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17460 - Telegram Web
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Miércoles 29 de enero + III Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 1-20

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. Él les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
«¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno.»
Y decía: «¡El que tenga oídos para oír, que oiga!»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: «A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón.
Jesús les dijo: «¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 4, 1-20:

Todo fue escrito por nosotros y para nosotros, para vos y para mí, para este momento. Pensar eso es una maravilla, es para alegrarse; la Palabra de Dios es para todos, pero es para cada uno personalmente. Algo de la Palabra de Dios del domingo decía así –¿te acordás?–: «No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes». Es fácil encontrar motivos para estar tristes, o bajoneados –como decimos–, es el camino más fácil en un mundo que, en general, vive triste, le encanta dar tristes noticias, porque piensa que la felicidad está en lo material, en lo exterior; y lo material finalmente nunca alcanza, siempre habrá una necesidad que nuestro corazón desea, nunca se termina de saciar. Pero nosotros estamos hechos para la felicidad, para la alegría, para cosas más grandes, no podemos permitirnos entonces estar tristes, aunque a veces nos pase.
Escuché una vez que en Estados Unidos se hizo un estudio muy serio, durante más de seis décadas, en donde se estudió qué es lo que a las personas les daba felicidad. La población, dice, fue muy variada, desde personas que llegaron a ser importantes senadores, políticos hasta personas que terminaron siendo vendedores ambulantes, gente muy sencilla, y además, se hizo un seguimiento a lo largo de la vida como para cerciorarse del progreso de sus inclinaciones y deseos. ¿Y sabés qué? ¿Sabés cuál fue la maravillosa conclusión de este maravilloso experimento, pero tan científico? Que la felicidad para la totalidad de las personas no estaba ni en la fama, ni en el dinero, ni en el poder, sino en sus vínculos, en sus relaciones, o sea, en un lenguaje sencillo y concreto, en el amor. ¡Qué descubrimiento tan impresionante!, pensé para mis adentros, casi irónicamente. ¿Seis décadas para descubrir lo que Jesús viene diciendo de hace dos mil años? ¿Tanto gasto de dinero en un estudio para descubrir lo que incluso filósofos antes de Cristo ya lo decían? ¡Qué manera de gastar dinero para cosas tan obvias! Vos y yo, me parece, no necesitamos ver estadísticas para cosas tan elementales, debemos escuchar la Palabra de Dios, a Jesús día a día, y eso nos confirmará siempre, que solo él es la respuesta a nuestra felicidad, lo demás, lo demás es pasajero; y aunque muchas veces caigamos en los mismos errores, tenemos que volver a afirmar y a decir con mucha certeza que lo único que nos da la verdadera felicidad es el amor, el amor verdadero, el amor que proviene de Dios.
Algo del Evangelio de hoy nos introduce en las parábolas, unos de los modos que eligió Jesús para hablarnos, para instruirnos de las realidades del Reino que no podemos ver con nuestros ojos. Las realidades del Reino de Dios, sobre su modo de estar presente entre nosotros, su modo de ejercer su acción en nuestras vidas y, finalmente, la forma en la cual podemos responderle. Serían esos tres ejes, o tres dimensiones del Reino de Dios, del Reino de los Cielos, o podríamos llamarlo el Reino del Padre y sus hijos. Una cosa es lo que Dios es, más allá de nosotros, otra cosa es lo que Dios hace para que podamos descubrirlo y otra cosa es lo que nosotros somos y hacemos para dejar o no que él obre en nuestras vidas. En realidad, es muy tajante decir: una cosa es esto o lo otro, pero bueno sirve para entender y vivirlo.
Todo se da junto en nuestro corazón, en nuestra vida. Dios Padre que no se cansa de sembrar, siempre, a tiempo y a destiempo. Siembra en todos lados, en donde parece que nunca brotará y por supuesto, en las tierras donde estará asegurada la cosecha. Siembra con generosidad, sin cálculo, con abundancia, no mezquina nunca, no es como nosotros –menos mal– que a veces escatimamos y calculamos demasiado. La semilla que siembra el Padre es la mejor, siempre, en cierto sentido no depende de la tierra, sino que en su interior contiene toda la fuerza para crecer, dar fruto y seguir dando semillas.
Y finalmente, las tierras corazones, el tuyo y el mío, son los que «misteriosamente» terminan «definiendo el partido», porque por más bueno que sea el sembrador y por más buena que sea la semilla, si la tierra no es apta, o no se cuida la planta durante su crecimiento, difícilmente dé los frutos que el sembrador Dios sueña.
Tremenda responsabilidad que tenemos entre manos. Tenemos el mejor sembrador, las mejores semillas, pero tenemos que trabajar para que nuestros corazones no sean de piedra, cambien y crean que estamos para dar frutos, frutos de santidad para ofrecerle a nuestro Padre del Cielo, ese Padre que no se cansa de creer y cambiar por sus hijos, por vos y por mí, por tantos.

