Miércoles 25 de diciembre + Solemnidad de Navidad + Misa del día + Principio del santo Evangelio según san Juan 1, 1-5. 9-14
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor.
Al principio existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.
En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la percibieron.
La Palabra era la luz verdadera
que, al venir a este mundo,
ilumina a todo hombre.
Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron.
Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre,
sino que fueron engendrados por Dios.
Y la Palabra se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 1, 1-5. 9-14:
Estamos en Navidad y estaremos en Navidad por unos cuantos días. Las cosas lindas hay que festejarlas mucho tiempo y lo lindo de la vida necesita tiempo para que decante, para poder llegar a lo profundo del corazón del que cree, del que cree en Jesús, en el Dios hecho hombre, en el «Dios con nosotros». Algo tan increíble y maravilloso como la Navidad necesita ocho días de contemplación. Por eso, hoy empezamos el tiempo de Navidad y este gran día durará ocho días, y se llama Octava de Navidad. Así que empezamos a transitar estos días tan lindos de la mano de la Iglesia, que nos enseña siempre.
Vuelvo a decir: estamos en la Navidad y llegamos, como decíamos ayer, como llegamos. No sé cómo habrás vivido la Nochebuena, la Noche santa, pero si tuviste ojos de fe, si te pusiste los anteojos de Jesús, seguramente te diste cuenta de muchas cosas que no parecen tener mucho que ver con lo que en realidad celebramos los cristianos, pero no importa. No es para enojarse ni para ver lo negativo, sino que es para aprender y seguir creciendo. El mundo sigue su curso y nosotros estamos en este mundo. Como dice Jesús: «Estamos en el mundo, pero no somos de este mundo». «Él vino al mundo y el mundo no lo conoció –dice la Palabra de hoy–. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron».
Nuestra lógica, la lógica humana, espera otra cosa cuando se le habla de Dios. Nuestro corazón espera cosas grandes cuando escucha la palabra todopoderoso, omnipotente, Mesías, por ejemplo. Nuestro corazón a veces se resiste a pensar que lo grande puede estar todo metido en lo pequeño, lo divino puede estar en lo humano. Sin embargo, si queremos empezar a entender que es la Navidad, la natividad del Señor, y que es el misterio de la Encarnación, es bueno que nos vayamos acostumbrando a eso, a las locuras de Dios. Creemos en un Dios que va bastante a contramano de este mundo. Por eso el mundo no lo recibió –como dice la Palabra de Algo del Evangelio de hoy–, por eso el mundo hoy no lo recibe mucho a Jesús, por eso vos y yo a veces nos cuesta tanto recibirlo verdaderamente en el corazón.
Lo lindo de estos días es aprender a recibir a nuestro Salvador. Hay que entrenarse para recibirlo, en saber abrirle las puertas, para no ser como los del mundo que no lo recibieron, para no ser como la mayoría del mundo que no lo recibe, que lo deja pasar. Jesús hoy también sigue naciendo en pesebres escondidos, pobres y silenciosos de tantos altares y corazones en el mundo; sigue naciendo mientras el mundo sigue en la suya; sigue muriendo buscándose solo así mismo y no encontrando más que vacío. «La Palabra se hizo carne», dice Algo del Evangelio de hoy. La Palabra se hizo hombre y nació entre nosotros, vivió entre nosotros, murió entre nosotros y ahora está entre nosotros. Que la Palabra se haya hecho carne, se haya hecho hombre, quiere decir que todo lo que Dios quería decirnos nos lo quiso decir de una vez para siempre, y no por medio de sonidos de palabras que van por el aire –como son las que usamos nosotros–, sino por medio de una Persona, del Hijo, de Jesús. Que habló también con palabras, pero que habló mucho más con su presencia, con sus gestos, con sus silencios, con sus acciones y también, por supuesto, con sus palabras.
