MANIFIESTOZINE Telegram 337
Puertos Lejanos

Cadáver exquisito

Sacudo las cortinas de esta casa y lloviendo como polvo en seco, se inundan los muebles. Con tu río acaudalado desbordas mi llano desolado y me voy lejos, sin rumbo hasta el mar. Al ver el sol solo quiero entrar al agua para lavar mi pena en la lluvia y demás desmanes, en el sentido pulcro de mantener una verdad o un sentimiento. La coraza que me abraza al tacto es fría, aún así me calienta. Entonces vuelvo a celebrar un entierro con mi propio cuerpo mientras se me pudre la poesía en la entrepierna, es sutil. Tan sutil que se desliza entre molares y lenguas viperinas, se condensa entre dos pieles ajenas y explota rozando lo inigualable.

Poesía masticable es aquella que dejas escapar con cada suspiro cuando te arranco entre mordidas un terremoto de placer. Estallo de lujuria en orgasmos clitorianos que me dejan inmóvil, dando vueltas en la mente y en estado de gracia. Putas azucenas, pétalos amarillos en el bollo, ya da igual. Mi ropa consoló a la eternidad, y estas tetas te reciben como náufrago en puerto pesquero. Chupa, chupa sin vergüenza, sin dolor, devuélveme en tu lengua la revolución que nunca tuve en esta boca, alfabetízame los labios, los que quieras. Tómame como si fuera un cuartel con la guardia baja, enfrenta la emboscada de tus labios fugitivos, y mantenme cautiva aguardando tu mirada, tu mirada perdida mas nunca olvidada que me lleva lejos, donde el cielo acaba. Se encaminan el vacío o dormita la tierra, el cielo es la barrera entre las flores y las estrellas, entre los cisnes.

¿A dónde llegan las plegarias? Alas de lluvia las trasladan a puertos lejanos, están mejor donde los hombres, donde las mujeres. ¡Total! Dicen que Dios ha muerto. ¿Será verdad? Hay tantos dioses entre nosotros, el Dios de tu mirada que se posa en mi piel y revuelve las sinuosidades de mis huesos. Para mí... solo para mí, Dios es tu carne cuando se condensa con la mía. Dicen que Dios ha muerto, yo no les puedo creer cuando te escucho recitar aquel poema que te dediqué en un robo de aliento. Evoco el olor a cueva marina transportándome a lugares insospechados, tanto de novela negra como de culebrón turco.


Edición: Elena Navarro y Marcos Pérez
Foto: María Lucía Expósito



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Puertos Lejanos

Cadáver exquisito

Sacudo las cortinas de esta casa y lloviendo como polvo en seco, se inundan los muebles. Con tu río acaudalado desbordas mi llano desolado y me voy lejos, sin rumbo hasta el mar. Al ver el sol solo quiero entrar al agua para lavar mi pena en la lluvia y demás desmanes, en el sentido pulcro de mantener una verdad o un sentimiento. La coraza que me abraza al tacto es fría, aún así me calienta. Entonces vuelvo a celebrar un entierro con mi propio cuerpo mientras se me pudre la poesía en la entrepierna, es sutil. Tan sutil que se desliza entre molares y lenguas viperinas, se condensa entre dos pieles ajenas y explota rozando lo inigualable.

Poesía masticable es aquella que dejas escapar con cada suspiro cuando te arranco entre mordidas un terremoto de placer. Estallo de lujuria en orgasmos clitorianos que me dejan inmóvil, dando vueltas en la mente y en estado de gracia. Putas azucenas, pétalos amarillos en el bollo, ya da igual. Mi ropa consoló a la eternidad, y estas tetas te reciben como náufrago en puerto pesquero. Chupa, chupa sin vergüenza, sin dolor, devuélveme en tu lengua la revolución que nunca tuve en esta boca, alfabetízame los labios, los que quieras. Tómame como si fuera un cuartel con la guardia baja, enfrenta la emboscada de tus labios fugitivos, y mantenme cautiva aguardando tu mirada, tu mirada perdida mas nunca olvidada que me lleva lejos, donde el cielo acaba. Se encaminan el vacío o dormita la tierra, el cielo es la barrera entre las flores y las estrellas, entre los cisnes.

¿A dónde llegan las plegarias? Alas de lluvia las trasladan a puertos lejanos, están mejor donde los hombres, donde las mujeres. ¡Total! Dicen que Dios ha muerto. ¿Será verdad? Hay tantos dioses entre nosotros, el Dios de tu mirada que se posa en mi piel y revuelve las sinuosidades de mis huesos. Para mí... solo para mí, Dios es tu carne cuando se condensa con la mía. Dicen que Dios ha muerto, yo no les puedo creer cuando te escucho recitar aquel poema que te dediqué en un robo de aliento. Evoco el olor a cueva marina transportándome a lugares insospechados, tanto de novela negra como de culebrón turco.


Edición: Elena Navarro y Marcos Pérez
Foto: María Lucía Expósito

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