Comentario a Lucas 6, 27-38:
En este domingo tenemos la gracia, el regalo de escuchar una de las páginas más bellas y difíciles, al mismo tiempo de comprender el mensaje del Evangelio, de la Buena Noticia de Jesucristo para nuestras vidas. Es incómoda y muchísimas veces mal interpretada y por eso no muy comprendida y un poquito relegada. Al no ser comprendida, podríamos decir que se va olvidando o se toma de ella lo que más conviene.
Sin embargo, si nos preguntaran alguna vez –estemos donde estemos, un poco desprevenidos– un hijo, una hija, un amigo o simplemente un conocido: ¿Qué es ser cristiano?, ¿no crees que deberíamos responderle con esta página del Evangelio? Estarás diciendo «para que se asuste», ¡no!, ya sé, puede sonar un poco duro. Parece demasiada exigencia junta para alguien que pregunta, sin embargo, eso debería ser aquello que nos diferencie de un simple mensaje de amor general, universal, de hermandad para toda la humanidad, sino que es algo que nos distingue como cristianos.
¿Qué le diríamos? ¿Cómo responderíamos esa pregunta? ¿Qué es ser cristiano? Es cierto que si respondiéramos invitando a leer esta página de la Palabra de Dios, no estaríamos dando una respuesta plena o total, porque en definitiva ser cristiano es seguir a Cristo y es por eso que nadie puede entender estas palabras de Algo del Evangelio de hoy si no conoce, ama y sigue a Jesús –y esa es la clave–, si no le abre su corazón. Pero lo que quiero decir es que estas enseñanzas de Jesús son, de algún modo, el corazón de su mensaje, son el centro de su corazón, y es por eso que es cristiano plenamente solo aquel que comprende y vive este mensaje tan profundo.
Entonces ser cristiano es amar, pero en realidad «cualquier persona puede hacerlo», me estarás diciendo. Sin embargo, el cristiano ama o debe amar no solo con ese impulso natural con el que amamos a los que tenemos cerca y por afinidad y elegimos nosotros mismos, sino que ama, diríamos así, con un valor agregado; o, mejor dicho, puede amar con un agregado porque proviene justamente de Dios. Es lo que nosotros llamamos «caridad», amar a los demás con el amor que nos da Dios para amar, amar a los demás por amor a Dios, gracias a él diríamos. Si nos preguntan, entonces tendríamos que decir que ser cristiano es intentar seguir a Cristo día a día; que ser cristiano es haber descubierto que somos amados por él sin importar tanto si somos buenos o malos, aunque justamente desea que seamos santos, sino que la gran noticia es que somos amados primero, y por haber descubierto que él nos ama sin distinción, nosotros no podemos darnos el lujo de amar distinguiendo.
Entonces ser cristiano es haber experimentado esto, no por un cuento, no porque lo hayamos leído en un libro lindo o en el catecismo, sino porque nos dimos cuenta experiencialmente que esto es real, que el Padre es demasiado bueno con vos y conmigo y con esos que nos cuesta amar.
Algo del Evangelio de hoy entonces es para sentarse a desmenuzarlo palabra por palabra, como para deleitarse y, también, para ponerse un poco serios. Te recomiendo que vuelvas a escucharlo o leerlo. ¿Amar a los enemigos es algo posible o es algo de unos pocos? ¿O Jesús estaba un poco loco?
Es fundamental –y eso es lo que quiero dejarte hoy– que comprendamos a qué se refiere con «amar» o a qué tipo de amor se está refiriendo Jesús hacia nuestros enemigos. Podemos equivocarnos y pensar que la palabra «amar» significa que debemos amar a un enemigo como amamos a un amigo, a un padre, a una madre, o a un hijo o a un hermano; no quiere decir que tenemos que ir hoy a abrazar al que nos hizo el mal –aunque si algún día nos sale, sería un gran regalo–, al que nos difamó, al que nos criticó, al que nos echó del trabajo, al que nos humilló, al que nos trató mal; no quiere decir que tenemos que irnos de vacaciones con los enemigos, que deben ser nuestros amigos. ¡No!, Jesús nos pide un amor distinto, especial, que aunque no tenga esa espontaneidad, aunque no salga naturalmente, puede surgir por la fuerza que viene de él.
En este domingo tenemos la gracia, el regalo de escuchar una de las páginas más bellas y difíciles, al mismo tiempo de comprender el mensaje del Evangelio, de la Buena Noticia de Jesucristo para nuestras vidas. Es incómoda y muchísimas veces mal interpretada y por eso no muy comprendida y un poquito relegada. Al no ser comprendida, podríamos decir que se va olvidando o se toma de ella lo que más conviene.