No pienses hoy en todo lo que hizo y habló Jesús, sino en todo lo que no hizo y calló desde que estuvo en un pesebre. No pienses tanto en todo lo que tenés que hacer por él, sino tratemos mejor de imaginarnos estando en el pesebre y teniendo a un niño en nuestros brazos, recibiendo a Jesús. Jesús, Dios y hombre en los brazos de cada hombre, dejándose abrazar y cuidar. Ese niño que te estás imaginando, el que nació en los brazos de María y fue cuidado por ella y José, es luz y vida. Es amor que ilumina y da vida. Es vida que ilumina para amar. Es luz que da vida y amor.
Un niño que es Dios, un Dios que se hace niño para que dejemos de tenerle miedo a nuestro buen Dios, como si él fuera algo raro y molesto en nuestras vidas. Tenemos a Dios en las manos, se nos vino a entregar.
Estamos en Navidad y estaremos en Navidad por unos cuantos días. Las cosas lindas hay que festejarlas mucho tiempo y lo lindo de la vida necesita tiempo para que decante, para poder llegar a lo profundo del corazón del que cree, del que cree en Jesús, en el Dios hecho hombre, en el «Dios con nosotros». Algo tan increíble y maravilloso como la Navidad necesita ocho días de contemplación. Por eso, hoy empezamos el tiempo de Navidad y este gran día durará ocho días, y se llama Octava de Navidad. Así que empezamos a transitar estos días tan lindos de la mano de la Iglesia, que nos enseña siempre.
Vuelvo a decir: estamos en la Navidad y llegamos, como decíamos ayer, como llegamos. No sé cómo habrás vivido la Nochebuena, la Noche santa, pero si tuviste ojos de fe, si te pusiste los anteojos de Jesús, seguramente te diste cuenta de muchas cosas que no parecen tener mucho que ver con lo que en realidad celebramos los cristianos, pero no importa. No es para enojarse ni para ver lo negativo, sino que es para aprender y seguir creciendo. El mundo sigue su curso y nosotros estamos en este mundo. Como dice Jesús: «Estamos en el mundo, pero no somos de este mundo». «Él vino al mundo y el mundo no lo conoció –dice la Palabra de hoy–. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron».
Nuestra lógica, la lógica humana, espera otra cosa cuando se le habla de Dios. Nuestro corazón espera cosas grandes cuando escucha la palabra todopoderoso, omnipotente, Mesías, por ejemplo. Nuestro corazón a veces se resiste a pensar que lo grande puede estar todo metido en lo pequeño, lo divino puede estar en lo humano. Sin embargo, si queremos empezar a entender que es la Navidad, la natividad del Señor, y que es el misterio de la Encarnación, es bueno que nos vayamos acostumbrando a eso, a las locuras de Dios. Creemos en un Dios que va bastante a contramano de este mundo. Por eso el mundo no lo recibió –como dice la Palabra de Algo del Evangelio de hoy–, por eso el mundo hoy no lo recibe mucho a Jesús, por eso vos y yo a veces nos cuesta tanto recibirlo verdaderamente en el corazón.
Lo lindo de estos días es aprender a recibir a nuestro Salvador. Hay que entrenarse para recibirlo, en saber abrirle las puertas, para no ser como los del mundo que no lo recibieron, para no ser como la mayoría del mundo que no lo recibe, que lo deja pasar. Jesús hoy también sigue naciendo en pesebres escondidos, pobres y silenciosos de tantos altares y corazones en el mundo; sigue naciendo mientras el mundo sigue en la suya; sigue muriendo buscándose solo así mismo y no encontrando más que vacío. «La Palabra se hizo carne», dice Algo del Evangelio de hoy. La Palabra se hizo hombre y nació entre nosotros, vivió entre nosotros, murió entre nosotros y ahora está entre nosotros. Que la Palabra se haya hecho carne, se haya hecho hombre, quiere decir que todo lo que Dios quería decirnos nos lo quiso decir de una vez para siempre, y no por medio de sonidos de palabras que van por el aire –como son las que usamos nosotros–, sino por medio de una Persona, del Hijo, de Jesús. Que habló también con palabras, pero que habló mucho más con su presencia, con sus gestos, con sus silencios, con sus acciones y también, por supuesto, con sus palabras.