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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 30 de enero + III Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 21-25

Jesús decía a la multitud:
«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero? Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!»
Y les decía: «¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía. Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 4, 21-25:

El Evangelio del domingo decía que Jesús «el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura», esto quiere decir que tenía «buenas costumbres», como se dice, hacía lo que le hacía bien y lo que le hacía bien a los demás. Siendo Él mismo la Palabra, leía la Palabra para que los demás entiendan que solo Él podía cumplirla, por eso al terminar de leerla dijo: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Eso que pasó ese día, es lo que pasa de algún modo cada día cuando escuchamos la Palabra de Dios. Podemos decir que en cada rincón del planeta, en este momento, la Palabra de Dios se cumple de diferentes modos y en diferentes personas. Sería demasiado pesimista decir que todo está perdido, que nadie escucha a Dios, que todo el mundo «está en la suya», que estamos en un mundo totalmente indiferente o ateo. En este momento, mientras vos y yo escuchamos lo que Jesús hizo y nos dice, algo de lo que escuchamos se está cumpliendo. Alguna fibra del corazón nos está tocando, alguna persona cambia; alguien se decide hacer algo nuevo: a perdonar, a dejar algo malo de lado, a sentirse amado, a convencerse de que forma parte de la Iglesia, y así muchísimas situaciones más. ¿No es lindo pensar y convencerse verdaderamente de que todo lo que leemos es real? ¡Hace mucho bien! Los testimonios de la obra de Dios en tantas almas son infinitos, se dan a cada minuto, en miles de corazones anhelantes del amor de Dios.
Esto pasa con la Palabra de Dios. Dios quiere comunicarse con el hombre y somos nosotros los que tenemos que recibir su mensaje. Él nos habla por medio de su palabra escrita, pero en general también alguien nos la explica y somos nosotros los que la recibimos. Por eso cada día debemos esforzarnos por trascender la letra, en trascender lo que dice el que me la explica. Ese es el trabajo que tenemos que hacer todos los días, vos y yo. No podemos quedarnos con lo que «nos dijeron» por más lindo que sea. Tenemos que entender qué nos está diciendo ahora, en este instante a cada uno. Si no, somos simples repetidores, loros de la fe. Nuestra lectura se tiene que transformar en oración, en respuesta de nuestro propio corazón. Es por eso que cada día digo: «Recemos con el Evangelio…». Si cada uno de nosotros no reza, falta algo, algo muy importante. Es verdad que no todos los días nos da el corazón para hacerlo, pero si tuviéramos más amor, lo haríamos. ¡Qué lindo sería intentarlo!, darnos cuenta que somos una de las partes importantes del mensaje.
«¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?». ¿Acaso escuchamos la Palabra de Dios cada día para guardarnos lo que escuchamos y no darlo a la luz? Algo del Evangelio de hoy me ayuda a aclarar lo que intento decirte de muchas maneras. Como siempre, una imagen puede más que mil palabras y la imagen del Evangelio de hoy habla por sí misma. La comunicación tiene un mensajero, un mensaje y un destinatario. Dios nos habló por medio de su Hijo, de Jesús, que es la luz, nosotros la recibimos. ¿Para qué? ¿Para guardarlo debajo de una mesa? ¿Para no iluminar? La Palabra de Dios se hizo carne en Jesús y sus palabras dan luz a nuestras vidas, por eso no se pueden esconder. Los santos fueron iluminados para iluminar. Somos nosotros los candeleros, sostenemos la luz. No somos la luz, pero depende de nosotros que esa luz pueda llegar a otros lugares, pueda iluminar a los que están en la oscuridad.
Si pudimos iluminar y no lo hicimos, es como haber podido dar mucho y no haber querido. Eso quiere decir que «al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene». El que no tiene es el que llega habiendo podido dar mucho, pero finalmente se queda con poco, por egoísta, por no haber iluminado, por haber escondido la lámpara debajo de la cama, por haberles privado a otros la posibilidad de ser iluminados; a ese se le quitará lo poco que tiene.
En cambio, el que llegue frente a Jesús con mucho más de lo que se le dio, se le dará más todavía. Al que llegue habiendo iluminado a otros, habiendo logrado que muchos disfruten de la luz de Jesús, se le dará mucho más, tendrá más hermanos, más de los que alguna vez imaginó.
Pensemos: ¿Qué andamos haciendo con lo que hemos recibido?, ¿qué andamos haciendo con el mejor regalo que hemos recibido, al mismo Jesús que es la luz de nuestras vidas? No pensemos ahora en capacidades humanas, en cosas que nos salen bien simplemente, en la que los demás nos halagan y aplauden. Pensemos en la fe, en nuestra confianza en Jesús, en la dicha de ver todo distinto gracias a la luz que recibimos alguna vez. ¿La estamos compartiendo? ¿La estamos llevando a donde no hay? Acordémonos que, si guardamos debajo de un cajón lo que hemos recibido, no sirve para nada, dejamos sin luz a otros y algún día nos quedaremos sin luz nosotros mismos. Acordémonos que, si iluminamos, también seremos iluminados, porque también disfrutaremos de ver lo que pocos ven y de ver que otros empiezan a ver.

