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Domingo 19 de enero + II Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 2, 1-11

Se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga».
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas». Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete». Así lo hicieron.
El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento».
Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él.

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 2, 1-11:

Después de la fiesta del bautismo del Señor, comienzo de su vida pública, la Iglesia nos regala hoy por medio del evangelio de Juan, el primer signo que hizo Jesús en Cana de Galilea, la primera manifestación de su gloria, y por eso a partir de ahí sus discípulos, “creyeron en Él”, como dice el mismo evangelista. La simbología del evangelio de Juan, y de este texto, siempre son sembradoras de innumerables posibilidades de interpretaciones y comentarios. De hecho, lo que comúnmente llamamos milagros de Jesús, Juan los llama signos, porque no fueron solo milagros, sino que quería mostrar algo más, algo oculto, algo distinto, algo que era imposible expresar con palabras. Los signos sintetizan muchas cosas, no puede decirse en pocas palabras lo que representa para vos tu alianza matrimonial, la bandera de tu país, de hecho, usamos signos para eso, para poder expresar de algún modo lo que con palabras no podríamos. De algún modo, los signos en el evangelio de Juan nos enseñan esto con respecto a la vida de Jesús y en definitiva Él es el signo de Dios entre nosotros, Él es el que sintetiza todo lo que Dios Padre quiso y quiere decirnos cada día. Bueno, para no aburrirte más, algo del evangelio de hoy no es simplemente una oportunidad que tuvo Jesús o que su madre le dio, para proveer de vino a una boda y hacerla un poco más divertida, sino que es un signo de lo que Jesús vino a hacer a este mundo a tu vida y la mía.
Hace un tiempo, en espacio de pocos días, me tocó asistir a cuatro responsos, a cuatro encuentros directos con el dolor, con familias destrozadas por la pérdida de sus seres más queridos. Pocas veces siendo sacerdote tuve que estar y poner el corazón en cuatro velorios en menos de 24 horas. Los responsos es un ministerio en el que los sacerdotes corremos el peligro de caer en la rutina, en el acostumbramiento. Por lo menos es lo que me pasa a mí. Gracias a Dios cada tanto Jesús nos despierta y nos evita este peligro. La verdad es que es realmente difícil ser uno más en esos momentos, porque uno no es el que vive el dolor y al mismo tiempo ve el dolor de cerca. Por eso, uno trata de ser cercano y decir palabras que animen, aunque muchas veces no vale la pena decir mucho.
Lo particular de lo que me pasó esa vez, fue que, en tres de los velorios, las madres estaban presentes llorando a sus hijos. Tres madres que vieron morir a sus hijos Uno ya era grande, alrededor de 60 años, otro de 29 y el más pequeño de días, solo 5 días. Nunca me había pasado algo así. Las tres madres desgarradas y cada una con sus diferentes reacciones. La madre del pequeño casi sin palabras, las otras dos literalmente gemían del dolor. ¿Qué puede hacer un sacerdote en un momento así? Muchas veces pensé y le dije a Dios: ¡Por favor evítame esos momentos en mi sacerdocio! Claro, una petición bastante egoísta de mi parte. ¿Qué clase de sacerdote puedo ser si quiero evitar esos momentos? Evidentemente hay cosas que Dios Padre no escucha de nosotros los sacerdotes o las pasa de largo porque, no nos impide evitarlas.
Preparando estas palabras, el audio, le doy gracias a Dios por haber podido estar ese día en esos momentos tan duros, porque gracias a esas Madres, con mayúscula, pude experimentar algo del amor-dolor que puede significar ser madre, o por lo menos acercarme un poco. Dos de ellas me abrazaron como si abrazaran a su hijo, y lloraron creo yo, como lloró la Virgen al pie de la Cruz al ver morir a su Hijo. Gracias a ese momento entiendo un poco más el porqué es tan importante la figura y la presencia de María en nuestras vidas, como en la escena de hoy.
¿Qué tendrá esto que ver con algo del evangelio de hoy preguntarás? Es verdad que no tanto, pero no quería dejar pasar esta oportunidad para contarlo. En realidad, quiero resaltar la figura de María, que, animando a Jesús a empezar su obra, aunque Él no consideraba que era el momento, al mismo tiempo nos anima a nosotros a “hacer lo que Él nos diga”. Jesús nos dijo al pie de la cruz que “tenemos a María como Madre”.
Eso es algo que tenemos que hacer, hacerlo carne. María, al comienzo de la vida pública de Jesús, nos dijo que hagamos lo que Él nos diga y nosotros debemos escuchar lo que nos dice para hacerlo, para también obedecerle a María. Es como un ida y vuelta.
“Hace lo que Él te dice” Ese es el anhelo profundo y real de la Madre de Dios, de nuestra Madre. Ella, como primera discípula, fue coherente. No sólo se admiró, se maravilló de la obra de Dios en su vida, de llevar a Jesús en su vientre. Sino que principalmente se dedicó a “hacer lo que Jesús decía, vivía y sentía”, contra viento y marea, sin importarle la opinión ajena. ¿Quién otra como Ella puede enseñarnos este camino? ¿No será que necesitamos escuchar en el fondo de nuestra alma a María que nos dice “hacé lo que Él te dice”? Viví tu fe, hacé su voluntad, no te detengas por nada del mundo.
María, decinos al oído con amor esas mismas palabras que le dijiste a tu Hijo. Todos necesitamos escucharlas, te lo suplicamos, te lo pedimos por favor.

