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17258 - Telegram Web
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Sábado 21 de diciembre + Feria de adviento + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-45

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 39-45:

Hoy te hago una propuesta, algo así como un ejercicio que nos ayude a profundizar este evangelio de hoy, aunque al principio te parezca que no tiene nada que ver. Van algunas preguntas: ¿Quiénes son las personas más importantes de tu vida? Pensalo unos segundos. Pueden ser varias, pero pensá en ellas y, si tenés un poco de tiempo, escribí en un papel sus nombres. Pero no pienses en las que fueron importantes alguna vez. No es un ejercicio para caer en la tristeza, sino pensá en las que están hoy presentes. Después de tener claro quiénes son, pensá y, si querés, anotá: ¿Qué les regalarías en esta Navidad con tus ingresos habituales, con el dinero que realmente tenés y podés gastar? Ahora, sigue otra pregunta: ¿Qué les regalarías si te ganas la lotería y tenés todo el dinero del mundo, si no tenés restricciones para elegir? Si podés, anotá ese super-regalo que le harías para que te deleites un poco soñando, por lo menos. Y la última es un poco más fuerte: ¿Qué les regalarías si te dicen que será la última Navidad que los veas, la última Navidad que pasen juntos? Me imagino cómo cambió tu cara, y espero que haya cambiado tu estilo de regalo en el que estés pensando.
Ahora… ¿vale la pena que le regales algo material si será la última Navidad juntos? Hagamos este ejercicio; es lindo, es interesante para que reflexionemos. No sé qué estarás pensando. Creo que no quiere decir que no nos regalemos nada en estos días, pero sí me parece que quiere decir que pensemos un poco en lo que hacemos. ¿Para qué regalamos y qué regalamos cuando regalamos?
Mientras en estos días en la mayor parte de los lugares del mundo la gente corre para ver qué va a comprar, se desvive pensando qué le vendrá bien al otro para regalarle. Mientras tanto, no olvidemos que hay miles de personas que realmente necesitan un regalo que no «cuesta dinero», que es gratis, pero cuesta mucho más en realidad; cuesta mucho corazón, porque cuesta amor. Hay millones de personas, entre las que estamos también vos y yo, que lo que necesitan en definitiva no es algo material, sino que necesitan amor, presencias.
En estos días vamos a celebrar la fiesta del mayor regalo que pudo haber recibido este mundo, la fiesta del «Dios con nosotros». La historia de la salvación nos enseña que llegó un momento en el que Dios ya no quiso enviar mensajeros, no quiso enviar más profetas, un anuncio traído por otro. Ni siquiera regalos materiales, ni mucho menos. Quiso venir él mismo. Quiso hacerse hombre para que nos demos cuenta que lo que vale finalmente en la vida es su «presencia» y todo lo que ella trae, y no tanto lo que llevamos en las manos. ¿Podremos entenderlo de una vez por todas en esta Navidad? ¿Podremos transmitir esto a nuestros hijos, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros grupos, en nuestros ambientes? ¡Qué difícil que es, qué complicado es desterrar todo lo que nos invadió en estas últimas décadas! Nos robaron todo, hasta el nombre de la Navidad (le pusieron «las fiestas»). Nos robaron a Jesús y lo reemplazaron por ya sabes quién. Nos robaron la Misa a la medianoche y la reemplazaron por un brindis vacío, muchas veces de contenido. Mejor dicho… ¿nos robaron o nos la dejamos robar? ¿Qué nos pasó a los cristianos?
En estos días especialmente, hay personas que más que regalos necesitan «presencias»; presencias no virtuales, sino presencias que traigan amor y no cosas. El amor no es una cosa, y la prueba está que en momentos límites de la vida lo único que nos interesa, si tenemos un poco de corazón, es amar y ser amados. Como hizo María en Algo del evangelio de hoy. Caminó, se dice, 120 km para visitar a su prima que necesitaba de su presencia y de la de Jesús, aunque todavía no había nacido. Porque cuando salimos de nosotros mismos, para ir a estar con otros y no llevamos nada en las manos, reluce lo mejor que podemos llevar: a Jesús en el corazón, al amor. Si María hubiese llevado algo en sus manos, difícilmente se hubiese percibido la presencia de Jesús en su vientre.
María va con las manos vacías, pero con el corazón lleno de Jesús.
Cuantas más cosas llevamos en las manos, cuantas más cosas materiales pensamos que tenemos que dar para demostrar el amor, en el fondo lo que estamos haciendo es «opacar» el amor. El amor es gratuito, no se compra ni se vende; se da y se recibe gratuitamente. El amor lo llevamos en nosotros, no en las cosas. Cuando lo único que llevamos en nosotros son «cosas en las manos y la billetera con dinero», el que nos recibe espera lo de nuestras manos, lo distraemos de lo esencial. En cambio, cuando no solo llevamos «cosas en las manos» y las «cosas en las manos» que podemos llevar son solo una excusa para acercarnos, sino que además llevamos corazón, llevamos amor y amor de Jesús. La persona no solo recibe cosas, sino que recibe lo mejor que puede recibir y lo mejor que podemos darle: a Jesús. Eso hizo María. Le llevó el mejor regalo que podía llevarle a su prima y a Juan Bautista: a Jesús.
Terminemos hoy rezando juntos, como nos salga, pidiendo lo esencial a nuestra Madre y Madre del Amor. «María, rogá por nosotros que a veces nos confundimos y queremos regalar solo “cosas” sin darnos a nosotros mismos. María, rogá por nosotros para que nos demos cuenta que siempre puede ser nuestra última Navidad y los demás no quieren cosas de nuestras manos, sino nuestro amor. María, rogá por los que están abandonados y nadie les regala su presencia, nadie les regala amor, para que algún Hijo de Dios tenga compasión y se acerque a él».

