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17461 - Telegram Web
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Domingo 26 de enero + III Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquéllos que han sido desde el comienzo testigos oculares y servidores de la Palabra. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

En este domingo, día para descansar un poco más, día para estar en familia y para hacer algunas cosas que a veces no podemos hacer en la semana, también es día para volver a escuchar la Palabra de Dios.
Y un versículo del Salmo que se lee en la misa de hoy dice así, quería compartirlo: «¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, Señor, mi Roca y mi redentor!». Estas son las palabras del salmista hacia Dios, pero te propongo que cambiemos la dirección de las palabras. En vez de ser nosotros los que pidamos a Dios que le agraden nuestras palabras –algo que podemos hacer también–, que escuche lo que llevamos dentro del corazón –cosa que Dios seguramente hace mucho mejor que nosotros–, dejemos que sea él, el Padre el que nos diga al oído: ¡Ojalá sean de tu agrado las palabras de mi boca, y lleguen hasta ti mis pensamientos, hijo mío, hija mía, a vos, por quien envié a mi Hijo al mundo a salvarte! Ojalá que hoy nos demos cuenta que Dios al hablarnos quiere revelarnos sus pensamientos, mostrarnos su corazón, abrirnos su corazón, quiere compartirnos su vida, su alegría. Así dice también algo de la primera lectura de hoy: «No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes».
La verdad es que hoy te recomiendo y me recomiendo que leamos todas las lecturas, no tienen desperdicio. Nunca la Palabra de Dios tiene desperdicio, somos nosotros los que las desperdiciamos, porque no las escuchamos bien. ¡Nuestra fortaleza, la que nos da fuerza y nos sostiene, es la alegría del Señor! ¿Y cuál es la alegría del Señor? ¿Cuál es la alegría de Jesús? Darnos su «buena noticia».
Cuando nosotros damos noticias, también nos alegramos. A veces queremos ser los primeros en dar las buenas noticias. Algo del Evangelio de hoy es como si fuera la primera homilía de Jesús, el primer sermón, es una buena noticia para nosotros, para los pobres de corazón, para los pobres de condición, para todos.
Dios Padre se alegra al enviar a su Hijo al mundo a darnos la mejor notica que podemos recibir: liberación, libertad y perdón, misericordia. ¡Ojalá que estás palabras podamos escucharlas con alegría! ¡Ojalá que al escuchar estas palabras caigamos en la cuenta de lo que Dios piensa de nosotros, de lo que siente y eso se convierta en nuestra fortaleza! Nos vamos haciendo fuertes en la vida no en la medida en que confiamos en nuestras fuerzas –valga la redundancia– o en la medida en que descubrimos que tenemos –como se dice– mucho aguante para hacer todo, sino que, al contrario, somos fuertes en la medida en que descubrimos que nuestra fuerza está en reconocer nuestra debilidad y está en reconocer la alegría, la alegría que Dios tiene de salvarnos de esa debilidad, que la tarea de Dios es preocuparse por cada uno de nosotros y que Jesús vino al mundo justamente a eso. Eso es lo que nos debe dar fuerza, eso nos da certezas que nadie nos puede robar, eso nos hace inconmovibles en las batallas de nuestra vida. Esa alegría de Dios nos hace levantarnos en las caídas, eso nos hace liberarnos de las esclavitudes, eso nos ayuda a dejar nuestros pecados, eso nos hace confiar en el perdón, nos hace regocijarnos en la misericordia, de saber que el primer preocupado por nosotros, el primero que es feliz de poder salvarnos es el mismísimo Dios.
¡Ojalá que hoy nos alegremos con la alegría de nuestro Padre que quiere salvarnos! ¡Ojalá nos convenzamos de que Jesús es el cumplimiento de todas las palabras de Dios durante todas las épocas y, al mismo tiempo, todas las palabras de Jesús son palabras de Dios!