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P. Rodrigo Aguilar
Lunes 20 de enero + II Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 2, 18-22

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?»
Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 2, 18-22:

Convirtámonos en apóstoles de la Palabra de Dios, ayúdanos a que las palabras de Jesús lleguen a otros. No te olvides de enviar el audio a tu grupo si a veces te olvidás, no tengas vergüenza, no creas que sos molesto. Son millones las personas que necesitan palabras de consuelo y ánimo, palabras que llenen el alma de cosas lindas y no de tantas malas noticias. No te olvides de que si querés recibir los audios directamente en tu celular para no depender de otros, lo más fácil es que te bajes una aplicación que se llama Telegram y busques nuestro canal de difusión @algodelevangelio, o también la app Algo del Evangelio para celulares Android. Si no podés y necesitás ayuda o querés recibirlos por mail, suscribite en nuestra web www.algodelevangelio.org, o bien escribimos un mail a algodelevaneglio@gmail.com.
Lo primero que podemos ver, de Algo del Evangelio de hoy, que es algo muy humano pero también es una actitud religiosa (de muchos religiosos o personas de fe), es la actitud infantil y llena de inseguridad de los fariseos. ¿Qué hacen los fariseos? Están mirando lo que hacen los discípulos de Jesús, y como no hacen lo que ellos hacen, van a preguntarle por qué no hacen lo que ellos hacen. Que en el fondo lo que están diciendo es: «no están haciendo lo que hay que hacer y nosotros sí lo hacemos».
Es la actitud infantil e insegura. Si uno está seguro de lo que hay que hacer y lo que está haciendo es lo que hay que hacer, ¿por qué entonces preocuparnos porque otros no lo hagan?
Esta actitud de los fariseos, aunque es una actitud religiosa de aquellos que se aferran a la ley y se olvidan de las personas, en el fondo también se traslada a muchas actitudes cotidianas que podemos tener.
Aquellos que están mirando de reojo continuamente por qué los otros no hacen lo que tienen que hacer, en el fondo demuestran inseguridad, es no estar contentos y convencidos de lo que uno está haciendo, porque siempre ponemos la norma afuera y no brota finalmente del corazón. Y por eso la respuesta de Jesús sobre el porqué no ayunan sus discípulos nos ayuda a descubrir algo mucho más profundo y a responder dos preguntas: ¿para qué se ayuna? y ¿cómo se ayuna?