No pienses hoy en todo lo que hizo y habló Jesús, sino en todo lo que no hizo y calló desde que estuvo en un pesebre. No pienses tanto en todo lo que tenés que hacer por él, sino tratemos mejor de imaginarnos estando en el pesebre y teniendo a un niño en nuestros brazos, recibiendo a Jesús. Jesús, Dios y hombre en los brazos de cada hombre, dejándose abrazar y cuidar. Ese niño que te estás imaginando, el que nació en los brazos de María y fue cuidado por ella y José, es luz y vida. Es amor que ilumina y da vida. Es vida que ilumina para amar. Es luz que da vida y amor.
Un niño que es Dios, un Dios que se hace niño para que dejemos de tenerle miedo a nuestro buen Dios, como si él fuera algo raro y molesto en nuestras vidas. Tenemos a Dios en las manos, se nos vino a entregar.
Lo tenemos en el corazón para que lo abracemos, para recibirlo de la mejor manera posible. Todavía estamos a tiempo de vivir bien esta Navidad, de recibir a nuestro Salvador y no dejarlo solo como lo dejaron los de su tiempo. No dejemos solo hoy a nadie, a nadie que se nos cruce por el camino y tengamos la oportunidad de recibir. A Jesús lo recibimos en la Eucaristía, pero también en los otros. Pensemos hoy de qué manera podemos recibir esa palabra que contiene todo lo que Dios nos quiso decir de una vez para siempre.
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p. Rodrigo Aguilar
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Jueves 26 de diciembre + Fiesta de San Esteban + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 10, 17-22
Jesús dijo a sus apóstoles:
Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos.
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Palabra del Señor.
Jesús dijo a sus apóstoles:
Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos.
Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará.
Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 10, 17-22:
¡No nos olvidemos que nosotros también fuimos niños! ¡No nos olvidemos que lo que más queremos también fueron niños alguna vez! ¡No nos olvidemos de esas personas que nos cuesta querer un poco, y bueno ellos también fueron niños!
Seguramente estarás todavía decantando los festejos de estos días. Pasó el 25, y con la Navidad pasaron muchas cosas. Pasó la familia, pasaron los regalos. Pasó la comida de todo tipo y color, pasaron algunas emociones y también algunas tristezas. Pasaron cosas importantes, lindas, pero también tenemos que reconocer que a veces pasa mucha frivolidad y superficialidad. Pasa de todo. Y ahora, ¿cómo seguimos? Tenemos que seguir como estamos, pero acordándonos que «todavía estamos a tiempo», todavía estamos en Navidad. Todavía podemos acercarnos a un pesebre si no lo hicimos. Podemos tomarnos un tiempo de adoración si no tuvimos ese momento. Todavía tenemos algo para dar al que no la pasó tan bien. Todavía nos tenemos a nosotros mismos. Todavía estamos a tiempo de enseñarles a nuestros hijos que, en medio de todo lo que pasó, el protagonista principal de estos días es Jesús. Podemos todavía acercarlo a un pesebre y enseñarle quién es quién en esa representación tan linda, que seguramente tenemos en nuestras casas. Todavía podemos seguir profundizando la Navidad porque durante ocho días la seguiremos celebrando, se llama la «Octava de Navidad». Tratemos de no poner primera otra vez y empezar a correr, porque si no, será más de lo mismo.