El primer sermón de nuestro Maestro no fue un sermón amargo, no fue un sermón deprimente, no nos reprocha, no critica, no nos reclama. Es como si Dios estuviera diciendo, como si Jesús nos dijera hoy: «Yo soy el que viene a liberarte del pecado, de lo que te ata y no te deja amar, de lo que te atrapa y no te deja estar en paz.
Yo soy el que viene a inaugurar el tiempo del perdón, el tiempo en el que tenemos que darnos cuenta que la mejor palabra que nos puede decir nuestro Padre, lo mejor que podemos escuchar de él es esto: “¡Vengo a perdonarte! Déjate perdonar que yo no me canso de perdonar. ¡Vengo a ganarme tu amor, tu respeto, no a la fuerza, sino desde la atracción del amor!”». Esa es nuestra fortaleza.
¡Cuánto nos cuesta a veces escuchar su Palabra! ¡Cuánto nos cuesta que nos agrade lo que Dios nos dice! ¡Ojalá que hoy nos agrade escuchar al Señor! Pidamos ese don, porque solo escuchándolo a él podremos vivir de él y convivir con la verdadera alegría, la alegría que proviene de saber que somos salvados.

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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 27 de enero + III Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 3, 22-30

Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: «Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los demonios.»
Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: «¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llegado a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.
Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre.»
Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 3, 22-30:
Los lunes debemos retomar fuerzas para toda la semana, lo necesitamos. A veces podemos empezar muy cansados o podemos estar tristes, sin fuerzas, desanimados. Decía la Palabra de ayer, domingo: «No estén tristes, porque la alegría en el Señor es nuestra fortaleza, es la fortaleza de ustedes». La palabra que proviene de la boca de Dios quiere darnos la verdadera alegría, quiere ayudarnos a levantarnos, a descubrir que muchas veces la fuente de nuestras tristezas es justamente haber dejado de escuchar, de ir a la fuente, de dialogar con el Señor olvidándonos que solo él puede darnos la paz del corazón.
A veces a los sacerdotes, como cualquier ser humano, nos puede pasar que «no sabemos bien qué decir» al escuchar nosotros mismos el Evangelio. Puede pasar, no somos robots, somos oyentes de la Palabra de Dios, como intentás serlo vos día a día, y por eso también lo que podemos llegar a decir cada día, también depende de cómo estamos ese día. Hay días en donde las cosas fluyen, como se dice, hay días que las palabras se traban, hay días que no sale nada, hay días y días. Por eso, hay que preparar rezando todos los días lo que podemos decirle a los demás. Por eso tenemos que invocar siempre al Espíritu de Dios, que fue el que la inspiró, para que nos ayude a decir lo mejor que podamos decir y de la mejor manera que lo podamos decir, para no decir «sonseras», como se dice, que finalmente no enriquecen el corazón. No siempre estamos igual, tanto los que predicamos como los que escuchamos, y la eficacia de lo que decimos y escuchamos, depende también del estado de ánimo de nuestro corazón. Por supuesto que también hay que saber aislarse de eso.
Muchas veces te lo dije, obviamente no es lo mismo escuchar la Palabra de Dios habiendo preparado el corazón, estando en un lugar de paz, tratando de alejar los ruidos que nos pueden distraer, dejando de hacer otras cosas, que hacerlo mientras nuestro cuerpo y corazón están pendientes de otras cuestiones. Se puede ir mejorando. Te aconsejo dedicarle a la escucha de la Palabra de cada día, un lugar, un espacio privilegiado, como a veces le dedicamos a leer un libro que nos gusta, a ver una película, a hablar con un amigo. Se puede, se puede mejorar siempre más.