El para qué se ayuna está también explícito en la respuesta de Jesús, porque como estaban con él no necesitaban ayunar; tenían que ayunar cuando Jesús ya no esté más físicamente con ellos. Entonces ¿para qué se ayuna? Para descubrir a ese alguien que está oculto. Se ayuna para encontrarse con Jesús, que es el Esposo de nuestra vida, como simbolizaba el Evangelio de ayer, domingo, con el milagro en las bodas de Caná; es el Esposo que nos fue quitado y tenemos que encontrarlo porque físicamente no lo vemos. No se ayuna para alcanzar algo «personal», para aumentar el ego, ni solamente para adelgazar, ¡no!; se ayuna para encontrarse con una Persona.
El ayuno capacita nuestro espíritu para estar más atentos a la presencia de Jesús. El ayuno, al privarnos de algo —que incluso es lícito–, al dejar algo de lado, al sentir un poco de hambre en algunos momentos, nos ayuda a sentir el hambre más profundo, a sentir la necesidad no del hambre a nivel físico, sino del hambre espiritual que tenemos y a veces está adormecido.
Pero lo segundo entonces, y también tan importante, es: ¿cómo se debe ayunar? Jesús no dice que hay que ayunar por ayunar, se ayuna de una manera nueva y no a la antigua. Eso significa «a vino nuevo, odres nuevos», o sea, recipientes nuevos; en el fondo, corazones nuevos.
Al vino nuevo del Evangelio de Jesús, de la buena noticia, hay que quitarle el Antiguo Testamento y poner un corazón nuevo, ese es el odre nuevo, el recipiente nuevo de tu corazón y del mío. No podemos seguir ayunando al estilo del Antiguo Testamento, a «cumplir por cumplir», a cumplir una norma exterior.
O por ahí tendríamos que empezar a preguntarnos: ¿ayunamos alguna vez?, ¿ayunamos realmente? Obviamente que con el estilo de vida consumista en el que vivimos, parece que «privarse» de algo es de masoquistas, y el ayuno por supuesto no está muy de «moda» en la Iglesia. Incluso hay sacerdotes –yo los he escuchado– que dicen que no hay que ayunar, que eso ya pasó, que eso ya no va más, que hay que reemplazarlo por cualquier otra cosa; sin embargo, ¿qué hacemos con esta página del Evangelio? Yo me preguntaría y les preguntaría: ¿qué hacemos con esta página del Evangelio?
El ayuno es una práctica milenaria en la Iglesia y también en muchísimas otras religiones. Eso significa que es un bien para el hombre.
El Esposo nos fue quitado. Jesús ya no está físicamente entre nosotros, y como no está físicamente, tenemos que entrenar nuestro espíritu para poder percibirlo. Si no ayunamos de cosas, si no ayunamos por supuesto de actitudes, de nuestro egoísmo, de nuestra manera de ser, a veces muy cerrada, muy encajonada en lo que pensamos; si no ayunamos de comida y de tantas cosas que estamos llenos, si no ayunamos de las redes sociales, de la computadora, del celular, ¿cómo nuestro espíritu va a poder percibir la presencia de Jesús, tan sutil pero tan real en nuestra vida?
Bueno, espero que estas palabras de Algo del Evangelio de hoy nos ayuden, nos ayuden a darnos cuenta del porqué del ayuno y cómo hay que ayunar...