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 31 de enero + III Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 26-34

Jesús decía a la multitud:
«El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.»
También decía: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra.»
Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 4, 26-34:

«¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?». ¡Qué buena pregunta!, se pregunta y nos pregunta Jesús. Él se preocupaba o se ocupaba en buscar la mejor manera de comunicarse con los que lo escuchaban. No solo le interesaba decir lo que pensaba, sin importarle sus oyentes, como si fuese un demagogo de estos tiempos, sino que Jesús es Dios, y Dios es amor, y por eso habló siempre con amor, pero con verdad. Es interesante pensar en esto, relacionándolo con lo que estamos profundizando en estos días sobre la Palabra de Dios.
Dios no solo se ocupa de hablarnos o decirnos verdades muy lindas, pero abstractas, frases para anotar en un libro, frases para compartir en las redes, sino que también le gusta o, en realidad, lo que quiere es que podamos comprenderlas, que entendamos el mensaje y que esas palabras logren un cambio en nuestras almas. Por eso también se ocupa en el modo de transmitirlas. Porque detrás y en las palabras hay mucho más que letras organizadas, hay corazón, hay amor, hay algo más para dar. Si el amor estuviera solo en las palabras, sería bastante sencillo entre nosotros. Incluso para Dios hubiese sido más sencillo, podría haberse quedado tranquilo «en el cielo» y nos podría haber enviado desde arriba, tirado un libro lleno de frases muy lindas que hablen del amor. Sin embargo, decidió venir él mismo a hablarnos en persona, de corazón a corazón.
Es algo que no podemos olvidar nunca. La comunicación entre nosotros, nosotros con Dios y Dios con nosotros no es una cuestión puramente intelectual, de pasarnos «informaciones», contenidos de cosas, sino que cuando dos personas se comunican, hay algo que está más allá y permanece aun cuando dejamos de vernos, permanecen en el tiempo, corazón de cada uno. Un abrazo, un lindo gesto, una palabra de consuelo, de aliento, de esperanza, de alegría, sigue produciendo sus frutos más allá de la presencia física del que las dice y del que las recibe. Sigue consolando, sigue dando esperanzas, sigue llenando de alegría, sigue… continúa, porque el corazón tiene «a ritmos» diferentes, sigue «bailando» con la música, cuando incluso deja de sonar. Pensemos y recemos con esta verdad. Nos pasa con cosas lindas de la vida y a veces no tan lindas. Pensemos en esas palabras, gestos, frases que jamás vamos a olvidar porque le dieron de alguna manera un rumbo distinto a nuestra vida; no solo a nuestro día, sino a nuestra vida. Comprendamos