Sin embargo, si nos preguntaran alguna vez –estemos donde estemos, un poco desprevenidos– un hijo, una hija, un amigo o simplemente un conocido: ¿Qué es ser cristiano?, ¿no crees que deberíamos responderle con esta página del Evangelio? Estarás diciendo «para que se asuste», ¡no!, ya sé, puede sonar un poco duro. Parece demasiada exigencia junta para alguien que pregunta, sin embargo, eso debería ser aquello que nos diferencie de un simple mensaje de amor general, universal, de hermandad para toda la humanidad, sino que es algo que nos distingue como cristianos.
¿Qué le diríamos? ¿Cómo responderíamos esa pregunta? ¿Qué es ser cristiano? Es cierto que si respondiéramos invitando a leer esta página de la Palabra de Dios, no estaríamos dando una respuesta plena o total, porque en definitiva ser cristiano es seguir a Cristo y es por eso que nadie puede entender estas palabras de Algo del Evangelio de hoy si no conoce, ama y sigue a Jesús –y esa es la clave–, si no le abre su corazón. Pero lo que quiero decir es que estas enseñanzas de Jesús son, de algún modo, el corazón de su mensaje, son el centro de su corazón, y es por eso que es cristiano plenamente solo aquel que comprende y vive este mensaje tan profundo.
Entonces ser cristiano es amar, pero en realidad «cualquier persona puede hacerlo», me estarás diciendo. Sin embargo, el cristiano ama o debe amar no solo con ese impulso natural con el que amamos a los que tenemos cerca y por afinidad y elegimos nosotros mismos, sino que ama, diríamos así, con un valor agregado; o, mejor dicho, puede amar con un agregado porque proviene justamente de Dios. Es lo que nosotros llamamos «caridad», amar a los demás con el amor que nos da Dios para amar, amar a los demás por amor a Dios, gracias a él diríamos. Si nos preguntan, entonces tendríamos que decir que ser cristiano es intentar seguir a Cristo día a día; que ser cristiano es haber descubierto que somos amados por él sin importar tanto si somos buenos o malos, aunque justamente desea que seamos santos, sino que la gran noticia es que somos amados primero, y por haber descubierto que él nos ama sin distinción, nosotros no podemos darnos el lujo de amar distinguiendo.
Entonces ser cristiano es haber experimentado esto, no por un cuento, no porque lo hayamos leído en un libro lindo o en el catecismo, sino porque nos dimos cuenta experiencialmente que esto es real, que el Padre es demasiado bueno con vos y conmigo y con esos que nos cuesta amar.
Algo del Evangelio de hoy entonces es para sentarse a desmenuzarlo palabra por palabra, como para deleitarse y, también, para ponerse un poco serios. Te recomiendo que vuelvas a escucharlo o leerlo. ¿Amar a los enemigos es algo posible o es algo de unos pocos? ¿O Jesús estaba un poco loco?
Es fundamental –y eso es lo que quiero dejarte hoy– que comprendamos a qué se refiere con «amar» o a qué tipo de amor se está refiriendo Jesús hacia nuestros enemigos. Podemos equivocarnos y pensar que la palabra «amar» significa que debemos amar a un enemigo como amamos a un amigo, a un padre, a una madre, o a un hijo o a un hermano; no quiere decir que tenemos que ir hoy a abrazar al que nos hizo el mal –aunque si algún día nos sale, sería un gran regalo–, al que nos difamó, al que nos criticó, al que nos echó del trabajo, al que nos humilló, al que nos trató mal; no quiere decir que tenemos que irnos de vacaciones con los enemigos, que deben ser nuestros amigos. ¡No!, Jesús nos pide un amor distinto, especial, que aunque no tenga esa espontaneidad, aunque no salga naturalmente, puede surgir por la fuerza que viene de él.
Sería un error pensar que amar así es hipocresía, como algunos dicen, sino que es amor de caridad, viene de Dios porque de nosotros no sale, porque nosotros finalmente nos transformamos en un puente entre el amor de Dios y los demás. Viene de Dios porque a nosotros no nos sale así como a veces quisiéramos que nos salga.
¿Qué podemos hacer entonces con el que no es amable o se portó mal con nosotros, o sea, el que de alguna manera se transforma en nuestro enemigo, en alguien que nos cuesta mucho amar? Muchas cosas, podemos probarlo hoy mismo, por ejemplo, rezando por ellos, saludando, bendiciendo, hablando bien de ellos o, por lo menos, no hablando mal, no devolviendo mal por el mal, no negando algo que nos pida...
«Ser misericordioso como el Padre es misericordioso»: esa es la manera de ser bienaventurado, de ser feliz, como nos proponía Jesús el domingo pasado. Si alguien nos pregunta hoy qué es ser cristiano, bueno, no lo mandemos a leer el Evangelio únicamente de hoy, sino que podemos demostrarlo con nuestra propia vida, amando como él nos pide y amando porque él nos ayuda a amar.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
¿Qué podemos hacer entonces con el que no es amable o se portó mal con nosotros, o sea, el que de alguna manera se transforma en nuestro enemigo, en alguien que nos cuesta mucho amar? Muchas cosas, podemos probarlo hoy mismo, por ejemplo, rezando por ellos, saludando, bendiciendo, hablando bien de ellos o, por lo menos, no hablando mal, no devolviendo mal por el mal, no negando algo que nos pida...
