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17320 - Telegram Web
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Gracias por darle sentido a cada cosa que hago, gracias por darle sentido al comienzo de este día, gracias por ser la razón de ser de mi trabajo diario, de mi amor a los míos y a los más pobres, gracias por ayudarme a terminar el día en paz sin enojos ni rencores, gracia por ayudarme a perdonar, gracias por poner en mis labios la palabra gracias, palabra que dio sentido e iluminó todo este año. Por todo te damos gracias Señor. Te propongo que hagas tu acción de gracias. Podemos terminar el año dando gracias.
Aprovechemos hoy para dar un gran abrazo a los más cercanos y decirle gracias, gracias por todo. Que Dios te bendiga y buen fin de año, un año más en la compañía de Jesús, que es Palabra que ilumina y da vida. Gracias a todos los que ayudan a que la Palabra de Dios siga difundiéndose, gracias a todos los que escuchan y evangelizan intentando que otros escuchen la Palabra de cada día. Gracias.

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 1 de enero + Solemnidad de Santa María Madre de Dios + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 16-21

Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 2, 16-21:

Empezamos un nuevo año, un nuevo año de la mano de Jesús y de María. Más de dos mil años desde que el Hijo de Dios llegó al mundo y se hizo hombre para quedarse entre nosotros. La historia de la humanidad no está ajena a lo que pasó hace más de dos mil años, aunque muchos no lo quieran reconocer. Aunque a muchos no les importe o se olviden, Jesús está y estará entre nosotros hasta el fin de los tiempos. Él estuvo junto a nosotros en el año que pasó y estará con nosotros en este año que empezamos juntos. Esa es la certeza de la fe, aunque no sepamos lo que pasará. Todo será distinto si estamos con él, si nos dejamos amar por él, si nos jugamos por él.
En este año que comienza pidamos al Señor que nos bendiga y nos proteja. Tomando lo de la primera lectura de hoy del libro de los Números: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro ante ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz». Todos tenemos que pedir esto para nosotros, para nuestras familias, para nuestras comunidades, para nuestros países, para la Iglesia, para el mundo entero. «Que el Señor nos muestre su rostro y nos conceda la paz». Esta es la oración de bendición que todos debemos desear para los otros, para los que no tienen paz, para los que la perdieron, para los que se les escapó de la mano la felicidad por buscarse a sí mismos. Nosotros podemos pedirla para nosotros, para todos los que escuchan día a día la Palabra de Dios y para aquellos que no la tienen; es lo mejor que podemos pedir.
Mientras tanto, pasan muchas cosas en nuestras vidas, en la vida de la Iglesia, en la vida del mundo. Mientras tanto, el mundo sigue su curso como yendo hacia «quién sabe dónde». Lo mismo le pasó de algún modo a María en Algo del evangelio de hoy. Mientras ella había dado a luz a su hijo, los pastores iban a verla, los pastores contaban lo que escuchaban. Igualmente fueron los llamados «Magos de Oriente». Y María, mientras tanto, ¿qué hacía? Dice la Palabra: «Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón». Mientras tanto, mientras vivía el misterio más grande que podamos imaginar (conservar su virginidad y ser madre de Dios al mismo tiempo), ella conservaba y meditaba, guardaba y reflexionaba todo en su corazón. Hay cosas que nos tocan vivir que no tenemos tiempo para «digerirlas», como se dice, y por eso hay que guardarlas. Hay que conservarlas para poder meditarlas después más tranquilos, para poder rumiarlas mientras el tiempo no puede detenerse, mientras nosotros no podemos detenernos por una cosa o por la otra.
Esto le pasó también a María: un embarazo milagroso, una familia sagrada, un hijo de su vientre que también era Dios. Pero además María vivió cosas muy difíciles: la incomprensión de lo que Dios le pedía, el intento de abandono de su futuro esposo, el tener que dar a luz en un lugar indigno, el tener que huir a Egipto al poco tiempo de haber nacido su hijo por miedo a que Herodes lo mate, el tener que volver a su tierra natal por caminos y situaciones difíciles, el vivir en un pueblo sencillo y pobre durante toda su vida, el haber sido víctima de los comentarios ajenos y tantas cosas más que ni imaginamos.
Lo bueno y lo malo viene junto en la vida. Así es la vida de María también, de José y de Jesús. Así es nuestra vida. Demasiado como para poder comprenderlo todo en un día. Por eso, mientras la visitaban los pastores y le contaban «todo lo que habían oído hablar del niño», ella guardaba con cuidado todas las palabras para poder recordarlas y volver a pasarlas por el corazón. Recordar significa volver a pasar por el corazón aquello que hemos vivido para poder sacar fruto, tanto de lo bueno como aquello que también fue difícil.
Terminando un año y comenzando otro, es lindo pedirle este don a María –madre de Dios y madre nuestra–, pedirle saber guardar, custodiar lo vivido, para después poder meditar, recordando, rumiando tantas gracias vividas en este año, tantos regalos de Dios que a veces nos han pasado de largo sin darnos cuenta.
Recordar para agradecer. Sí, darle gracias al Señor por haber caminado junto a nosotros este año, darle gracias por todo y en todo.
Recordar también para aprender. Sí, para saber cuál es el camino correcto la próxima vez, para saber lo que Dios quiere en situaciones semejantes, para ser más fieles a su seguimiento.
Recordar para confiar. Sí, para poder confiar más y poner el año que estrenamos en sus manos. Porque hemos experimentado que nunca nos suelta la mano a pesar de todo, que nos acompañará y seguirá acompañándonos como lo hizo siempre, en este año que termina.
Recordar para pedir. Sí, pedir y suplicar porque no sabemos lo que nos pasará a veces, porque también nos reconocemos débiles y temerosos y necesitamos su presencia y su gracia en nuestras vidas.
«Que el Señor nos bendiga y nos proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre nosotros y nos muestre su gracia. Que el Señor nos descubra su rostro y nos conceda la paz».