Hoy es la fiesta de san Esteban, el primer mártir de nuestra familia, de la Iglesia; el primero que, por amor a Jesús, el Dios que se hizo niño, dio su vida. No se la quitaron así nomás, sino que la entregó. Los mártires son los que dieron la vida, como dijo el mismo Jesús: «Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mí mismo». Los mártires no solo son los que dan la vida por medio de su sangre, sino los que también van dando su vida lentamente, gota por gota todos los días. Son lo que después de la Navidad se enamoran de un Dios tan niño, tan frágil, que se deciden a «recibirlo en sus brazos» y empiezan a cargar con el lindo peso de no callar el amor de Dios frente a un mundo que no se da cuenta de tanto amor.
Una vez alguien me contaba, alguien que de hace unos años vivió una vuelta a Dios en su vida –que siempre fue católico, pero que recién en estos tiempos se dio cuenta el tiempo que había perdido–, me decía algo así: «¿Sabés qué es lo que me pasa ahora? Ya no tengo miedo a hablar de Jesús, antes ni se me ocurría, antes me daba vergüenza. Ahora no me importa nada». Y entre los dos pensábamos en eso, porque a mí también en una época de mi vida me pasó lo mismo, tenía vergüenza de hablar de él. En el fondo era un síntoma de que todavía no estaba tan enamorado de Jesús como me creía. Me habían enseñado de él, pero todavía no lo conocía. ¡Ser cristiano es eso: es enamorarse de una Persona que nació y vivió entre nosotros, y sigue viviendo! Es descubrir que Dios se hizo hombre, se hizo niño para que vos y yo podamos conocer el amor de Dios Padre en una Persona concreta, en su hijo. Mientras tanto, si no vivimos así nuestra fe, la fe será solo una moral, una ética, un cumplir algunas reglas, una imposición, una cuestión social, una cuestión de familia, un sentimiento pasajero que deslumbra y se apaga, como los fuegos artificiales de ayer. Creer en este niño nos lleva a no querer callarnos nunca, aunque nos quieran callar y tapar.
Me acuerdo que en una misa de medianoche, en la Misa de Gallo, pasó algo muy simbólico cuando la celebraba, que describe lo que se vivió en la época de Jesús y lo que se sigue viviendo hoy. Mientras proclamábamos la Palabra de Dios a las doce, a las doce y un poquito más, los fuegos artificiales no nos dejaban escuchar la Palabra. El humo y el ruido querían, por decirlo de alguna manera, tapar la voz de Dios. Al terminar de proclamar el evangelio, casi no pude predicar porque no se escuchaba nada.
¡No nos olvidemos que nosotros también fuimos niños! ¡No nos olvidemos que lo que más queremos también fueron niños alguna vez! ¡No nos olvidemos de esas personas que nos cuesta querer un poco, y bueno ellos también fueron niños!
Seguramente estarás todavía decantando los festejos de estos días. Pasó el 25, y con la Navidad pasaron muchas cosas. Pasó la familia, pasaron los regalos. Pasó la comida de todo tipo y color, pasaron algunas emociones y también algunas tristezas. Pasaron cosas importantes, lindas, pero también tenemos que reconocer que a veces pasa mucha frivolidad y superficialidad. Pasa de todo. Y ahora, ¿cómo seguimos? Tenemos que seguir como estamos, pero acordándonos que «todavía estamos a tiempo», todavía estamos en Navidad. Todavía podemos acercarnos a un pesebre si no lo hicimos. Podemos tomarnos un tiempo de adoración si no tuvimos ese momento. Todavía tenemos algo para dar al que no la pasó tan bien. Todavía nos tenemos a nosotros mismos. Todavía estamos a tiempo de enseñarles a nuestros hijos que, en medio de todo lo que pasó, el protagonista principal de estos días es Jesús. Podemos todavía acercarlo a un pesebre y enseñarle quién es quién en esa representación tan linda, que seguramente tenemos en nuestras casas. Todavía podemos seguir profundizando la Navidad porque durante ocho días la seguiremos celebrando, se llama la «Octava de Navidad». Tratemos de no poner primera otra vez y empezar a correr, porque si no, será más de lo mismo.