«Ser misericordioso como el Padre es misericordioso»: esa es la manera de ser bienaventurado, de ser feliz, como nos proponía Jesús el domingo pasado. Si alguien nos pregunta hoy qué es ser cristiano, bueno, no lo mandemos a leer el Evangelio únicamente de hoy, sino que podemos demostrarlo con nuestra propia vida, amando como él nos pide y amando porque él nos ayuda a amar.
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P. Rodrigo Aguilar
Lunes 24 de febrero + VII Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 14-29
Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo.
Él les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron".
"Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca.
Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". ¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree".
Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe".
Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más".
El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?".
Él les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".
Palabra del Señor
Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo.
Él les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron".
"Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca.
Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". ¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree".
Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe".
Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más".
El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?".
Él les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".
Palabra del Señor
Comentario a Marcos 9, 14-29:
¿Qué haríamos sin la Palabra de cada día? ¿Qué haría la Iglesia si no tuviera la posibilidad de leer y meditar cada día la Palabra del Señor? ¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza! ¿A quién seguiríamos? No tendría sentido tantas cosas que hacemos. Sería imposible caminar sin él. La Iglesia no podría existir sin alimentarse de la Palabra de Dios. Sería como una ONG, que hace muchas cosas buenas, pero no sería una comunidad en camino, una comunidad que escucha al Señor y trata de hacer lo que él le pide. Sería un conjunto de personas que piensan bastante distinto, y que decimos ser «uno» estando para lo mismo, sin embargo, en el fondo no tendríamos quién nos guíe.
Relacionándolo un poco con el Evangelio de ayer, podríamos decir que cuesta bastante a veces ciertos mensajes del Evangelio y mucho más cuando nos pide cosas bastante difíciles y a simple vista imposibles. Cuesta escuchar esto de que hay que amar a los enemigos, a los que nos hacen el mal, a los que nos calumnian o difaman. ¿Cómo hacer? Nuestro hombre natural nos pide otra cosa, tendemos a otra cosa. Sin embargo, no podemos quedarnos ahí, en ese primer rechazo que nos viene al corazón. No nos cerremos, porque si no amamos como nos ama Jesús, como él nos pide, en el fondo los que más sufriremos seremos nosotros mismos.
Seguiremos en estos días profundizando con el Evangelio de ayer, domingo, que rompe todo esquema de amor prefabricado por nosotros, preconcebido y a veces aprendido. En definitiva, todos nosotros amamos como nos enseñaron o como lo experimentamos, y aunque a veces nos empeñemos en ser distintos a lo que vivimos en nuestras familias porque no fueron buenas experiencias, la realidad es que hacemos lo que podemos y muchas veces repetimos los mismos errores. A pocos de nosotros nuestros padres nos leyeron estas palabras del Evangelio de ayer desde niños, como para que nuestro corazón se nos ensanche, sino que muchas veces fue todo lo contrario.
Algo del Evangelio de hoy es una maravilla, imposible de comentar en dos minutos. Me da pena siempre solo tomar un poquito algo, pero bueno, como me decía un sacerdote sabio: «No te preocupes si hoy no podés decir todo, otro día, otro año, podrás decir algo más». Son varias las personas, varias las situaciones de este Evangelio, por eso te dejo «picando», como se dice, algunas cuestiones para que las puedas pensar y rezar por tu cuenta. Jesús llega en medio de una discusión: escribas versus discípulos. Cuasi un partido de fútbol. Mientras tanto, la «pelota», el problema, está en otro lado y no lo pueden solucionar. El niño está endemoniado, el niño tiene un problema desde su infancia y, mientras tanto, los otros discuten. Las discusiones, en general, no solucionan los problemas, sino que los agrandan.
Por otro lado, el padre del niño, no tiene suficiente fe, pero lo lindo es que es sincero, se da cuenta y lo reconoce. Su forma de hablar es la de un hombre con poca fe: «Si puedes…». ¿Cómo «si puedes»? El que cree, jamás duda de que Dios pueda lograr algo, aunque pueda pensar que si es o no lo que Dios quiere. Por eso, este hombre terminó diciendo con todo su corazón: «Creo, ayúdame porque tengo poca fe». «Creo… pero ayúdame». ¡Qué linda expresión! «Creo…pero ayúdame, ayúdame a creer más, a creer que podés siempre, lo que pasa es que tenés que querer, tiene que ser tu voluntad, no la mía». Dios puede todo, pero no quiere todo lo mismo que nosotros y eso siempre es bueno reconocerlo.
Jesús lo puede todo, pero no quiere todo lo mismo que nosotros, no somos su padre, somos sus hermanos, y no decidimos la voluntad de Dios. Por eso necesitamos de la oración para «ganarle» a estos demonios que nos atormentan y atormentan a otros. Necesitamos hablar con nuestro Padre. Necesitamos escuchar su Palabra, no podemos vivir sin escucharlo.