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P. Rodrigo Aguilar
Domingo 22 de diciembre + IV Domingo de adviento(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días:
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 39-45:

Empezamos este lindo cuarto domingo de adviento, domingo previo a la Navidad. Queda poco para que celebremos una de las grandes fiestas de nuestra fe, la fiesta que le abre las puertas a la llegada de Dios a nuestro mundo, a nuestras vidas; y qué bueno que en este día podamos contemplar a María. Aparece ella, como siempre, María que fue feliz por haber creído que se cumpliría en ella lo que fue anunciado de parte del Señor, por medio del Ángel.
Todo lo que a lo largo de los domingos de este tiempo nos propuso la Iglesia para aprender, para asimilar, para contemplar; todo, absolutamente todo, se cumple en María. María lo vive y hoy ella nos lo enseña. Ella esperó, supo esperar, fue paciente. Ella también se preparó, estuvo dispuesta a escuchar a Dios en la Anunciación, y por eso fue feliz, por haberse entregado sin condiciones. María es nuestro modelo para que, estemos como estemos, hayamos llegado como hayamos llegado estos días a la Navidad: cansados, agobiados con las compras de acá para allá, con el fin de año, a veces no atendiendo lo importante o lo urgente, a veces con algún dolor, una tristeza, acarreando también la carga de nuestros pecados, nuestras culpas, mediocridades o tibiezas; no importa, no importa cómo estemos llegando, lo importante es dejar que Dios llegue, es al revés. No podemos negar lo que vivimos, no es sano hacer como que nada nos pasó, o bien esconder lo difícil y doloroso. Dejemos que Dios llegue a nuestras vidas así como estamos, porque solo puede ser feliz el que cree en esto, el que confía en Dios Padre, el que le cree a Dios, el que acepta todo de él, tanto lo que le agrada como aquello que en un principio no parece tan agradable. Por eso, vuelvo a repetir, hoy no importa cómo estemos llegando a la Navidad, no importa, no analicemos tanto nuestro estado de las cosas que cumplimos y aquellas que no pudimos cumplir, lo que hicimos o lo que dejamos de hacer. Empecemos a decir: «Bueno, ¡quiero creer en esto, quiero que Dios llegue a mi vida! Quiero que alguna “María” portadora de Jesús en su corazón, traiga al niño y me alcance la alegría –como se la llevó en Algo del Evangelio de hoy a santa Isabel–».
Seremos felices si en este Adviento anduvimos esperando, deseando la llegada de Dios, «deseando»; eso es lo más importante: el deseo, no importa tanto el cómo, desear la llegada de Dios nuevamente a nuestras vidas, a nuestro corazón. Vamos a ser felices si en estos días nos damos cuenta que sólo es feliz –valga la redundancia– realmente el que recibe a Jesús con un corazón dispuesto, abierto, grande, no importa si parece un pesebre un poco sucio, lo importante que más allá de todas las cosas que vamos a hacer estos días: los regalos, las vacaciones, las comidas y todo eso, es recibir al Niño como lo recibió María, sin mucho ruido, llevándolo escondido en su vientre y experimentando así la alegría más plena, llevando esta alegría y felicidad a los demás. María no tiró fuegos artificiales, no gastó dinero para «fabricarse» una experiencia de Dios, lo recibió como estaba. Jesús no llega en medio de tanto ruido, llega a aquellos que creen y en silencio aceptan la voluntad del Padre.