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P. Rodrigo Aguilar
Jueves 2 de enero + Feria de navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 19-28

Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?» El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías.» «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?»
Juan dijo: «No.» «¿Eres el Profeta?» «Tampoco», respondió. Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?»
Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.» Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia.»
Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 1, 19-28:
Siempre es bueno volver a recordar QUIÉNES SOMOS. No tener claro lo que somos y para qué estamos, no sólo hace que nosotros perdamos el tiempo, sino que también de algún modo hacemos que los demás lo pierdan. Juan Bautista, como decimos por acá, «la tenía bien clara», sabía para qué estaba y cuál era su misión. No perdió el tiempo ni hizo perder el tiempo a los demás.
Algo del evangelio de hoy es una gran ayuda para ver cómo Juan tenía bien claro quién era y además que ni siquiera se confundió cuando se confundieron sobre él. En estas dos cosas quería detenerme hoy especialmente a reflexionar: saber ubicarnos y no desubicarnos, aunque los otros se confundan sobre lo que somos. Vamos a profundizar esto.
Saber ubicarnos tiene que ver con saber quiénes somos y cuál es nuestra tarea como cristianos, nuestra misión, y esto obviamente nos sirve para cualquier aspecto de nuestra vida. ¡Qué importante es saber ubicarnos!, o sea, saber que no somos todo, sino una parte del todo; que no sabemos todo, sino algo del todo; saber que no somos la Palabra, sino la voz que la transmite; saber que no somos el que toca el instrumento, sino el instrumento; saber que somos el lápiz y no el que escribe, por utilizar algunas imágenes. El que no sabe bien quién es, vive desubicado en la vida. Juan Bautista, como dijimos, sabía que era la voz que anunciaba algo más grande y mejor, y por eso nunca quiso ser el centro ni dejó que lo hagan el centro los otros, porque esto también puede pasar. El cristiano que sin querer, y a veces queriendo, se hace el centro, la referencia de todo, también en el fondo está desubicado, aunque esté haciendo muy bien las cosas. ¡Es un desubicado!, decimos a veces. Qué insoportable es cuando hay personas que no saben ubicarse. Es muy molesto que las personas se crean más líderes que Jesús o impostan un liderazgo que lo único que hace es arrastrar personas hacia él y no al que viene detrás de él.
Un sacerdote desubicado en el fondo es un sacerdote que no entendió el mensaje ni su misión. Aunque haga mil cosas buenas, aunque salga en televisión, aunque sea aplaudido por todos y tenga millones de seguidores, y no está ubicado, en el fondo lo único que hará es arrastrar personas hacia él. Un consagrado que no sabe ubicarse y arrastra gente hacia él mismo y no a Jesús (aunque obviamente Jesús después se encargará de corregir las cosas), se desubica y se adjudica de algún modo el regalo que recibió. Un laico que no entiende su lugar dentro de la Iglesia y se cree digno para que los demás le desaten sus sandalias en vez de desatarlas él a los demás, no entendió lo lindo que es ser cristiano. Cuando alguien, sacerdote o quien sea, recolecta «demasiados fans» pero al estilo mundano, contándolos; cuando alguien parece tan bueno que hasta los errores se le alaban, es señal de que está un poco desubicado en la vida y se olvidó de mirarlo a Juan el Bautista y a Jesús.
Ahora… falta una segunda parte de la verdad, y parte de la verdad. A veces puede haber alguien que esté muy ubicado, muy en su lugar, muy como Juan Bautista, y sin embargo los que se desubican son los demás. Esto le pasó a Juan también. A pesar de que él sabía bien quién era, lo que tenía que hacer y lo que no, los que se desubican en este caso, los que no saben bien quién es realmente, son los demás que van a preguntarle si es el Mesías. Por eso, a veces, aunque sepamos bien quiénes somos, aunque estemos en donde tenemos que estar, los que nos ven se pueden confundir y esto es lo que nos puede hacer confundir también a nosotros.
La clave, el desafío, tengamos la tarea que tengamos, es que mirando a Jesús sepamos quiénes somos y para qué estamos, sea el lugar que nos toque estar, sea el lugar donde el Señor nos ha pedido trabajar.
Y finalmente, es bueno que no nos desubiquemos también con los demás.
No alabemos antes de tiempo, no veamos Mesías donde no los hay porque solo Jesús es nuestro Salvador; y todos los demás, desde el Papa hasta el más pequeño de los bautizados, solo somos simples servidores, ni siquiera dignos de desatarle la correa de las sandalias a nuestro buen Jesús.