¿Qué haríamos sin la Palabra de cada día? ¿Qué haría la Iglesia si no tuviera la posibilidad de leer y meditar cada día la Palabra del Señor? ¡Qué tristeza! ¡Qué tristeza! ¿A quién seguiríamos? No tendría sentido tantas cosas que hacemos. Sería imposible caminar sin él. La Iglesia no podría existir sin alimentarse de la Palabra de Dios. Sería como una ONG, que hace muchas cosas buenas, pero no sería una comunidad en camino, una comunidad que escucha al Señor y trata de hacer lo que él le pide. Sería un conjunto de personas que piensan bastante distinto, y que decimos ser «uno» estando para lo mismo, sin embargo, en el fondo no tendríamos quién nos guíe.
Relacionándolo un poco con el Evangelio de ayer, podríamos decir que cuesta bastante a veces ciertos mensajes del Evangelio y mucho más cuando nos pide cosas bastante difíciles y a simple vista imposibles. Cuesta escuchar esto de que hay que amar a los enemigos, a los que nos hacen el mal, a los que nos calumnian o difaman. ¿Cómo hacer? Nuestro hombre natural nos pide otra cosa, tendemos a otra cosa. Sin embargo, no podemos quedarnos ahí, en ese primer rechazo que nos viene al corazón. No nos cerremos, porque si no amamos como nos ama Jesús, como él nos pide, en el fondo los que más sufriremos seremos nosotros mismos.
Seguiremos en estos días profundizando con el Evangelio de ayer, domingo, que rompe todo esquema de amor prefabricado por nosotros, preconcebido y a veces aprendido. En definitiva, todos nosotros amamos como nos enseñaron o como lo experimentamos, y aunque a veces nos empeñemos en ser distintos a lo que vivimos en nuestras familias porque no fueron buenas experiencias, la realidad es que hacemos lo que podemos y muchas veces repetimos los mismos errores. A pocos de nosotros nuestros padres nos leyeron estas palabras del Evangelio de ayer desde niños, como para que nuestro corazón se nos ensanche, sino que muchas veces fue todo lo contrario.
Algo del Evangelio de hoy es una maravilla, imposible de comentar en dos minutos. Me da pena siempre solo tomar un poquito algo, pero bueno, como me decía un sacerdote sabio: «No te preocupes si hoy no podés decir todo, otro día, otro año, podrás decir algo más». Son varias las personas, varias las situaciones de este Evangelio, por eso te dejo «picando», como se dice, algunas cuestiones para que las puedas pensar y rezar por tu cuenta. Jesús llega en medio de una discusión: escribas versus discípulos. Cuasi un partido de fútbol. Mientras tanto, la «pelota», el problema, está en otro lado y no lo pueden solucionar. El niño está endemoniado, el niño tiene un problema desde su infancia y, mientras tanto, los otros discuten. Las discusiones, en general, no solucionan los problemas, sino que los agrandan.
Por otro lado, el padre del niño, no tiene suficiente fe, pero lo lindo es que es sincero, se da cuenta y lo reconoce. Su forma de hablar es la de un hombre con poca fe: «Si puedes…». ¿Cómo «si puedes»? El que cree, jamás duda de que Dios pueda lograr algo, aunque pueda pensar que si es o no lo que Dios quiere. Por eso, este hombre terminó diciendo con todo su corazón: «Creo, ayúdame porque tengo poca fe». «Creo… pero ayúdame». ¡Qué linda expresión! «Creo…pero ayúdame, ayúdame a creer más, a creer que podés siempre, lo que pasa es que tenés que querer, tiene que ser tu voluntad, no la mía». Dios puede todo, pero no quiere todo lo mismo que nosotros y eso siempre es bueno reconocerlo.
Jesús lo puede todo, pero no quiere todo lo mismo que nosotros, no somos su padre, somos sus hermanos, y no decidimos la voluntad de Dios. Por eso necesitamos de la oración para «ganarle» a estos demonios que nos atormentan y atormentan a otros. Necesitamos hablar con nuestro Padre. Necesitamos escuchar su Palabra, no podemos vivir sin escucharlo.
No podemos «echar» de nosotros y de otros las cosas que nos hacen mal porque finalmente andamos discutiendo, porque perdemos el tiempo en cosas que no hacen a la fe, sino a nuestros egos, y mientras tanto vamos perdiendo la fe, vamos debilitando nuestra fe. Hay cosas en la vida, te diría que casi todo, que se solucionan con más fe y la fe finalmente se alimenta con la oración.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.
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algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Martes 25 de febrero + VII Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9,30-37
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.» Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado.»
Palabra del Señor.