¿Qué hizo María para que su presencia causara tanta alegría? ¿Le explicó a Isabel las cosas de Dios, fundamentó algo sobre Dios, dio explicaciones teológicas?, ¿o narró su experiencia de lo bien que se sentía por haber sido elegida? ¡Nada de eso! Lo único que hizo María fue estar, servir. Y por obra del Espíritu, Juan el Bautista en el vientre de santa Isabel reconoció a Jesús y así Isabel también lo reconoció. Santa Isabel reconoció que María llevaba en su vientre al Niño Jesús. Al percibir Isabel dentro de su vientre el movimiento de Juan el Bautista, se dio cuenta que algo especial llevaba María. En realidad, fue obra del Espíritu Santo, solo podemos reconocer a Jesús en nuestras vidas y en otros, gracias al Espíritu Santo.
Entonces tenemos que pedir esto en este tiempo, que podamos reconocer a Jesús en nuestros hermanos, en alguien que lo trae en su corazón, en un pobre al que puedo ayudar, en alguien a quien voy a visitar en esta Navidad, en mi familia, en mi esposo, en mi esposa, en mis primos, en quien sea, en nuestros hijos. Tenemos que pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a descubrir a Jesús en alguien. Es mucho más lindo creer.
¿Hasta cuándo vamos a seguir dudando y calculando tanto? ¿Hasta cuándo vamos a esperar que otros hagan lo que nosotros podemos hacer, servir, creer para servir? Las promesas de Dios se cumplen y por eso el que se entrega es feliz, y solo se entrega en realidad el que realmente cree.
Evitemos el aturdimiento, evitemos que las preocupaciones de este mundo opaquen la alegría de creer en la presencia de Jesús en nuestras vidas. No dejemos que el consumismo exacerbado de estos días nos haga pensar que por tener más y comprar más vamos a alcanzar una felicidad que en realidad solo Dios nos puede regalar. No nos dejemos engañar, no gastemos de más, aprovechemos para disfrutar austeramente la celebración más linda y sencilla de nuestra fe, la que nos enseña que Dios no eligió el ruido y la riqueza para manifestarse, sino todo lo contrario.
Pidamos hoy al Señor esa fe, vivamos un domingo en paz, disfrutemos estos días de Navidad para que podamos llegar a ella así, estemos como estemos; con un corazón grande y deseoso de que Él nazca otra vez en nuestras vidas y que se repita ese misterio de gozo en nuestras almas y en la de los que nos rodean.

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P. Rodrigo Aguilar
Lunes 23 de diciembre + Feria de adviento + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 57-66
 
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan».
Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre».
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan.»
Todos quedaron admirados. Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él.
 
Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 57-66:
 
       Recuerdo que cuando era niño (supongo que entre los ocho y los diez años), mi madre y mi padre me enseñaban que el que me traería los regalos en la Nochebuena sería el niñito Jesús, así me decían, el niñito Jesús. Por supuesto que yo estaba tan convencido de que realmente era él, que me acuerdo que incluso iba a esperarlo a la puerta, que tenía un vidrio que permitía ver para afuera, que había en mi casa, con ganas de encontrármelo, no sé, como viniendo entre las nubes, volando. Mientras tanto, no sé quién de mi familia iba escondido y ponía los regalos en el árbol de Navidad para terminar de completar la ilusión, para darle forma a la ilusión. Pensándolo bien, pensándolo hoy como adulto, ¿era realmente un engaño?, ¿era una ilusión? ¿Me engañaban al decirme que era Jesús el que nos regalaba algo esa noche? Por supuesto que en parte sí, pero yendo a lo más profundo: ¿no es más realidad esto que el hecho de estar esperando a alguien que no sabemos quién es y que realmente no existe, que nos traerá algo volando con unos renos por ahí? ¿No será que nuestra fe es mucho más real que ciertas tradiciones que se han ido comercializando?
        Es verdad que empezó en lo profundo o allá en lo lejos como un santo que regalaba y llevaba cosas en Navidad, pero esa es la verdadera tradición que nos han transmitido desde los comerciales, desde el marketing. Nuestra fe es mucho más real. Es verdad de fe que Jesús está en todos lados. Es mucho más verdad que él prometió quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos y es totalmente verdad que continuamente nos trae regalos para darnos una felicidad distinta y duradera. En realidad, en estos días no debemos esperar cosas, sino que debemos esperarlo a él. Él es el regalo, y la irrealidad o fantasía de que hay otro que nos trae regalos no hace más que a veces opacar la verdadera realidad que quiere transmitir la fe y la Navidad. Por eso, disculpá que insista, sé que a veces soy medio pesado con este tema. Sé que esto no tiene mucho «rating» para mis audios, pero incluso en nuestra propia Iglesia uno se puede llegar a encontrar con muchos pesebres vivientes y a veces con mucha Navidad, con mucho de aquel hombre de rojo y, al mismo tiempo, con sacerdotes, padres, catequistas que les enseñan a sus niños que el 24 a la noche viene alguien que no es Jesús a traer regalos. Lo sé, pero no importa. Yo prefiero enseñar lo que es realmente la Navidad.
       ¿Qué nos pasó a los católicos que sin darnos cuenta hemos abandonado a lo más nuestro? ¿No será que perdimos algo de nuestra fe, nuestras raíces más profundas? ¿No íbamos a Misa el 24 a la noche, incluso a las doce, en la Misa de Gallo? La fe debería envolver toda nuestra vida, toda nuestra cultura, nuestro modo de pensar, de sentir, de enseñar, de celebrar, de descansar, de disfrutar. Fe y vida son una misma cosa para el que cree. La fe nos ayuda a vivir de un modo diferente y la vida cambia cuando se cree en Jesús.
Fe y vida es la síntesis a la que debemos aspirar para ser cristianos en serio y no cristianos privados, cristianos «de salón» cristianos que nos privamos de lo más nuestro, cristianos que escondemos la fe, que nos avergonzamos de decir que la Navidad es de Jesús (solo de él); pero que también es para todos, si entendemos lo que estamos haciendo, lo que estamos celebrando. Sería bueno que nos encarguemos de no callar esta verdad en estos días.
   En Algo del Evangelio de hoy Zacarías recupera el habla que había perdido por haber dudado del anuncio del Ángel, de que sería el padre de Juan el Bautista. Cuando no creemos, cuando no confiamos en las promesas que nos hace Dios, cuando no confiamos en que Jesús es el dueño y centro de la historia, de nuestras vidas, somos apresados por el silencio; pero no porque dejamos de hablar, literalmente, sino porque en realidad no hablamos o hablamos mal de Dios. Hablamos de otras cosas, perdemos la capacidad de hablar bien de unestro buen Dios, que es Padre. Dios pasa a ser una idea.
Jesús no es alguien a quien amamos, sino que es una doctrina, un buen hombre que nos habla de amor, incluso puede ser una gran moral, una cosa abstracta a la que decimos que seguimos. ¿En qué andamos nosotros hoy concretamente, antes de llegar la Nochebuena? ¿De qué vamos a hablar hoy a los demás? ¿Y en la Nochebuena? ¿Andamos como Zacarías, mudos por Dudar, y nos transformamos en cristianos que no pueden alabar a Dios, o sea que no pueden reconocer que Dios es Dios y nosotros solo unas pequeñas creaturas amadas por él?
Zacarías recuperó el habla no para decir cosas sin sentido, para cantar cosas sin sentido, para pedir cosas para él o para enojarse por no haber podido hablar tanto tiempo. «Recuperó el habla y comenzó a alabar», así dice el Evangelio. Empezó a darle a Dios lo que le correspondía, o sea, todo su amor, su alabanza.
       Solo podremos alabar a Dios de corazón en estos días si reconocemos lo que él hizo en nosotros y por nosotros. Se hizo niño, se hizo bebé, para que aprendamos a abrazarlo sin condiciones, sin peros, aceptando su amor silencioso pero eficaz, aunque todos andemos gritando y corriendo. Si no reconocemos eso, en esta Navidad andaremos mudos de lo importante y llenos de palabras vacías.
        Que Jesús nos conceda lo que más necesitamos para poder alabar en serio, para poder gritar sin miedo y vergüenza lo que Dios hizo por nosotros. Vayamos al pesebre, guiados por la luz de Jesús. Acerquémonos en estos días a un pesebre a disfrutar del silencio de un Dios que se hizo niño por vos y por mí, por todos.
 