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P. Rodrigo Aguilar
Viernes 3 de enero + Feria de navidad + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 29-34

Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios»

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 1, 29-34:

Continuamos en días de Navidad, sí, seguimos en el tiempo de Navidad, tiempo para crecer en esa actitud receptiva de la que hablamos tanto, ¿te acordás? Despertarse, convertirse, sorprenderse y recibir. Fue el camino del adviento, pero en realidad es un camino de vida, una propuesta para toda la vida. Solo que el adviento y el tiempo de navidad son una especie de sacudón, un zarandearnos un poco para que no lo olvidemos.
Muchos de nosotros, los que escuchamos los audios, la Palabra de cada día, seguramente estamos de vacaciones, disfrutando de unos días de descanso, otros andamos misionando, viviendo una experiencia distinta, siendo conscientes que no podemos que “no podemos callar lo que hemos visto y oído”, otros seguimos trabajando por ahí a otro ritmo. Sea lo que sea, tenemos que seguir, Dios nos descansa, ama siempre, Dios nos anda buscando en todo momento y nos quiere encontrar en cualquier momento, no hay que ponerle límites.
Algo del evangelio de hoy, nos vuelve a mostrar un Juan Bautista, muy ubicado, y al mismo tiempo con capacidad de ubicar a los demás. Hoy damos un paso más. ¡Qué grande es Juan el Bautista, es el mayor hombre nacido de mujer, según el halago de Jesús! Realmente la tenía bien clara. Ubicado. No se desubica ante el desubique de los demás y además se dedica a ubicar a los desubicados. Un hombre de Dios como se dice. Un hombre con una profunda humildad, que ocupa el lugar que tiene que ocupar, es protagonista cuando debe serlo – sin perder la humildad - y por otro lado ayuda a la humildad de los desubicados, de los soberbios.
En definitiva, ser humilde es estar donde tenemos que estar. Ser lo que tenemos que ser. Reconocernos como lo que somos, ni de menos, ni de más. Decía Santa Teresa de Jesús que la “humildad es andar en la verdad”, que es muy distinto que “andar diciendo la verdad” como si fuera que el humilde tiene que andar continuamente diciendo quién es, y quienes son los otros. Eso es una mala interpretación. “Andar en la verdad” es andar como Juan el Bautista, estando ubicados en el lugar donde Dios nos ha propuesto y saber mostrar donde está Jesús, en qué lugar los otros lo pueden encontrar, sin que nos miren tanto a nosotros. «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo».
Por eso cada persona, cada cristiano debe vivir la humildad según el lugar que Dios quiso que ocupe. Se puede ser humilde siendo Papa, presidente, o siendo barrendero, carpintero. No importa lo que hago, sino lo que soy. No hay “recetas únicas” para ser humildes, sino que la fórmula es descubrir nuestra propia verdad, eso es “andar en la verdad”, eso es tenerla clara sobre uno mismo y desde ahí, todo se acomoda. El que no es humilde en el fondo no sabe bien quién es y que hace en esta bendita creación. Como no sabe quién es, no hace lo que tiene que hacer, o lo hace mal, hace lo que no tiene que hacer o lo hace fuera de lugar, no en el momento correcto.
Lo más lindo del evangelio de hoy es lo que hace Juan y lo que dice: Señala a Jesús diciendo que lo “precede, que existía antes que yo”. Por las dudas si nos la creemos un poco, por las dudas si pensamos que los demás son buenos gracias a nosotros, por las dudas si creemos que desde que estamos nosotros en tal o cual lugar todo es mejor, por las dudas si nos desubicamos, volvamos a escuchar esas palabras. “Existía antes que yo”. Jesús está antes que nosotros, siempre llega antes que nosotros, imperceptiblemente, y si alguien conoce a Jesús gracias a que nosotros se lo señalamos, no creamos que es pura y exclusivamente por nosotros, sino que es por su gracia y su Espíritu que siempre nos precede.
Dejemos que la humildad de Juan el Bautista nos acomode si andamos desacomodados. La humildad conduce naturalmente a la paz porque nos hace estar en donde tenemos que estar, nos hace andar al ritmo que Dios quiere que andemos.
Cuando no hay paz en el corazón, es signo de que todavía nos queda mucho por recorrer en el camino de la humildad, nos queda mucho por conocer de nuestro corazón, nos queda mucho por reconocer sobre nuestra propia verdad. Dice un Salmo: “Busca la paz y corre tras ella”. Podemos decir nosotros, busca la humildad y corre tras ella porque la humildad te dará la paz.

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P. Rodrigo Aguilar
2025/07/13 10:36:48
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