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.» Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 9,30-37:
El pan de cada día, el alimento diario, gratuito, y que colma siempre el hambre que tenemos todos, es la Palabra de Dios. Debería ser la Palabra de Dios. El alimento que todos pueden recibir, los cercanos, los esporádicos y los que todavía no se acercan tanto, pero que algún día se acercarán gracias a la escucha de un mensaje de paz. La Palabra de Dios escrita y transmitida por la Iglesia, difundida por nosotros, se tiene que transformar en tu vida y en la mía, en ese desayuno anhelado que deseas apenas te levantás a la mañana, en ese almuerzo que esperás cada día mientras estás trabajando o estudiando, en esa cena que te atrae para estar con tu familia y vas oliendo mientras volvés a trabajar. Jesús se hizo pan en la Eucaristía para todos, pero no todos pueden recibirlo siempre, pero sí todos pueden recibir el pan de la Palabra, la Sagrada Escritura, nadie queda excluido. Nadie puede decir: yo no puedo escuchar, no puedo leer, no puedo asimilar este alimento tan rico. Que hoy, al escuchar el Evangelio, el Espíritu Santo nos produzca estos sentimientos, estos deseos profundos y sinceros de decirnos a nosotros mismos y a Jesús: no quiero pasar un día más sin alimentarme de Vos Señor, no quiero vivir un día sin saciarme de tu Palabra.
Hay personas que se escandalizan al escuchar que un cristiano diga la palabra enemigo, que hable de la posibilidad o de la realidad de tener un enemigo. Porque piensan o dicen que no podemos tener enemigos, que un cristiano debe ser amigo de todos. Sin embargo, Jesús lo dice claramente, lo decía el domingo: “Amen a sus enemigos”. De algún modo quiere decir que Jesús los tuvo, su vida y su muerte lo dejaron bien reflejado, y por eso nosotros también podemos tenerlos. Lo que hay que aclarar es que no tenemos que tener enemigos por hacer el mal, por buscarlos directamente, sino todo lo contrario, por hacer el bien, por no desearlos, por no buscarlos. Quiere decir que enemigos para nosotros, los cristianos, son aquellos que no se comportan como nuestros amigos, aquellos que nos hicieron o nos hacen el mal o cualquier cosa que hirió de algún modo nuestro corazón, y aunque nosotros no le tengamos odio ni rencor, se comportaron en cierta manera como enemigos. Jesús no está diciendo entonces que tengamos o busquemos enemigos directamente, sino que amemos incluso, a los que se comportan como enemigos nuestros, por distintas razones. Es por eso que por más buenos que seamos o intentemos serlo, puede haber muchas personas que de algún modo sean como nuestros “enemigos”, aunque nosotros no los consideremos como tales. Jesús amó a todos, y a nadie miró como enemigo, sin embargo, tuvo y los amó como a enemigos.
Ayer no pudimos comentar demasiado, pero recordemos que Jesús se metía en medio de una discusión entre sus discípulos y algunos escribas, para después finalmente terminar dialogando casi solo con el padre de este niño endemoniado. Obviamente fue mucho más fecundo el diálogo de Jesús que la discusión de sus discípulos. Hoy, escuchamos nuevamente que los discípulos iban discutiendo por el camino, justamente después que Jesús les había abierto su corazón y les había contado que sería entregado y matado en la cruz. Qué contraste, ¿no? El contraste entre la actitud de Jesús, que evidentemente no le gustan las discusiones y le gusta el dialogo cara a cara, y los discípulos que no entienden nada todavía, discuten y además discuten para ver quién era el más grande. Cualquier parecido a nuestra realidad en pura coincidencia, ¿no? Esto no solo pasa en el mundo, en los trabajos, en los colegios, en las comunidades, en las universidades, en las familias, sino que pasa también en la Iglesia, les pasó a los discípulos. No entendemos a Jesús mientras Él nos habla y lo que es peor como dice el texto de hoy: “no comprendían esto y temían hacerle preguntas”, no dialogamos, no le preguntamos, no lo escuchamos.
El pan de cada día, el alimento diario, gratuito, y que colma siempre el hambre que tenemos todos, es la Palabra de Dios. Debería ser la Palabra de Dios. El alimento que todos pueden recibir, los cercanos, los esporádicos y los que todavía no se acercan tanto, pero que algún día se acercarán gracias a la escucha de un mensaje de paz. La Palabra de Dios escrita y transmitida por la Iglesia, difundida por nosotros, se tiene que transformar en tu vida y en la mía, en ese desayuno anhelado que deseas apenas te levantás a la mañana, en ese almuerzo que esperás cada día mientras estás trabajando o estudiando, en esa cena que te atrae para estar con tu familia y vas oliendo mientras volvés a trabajar. Jesús se hizo pan en la Eucaristía para todos, pero no todos pueden recibirlo siempre, pero sí todos pueden recibir el pan de la Palabra, la Sagrada Escritura, nadie queda excluido. Nadie puede decir: yo no puedo escuchar, no puedo leer, no puedo asimilar este alimento tan rico. Que hoy, al escuchar el Evangelio, el Espíritu Santo nos produzca estos sentimientos, estos deseos profundos y sinceros de decirnos a nosotros mismos y a Jesús: no quiero pasar un día más sin alimentarme de Vos Señor, no quiero vivir un día sin saciarme de tu Palabra.