Hoy es la fiesta de san Esteban, el primer mártir de nuestra familia, de la Iglesia; el primero que, por amor a Jesús, el Dios que se hizo niño, dio su vida. No se la quitaron así nomás, sino que la entregó. Los mártires son los que dieron la vida, como dijo el mismo Jesús: «Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mí mismo». Los mártires no solo son los que dan la vida por medio de su sangre, sino los que también van dando su vida lentamente, gota por gota todos los días. Son lo que después de la Navidad se enamoran de un Dios tan niño, tan frágil, que se deciden a «recibirlo en sus brazos» y empiezan a cargar con el lindo peso de no callar el amor de Dios frente a un mundo que no se da cuenta de tanto amor.
Una vez alguien me contaba, alguien que de hace unos años vivió una vuelta a Dios en su vida –que siempre fue católico, pero que recién en estos tiempos se dio cuenta el tiempo que había perdido–, me decía algo así: «¿Sabés qué es lo que me pasa ahora? Ya no tengo miedo a hablar de Jesús, antes ni se me ocurría, antes me daba vergüenza. Ahora no me importa nada». Y entre los dos pensábamos en eso, porque a mí también en una época de mi vida me pasó lo mismo, tenía vergüenza de hablar de él. En el fondo era un síntoma de que todavía no estaba tan enamorado de Jesús como me creía. Me habían enseñado de él, pero todavía no lo conocía. ¡Ser cristiano es eso: es enamorarse de una Persona que nació y vivió entre nosotros, y sigue viviendo! Es descubrir que Dios se hizo hombre, se hizo niño para que vos y yo podamos conocer el amor de Dios Padre en una Persona concreta, en su hijo. Mientras tanto, si no vivimos así nuestra fe, la fe será solo una moral, una ética, un cumplir algunas reglas, una imposición, una cuestión social, una cuestión de familia, un sentimiento pasajero que deslumbra y se apaga, como los fuegos artificiales de ayer. Creer en este niño nos lleva a no querer callarnos nunca, aunque nos quieran callar y tapar.
Me acuerdo que en una misa de medianoche, en la Misa de Gallo, pasó algo muy simbólico cuando la celebraba, que describe lo que se vivió en la época de Jesús y lo que se sigue viviendo hoy. Mientras proclamábamos la Palabra de Dios a las doce, a las doce y un poquito más, los fuegos artificiales no nos dejaban escuchar la Palabra. El humo y el ruido querían, por decirlo de alguna manera, tapar la voz de Dios. Al terminar de proclamar el evangelio, casi no pude predicar porque no se escuchaba nada.
Hicimos silencio cinco minutos, esperando con paciencia… y los ruidos fueron de a poco apagándose. Pero eso jamás podrá pasar. El ruido del mundo, el ruido de los que todavía no perciben la voz de Dios, jamás podrán callar a la Palabra, que jamás pasará. Todo pasará, pero las Palabras de Dios no pasarán. Nadie podrá callar el amor de Dios, el amor de este niño, mientras quede un corazón en esta tierra que lo ame.
El que se enamora de Jesús, como san Esteban, ya no se preocupa por el qué van a decir, por lo que el otro o los otros dirán; al contrario, vive convencido de que no se puede tener una alegría y ocultarla, no se puede decir que se cree en alguien, pero tener vergüenza de hablar de él. ¿Qué persona está enamorada de su novia, novio, de su mujer, de su marido, y la oculta y no dice nada de ella? El que no está verdaderamente enamorado.
Pensemos si esta Navidad nos ayudó a enamorarnos más del niño Jesús. Es lo mejor que nos pudo haber pasado, es el mejor regalo de Navidad, porque la Navidad es Jesús, es de él.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
El que se enamora de Jesús, como san Esteban, ya no se preocupa por el qué van a decir, por lo que el otro o los otros dirán; al contrario, vive convencido de que no se puede tener una alegría y ocultarla, no se puede decir que se cree en alguien, pero tener vergüenza de hablar de él. ¿Qué persona está enamorada de su novia, novio, de su mujer, de su marido, y la oculta y no dice nada de ella? El que no está verdaderamente enamorado.