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p. Rodrigo Aguilar
Martes 24 de diciembre + Solemnidad de Navidad + Misa de vespertina + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 18-25

Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros». Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 1, 18-25:

En realidad este audio te estará llegando el veinticuatro a la mañana; algunos, al mediodía; otros, a la noche, pero el Evangelio que acabamos de escuchar es el Evangelio de la Nochebuena, de la Misa de la vespertina. Por eso, dije solemnidad, porque la verdad que hay un Evangelio el veinticuatro a la mañana, pero es poca la gente que puede ir a Misa un veinticuatro a la mañana. En general, vamos a Misa a celebrar la Nochebuena, el veinticuatro. Pero bueno, acá estamos.
Llegamos a la Navidad, las vísperas del día más santo de todos. Y llegamos, como dije varias veces, como llegamos, como estamos, como hemos podido vivir estos días, este año tan particular, porque cada año es particular, cada año fue lo que fue. No hay tiempo para lamentarnos ni para manejar nuestros sentimientos por decreto. No se manejan los sentimientos por decreto de necesidad y urgencia. Es verdad que intentamos hacer un camino estas semanas, pero, bueno, acá estamos, cada uno llega como llega. No hay que inventar nada. No hay que esconderle nada a Dios, no hay que tapar nada ni tirar la basura bajo la alfombra. Hay que ser lo que somos y estar como estamos, pidiendo ser sorprendidos por Jesús de alguna manera.
Vuelvo a decir, no sé cuándo escucharás este audio, si hoy a la mañana, a la tarde o a la noche, o incluso no sé si lo escucharás. Bueno, si estás escuchando, es porque justamente estás en eso. Dios quiera que escuches el relato del nacimiento de nuestro Salvador, que lo escuches como algo sagrado. ¿Y por qué no al lado de un pesebre? ¿Por qué no en familia? No importa dónde estés o con quién pases hoy la Nochebuena; por supuesto que sí, con los seres queridos que Dios puso a tu alrededor. Lo fundamental es que escuchemos también lo que pasó, para que entendamos lo que celebramos, para que vivamos lo que celebramos. Si no, ¿qué vamos a festejar hoy a la noche y mañana?
Te propongo y me propongo un lindo ejercicio: imaginar que tenemos un niño recién nacido en los brazos. Si sos mamá, se te va a ser mucho más fácil, por ahí ya lo tenés, porque nació hace poquito. Si sos padre también, solo tendrás que recordar cuando tuviste a tu hijo por primera vez en brazos. Si no tuviste hijos, pensá cuando tuviste a tu hermano o algún sobrino, un ahijado y el hijo de un amigo o de una amiga. Todos podemos recordar ese momento tan maravilloso y es lindo hacerlo. Imaginemos que lo tenemos en brazos, como lo más frágil que hay, como lo más tierno y delicado que podemos tener en nuestras manos. No queremos despertarlo ni molestarlo. No queremos hacer «muecas» ni cara ni nada por el estilo. No queremos que llore, no queremos que sufra. Solo queremos que duerma y queremos mirarlo hasta cansarnos.
Si sos mamá, ¿cuántas horas habrás pasado con tu hijo, con tu hija en brazos? Si no sos mamá o papá, ¿cuánto desearías tener a tu futuro hijo en brazos? Si tenés un niño, probá hacerlo directamente en este momento o cuando puedas.