Hay personas que se escandalizan al escuchar que un cristiano diga la palabra enemigo, que hable de la posibilidad o de la realidad de tener un enemigo. Porque piensan o dicen que no podemos tener enemigos, que un cristiano debe ser amigo de todos. Sin embargo, Jesús lo dice claramente, lo decía el domingo: “Amen a sus enemigos”. De algún modo quiere decir que Jesús los tuvo, su vida y su muerte lo dejaron bien reflejado, y por eso nosotros también podemos tenerlos. Lo que hay que aclarar es que no tenemos que tener enemigos por hacer el mal, por buscarlos directamente, sino todo lo contrario, por hacer el bien, por no desearlos, por no buscarlos. Quiere decir que enemigos para nosotros, los cristianos, son aquellos que no se comportan como nuestros amigos, aquellos que nos hicieron o nos hacen el mal o cualquier cosa que hirió de algún modo nuestro corazón, y aunque nosotros no le tengamos odio ni rencor, se comportaron en cierta manera como enemigos. Jesús no está diciendo entonces que tengamos o busquemos enemigos directamente, sino que amemos incluso, a los que se comportan como enemigos nuestros, por distintas razones. Es por eso que por más buenos que seamos o intentemos serlo, puede haber muchas personas que de algún modo sean como nuestros “enemigos”, aunque nosotros no los consideremos como tales. Jesús amó a todos, y a nadie miró como enemigo, sin embargo, tuvo y los amó como a enemigos.
Ayer no pudimos comentar demasiado, pero recordemos que Jesús se metía en medio de una discusión entre sus discípulos y algunos escribas, para después finalmente terminar dialogando casi solo con el padre de este niño endemoniado. Obviamente fue mucho más fecundo el diálogo de Jesús que la discusión de sus discípulos. Hoy, escuchamos nuevamente que los discípulos iban discutiendo por el camino, justamente después que Jesús les había abierto su corazón y les había contado que sería entregado y matado en la cruz. Qué contraste, ¿no? El contraste entre la actitud de Jesús, que evidentemente no le gustan las discusiones y le gusta el dialogo cara a cara, y los discípulos que no entienden nada todavía, discuten y además discuten para ver quién era el más grande. Cualquier parecido a nuestra realidad en pura coincidencia, ¿no? Esto no solo pasa en el mundo, en los trabajos, en los colegios, en las comunidades, en las universidades, en las familias, sino que pasa también en la Iglesia, les pasó a los discípulos. No entendemos a Jesús mientras Él nos habla y lo que es peor como dice el texto de hoy: “no comprendían esto y temían hacerle preguntas”, no dialogamos, no le preguntamos, no lo escuchamos.
Y como no lo escuchamos, escuchamos solo nuestro corazón y con nuestro corazón lo bueno y lo que no es tan bueno, escuchamos nuestras pasiones y lo que nos aleja de los demás. La Carta de Santiago dice algo que nos puede ayudar: “Hermanos: ¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra”. Es la ambición por ser más grandes que los demás lo que nos lleva a pelear y discutir por tantas cosas insignificantes. Pensemos en todas las discusiones de nuestra vida diaria: ¿por qué discutimos diariamente? ¿por qué discutís con tu mujer, con tu marido, con tus hijos, con tus amigos, con los compañeros de trabajo, con desconocidos? ¿No será porque querés ser más grande que otros teniendo razón? ¿No será que tenemos que aprender a dialogar y no a discutir? ¿No será que tenemos que dialogar más con Jesús para aprender a dialogar más con los demás? Lo que está claro, es que a Jesús no le gusta discutir y no le gusta que discutamos, le gusta mucho más escucharnos o bien hacernos sentar y decirnos: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
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p. Rodrigo Aguilar
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Miércoles 26 de febrero + VII Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 38-40
Juan le dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.»
Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.»
Palabra del Señor.
Juan le dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros.»
Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.»