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p. Rodrigo Aguilar
Martes 21 de enero + II Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 2, 23-28

Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: «¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»
Él les respondió: «¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?»
Y agregó: «El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado».

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 2, 23-28:

En el camino del seguimiento a Jesús hay que ir aprendiendo a dejarse purificar por él, no es un simple sí, de un día, de una vez; es más complejo que eso, y por eso es más lindo. Cuando concebimos la vida cristiana, la fe no como lo que realmente es, un camino, sino como un instante lindo, como un momento pasajero, como una respuesta aislada de la totalidad de nuestra vida; es cuando tarde o temprano nos quedamos al costado, al costado del camino, de lo que en realidad es, o nos cansamos y decimos: ¡Esto era ser cristiano!
Lo que hay que saber es que Jesús no nos engaña, nunca engañó a nadie en los evangelios, siempre fue claro y directo. En todo caso, nos engañaron sin querer los que nos invitaron a seguirlo, nos engañaron por ser buenos, por atraernos y sumar fieles a sus arcas, o bien nos dejamos engañar nosotros, o entendimos mal, porque a veces nos gusta no escuchar todo, preferimos no escuchar toda la verdad porque es demasiado pesada para cargarla. Por eso, es necesario escuchar todo el mensaje del Evangelio, no esquivar nada, incluso los pasajes difíciles y las controversias, como escuchamos en Algo del Evangelio de hoy.
Es lindo cuando Jesús aprovecha incluso las situaciones más difíciles, situaciones de controversia, de peleas, situaciones donde lo juzgan o juzgan a sus discípulos para enseñarnos, para que aprendamos a tener una mirada diferente, para que aprendamos a mirar en lo profundo de las cosas, para que nos demos cuenta que la ley suprema que está escrita en nuestro corazón, dada por él –dada por Dios–, es la ley del amor.
Y por eso san Pablo llega a decir en algún momento en una de sus cartas: «Amar es cumplir la ley entera». Debemos aprender que el amor es finalmente el cumplimiento de la ley, de todas las leyes y las normas que podemos tener en la familia de la Iglesia, como personas religiosas (no estamos hablando de las leyes civiles; ese sería otro tema), porque cuando no descubrimos que la ley del amor está por encima de todas las leyes, o las engloba, y que estas están al servicio del amor; es cuando perdemos el rumbo y absolutizamos las leyes, las pequeñas normas que tenemos y que nos regulan en la vida de la Iglesia, en las comunidades, en la liturgia, en la catequesis, en la predicación, en todo lo que tiene que ver con la vida de la fe.
Cuando nos olvidamos que esas normas están para regular y para enseñarnos a amar, hacemos justamente de esas normas leyes absolutas y nos olvidamos del objetivo final al que nos quiere orientar, que es a la caridad.
Por eso el amor siempre tiene que ser la guía. ¿Y el amor entonces qué es? El bien del otro, el amor es buscar siempre el bien del otro. Cuando olvidamos ese principio fundamental, nos pasa, así como les pasaba a los fariseos que eran capaces incluso de no hacer el bien en sábado porque la ley decía que ese día no se podían hacer ciertas cosas. Jesús nos quiere llevar justamente a un nuevo enfoque en el cumplimiento de la ley.
¿No será que el pueblo judío se había puesto muchas leyes y se habían olvidado del amor?, ¿no será que nosotros también nos llenamos de normas, nos llenamos de reglas y requisitos para un montón de cosas en la Iglesia –que no están mal, pero las usamos mal– y finalmente nos olvidamos del amor? ¿No será que tenemos que aprender a aplicar las leyes y las normas a situaciones concretas, comprendiendo las condiciones particulares de cada persona que se acerca, de cada persona que veo? Porque ese es nuestro problema; las leyes universales las aplicamos a situaciones concretas olvidándonos de la particularidad del sujeto que las tiene que observar.
Y eso también nos pasa a nosotros mismos cuando nos juzgamos, cuando no nos perdonamos ante situaciones que vivimos porque había que hacer tal o cual cosa y no las pudimos hacer.
Incluso somos duros con nosotros y no comprendemos que ciertas circunstancias nos llevaron a veces a caer en lo que caímos –no nos justifican, pero nos ayuda a entender la situación–, ciertas circunstancias que no nos permitieron hacer lo que debiéramos haber hecho.
Entonces esta nueva visión no anula las leyes; por eso el otro peligro siempre es caer en rechazar tanto las normas, habernos cansado tanto de que se usen mal, pensando incluso que parece que no sirven, que las despreciamos finalmente. Entonces caemos en el otro extremo del fariseísmo que sería hacer «mi propia norma», la norma del capricho, la norma de que finalmente todo es un desorden y hago lo que me parezca; y eso tampoco conduce al amor verdadero. El amor tiene que ser el que regule todas mis actitudes, mis sentimientos, mis pensamientos…El amor de Dios.
Bueno, ojalá que las palabras de Jesús nos ayuden a ver que la ley está hecha para el hombre y no el hombre para la ley. Nosotros tenemos que ser libres, tenemos que descubrir siempre, día a día, en cada circunstancia concreta de nuestra vida, qué es lo mejor que podemos hacer, y eso implica un esfuerzo, implica oración, autoconocimiento e interiorización para poder descubrir qué es lo que Dios nos pide en cada circunstancia particular de nuestra vida.