Tomémonos un tiempo para pensar y meditar en esto. Es posible hacerlo, es un día tranquilo. Podemos hacer el esfuerzo para estar tranquilos. Hoy a la noche, casi como queriendo tapar esta verdad, esta necesidad imperiosa de silencio, va a empezar el ruido que tapará lo que Dios quiere que reluzca. Bueno, con el niño en brazos intentemos vivir esta experiencia y, una vez que seamos conscientes de esto, preguntémonos algunas cosas. ¿Nos damos cuenta de que Dios realmente nació y vivió como un niño? ¿Nos damos cuenta de lo que significa esta realidad?
Pensar que Dios quiso estar en brazos de una mujer y de un hombre. ¡Qué locura de Dios! Solo Dios puede ser tan loco, estar tan loco de amor por nosotros, hacerse más pequeño de lo que es. Bendita locura de Dios que con tanto amor logra que se estrellen y destruyan todas nuestras ansias de grandiosidad, de soberbia. «Toda esta locura destruye a los soberbios de corazón», dice la Palabra. Pensar que Dios fue débil, vulnerable y frágil como lo fuimos cualquiera de nosotros cuando nacimos.
¿Qué nos dice todo esto? ¿No será que Dios de alguna manera quiere que aprendamos a abrazarlo como si fuera un niño, porque lo fue? ¿No será que Dios mismo se hizo niño para no forzarnos a nada, sino al contrario, para atraernos con dulzura, inocencia y fragilidad? Pensar que Dios lloró y necesitó ser cuidado por su madre. Locura de locuras. ¿No será que debemos volver a tener una experiencia de Dios que necesita de nosotros y se deja abrazar por hombres frágiles y pecadores? ¿No será que nosotros mismos tenemos que volver a aprender a dejarnos abrazar, cuidar, a amar? ¿No será que en la medida que crecemos vamos dejando de ser lo que en realidad Dios quiere que seamos, débiles y necesitados, como niños?
Sería bueno que hoy podamos imaginar esta gran locura de amor de Dios y que esa locura nos despierte, nos convierta, nos conmueva, nos sorprenda y nos dé ganas de recibir realmente el amor de Jesús en nuestros corazones. Se puede, creo que se puede. Mientras tanto, entre tanto ruido y superficialidad, intentemos abrazar al Niño Jesús que se manifiesta en los más cercanos, en los más necesitados, en los más débiles, en los más pobres, en nuestras familias, en aquellos que nos cuesta amar, en los presos, en los enfermos. Bueno, tantas posibilidades de abrazar al Niño.
Ese Dios es el que quiere habitar en nuestros corazones, el que necesita que nuestro corazón sea un verdadero pesebre; frágil, a veces no tan limpio, con buen olor, a veces un poco sucio, pero ahí está. Un pesebre, un pesebre abierto a los demás puedan venir a visitarlo como los pastores, como María, como José, como los reyes, como tantos otros que se acercaron ese día a estar con el pequeño, con ese signo que misteriosamente era Dios hecho hombre.
Que esta Navidad podamos disfrutarla en familia, pero realmente unidos a Jesús, como él lo desea. Que tengas una feliz y santa Nochebuena. Feliz y santa Nochebuena de todo corazón.

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/14 12:12:23
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