Pensemos si esta Navidad nos ayudó a enamorarnos más del niño Jesús. Es lo mejor que nos pudo haber pasado, es el mejor regalo de Navidad, porque la Navidad es Jesús, es de él.
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P. Rodrigo Aguilar
Viernes 27 de diciembre + Fiesta de San Juan Evangelista + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 2-8
El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Palabra del Señor.
El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Palabra del Señor.
Comentario a Juan 20, 2-8:
En el marco de la octava de navidad, celebramos hoy la fiesta de San Juan, el evangelista. Aquel a quién se le atribuye el cuarto evangelio, tres cartas cortitas pero muy profundas y el apocalipsis. Sin embargo, los estudios más profundos de estos tiempos fueron reflejando que difícilmente es el discípulo que aparece en los evangelios, ni tampoco el discípulo amado que aparece tanto en su evangelio. Todos se inclinan a pensar que fue alguien de su comunidad, alguien que recibió esa tradición, pero no el mismo que estuvo con Jesús. No te asustes. No quiero confundirte, pero si enseñarte algo que por ahí no escuchaste y puede parecerte extraño. Para nuestra fe, para nuestra santidad, en definitiva, no importa tanto quien lo escribió, sino lo que escribió. Cuando algo es verdad no importa tanto quien lo dice, sino lo que dice. Lo importante es que a lo largo de los siglos la Iglesia, la comunidad de creyentes reconoció estos escritos como palabra de Dios, como revelación de Dios, y eso es lo que importa, eso es lo que nos hace bien, más allá de los datos históricos concretos. Importa que celebramos la obra de Dios en este hombre que hoy nos facilita conocer cada día más lo que Dios es y quiere de nosotros, eso es lo esencial.
Las alegrías en la vida no son completas hasta que se las comparten. No hay verdadera alegría si no es alegría compartida, cuando otros no la conocen junto a nosotros. Recuerdo que cuando me anunciaron que me ordenarían sacerdote, me pidieron que no lo diga hasta una cierta fecha, porque había que cumplir algunos pasos necesarios hasta poder decirlo, fue durísimo para mí. Había recibido la mayor alegría de mi vida y no podía contársela a mis más queridos, a mi familia, a los que me interesaba que compartan mi alegría. Esa vez experimenté en carne propia, que una alegría no es completa hasta que se comparte. Me imagino que te debe haber pasado alguna vez, por ahí no porque te lo prohibieron, sino porque no siempre se puede contar una buena noticia cuando se la recibe, sin embargo, lo normal, lo lógico, lo lindo es correr a contársela a quién amamos, o a quién queremos que comparta nuestra felicidad.
Así es la alegría del evangelio, algo así nos enseña la palabra de Dios, especialmente los relatos de las apariciones de Jesús resucitado, aunque al principio hubo dudas, como muestra algo del evangelio de hoy. Algo de esto quiere expresar también la primera carta de Juan que se lee hoy como primera lectura: “Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa” ¿Para qué anunciamos el evangelio? ¿Para qué anunciamos que conocemos a Jesús? ¿Para qué anunciamos que de alguna manera lo hemos visto, lo hemos oído, lo hemos tocado con nuestras manos? No solo para dar alegría a otros, sino porque si la alegría no llega a todos los cercanos, no es completa, nos falta algo a nosotros mismos.