Algo del Evangelio de hoy muestra hasta dónde puede llegar la cerrazón del corazón humano. Ver, pero al mismo tiempo no querer ver, no poder creer. Ver el poder de Jesús y atribuírselo al mismo demonio, desconfiando de su bondad. La comparación del Maestro es más que clara. Era ridículo pensar que el demonio esté luchando contra sí mismo, ni siquiera siguiendo esa lógica era lógico, valga la redundancia, lo que estos escribas le recriminaban a Jesús. Pero miremos… justo ahí está el punto. Cuando el corazón está cerrado, ciego, se pierde incluso el sentido menos común en el ser humano, el sentido común. Podemos llegar incluso a negar la realidad más concreta, más palpable, más evidente. Eso les pasó a los fariseos y a los escribas, incluso viendo cosas buenas. La ceguera pasa por no poder ver lo bueno y por eso la culpa es del demonio, supuestamente, por eso hay que buscar siempre un culpable, una causa externa, distinta a uno mismo. Cualquier cosa la culpa siempre es del otro, no de nuestra ceguera. ¿No te pasó eso alguna vez? ¿No nos pasa eso también a nosotros? Nos pasa siempre en diferentes niveles de la vida. No vemos lo evidente muchas veces en muchos aspectos. No podemos ver lo bueno que hay en las personas que nos rodean, todo lo bueno que hace Jesús en otros. No podemos ver que el Reino de Dios está entre nosotros, en nosotros, y seguimos buscando por no sé dónde, pretendiendo que Dios haga lo que nosotros queremos.
Y lo peor que nos pasa a veces es que cuando lo empezamos a verlo parece que no queremos y es como si nos volviéramos a tapar los ojos para dejar de ver la realidad, ¡no vaya a ser que tengamos que reconocer nuestro error y cambiar! El gran motor de nuestras cegueras es el orgullo, el ego, que jamás quiere dar el brazo a torcer, jamás quiere perder un partido, como se dice; «si no lo gana, lo empata».
Por eso, Jesús dice que hay un solo pecado que no podrá ser perdonado jamás, y es el de la ceguera que nos hace blasfemar contra el mismo Dios, negando su acción en este mundo, su bondad, su deseo de librarnos, de sanarnos, de perdonarnos. Dios nos libre de llegar algo así, de rechazar su bondad, de estar viendo sus milagros con los ojos del cuerpo y no querer aceptarlos con el corazón. Eso jamás, Señor, por favor. Por favor te pedimos que no permitas que caigamos en esa cerrazón.
Pidamos que hoy Jesús nos vaya librando de nuestras pequeñas cegueras que hacen que todos los días nos perdamos de ver cosas tan lindas, en nuestras vidas, en la de nuestras familias, en la Iglesia e incluso en este mundo, donde hay mucho Reino de Dios que parece estar oculto.

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p. Rodrigo Aguilar
Martes 28 de enero + III Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 3, 31-35

Llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera.»
Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 3, 31-35:
La comunicación siempre es de a dos, por lo menos tiene que haber dos. Me refiero a la comunicación entre nosotros y por supuesto con Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el evangelio del domingo, Lucas decía así: “He decidido escribir para tí, excelentísimo Teófilo, un relato ordenado, a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido” Es lindo pensar que ese Teófilo podemos ser vos y yo, o sea, que Lucas pensó y fue inspirado por Dios para escribir su evangelio para cada uno de nosotros, para enseñarnos a comunicarnos con Él, para que escuchemos sus enseñanzas, para que nos dejemos guiar por sus palabras, porque sus palabras son “espíritu y vida”.
