde se encontraba. Seguía recordando que estaba echado en el mismo prado al que Miriam solía llevar su rebaño a pastar. Por momentos le parecía ver en sueños su silueta menuda siguiendo a las ovejas, acompasando sus pasos al paso de los animales. Y luego tenía repentinamente la sensación de encontrarse en la sinagoga, de pie en la tebutâ(1), buscando en vano con la regla el versículo adecuado en el rollo. Encontró al fin las palabras que buscaba. Volvió a leerlas en sueños. Mientras las leía en la sinagoga sabía lo que significaban. Conocía la doctrina de los escribas. Basándose en ella, sabía explicar el pensamiento de los profetas… Pero ahora, en sueños, las palabras resonaron de manera totalmente distinta, aunque se trataba del mismo versículo: «Él os dará una señal: una virgen concebirá y dará a luz un hijo…».
Conocía la historia de su estirpe. Más de una vez había oído la explicación de la profecía. Pero ahora —en sueños— le llamó la atención la palabra: alma, muchacha… Casi una niña, la que todavía no se ha hecho mujer… La palabra «encinta» sonaba como una contradicción. Los escribas enseñaban que el profeta hablaba de Abía, esposa de Acaz. Acaz era un rey malo e impío. Uno de los peores reyes de la estirpe de David. Ofrecía sacrificios a dioses extranjeros. A cambio de una promesa de ayuda se vendió al rey de Asiria. Le entregó el oro del Templo y reconoció a sus dioses. Rechazó al Altísimo. Fue responsable de la destrucción y de la desaparición del reino de Israel. No le importaba la esclavitud de sus hermanos.
Es cierto, el hijo suyo y de Abía, Ezequías, fue un hombre muy distinto. Intentó recomponer lo que había destruido su padre. Abjuró de los dioses extranjeros, volvió al Altísimo. Renovó Su Templo. A pesar de su debilidad, no se amedrentó ante las amenazas del rey de Asiria. No se doblegó, aunque el otro amenazaba con destruir Jerusalén. Ezequías salvó la fe de Judea, salvó el reino de David. Pero ¿por qué el profeta había llamado a Abía muchacha encinta? No era una muchacha, era una mujer, la esposa de Acaz…
Y de nuevo soñaba que estaba en el prado, en el que se encontraba en realidad. Había oscuridad, sobre su cabeza y en su corazón, pena, la amargura del fracaso, sensación de abandono. No tenía a nadie con quien compartir su dolor. José apenas recordaba a su madre. La comunicación con el padre se rompió cuando entró en la edad en que tenía que haber buscado esposa. A pesar de la amistad de mucha gente, hacía años que estaba totalmente solo. Solo tenía que decidir cómo comportarse… Decidir por él y por ella.

(1) TEBUTÁ: tribuna de la Sinagoga, desde donde se proclama la «Ley».
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*LA SOMBRA DEL PADRE*

Historia de José de Nazaret

Autor: JAN DOBRACZYŃSKI



Dormía y, sin embargo, no había perdido ni por un momento la noción de dónde se encontraba. Seguía recordando que estaba echado en el mismo prado al que Miriam solía llevar su rebaño a pastar. Por momentos le parecía ver en sueños su silueta menuda siguiendo a las ovejas, acompasando sus pasos al paso de los animales. Y luego tenía repentinamente la sensación de encontrarse en la sinagoga, de pie en la tebutâ(1), buscando en vano con la regla el versículo adecuado en el rollo. Encontró al fin las palabras que buscaba. Volvió a leerlas en sueños. Mientras las leía en la sinagoga sabía lo que significaban. Conocía la doctrina de los escribas. Basándose en ella, sabía explicar el pensamiento de los profetas… Pero ahora, en sueños, las palabras resonaron de manera totalmente distinta, aunque se trataba del mismo versículo: «Él os dará una señal: una virgen concebirá y dará a luz un hijo…».
Conocía la historia de su estirpe. Más de una vez había oído la explicación de la profecía. Pero ahora —en sueños— le llamó la atención la palabra: alma, muchacha… Casi una niña, la que todavía no se ha hecho mujer… La palabra «encinta» sonaba como una contradicción. Los escribas enseñaban que el profeta hablaba de Abía, esposa de Acaz. Acaz era un rey malo e impío. Uno de los peores reyes de la estirpe de David. Ofrecía sacrificios a dioses extranjeros. A cambio de una promesa de ayuda se vendió al rey de Asiria. Le entregó el oro del Templo y reconoció a sus dioses. Rechazó al Altísimo. Fue responsable de la destrucción y de la desaparición del reino de Israel. No le importaba la esclavitud de sus hermanos.
Es cierto, el hijo suyo y de Abía, Ezequías, fue un hombre muy distinto. Intentó recomponer lo que había destruido su padre. Abjuró de los dioses extranjeros, volvió al Altísimo. Renovó Su Templo. A pesar de su debilidad, no se amedrentó ante las amenazas del rey de Asiria. No se doblegó, aunque el otro amenazaba con destruir Jerusalén. Ezequías salvó la fe de Judea, salvó el reino de David. Pero ¿por qué el profeta había llamado a Abía muchacha encinta? No era una muchacha, era una mujer, la esposa de Acaz…
Y de nuevo soñaba que estaba en el prado, en el que se encontraba en realidad. Había oscuridad, sobre su cabeza y en su corazón, pena, la amargura del fracaso, sensación de abandono. No tenía a nadie con quien compartir su dolor. José apenas recordaba a su madre. La comunicación con el padre se rompió cuando entró en la edad en que tenía que haber buscado esposa. A pesar de la amistad de mucha gente, hacía años que estaba totalmente solo. Solo tenía que decidir cómo comportarse… Decidir por él y por ella.

(1) TEBUTÁ: tribuna de la Sinagoga, desde donde se proclama la «Ley».
2024/09/30 03:27:32
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