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17401 - Telegram Web
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Miércoles 15 de enero + I Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 29-39

Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando».
Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido». Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 1, 29-39:

No se cambiar de un día para el otro, hay que reconocerlo. Por más que queramos, por más «poderosos» que nos creamos, a veces no podemos cambiar como quisiéramos. Los grandes hombres de la historia, los santos, fueron «poderosos» porque en realidad se dejaron transformar y cambiar desde adentro por el poder de Jesús. Ese es el verdadero poder. Todo lo demás, todo lo que nos propone este mundo como seducción, es un poder barnizado –que brilla por fuera pero que no tiene nada dentro–, poder que termina destruyendo, incluso podríamos decir que hasta nos puede dejar vacíos.
No se cambia automáticamente, no se cambia por decreto, ni se cambia únicamente por una decisión personal. Cambiar es también una gracia que debemos pedir todos los días. Ni voluntarismo que se cree poderoso, ni gracia pura sin nuestra libertad, sino que es gracia unida a nuestra decisión, gracia que impulsa nuestras decisiones y las acompaña. Por eso Jesús es más poderoso que nosotros, porque Él logra lo que en realidad nosotros no podemos lograr con nuestras fuerzas y lo logra con la fuerza que le viene del amor. El verdadero poder de Jesús, que se puso de manifiesto en su bautismo, es su humildad, y su humildad está arraigada en su sentirse amado por su Padre, predilecto. El verdadero poder, que va a contramano de todos los poderes de este mundo, es la humildad. Solo el humilde es poderoso verdaderamente, solo el humilde puede cambiar desde lo más profundo del corazón.
La Palabra de Dios es una de las herramientas que nos dejó Jesús para ir transformando nuestro corazón, para ir aprendiendo a ser humildes. Todas las palabras de Jesús que necesitamos para vivir según sus enseñanzas, todas las palabras y gestos que necesitamos para conocerlo, quedaron para siempre en los evangelios. No tenemos que buscar nada más. Por más que haya cosas buenas dando vueltas, por ahí nos sirvan, en realidad no necesitamos más que su Palabra. Obviamente, vuelvo a decir que no está mal dejarse ayudar por otros textos, libros, por autores, por diferentes espiritualidades, pero si falta la Palabra de Dios, te diría que falta lo más grande e importante.
En Algo del evangelio de hoy escuchamos, por decirlo de alguna manera, una síntesis de un día de la vida de Jesús. Bastante movidito diríamos, con un poco de todo. Pero me quería detener hoy en una frase muy significativa de Simón, cuando lo encuentra a Jesús que se había ido a orar bien temprano: «Todos te andan buscando». Antes de pensar la respuesta real que dio Jesús, ¿qué hubieses esperado que responda?, me animo a preguntarte. Por ahí algo lógico que podríamos imaginar es que Jesús haya dicho: «Bueno, ahí voy, que me esperen». Como queriendo complacer la necesidad de tanta gente. Algo que nos encantaría. Sin embargo, Jesús no toma ese reclamo, sino que contesta otra cosa totalmente distinta: «Vayamos a otra parte, a predicar también a las poblaciones vecinas, porque para eso he salido». Nada que ver diríamos nosotros. Lo buscan por una cosa y Él se termina yendo para otro lado. Ahora, una linda pregunta que podríamos hacernos es: ¿Para qué buscaban a Jesús en realidad? ¿Qué querían de Él? Evidentemente, si su «fama se había extendido por toda la región» por los exorcismos que hacía, las curaciones, seguramente la gente necesitaba y buscaba ser sanada, curada, liberada. Pero lo curioso y para cuestionarnos es que Jesús no parece tomar mucho este pedido, no parece tener mucho en cuenta estas necesidades, o por lo menos las pone en segundo plano. No quiere que los demonios digan quién es y no atiende los reclamos de todos los que lo buscan para ser curados. En realidad, Jesús fundamentalmente quiere que lo escuchen, quiere predicar: «Vayamos a otra parte, a predicar». Enseñaba y enseña de una manera nueva, de corazón y viviendo todo lo que enseñaba.
El Evangelio de hoy se hace carne también de esta manera, con sus luces y sombras.
¿Para qué buscamos a Jesús? ¿Para escucharlo o para pedirle cosas que tienen que ver con nuestras necesidades básicas, trabajo, salud, progreso? Muchos andan buscando a Jesús, pero no muchos son los que lo buscan por un amor verdadero y para poder amarlo. ¿Vos y yo para qué lo buscamos? ¿Qué pretendemos de Él?
Mucha gente que no está cerca de la Iglesia me sorprende con actitudes muy del Evangelio, con más profundidad de la que tenemos a veces los que estamos cerca. Muchas veces la gente que más lejana parece estar de la Iglesia-institución, de los sacramentos, y que en realidad más dolorida anda por la vida, pueden ser las personas que más nos ayuden a descubrir las verdaderas motivaciones por las cuales nos acercamos a Jesús. Los que se acercan poco cuando se acercan, pueden acercarse incluso mejor que nosotros, con intenciones más puras. ¿Qué necesitamos de Jesús? ¿No será que Él también necesita de nuestro amor, que en el fondo se juega mucho por la escucha, por nuestra capacidad de atender lo que Él nos dice? Para rezar y pensar: eso te propongo que hagamos hoy juntos.