En la comunicación, nuestro corazón a veces manda demasiado, y nuestra razón también, a veces mucho más. No importa cuánto, no es medible, pero hay que reconocerlo, no hay armonía en nuestro interior, entre lo que pensamos y lo que sentimos. Hay como una especie de lucha diaria, casi minuto a minuto, entre lo que pensamos y sentimos, y por eso no es fácil discernir lo que vivimos, lo que vemos, lo que oímos. Vuelvo a decirte esto para que lo pensemos en la escucha diaria de la Palabra de Dios. Es fácil echar culpas hacia afuera. Es fácil decir a veces: “Es muy difícil interpretar estas palabras” “La palabra de Dios es muy complicada” “No le entiendo a este sacerdote cuando predica” “Habla mucho, habla muy poco” “Le cuesta cerrar la idea, da muchas vueltas” “Es demasiado profundo, divaga” “Habla demasiado sencillo, no profundiza” Y así, cientos de frases que tenemos, que por más verdad que contengan, muchas veces nos hacen olvidar que gran parte de la recepción del mensaje depende de nosotros, de nuestra disposición, de nuestra apertura, de estar atentos a captar lo que Dios nos quiere decir, más allá del que el otro dice… no todo es culpa del que habla. Pensemos en la cantidad de buenos mensajes que nos perdimos en nuestra vida por no haber tenido en cuenta esto. Por a veces haber menospreciado al que nos hablaba, por haber tenido por repetido lo que escuchábamos, por haber exigido más de la cuenta, por tantas cosas más. Esto no lo digo para justificar nuestra falta de preparación o seriedad al predicar, sino para que cada uno se haga responsable de su parte. Todos somos débiles, los anunciadores y los receptores, como decía el Papa Francisco con respecto a las predicas, “sufren los que escuchan y los que predican”, cada uno por causas diferentes, pero a veces sufrimos ambos. En estos días seguiremos con este tema. Ahora vamos a algo del evangelio.
¿No te parece demasiado duro el mensaje de Jesús de hoy? ¿No es bastante frío con su propia madre que lo va a visitar y se encuentra con esa respuesta? Bueno, puede ser, depende como interpretemos este momento, pero tenemos que decir que, obviamente Jesús jamás pudo haber menospreciado a su madre, jamás pudo haberla hecho sentir mal ni nada por el estilo. Una mirada muy superficial, incluso de los que estuvieron en ese momento, puede quedarse con que Jesús es poco amable con su madre y sus parientes. Pero es superficial, no se mete en la verdad de lo que quiere expresar. Siempre hay que trascender lo que leemos literalmente, porque como dice San pablo: «la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida» (2 Co 3,6). Los católicos no somos “fundamentalistas de la Palabra de Dios”, sino que con la ayuda del Espíritu Santo que vive en la Iglesia, intentamos día a día interpretarla para que se haga vida en el hoy de nuestras vidas.
Jesús no menosprecia a su madre y a sus parientes, sino que aprovecha esa situación para ensanchar más el corazón, que no tiene límites. Para enseñarle algo a su mamá y a nosotros. Para agrandar su corazón como nunca podríamos imaginar. Pero agrandar el corazón, no quiere decir quitarle lugar al otro, o sacarle el lugar a alguien. Si no dar espacio para que entren más. Solo Él puede hacer eso tan bien. Eso es algo que debemos aprender en nuestros amores humanos, familiares, amistades, en la misma Iglesia. Porque hay una falsa idea del amor que sin querer lleva a pensar que el amor es exclusivo, reducido a mis propias elecciones. Y no es así. Jesús vino a enseñarnos que nuestro corazón da para mucho más de lo que pensamos. Lo hizo con su vida y sus palabras, amando a todos y diciéndonos que, si cumplimos la voluntad de su Padre, de golpe, por decir así, por gracia de Dios, somos hermanos de Él, madres de Él, y, por lo tanto, se amplía nuestro corazón a lugares nunca pensados. Seguro que te pasó. Seguro que “gracias a Dios”, gracias a que tenés fe, tenés muchas más amistades, hermanos, padres y madres de las que hubieses tenido si tu vida hubiese sido solo hacer la tuya. Rezalo y pensalo. La Palabra de Dios se hace viva porque se cumple siempre, tarde o temprano. Nadie tiene más amor, más capacidad de amar, más amigos, más hermanas, más hermanos, que aquel que cumple día a día con esfuerzo, la voluntad de nuestro Papá del Cielo. ¿Qué más quiere Él que seamos y nos sintamos todos hermanos? ¡Qué lindo que es ser hijo de Dios!

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/09 12:29:18
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