Por ahí te pasó en esta navidad, vos la quisiste vivir de otra manera, vos intentaste bajar un cambio, vos intentaste no caer en la frivolidad, vos intentaste hablar de Jesús, vos intentaste darle otro sentido y tu familia estaba en otra, y los otros no se daban cuenta. Tu alegría era alegría, pero no era completa. Le faltaba algo, le faltaba que los otros te acompañen, le faltaba que los otros la descubran. A los primeros cristianos les pasaba lo mismo, a todos nos pasa lo mismo. A todos los que descubren a Jesús les pasa esto. A los que nos vamos enamorando lentamente y día a día de Jesús, pero en serio, como una persona, a quien contemplamos, como alguien a quien “vemos”, “oímos” y “tocamos” con nuestros propios sentidos. Si nos pasa es un buen signo, no es para amargarse, es para darnos cuenta que estamos enamorados y queremos que otros se enamoren, queremos que otros vivan lo que nosotros vivimos, queremos compartir esa alegría y vivir en comunión con los otros. Es un gran misterio, es un misterio lindo que solo puede “tocar” un poco, aquel que recibió esa gracia y esa alegría.
En el marco de la octava de navidad, celebramos hoy la fiesta de San Juan, el evangelista. Aquel a quién se le atribuye el cuarto evangelio, tres cartas cortitas pero muy profundas y el apocalipsis. Sin embargo, los estudios más profundos de estos tiempos fueron reflejando que difícilmente es el discípulo que aparece en los evangelios, ni tampoco el discípulo amado que aparece tanto en su evangelio. Todos se inclinan a pensar que fue alguien de su comunidad, alguien que recibió esa tradición, pero no el mismo que estuvo con Jesús. No te asustes. No quiero confundirte, pero si enseñarte algo que por ahí no escuchaste y puede parecerte extraño. Para nuestra fe, para nuestra santidad, en definitiva, no importa tanto quien lo escribió, sino lo que escribió. Cuando algo es verdad no importa tanto quien lo dice, sino lo que dice. Lo importante es que a lo largo de los siglos la Iglesia, la comunidad de creyentes reconoció estos escritos como palabra de Dios, como revelación de Dios, y eso es lo que importa, eso es lo que nos hace bien, más allá de los datos históricos concretos. Importa que celebramos la obra de Dios en este hombre que hoy nos facilita conocer cada día más lo que Dios es y quiere de nosotros, eso es lo esencial.
Las alegrías en la vida no son completas hasta que se las comparten. No hay verdadera alegría si no es alegría compartida, cuando otros no la conocen junto a nosotros. Recuerdo que cuando me anunciaron que me ordenarían sacerdote, me pidieron que no lo diga hasta una cierta fecha, porque había que cumplir algunos pasos necesarios hasta poder decirlo, fue durísimo para mí. Había recibido la mayor alegría de mi vida y no podía contársela a mis más queridos, a mi familia, a los que me interesaba que compartan mi alegría. Esa vez experimenté en carne propia, que una alegría no es completa hasta que se comparte. Me imagino que te debe haber pasado alguna vez, por ahí no porque te lo prohibieron, sino porque no siempre se puede contar una buena noticia cuando se la recibe, sin embargo, lo normal, lo lógico, lo lindo es correr a contársela a quién amamos, o a quién queremos que comparta nuestra felicidad.
Así es la alegría del evangelio, algo así nos enseña la palabra de Dios, especialmente los relatos de las apariciones de Jesús resucitado, aunque al principio hubo dudas, como muestra algo del evangelio de hoy. Algo de esto quiere expresar también la primera carta de Juan que se lee hoy como primera lectura: “Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa” ¿Para qué anunciamos el evangelio? ¿Para qué anunciamos que conocemos a Jesús? ¿Para qué anunciamos que de alguna manera lo hemos visto, lo hemos oído, lo hemos tocado con nuestras manos? No solo para dar alegría a otros, sino porque si la alegría no llega a todos los cercanos, no es completa, nos falta algo a nosotros mismos.