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 9, 38-40:
El enamorase de las cosas que hacen bien, como de la Palabra de Dios, lleva su tiempo, su trabajo, su entrega. Normalmente, por nuestra debilidad, por nuestro vivir volcados hacia lo externo; todo lo que es espiritual, intangible, todo lo que no se ve, pero alimenta el alma, cuesta mucho más de lo que pensamos. Cuesta ser fieles y constantes en la oración, cuesta y es arduo ser fieles en meditar cada día la Palabra de Dios. No se es hombre y mujer de oración, de contemplación, de un día para el otro, como por arte de magia. «Más allá de la vida espiritual y de la fe, todo gran hombre –decía san Alberto Hurtado– se forjó en el silencio», se forja en el silencio. No hay grandes hombres en la historia de la humanidad que no se haya fraguado en el silencio. Y para hacer silencio interior inevitablemente necesitamos tiempo y esfuerzo. No existe la vida espiritual desde un «clic» o con un «clic», o mirando las redes sociales. Es verdad que recibimos este audio en un «clic». Te levantás a la mañana y ya lo tenés, como pan caliente, en un abrir y cerrar de ojos, pero la previa no es un «clic». Me refiero a que la preparación no es en dos minutos, y por eso siempre te recomiendo y te aclaro que no te alcanzan estos minutos de escucha para que interiorices el mensaje de la Palabra de Dios; tenés que hacer tu camino. Lamentablemente son muchos los que quedan en el camino de este ir paso a paso degustando las delicias del mejor alimento del hombre: la Palabra de Dios. Muchos empezaron escuchando la Palabra contentos, pero los pájaros ya se llevaron las semillas, otros tantos se entusiasmaron y las recibieron, pero las «malezas» de la vida diaria ya taparon y ahogaron las plantas; y así sucesivamente podríamos seguir. ¿Queremos ver frutos en nuestra vida al escuchar la Palabra de Dios? Seamos fieles y constantes, seamos perseverantes, nunca pensemos que ya está, nunca nos creamos completos, nunca digamos ya lo escuché, nunca digamos «otra vez lo mismo». Esa es la clave.
Bueno, retomando el tema del domingo, obviamente que debemos reconocer que no es fácil amar a los que nos hacen el mal. El primer impulso es el del «hombre que procede de la tierra, el terrenal», como decía san Pablo, y lo que debemos ir aprendiendo, es dejarle lugar al hombre espiritual que todos tenemos, el que nos permite amar al modo de Dios, como Dios nos ama, no buscando venganza, no pretendiendo hacer justicia por mano propia cuando nos toca sufrir algún mal injustamente. Si nosotros vamos considerando que los primeros en recibir misericordia somos nosotros mismos, por más buenos que creamos que somos, la mirada que tenemos sobre los otros puede ir cambiando, por más malos que parezcan ser. El que hace el mal muchas veces «no sabe lo que hace», como dijo Jesús en la cruz; deberíamos pensar que por más mala intención que tenga, lo hace creyendo que obra bien, buscando una solución a sus problemas, o por ignorancia, y por eso, no podemos devolverles con la «misma moneda», no tiene sentido, no tiene lógica.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy. Evidentemente Juan –como decimos a veces– se desubica un poco. Decíamos en estos días que las discusiones no tienen sentido y que a Jesús no le gustan; por eso también podremos decir hoy que a Jesús no le gustan las divisiones que provienen por no ubicarnos bien, o sea, por el hecho que sus discípulos se tomen atribuciones que no les corresponden. Juan y los discípulos –porque lo dice en plural– se la creyeron bastante, quisieron armarse el «monopolio de la amistad con Jesús». Gran tentación, continua tentación y peligro de todos nosotros, que se da en todos los ámbitos, pero que es más nefasta cuando se da en la Iglesia, en una comunidad, cuando se da en la fe, en la religiosidad o como quieras llamarle. También se ve en otros pasajes del Evangelio que los discípulos discutían por quién era el más grande, o sea, por el problema de la superioridad en la relación entre ellos, entre nosotros.
El enamorase de las cosas que hacen bien, como de la Palabra de Dios, lleva su tiempo, su trabajo, su entrega. Normalmente, por nuestra debilidad, por nuestro vivir volcados hacia lo externo; todo lo que es espiritual, intangible, todo lo que no se ve, pero alimenta el alma, cuesta mucho más de lo que pensamos. Cuesta ser fieles y constantes en la oración, cuesta y es arduo ser fieles en meditar cada día la Palabra de Dios. No se es hombre y mujer de oración, de contemplación, de un día para el otro, como por arte de magia. «Más allá de la vida espiritual y de la fe, todo gran hombre –decía san Alberto Hurtado– se forjó en el silencio», se forja en el silencio. No hay grandes hombres en la historia de la humanidad que no se haya fraguado en el silencio. Y para hacer silencio interior inevitablemente necesitamos tiempo y esfuerzo. No existe la vida espiritual desde un «clic» o con un «clic», o mirando las redes sociales. Es verdad que recibimos este audio en un «clic». Te levantás a la mañana y ya lo tenés, como pan caliente, en un abrir y cerrar de ojos, pero la previa no es un «clic». Me refiero a que la preparación no es en dos minutos, y por eso siempre te recomiendo y te aclaro que no te alcanzan estos minutos de escucha para que interiorices el mensaje de la Palabra de Dios; tenés que hacer tu camino. Lamentablemente son muchos los que quedan en el camino de este ir paso a paso degustando las delicias del mejor alimento del hombre: la Palabra de Dios. Muchos empezaron escuchando la Palabra contentos, pero los pájaros ya se llevaron las semillas, otros tantos se entusiasmaron y las recibieron, pero las «malezas» de la vida diaria ya taparon y ahogaron las plantas; y así sucesivamente podríamos seguir. ¿Queremos ver frutos en nuestra vida al escuchar la Palabra de Dios? Seamos fieles y constantes, seamos perseverantes, nunca pensemos que ya está, nunca nos creamos completos, nunca digamos ya lo escuché, nunca digamos «otra vez lo mismo». Esa es la clave.
