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17319 - Telegram Web
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Sábado 4 de enero + Feria de navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 35-42

Estaba Juan con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: « ¿Qué quieren?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?» «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 1, 35-42:

El sentido de la ubicación, el conocernos cómo somos, es algo que se aprende por supuesto a lo largo de la vida, a veces a los tumbos, otras veces gracias a personas que Dios permite que se crucen en nuestro camino. Cuando al lado nuestro tenemos a alguien bien ubicado y que nos ayuda a ubicarnos, ¡qué bien nos hace, qué necesario que es! Personas que no quieren ser el centro de nada; hombres y mujeres que no les interesa ser señalados, sino señalar a Jesús. Imaginá si todos los cristianos fuéramos así de humildes y ubicados, ¡qué lindo y fácil sería! Muchos más conocerían a Jesús y se quedarían con él, y no tanto con nosotros. Esto es algo que en la Iglesia debemos aprenderlo cada día más, cada vez más en un mundo que le gusta mucho figurar y ser aplaudido, en un mundo que exacerba nuestras ansias de ser «alguien» para el mundo; las exacerba y las felicita, y por eso al mundo le encanta felicitar los logros obtenidos y dejar grabado su nombre en cuanto lugar se pueda. Esto es algo que los sacerdotes y cada cristiano debemos aprender siempre: saber señalar y alegrarnos que los que nos estaban «siguiendo» a nosotros se decidan seguir a Jesús con libertad y decisión.

Algo del evangelio de hoy nos muestra un poco esto. «Juan señaló a Jesús, como el cordero de Dios, y sus dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús». Así de simple. ¿Podemos imaginar que Juan se entristeció porque «perdió a dos de los suyos»? Al contrario, se habrá llenado de gozo. La humildad que no busca verse así mismo, la humildad que no se busca así mismo, sino que se alegra de que los demás se encuentren con Jesús, es la meta a la que debemos aspirar. A veces cuando uno escucha o ve que dentro de la Iglesia andamos como «robándonos discípulos» entre nosotros o enojándonos porque nuestros «fieles» andan de acá por allá buscando a Jesús, muriéndonos de celos porque alguien decide estar con Jesús en otro lado, me pongo a pensar: ¿Habremos leído y meditado este evangelio? ¿Cómo es posible que sacerdotes, religiosos, movimientos, congregaciones, parroquias o lo que sea pensemos que los demás pueden conocer a Jesús solo por medio nuestro, como si fuéramos los nuevos Mesías? Bueno, sí, todo puede ser. Pasa, no hay que escandalizarse. Pero nosotros podemos aspirar a algo distinto. Podemos aspirar a otra cosa, podemos desear que nuestra evangelización no sea un «satisfacer» nuestras ansias de ser queridos, de ser reconocidos, de que nos «palmeen» la espalda para sentir lo buenos que somos. Esa es la misión de la Iglesia: ser como la luna, que no tiene luz propia –solo refleja la luz del sol, que es nuestro buen Jesús–. Esa es la misión del que conoce y ama a Jesucristo, sea el lugar que le toque ocupar en el Cuerpo de la Iglesia, sea que seamos como una «uña» o un «brazo». No importa qué órgano, la tarea es la misma, el fin es el mismo, la alegría debería ser la misma. En definitiva, nuestra vida se podría sintetizar en este pasaje del evangelio, en ese momento en el que Jesús ante nuestras búsquedas nos pregunte: ¿Qué querés? ¿Qué quieren? Y nosotros podamos responder: «Queremos estar con vos, queremos saber dónde vivís, dónde podemos encontrarte». Y aceptar su invitación para ir y ver. ¡Qué buen momento, qué lindo momento!
Todo lo demás es adorno de la vida. Todo lo demás puede cambiar. Pero eso jamás, eso es irremplazable e intransferible. No importa en donde me encuentro con Jesús y quién me lo señale. Lo importante es que andemos con él, nos quedemos con él. Cuando comprendemos realmente esto, todo lo demás pasa a segundo plano. Me puede gustar más o menos un lugar o el otro. Me puedo sentir mejor en una comunidad cristiana o en la otra. Me puede gustar más escuchar a un sacerdote o el otro. Me puede gustar un grupo de oración, una forma de rezar distinta. Me puede gustar una congregación o la otra. Pero, en definitiva, lo que me tiene que gustar es estar con Jesús.
Esto sirve tanto para los que tenemos la tarea de ayudar a otros a que se encuentren con Jesús como para los que están en cierto lugar para encontrarse con él.
Cualquier clase de fanatismo o absolutización de personas o lugares, medios para llegar a él, no hace más que opacar su figura, al verdadero Jesús, al del evangelio, que siempre dio libertad y jamás presionó a nadie. Él no se ata a nadie ni a nada, «existía antes que nosotros». Juan el Bautista sigue siendo modelo para nosotros de verdadero evangelizador, humilde y no pendiente de lo que pensaban de él, ubicado y corrigiendo también a los desubicados. Que tengamos un buen día. Y pidamos la gracia, esta que necesitamos todos, de ser ubicados, de ser humildes, de tener las cosas bien claras y saber cuál es el centro y esencia de nuestra fe.