mejor esto con Algo del Evangelio de hoy, con estas parábolas maravillosas de hoy: «¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios?». El Reino de Dios, la propuesta de amor del Padre hacia nosotros, por medio de su Hijo Jesús, es incomparable; no se puede agotar con imágenes, pero sí se puede intentar comparar con algo para ayudar, como hoy, con una semilla pequeña que forma grandes arbustos, con un hombre que siembra una semilla que crece más allá de los esfuerzos del sembrador y una cosecha que llega a su tiempo, en el momento oportuno, cuando está maduro el grano, más allá de los apuros del sembrador.
Podríamos decir que escuchar, rezar y meditar la Palabra de Dios cada día es parecido a estas realidades. Hay algo que nos supera y que produce fruto mientras incluso dormimos, mientras descansamos, mientras nos enojamos, mientras nos entristecemos, mientras pensamos que no vale la pena, incluso mientras nos alejamos de la verdad de Dios, mientras nos olvidamos, mientras nos encaprichamos, mientras vivimos a veces superficialmente en este mundo consumista y egoísta, mientras todo gira a nuestro alrededor sin parar.
El tercer protagonista de la comunicación, y no menos importante, es la semilla, el mensaje, el amor que lleva en sí la palabra, que tiene su propia fuerza; es viva, no es palabra seca, vacía, muerta. ¡Qué buena noticia! ¿No te alegra? A mí muchísimo, porque a pesar de uno, Dios sigue haciendo su obra y eso es lo mejor, por supuesto. Nos pone en el lugar que nos debe poner.
Confiamos en la semilla, no tanto en nosotros, en mí, por ejemplo, al transmitirla o en vos al escucharla.
Confiemos en que la Palabra que Dios siembra día a día en nuestras almas, va a dar su fruto a su tiempo, nos va a ir cambiando lentamente el corazón, tarde o temprano, aunque estemos dormidos, distraídos, en cualquier otra cosa, aunque a veces caigamos en el pecado. Es como la lluvia, no vuelve al cielo sin haberla empapado, sin haberla fecundado, sin dar fruto a su debido tiempo.
No dejemos nunca de escuchar la Palabra de Dios. No nos cansemos de hacer el esfuerzo de prestarle atención a Jesús, que la cosecha llegará a su debido tiempo. No nos cansemos de enviársela a quien creamos que la necesita. Es como un grano de mostaza, es algo pequeño e insignificante, pero después produce frutos inimaginables, se transforma en cobijo y en consuelo para muchos. Es lindo confiar en la obra de Dios en nosotros y en los demás, aprendamos a vivir en paciencia y aceptar las cosas como son, las cosas que tienen su tiempo y mucho más las cosas de Dios.

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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 1 de febrero + III Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 4, 35-41