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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 16 de enero + I Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 40-45

      Se acercó a Jesús un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
      Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
  Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 1, 40-45:

   Ser humilde es reconocer, como lo hizo Juan el Bautista, que hay alguien más poderoso que nosotros, es reconocer que el verdadero poder, en realidad, pasa por otro lado, y no por alimentar el ego que quiere dominarnos a cada instante de nuestras vidas, en cada decisión. Así lo experimentó Juan, el más humilde de los hombres, nacido de mujer, el más ubicado, el hombre que la tenía bien clara. El orgullo y la soberbia de la vida y de nuestro corazón nos hacen creer que cuanto más nos imponemos ante los demás, cuanto más aparentemente nos escuchan, cuanto más nos felicitan, cuanto más nos siguen, cuanto más nos dan la razón, más plenos y felices nos sentiremos. Sin embargo, todo eso son espejitos de colores, como se dice. Es puro engaño. Es tentación de la creatura más mentirosa y orgullosa que existe, el demonio. El verdadero poder está en poder cambiar uno mismo desde adentro con humildad.
   ¿Experimentaste alguna vez esa linda sensación de lograr cambiar algo importante en tu vida, de proponerte dejar algo y de lograrlo? Bueno, esa es la sensación que se siente cuando se vence al mal. Esa es la sensación que se siente cuando el verdadero poder triunfa en nosotros, poder cambiar desde adentro movidos por el amor y movidos por la gracia. Esa es la sensación que debemos buscar tener, pero, mejor dicho, no por tener en sí la sensación, sino por darnos cuenta que la verdadera batalla está en nuestro corazón, en, con el poder de Jesús, vencer el pecado que nos asedia siempre, vencer la debilidad que siempre nos quiere conducir a estar más atentos a nosotros mismos que a los demás. Cambiamos entonces en la medida que nos dejamos cambiar por otro, por el que tiene más poder.
   ¿Vos y yo creemos que tenemos algo para cambiar? ¿Vos y yo tenemos algo en lo que podemos volver a confiar para poder cambiar? Por mí parte, muchísimas cosas, y en eso estoy, en la lucha continúa de poder cambiar, de dejarme transformar por el Señor. Eso es lo que todos tenemos que buscar día a día, poder cambiar desde adentro, poder dejarnos abrazar por el Señor que nos quiere purificar, como a este leproso que se arrojó para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificar me».
   Algo del Evangelio de hoy nos relata esta maravillosa escena, este maravilloso encuentro de Jesús con este leproso que seguramente estaba destrozado por dentro, no solo por fuera; no solo porque la lepra lo tenía aislado de los demás, sino porque la lepra también lo aislaba de su creador, lo aislaba de lo religioso, lo aislaba del culto. Por eso no había peor enfermedad que la lepra, porque también, de algún modo, los aislaba de lo espiritual. Bueno, imaginémonos los sentimientos, el dolor de este hombre y por eso, seguramente, se arrojó con tanto deseo a los pies de Jesús, para pedirle ayuda. Jesús, conmovido, dice que «extendió la mano y lo tocó». Eso es lo que hoy el Señor quiere hacer con nosotros, con vos y conmigo, con tantas personas que, de algún modo, tenemos lepra en el corazón.
Tenemos esa enfermedad o enfermedades que nos aíslan de los demás, que hacen que nos mantengamos solos en muchas cosas, que no queramos mostrar lo que nos pasa, que no podamos perdonar al que nos ofendió, que no podamos dar un paso para reconciliarnos con tantas personas que a veces nos hemos distanciado. Bueno, la lepra finalmente es el pecado, que no hace otra cosa que aislarnos del creador y aislarnos de los hijos del creador, de nuestros hermanos, que finalmente Dios los puso en nuestro camino para que podamos acompañarnos y amarnos.
   Señor, si quieres, puedes purificarme. Yo también quiero pedirte ayuda, caer de rodillas y dejar que te conmuevas ante mi dolor, ante la imposibilidad de cambiar. Extendé tu mano y tócame, Señor. Tócame para poder ser curado. Quiero en este día ser como ese leproso que supo arrojarse a tus pies y supo ser curado. Pero te lo pido así, como me sale, con humildad. Señor, si quieres.
Yo por supuesto que quiero, pero te lo pido así porque a veces ni sé lo que quiero o digo lo que quiero pero finalmente no logro lo que quiero. Señor, purifícame y purifica a tantos que necesitan de tu amor y que los toques para que realmente puedan volver a vivir en paz consigo mismo y con los demás, y fundamentalmente con tu Padre.