Bueno, retomando el tema del domingo, obviamente que debemos reconocer que no es fácil amar a los que nos hacen el mal. El primer impulso es el del «hombre que procede de la tierra, el terrenal», como decía san Pablo, y lo que debemos ir aprendiendo, es dejarle lugar al hombre espiritual que todos tenemos, el que nos permite amar al modo de Dios, como Dios nos ama, no buscando venganza, no pretendiendo hacer justicia por mano propia cuando nos toca sufrir algún mal injustamente. Si nosotros vamos considerando que los primeros en recibir misericordia somos nosotros mismos, por más buenos que creamos que somos, la mirada que tenemos sobre los otros puede ir cambiando, por más malos que parezcan ser. El que hace el mal muchas veces «no sabe lo que hace», como dijo Jesús en la cruz; deberíamos pensar que por más mala intención que tenga, lo hace creyendo que obra bien, buscando una solución a sus problemas, o por ignorancia, y por eso, no podemos devolverles con la «misma moneda», no tiene sentido, no tiene lógica.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy. Evidentemente Juan –como decimos a veces– se desubica un poco. Decíamos en estos días que las discusiones no tienen sentido y que a Jesús no le gustan; por eso también podremos decir hoy que a Jesús no le gustan las divisiones que provienen por no ubicarnos bien, o sea, por el hecho que sus discípulos se tomen atribuciones que no les corresponden. Juan y los discípulos –porque lo dice en plural– se la creyeron bastante, quisieron armarse el «monopolio de la amistad con Jesús». Gran tentación, continua tentación y peligro de todos nosotros, que se da en todos los ámbitos, pero que es más nefasta cuando se da en la Iglesia, en una comunidad, cuando se da en la fe, en la religiosidad o como quieras llamarle. También se ve en otros pasajes del Evangelio que los discípulos discutían por quién era el más grande, o sea, por el problema de la superioridad en la relación entre ellos, entre nosotros.
Hoy se plantea el problema de creerse los más grandes, pero en relación a los más lejanos con respecto a Jesús, a los que parece que no lo siguen de cerca, que no fueron elegidos, que no son del círculo íntimo. ¡Cuánto pasa esto en la Iglesia también! El verdadero afecto siempre es inclusivo, no busca excluir, no quiere poseer al otro. En este caso, el Evangelio muestra que los discípulos pretendían que Jesús sea solo de ellos y que, además, se amolde a ellos, a sus criterios, a su forma de ver las cosas. No entendimos nada de Jesús, no lo conocemos realmente, si nos creemos que solo nosotros podemos hacer el bien en nombre de él. En la realidad, no somos tan burdos, tan evidentes, pero sí lo somos con nuestras actitudes, celos, envidias, comentarios, indiferencias con respecto a otros grupos, movimientos, parroquias, espiritualidades y mucho más cuando miramos fuera de la Iglesia. Es triste cuando en la Iglesia, en tu iglesia, en tu grupo de oración, en tu movimiento, en tu parroquia, con tu sacerdote, en nuestra forma de pensar, existen estas tendencias posesivas, estas inclinaciones a considerar que lo distinto no es de lo «nuestro», como si fuéramos una elite, una pequeña secta.
Casi sin decirlo intentamos «poseer a Jesús» como si fuera nuestro, cuando en realidad nosotros somos de él, y él es el que elige e invita a hacer el bien a todo el que lo conoce, incluso ayuda a hacer el bien a aquellos que no lo conocen. Si queremos ser cristianos en serio que incluyan y que no posean, cristianos que aman a Jesús y no lo retienen, sino que lo comparten, empecemos por cambiar la manera de pensar y de expresarnos. Cada uno de nosotros, levantemos la cabeza y miremos más allá de nuestras narices y ombligos, porque se hace mucho bien en nombre de Jesús, fuera de nuestros ámbitos y es bueno que aprendamos a valorarlo.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Casi sin decirlo intentamos «poseer a Jesús» como si fuera nuestro, cuando en realidad nosotros somos de él, y él es el que elige e invita a hacer el bien a todo el que lo conoce, incluso ayuda a hacer el bien a aquellos que no lo conocen. Si queremos ser cristianos en serio que incluyan y que no posean, cristianos que aman a Jesús y no lo retienen, sino que lo comparten, empecemos por cambiar la manera de pensar y de expresarnos. Cada uno de nosotros, levantemos la cabeza y miremos más allá de nuestras narices y ombligos, porque se hace mucho bien en nombre de Jesús, fuera de nuestros ámbitos y es bueno que aprendamos a valorarlo.
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p. Rodrigo Aguilar