Al atardecer de aquel día, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla.» Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?»
Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 4, 35-41:
¡Qué bien nos haría tener más tiempo cada día para dedicarle a la lectura y la meditación de la Palabra de Dios! Me lo planteo también siempre como sacerdote, siempre, en especial cuando experimento que justamente cuanto más le dedico a la oración, más especial se hace el día. Seguro que alguna vez te pasó. Y es ahí cuando me digo: ¡Si hiciera esto todos los días, con más corazón, con amor nuevo, con constancia, con decisión, qué distinto serían mis días y qué bien que le haría a los demás! Pero lo que me pregunto y te pregunto: ¿qué es lo que nos falta: tiempo o amor?
San Juan Pablo II, cuando estuvo en Argentina desde hace muchos años, dijo algo así (yo lo leí de grande, porque cuando vino a Argentina, era niño, pero recuerdo lo que leí): «El cristiano que dice que no tiene tiempo para rezar, lo que le falta no es tiempo, sino amor». ¿Hace falta que explique esta frase? Creo que no. No me falta tiempo en mi día, aunque a veces quisiera que el día dure un poco más, lo que me falta, lo que nos falta es un poco más de fe y de amor, para saber que Jesús siempre está para escucharnos, aunque parezca dormido, que siempre está en cada sagrario, en cada lugar de adoración, en cada instante del día. No nos falta tiempo, ni a vos ni a mí. Nos falta amor, para dedicarle tiempo al que nos dio su amor. Nos falta hacernos el tiempo para lo que realmente, a la larga, vale la pena.
Estuvimos esta semana reflexionando un poco sobre cómo Dios mira, que Dios no mira las apariencias, sino que mira el corazón; que Dios sabe mirar lo que nadie puede mirar; que Dios no es como nosotros, que ve y que no profundiza, sino todo lo contrario, él ve y mira en lo profundo. Por eso sabe todo lo que nos pasa, sabe lo que callamos, lo que no nos animamos a decir, sabe de nuestras luchas, sabe de nuestras alegrías y tristezas, lo que nadie sabe. Y por eso, eso nos tiene que dar paz en este sábado, paz al corazón y también animarnos a pedirle que nos dé su mirada, que dejemos de ver solamente por afuera lo que pasa y juzguemos con nuestro pobre corazón, sino que aprendamos también a mirar como él mira y a no sacar conclusiones rápidamente; al contrario, saber esperar, saber tener paciencia, saber amar en definitiva, porque aquel que sabe mirar como Dios mira, finalmente ama como él ama.
Hoy prefiero tomar Algo del Evangelio y no hacer lo que hacemos a veces como ese resumen de la semana, porque el Evangelio de hoy, esta escena es demasiada buena, demasiado linda como para pasarlo de largo. Quiero tomar una idea, o una imagen de fondo: Jesús durmiendo mientras todo parece que se va «llenando de agua», mientras todo se inunda. Increíble. ¿Quién de nosotros no hubiese tenido la misma actitud de los discípulos? ¿Quién de nosotros no tuvo alguna vez esa misma reacción para con Jesús?: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Jesús, ¿no te importa que nos tape el agua de la injusticia, de la insensatez, de la amargura, del pecado, de los vicios, de la pobreza, de la maldad, de nuestras debilidades, del sinsentido, de la depresión, de todo lo que ahoga a este mundo y nos hace vivir así inestables, pensando que en cualquier momento esto se puede hundir? ¿No te importa? Decinos la verdad, Jesús, ¿te importa verdaderamente?
Una imagen puede más que mil palabras, se dice, y a veces el silencio de Dios –tenemos que recordar– es un modo de comunicarse con nosotros. Dios no se comunica con nosotros solo hablando, sino también a veces durmiendo, con sus silencios que a veces nos abruman y desesperan. ¡Qué extraño!, ¿no? El silencio de Dios es también semilla del Reino sembrada en nuestros corazones, que dará fruto a su tiempo, que nos enseña cómo él mira distinto. A él sí le importa que nos «ahoguemos», aunque no parezca, por eso se levanta cuando es necesario y hace callar al viento y el mar, que se pone bastante difícil y nos quiere tapar el corazón.
Pero lo que realmente le importa a Jesús, es que perdamos la fe, es que dudemos de él, de su presencia en la barca de este mundo, en la barca de la Iglesia. Eso es en realidad «ahogarse», perder la confianza, dejar de creer que él está, aun cuando parece que está dormido. Es ahí cuando en el fondo tenemos que sentirnos ahogados en serio, cuando perdemos la fe. No cuando las cosas del mundo nos sobrepasan, cuando lo externo parece que nos «inunda», sino cuando el corazón se inunda de angustia, cuando deja de creer, de confiar, cuando deja de hablar con Jesús, cuando deja de escuchar. Cuando estemos así, ahí sí preocupémonos, ahí sí demos un grito fuerte. Mientras tanto, todo lo demás es solucionable de una manera u otra.
Terminemos esta semana escuchando a nuestro Maestro, tranquilos, en silencio. Mientras todo el mundo anda de acá para allá buscando no sé qué, nosotros busquemos otra cosa, escuchemos otra cosa: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?».

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/09 16:33:06
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