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P. Rodrigo Aguilar
Domingo 5 de enero + II Domingo de Navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 1-5. 9-14

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra
y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo,
y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre,
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.

Palabra del Señor
Comentario a Juan 1, 1-5. 9-14:

Si escuchaste la Palabra de Dios en estos últimos días de Navidad, por ahí estarás pensando que este Evangelio ya lo escuchaste alguna vez. Y sí, es verdad, esta es la tercera vez en ocho días que aparece este Evangelio de Juan en la liturgia. A veces pasan estas cosas, y a veces son, digamos así, «a propósito». Pero lo primero que te recomiendo es que no pienses que ya está, que no hace falta escucharlo otra vez. Esa es la peor tentación que sufrimos todos los hijos de Dios para con nuestro Padre del Cielo que nos habla siempre de mil maneras distintas. Pensar que Dios ya no tiene nada que decirnos, pensar que ya escuchamos varias veces lo mismo y por eso ya lo sabemos, que ya lo comprendemos, que ya lo conozco, en el fondo no nos hace bien. Nada más alejado de la novedad y de las sorpresas que Dios siempre quiere darnos por medio de su Hijo, que es la Palabra. Él no es palabra vacía o llena de contenidos para recordar, como las cosas que estudiamos, sino que es Palabra llena de vida, de luz y de amor y, por supuesto, da vida, ilumina y llena de amor. Por eso, siempre que la escuchamos, sabiendo esto, puede volvernos a sorprender. Ojalá que hoy nos sorprenda otra vez la Palabra de Dios, como ya lo hizo tantas veces en nuestros corazones.
Y entre tantas cosas que podemos seguir meditando de Algo del Evangelio de hoy, que es inagotable, porque es como de algún modo el resumen, el prólogo del Evangelio de Juan, hoy pienso lo siguiente: Dios quiso quedarse con nosotros para siempre. Dice san Juan que «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros». Puso su carpa, su morada entre nosotros, también puede traducirse. Dios eligió venir él mismo a hablarnos y evitar así los mensajeros y las malas interpretaciones. Dios Padre no quiso que su pensar, su querer, su sentir, quedase en palabras que se las lleva el viento, como decimos, sino que quiso enviar a su Hijo, para que haciéndose hombre, para que haciéndose carne, como dice la Escritura, pueda estar presente en cada uno de nosotros y hablarnos como hablamos nosotros; hablarnos como hombres, trayéndonos las cosas del Padre.
La Palabra de Dios, o sea, todo lo que Dios Padre quiso decirnos, es el mismo Jesús, toda su persona. Todo lo que hizo, sintió y vivió, hoy podemos conocerlo gracias a las palabras escritas que quedaron en los evangelios (sus acciones, sus gestos) y también por las palabras que se transmitieron de corazón a corazón desde los apóstoles, de creyente a creyente, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, en la tradición de la Iglesia. Así nos llega hoy a nosotros la Palabra de Dios.