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 17 de enero + I Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 2, 1-12
 
      Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
      Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?».
      Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o “Levántate, toma tu camilla y camina”? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
      Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual».
 
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 2, 1-12:
 
    Podríamos decir que la Iglesia es como algo del Evangelio de hoy, como esta escena maravillosa que escuchamos, que dice tantas cosas. La Iglesia es esto, es una casa, un hogar, Jesús adentro de esa casa anunciando su Palabra (un mensaje de vida, que quiere asombrar, que quiere ser novedoso, que quiere dar vida), mucha gente reunida para escuchar, algunos dentro de la casa, otros por la ventana, otros desde afuera y también gente herida que quiere sanarse o gente sana que trae gente herida para sanarse.
            Es bueno poder asombrarse hoy también con estas palabras, como la gente del Evangelio de hoy que estuvo ahí ese día, qué habrá sentido, qué habrá pensado, qué habrán dicho. Es bueno que hoy podamos asombrarnos de lo que puede hacer Jesús, movilizarnos si andamos paralizados o paralíticos, perdonarnos para que volvamos a mover el músculo que muchas veces menos ejercitamos, el corazón.
     Todos andamos o anduvimos alguna vez en camilla, no literalmente, sino en la camilla del corazón. Camilleros, a veces llevando a otros para acercarse a Jesús, o también anduvimos en camilla.  Que nadie se haga el distraído. Nadie puede «tirar la primera piedra» de hoy y decir que no es uno de esta escena, nadie puede hacerse el distraído, un espectador más. Si no andamos en camilla en este momento, estamos rengueando por ahí o estamos rengueando llevando a otros, si no andamos rengueando, alguien se está jugando por nosotros y nos está llevando en camilla hacia Jesús, intercediendo por nosotros. La cuestión es que todos vamos a estar con Jesús, ese es el destino de nuestra vida, ir a los pies del Maestro, también como el leproso de ayer, al médico del alma y del cuerpo. Queremos estar con Él cueste lo que cueste, ojalá que nos brote este sentimiento hoy, entrando por cualquier lugar, por el techo, por la ventana, no importa, por la puerta. Lo importante es llegar a los pies de Jesús. Para eso vino Jesús al mundo, para que podamos encontrarnos con Él, para enseñarnos a encontrarnos con todos los que los buscan y encontrarse con los que lo buscan con sinceridad.