Por ahí te pasó en esta navidad, vos la quisiste vivir de otra manera, vos intentaste bajar un cambio, vos intentaste no caer en la frivolidad, vos intentaste hablar de Jesús, vos intentaste darle otro sentido y tu familia estaba en otra, y los otros no se daban cuenta. Tu alegría era alegría, pero no era completa. Le faltaba algo, le faltaba que los otros te acompañen, le faltaba que los otros la descubran. A los primeros cristianos les pasaba lo mismo, a todos nos pasa lo mismo. A todos los que descubren a Jesús les pasa esto. A los que nos vamos enamorando lentamente y día a día de Jesús, pero en serio, como una persona, a quien contemplamos, como alguien a quien “vemos”, “oímos” y “tocamos” con nuestros propios sentidos. Si nos pasa es un buen signo, no es para amargarse, es para darnos cuenta que estamos enamorados y queremos que otros se enamoren, queremos que otros vivan lo que nosotros vivimos, queremos compartir esa alegría y vivir en comunión con los otros. Es un gran misterio, es un misterio lindo que solo puede “tocar” un poco, aquel que recibió esa gracia y esa alegría.
Este es el motor interior del que predica el evangelio, de la Iglesia, del que anuncia que Jesús nació y murió por nosotros. Ese es el misterio de la gran familia de la Iglesia fundada por y, en Jesús, ese es el misterio de algo que vivimos ininterrumpidamente hace más de dos mil años miles y miles de corazones que recibieron esta alegría.
¿Cómo puede ser mentira todo esto como algunos les gusta decir? ¿Cómo es posible que nos hayan engañado a todos? ¿Cómo puede una mentira durar tanto tiempo y engañar a tantos? ¿Cómo es posible que como se decía por ahí la “religión es el opio de los pueblos”? ¿Cómo es posible que la Iglesia sea un invento para dominarnos, tan malvados fueron los primeros cristianos y tan tontos somos nosotros? ¿Cómo es posible que la alegría de saber que ese niño que nació para cada uno de nosotros, sea una alegría mundana y pasajera?
¿Vivís esta alegría y sabés compartirla? ¿Cómo la vivís? Es normal sufrir interiormente cuando ves que los demás no la entienden. No te angusties, es parte del anuncio. Creer es una gracia que se recibe y un don que se acepta. Pero no se fuerza, es por alegre atracción. Solo podrá creer aquel que ve a alguien que cree y vive feliz por creer, sin presionar, sin juzgar, sin molestar. Nunca te olvides de esto. Mientras tanto anunciá, pero a un Jesús real, no virtual, a un Jesús que pudiste contemplar, ver, oír y tocar con tus propias manos, gracias a que alguien también te lo anunció, porque así es nuestra fe.
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p. Rodrigo Aguilar
¿Cómo puede ser mentira todo esto como algunos les gusta decir? ¿Cómo es posible que nos hayan engañado a todos? ¿Cómo puede una mentira durar tanto tiempo y engañar a tantos? ¿Cómo es posible que como se decía por ahí la “religión es el opio de los pueblos”? ¿Cómo es posible que la Iglesia sea un invento para dominarnos, tan malvados fueron los primeros cristianos y tan tontos somos nosotros? ¿Cómo es posible que la alegría de saber que ese niño que nació para cada uno de nosotros, sea una alegría mundana y pasajera?
¿Vivís esta alegría y sabés compartirla? ¿Cómo la vivís? Es normal sufrir interiormente cuando ves que los demás no la entienden. No te angusties, es parte del anuncio. Creer es una gracia que se recibe y un don que se acepta. Pero no se fuerza, es por alegre atracción. Solo podrá creer aquel que ve a alguien que cree y vive feliz por creer, sin presionar, sin juzgar, sin molestar. Nunca te olvides de esto. Mientras tanto anunciá, pero a un Jesús real, no virtual, a un Jesús que pudiste contemplar, ver, oír y tocar con tus propias manos, gracias a que alguien también te lo anunció, porque así es nuestra fe.
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p. Rodrigo Aguilar