Sobre cómo eligió Dios hablarnos, sobre el modo que tiene de comunicarse con nosotros, tenemos muchísimo para aprender. Porque de nuestra boca y del corazón pueden y salen palabras que iluminan, palabras que dan vida, que ayudan, que consuelan, que animan, que levantan; o bien de nuestro corazón pueden también pensarse palabras, y salir finalmente de nuestra boca, y que no sean palabras de vida, sino que engendran tinieblas y muerte a nuestro alrededor y en nuestro interior. Nuestras palabras y las de los demás influyen muchísimo en el color, por decirlo de algún modo, que toma el ambiente en el que nos movemos. Nuestras palabras y no solo me refiero a las que salen de nuestra boca, sino a nuestros gestos, a nuestra presencia, a nuestra manera de mirar, de relacionarnos con los demás. Las palabras y el modo de comunicarnos expresan qué pensamos, lo que sentimos y lo que deseamos. Y cuando nos comunicamos, transmitimos eso, lo que sentimos, pensamos y deseamos. Además, nuestras palabras pueden estar acompañadas de gestos que afirman o desmienten lo que expresamos. ¡Cuántas veces «borramos», como se dice, con el codo lo que escribimos con la mano! ¡Cuántas veces un gesto vale más que mil palabras!, o sea, dice mucho más de lo que quisimos decir con esas palabras.
Podríamos decir entonces que la mayor parte de nuestra vida, o mucho del tiempo, es un tratar de ir aprendiendo e ir educando nuestro modo de hablar, de comunicarnos con los demás; un ir encontrando esa concordancia entre el corazón, la cabeza y lo que expresamos; un ir aprendiendo mirando a Jesús, cómo Dios quiere comunicarse con nosotros y cómo nosotros tenemos que comunicarnos con los demás y qué cosas tenemos que comunicar a los demás. También es un ir aprendiendo a escuchar y a comprender lo que otros quieren decirnos.
¡Si supiéramos expresarnos bien!, ¿cuántos malestares nos ahorraríamos? ¡Si supiéramos escuchar y comprender mejor a los demás y no leer entrelíneas, juzgando lo que nos dicen!, ¿cuántos malos humores nos evitaríamos en nosotros y en los demás?
Bueno, la Palabra de Dios, Jesús, es luz, da luz, ilumina las tinieblas de nuestro corazón y nuestro alrededor. La Palabra de Dios, Jesús, es vida y da vida, vivifica todo corazón que toca, todo creyente que la recibe y la quiere llevar a su vida.
¿Alguien se imagina a Jesús hablando mal, gritando y tratando mal a los otros? Difícil, ¿no? Él vino a enseñarnos la verdad, pero nos la enseñó bien. No solo hay que enseñar cosas verdaderas, sino enseñarlas bien y con el ejemplo de la vida. No solo hay que decir la verdad, sino hay que decirla bien, hay que decirla con amor.
Pidamos hoy a la Palabra, que es Jesús, a aprender a hablar y a comunicarnos como él lo hizo, con nuestros gestos y con nuestras miradas, con todo lo que hacemos, y a escuchar bien y saber decir las cosas y a expresarlas con amor. El amor es el que abre los corazones para que pueda entrar la luz y la verdad, la vida de Jesús. Probemos lo lindo que es escuchar, probemos lo lindo que es hablar bien. Él nos habló bien, hagamos lo que él hizo. Que la Palabra de Dios penetre en nuestros corazones.

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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 6 de enero + Solemnidad de la Epifanía del Señor + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 2, 1-12

  Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».
  Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

Palabra del Señor
Comentario a Mateo 2, 1-12:

       Cuando nace Jesús, nace para todos, no para algunos. Nació para todos. Como cristianos, debemos siempre recordar esta gran verdad de nuestra fe. El niño que nació oculto en un pesebre a los ojos del mundo, en un pueblo muy sencillo, pobre y humilde de ese tiempo…Nació finalmente para ser conocido por todos los hombres y adorado por todos los hombres. Hoy, el día que tradicionalmente llamamos de los Reyes, por la visita de estos Magos de Oriente al Niño Jesús, es el día en el que de alguna manera también celebramos y afirmamos esta verdad: el niño es para todos, no es para algunos. Jesús es para todos, no es exclusividad de un pueblo o de un grupo, de una elite, sino es de todos.
       La primera visita de los pastores al pesebre muestra claramente que los más sencillos son los primeros en llegar a Jesús, que la sencillez de corazón es condición necesaria para encontrarnos verdaderamente con él. Y, por otro lado, la visita de los Magos de Oriente, que escuchamos hoy, representa a todos los «buscadores» de Dios, a todos esos que buscan de algún modo la verdad, sean del pueblo y del origen que sea. No imaginemos que estos hombres eran reyes al estilo medieval, no imaginemos que eran «magos» al estilo moderno, sino más bien tenemos que imaginar lo que nosotros hoy llamaríamos «sabios»: hombres que buscaban al verdadero Dios, hombres que buscaban la verdad, filósofos –también podríamos decirles–. Sin embargo, sabios es el nombre que mejor les queda. Si no, no se explica que hayan sido capaces de recorrer tantos kilómetros siguiendo una estrella para ver a un niño en brazos de una simple mujer. Tal vez algunas tradiciones populares, las cosas que nos van enseñando a lo largo de los años –especialmente en los años de inocencia–, sin querer, digo, ocultan un poco el verdadero sentido de las fiestas que celebramos. Puede pasar, es normal. Las cosas se van desvirtuando. El día de Reyes en la mayoría de los países cristianos del mundo, es el día en el que se recibe algún tipo de regalo. Son los reyes, que, así como le llevaron regalos a Jesús, también nos traen regalos a nosotros. Está bien, es lindo vivirlo así.
Pero son pocos los que saben que esta fiesta en realidad se llama la Epifanía, quiere decir esto: manifestación; o sea, día en el que Jesús se manifiesta al mundo, se muestra, se deja ver a todos, incluso al mundo que «no lo espera», pero en realidad en el fondo del corazón lo espera, porque todo el mundo desea conocer a Dios. Jesús no solo nació para los israelitas, sino para todos los pueblos. Todo lo demás son desviaciones de la verdadera fe. Nuestra fe es católica, es para todos, es universal, no para unos pocos. Jesús no es nuestro solamente, es de todos. Desde el principio, desde la visita de estos magos al Niñito Jesús, es de todos. Él se dejó adorar, María y José lo permitieron. Lo mismo debe hacer la Iglesia. ¿Cómo se puede pensar que Dios quiere que lo conozcan algunos nada más? «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad», dice la Palabra, y la Verdad es él y salvarse es conocerlo a él.
     Muchas son las estrellas que nos guiaron alguna vez hacía el Niño Jesús, al niño en el pesebre, a todos, a vos y a mí. Muchas son las estrellas que hoy también quieren ser signos para que otros hombres día a día se animen a buscar y encontrar lo que su corazón desea desde siempre, aunque no se den cuenta. Él está siempre esperando, nunca se cansará.
  No te olvides de la estrella que alguna vez te guió y te señaló el lugar del encuentro con el niño. El olvido hace mal, la amnesia espiritual es lo peor que nos puede pasar. No te olvides que en cada sagrario, en cada adoración, en cada santa Misa, cada encuentro corazón a corazón con otra persona por amor, cada momento de oración, es una nueva Epifanía, una nueva manifestación de Jesús para que podamos adorarlo y postrarnos ante él –como lo hicieron esos magos–, reconocerlo como nuestro pequeño. pero gran rey.
   Llenémonos de alegría como ellos en este día, por poder encontrarnos con Jesús día a día y dejemos nuestras ofrendas a sus pies, todas nuestras obras, nuestras alegrías y tristezas, nuestros triunfos y fracasos, todo lo que llevamos dentro del corazón.
     Por último, y otra vez, nunca te olvides de que Jesús es para todos y algún día todos deberemos, como dice san Pablo, «doblar nuestra rodilla» para adorarlo, porque, lo busquemos o no explícitamente, él es y será siempre nuestro Rey, nuestro Salvador.

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P. Rodrigo Aguilar
Martes 7 de enero + Feria de navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 12-17. 23-25

Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: "¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz". A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.»
Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.

Palabra del Señor
2025/07/13 22:31:16
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