            Pensá cómo alguien se las ingenió para meterte alguna vez por el «techo» de la Iglesia, alguna vez en tu vida y ponerte a los pies de Jesús. Por ahí alguna vez vos te las ingeniaste, por amor a alguien y por fe, a llevar a los pies del Maestro a alguien que andaba sin poder moverse por el dolor, por el egoísmo que paraliza, por la tristeza, por el miedo, por la soberbia que endurece el corazón y no deja amar, por la pereza que te tira y no te deja hacer nada, por la dejadez, por la bronca, el odio, por el deseo de tener todo para nada, por la vanidad, por la lujuria que ensucia el corazón, por alguna adicción, por la pérdida de sentido de la vida. Si no lo hiciste nunca, pensá, siempre hay algún herido al costado del camino.       
            La Iglesia es esto, una casa para curar nuestras parálisis, un hospital también para curar nuestras enfermedades. El relato de hoy es una maravilla para meditar pero no se puede, nunca se puede decir todo en un día, aunque se tenga todo el tiempo, y eso es lo más lindo, porque siempre queda algo, siempre queda algo para el espíritu personal, para el tuyo, para el corazón tuyo, del que escucha la palabra de Dios.  Rezá vos tu parte, no te lo pierdas. Hacé el esfuerzo.
            Por ejemplo, imaginá que Jesús te dice personalmente estas palabras: «Hijo, hija, tus pecados te son perdonados. Hijo, tus pecados te son perdonados. Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». Tenemos que volver a nuestra casa con la camilla, tenemos que levantarnos, dejarnos perdonar, Él nos anima a dejar la camilla de la comodidad, donde nos quedamos haciéndonos las víctimas muchas veces para que otros nos lleven. Muchas veces nos quedamos y nos gusta regodearnos en nuestras debilidades y pecados, para quedarnos ahí, para no hacer nada.
Él nos invita a volver a la casa de nuestro corazón que abandonamos de hace tiempo, por mil razones; por el activismo exacerbado de esta vida, por ser madres, padres, por el pecado que nos carcome el corazón y nos va consumiendo, por haber abandonado lo más querido, aquello que pensamos que nunca íbamos a abandonar, por habernos alejado de la casa más linda que es la Iglesia, por creernos que podíamos solos, qué ingenuos. Él nos lo manda, Él nos perdona, Él te perdona, Él te pide que te levantes, Él quiere curarnos el corazón paralizado que no queremos usar a veces por miedo. El perdón de Jesús moviliza y nos ayuda a cargar nosotros mismos con la misma camilla que antes nos llevaba por no poder caminar. ¡Qué increíble! Eso es volver a nacer. El perdón de Jesús nos pone a caminar otra vez para poder perdonar, también para poder llevar a otros al perdón. ¡Se puede! Realmente se puede. Llevá este mensaje a los demás, la Iglesia es esto, la Iglesia es casa del perdón.

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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 18 de enero + I Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 2,13-17

Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía allí, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Por qué come con publicanos y pecadores?»
Jesús, que había oído, les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 2, 13-17:

«No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». Buen sábado. Espero que empieces un lindo sábado, un sábado en el que también vos y yo podemos volver a escuchar la Palabra de Dios. Podemos volver a escuchar el mensaje de salvación que Jesús nos quiere dar a cada uno de nosotros, a esta humanidad herida, a esta humanidad enferma, de la que vos y yo también participamos. Por eso, qué lindo es empezar este sábado escuchando una vez más esta frase, que nos tiene que calar en el corazón, nos tiene que llenar de gozo y de esperanza: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos». Vos y yo, ¿cuándo vamos al médico? ¿Cuándo acudimos a aquel que creemos que nos puede sanar? Cuando estamos enfermos claramente. Y de hecho, muchas veces por ahí nos arrepentimos de no haber ido antes al médico cuando nos sentíamos bien, para hacernos un chequeo, para ver si estábamos sanos, y a veces la enfermedad avanzó. Pero finalmente lo claro es esto, que vamos al médico, tarde o temprano, cuando estamos enfermos.
Bueno, qué bueno es volver a escuchar que Jesús vino para sanar las enfermedades de nuestras almas, de nuestros corazones, que están heridas por el pecado, que están heridas porque hemos nacido fallados de fábrica. Somos productos que hemos venido con alguna falla en el corazón. Nos cuesta amar, nos cuesta inclinarnos hacía el bien cada momento, cada día, en cada instante. Y por eso es una lucha interior constante, para liberarnos definitivamente de aquello que nos ata, de aquello que no nos deja ser lo que Dios soñó para nosotros. Por eso, Algo del Evangelio de hoy, una vez más, siempre es una buena noticia.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra que Jesús salió nuevamente a la orilla del mar. Toda una imagen de lo que hace su presencia en este mundo, en este mundo que es como el mar: una gran inmensidad, una gran masa de agua, llena de dificultades, llena de misterios, de situaciones que a veces no nos dejan estar en paz. Bueno, Jesús se acercó a la orilla del mar, de tu vida y de la mía. Jesús se acercó a la orilla del mar de la humanidad. Por eso toda la gente acudía allí y él les enseñaba. Así es Jesús. Vino fundamentalmente a que podamos escucharlo, que podamos aprender de lo que él nos quiere decir, que podamos aprender a amar, que veamos realmente cómo se es Hijo de Dios, cómo se vive para ser Hijo de Dios.
Nosotros, vos y yo, no siempre nos equivocamos porque somos malos; no siempre tomamos caminos errados porque queremos tener mala intención o queremos hacer el mal a los demás, sino que muchas veces erramos el camino por necios, por no saber escuchar, por creernos que nuestro camino era el mejor, por confiar excesivamente en nuestra inteligencia, en nuestro modo de pensar. Y por eso, qué bueno es volver a escuchar que Jesús nos enseña ahora, a vos y a mí, mientras estamos escuchando su Palabra, y cada día nos enseña. Cuántas son las personas que escriben Algo del Evangelio para decir: «Padre, ahora veo las cosas de otra manera. La Palabra de Dios me abrió el corazón y me abrió la mente. Ahora pienso de otra manera». Bueno, a eso tenemos que tender, tenemos que animarnos a seguir aprendiendo, cada día más. No bajes los brazos, no pienses que ya está, no te creas que ya sabes todo. Una vez más tenemos que volver a decirle al Señor: «Enseñá, seguí hablándome al corazón. Lo necesito porque mi corazón se desvía fácilmente».
Otra cosa linda del Evangelio de hoy es que Jesús en medio de esa multitud llamó a Leví, vio pasar a Leví. Nos ve pasar, a vos y a mí, en medio de la multitud, pero nos llama personalmente, nos llama al corazón, nos grita al corazón y nos dice: «Seguime, dejá eso que estás haciendo. Dejá de meterte tanto en las cosas de este mundo que te aturden y no te dejan vivir en paz. Seguime, no me importa lo que hayas hecho, no me importa tu pasado.
Yo te quiero hacer santo, yo quiero que me sigas para que realmente puedas hacer algo importante en esta vida; y no importante para este mundo, sino importante para mí».
Vos y yo también somos Leví. Vos y yo también a veces estamos en la mesa de recaudación de impuestos buscando nuestra propia voluntad, nuestro propio interés, buscando ser alguien para los demás, buscando llenarnos de cosas. Por eso, dejemos todo hoy y sigámoslo, como hizo Leví, que se levantó y lo siguió. Y junto con él, arrastró a otros enfermos, porque Leví, vos y yo también estamos enfermos, enfermos de nuestras propias búsquedas, de nuestros proyectos que nos atan, de nuestros pensamientos, de nuestros pecados, de nuestras debilidades. Y por eso, cuando los demás ven que nosotros podemos cambiar, bueno, finalmente los demás también se animan a cambiar. Y por eso lo criticaban a Jesús y por eso lo seguirán criticando, porque él sigue haciendo lo mismo, sigue llamándonos, sigue sanando a los enfermos –que somos vos y yo–, sigue siendo el médico de nuestra vida. ¡Qué buena noticia! ¡Qué gracia tan grande hemos recibido!
No desaprovechemos esta llamada, y una vez más dejemos lo que estamos haciendo y sigamos a Jesús, que es lo mejor que nos puede pasar en esta vida.

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/10 08:36:58
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