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 22 de enero + II Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 3, 1-6

Jesús entró nuevamente en una sinagoga, y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si lo sanaba en sábado, con el fin de acusarlo.
Jesús dijo al hombre de la mano paralizada: «Ven y colócate aquí delante». Y les dijo: « ¿Está permitido en sábado hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?»
Pero ellos callaron.
Entonces, dirigiendo sobre ellos una mirada llena de indignación y apenado por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» Él la extendió y su mano quedó sana.
Los fariseos salieron y se confabularon con los herodianos para buscar la forma de acabar con Él.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 3, 1-6:

Jesús viene a «hacer nueva todas las cosas». Eso contemplábamos en el Evangelio del domingo, cuando transformaba el agua en vino para comenzar una nueva etapa de la humanidad, para comenzar una nueva etapa de tu vida y la mía. Así es Jesús. Se metió en nuestra vida para transformar el sinsentido en algo con sabor, con sabor a gozo, del gozo del evangelio. Por eso, sigamos caminando con Jesús en esta etapa de nuestra vida, en la que Él ingresó para siempre, para llenar nuestras tinajas y llenar nuestro corazón de amor.
En Algo del Evangelio de hoy, evidentemente, podemos darnos cuenta de que los fariseos no conocían a Jesús y tampoco les interesaba hacer el esfuerzo para hacerlo. Dice la Palabra de Dios que lo «observaban atentamente» pero no con amor y por amor, sino para poder acusarlo, para encontrarle algo de qué acusarlo y, de hecho, lo logran. Consiguen que Jesús haga lo que ellos consideraban «ilegal», y de ahí se toman para empezar a planificar su muerte. Él, por supuesto, no entra en el juego, al contrario, les demuestra que Él no se achica, no se «apichona» ante las miradas acusadoras de los demás y que el bien está por encima de la cerrazón del corazón de ellos y de su estrechez de mente. Los fariseos no son tan inteligentes como parecen, o como se creían.
Cuando la inteligencia de una persona, esa que al mundo le encanta exaltar, no va acompañada de un corazón de carne y misericordioso, sino que es de piedra y acusador, no proviene de Dios, por más sagacidad que posea la persona, por más genio y creativo que sea, por más que todo el mundo lo aplauda, por más premio Nobel que reciba.
Hoy en día, y seguramente siempre, se exalta y se exaltó la inteligencia de las personas, se premia, se aplaude, se llena de elogios, entendiendo la inteligencia como su capacidad intelectual para hacer o resolver ciertas cuestiones, olvidando que también tenemos bastante de corazón. Sin embargo, la verdadera ciencia, la sabiduría a la que estamos llamados, es la que no anula el corazón, es la que lo incluye y la que lo escucha siempre, en toda circunstancia y mucho más cuando se trata de tomar decisiones con personas de por medio.
El Primer Libro de Samuel relata que Dios envía a Samuel a ungir al que será rey de Israel, a David, pero a la hora de elegir entre los hijos de Jesé le dice algo sumamente importante que creo que sintetiza lo que Jesús nos anda queriendo enseñar en estos días: «Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón». Jesús viene a cumplir lo que decía la Palabra de Dios antes de su llegada. Por eso el Nuevo Testamento es el cumplimiento del Antiguo Testamento. Jesús viene a mirar el corazón y no las apariencias, viene a cumplir lo que Dios le decía a Samuel. En cambio, los fariseos siguen mirando las apariencias y no el corazón. Nosotros también como hombres y mujeres que somos, débiles tantas veces, miramos las apariencias y no el corazón, de nosotros, de los demás y de las cosas; nos quedamos solo en la «cáscara».
Los fariseos son duros de corazón, no pueden comprender a Jesús y aun cuando lo ven curando, no soportan que haga algo bueno cuando ellos consideraban que no podía, porque la ley decía que en sábado no se podía. Caso típico que muestra, por ejemplo, cuando la idea supera a la realidad, cuando la ley se transforma en regla vacía, cuando la verdad es abstracta y no considera las personas. ¡No se puede vivir así! No se puede vivir juzgando, no se puede vivir criticando, no se puede vivir diciendo lo que hay que hacer, no se puede vivir de nuestra propia verdad. Por eso Jesús lanza una mirada llena de indignación y apenado. ¡Qué triste se pone cuando nos quedamos en las apariencias! ¡Qué tristeza le surgirá cuando no sabemos mirar la verdad de las cosas, enceguecidos por lo que nosotros pensamos que debe ser!
2025/07/10 16:19:35
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