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17623 - Telegram Web
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Jueves 27 de febrero + VII Jueves durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 9, 41-50

Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible. Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Porque cada uno será salado por el fuego. La sal es una cosa excelente, pero si se vuelve insípida, ¿con qué la volverán a salar?
Que haya sal en ustedes mismos y vivan en paz unos con otros.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 9, 41-50:

En la medida que, como decíamos ayer, nos vamos enamorando de la Palabra de Dios, a fuerza de entrega, de trabajo, de esfuerzo, de perseverar, de escuchar, de ser fieles día a día; la recepción de la Palabra, ya sea por estos audios, ya sea porque la leemos en paz en nuestra casa, o bien en un templo, en donde sea, se vuelve gozosa y fecunda. Cuando estamos enamorados de lo que hacemos, esperamos finalmente ese momento. Cuando estamos enamorados, esperamos al amado o a la amada como la tierra reseca espera la lluvia y la consume cuando la recibe. ¡Qué lindo que la Palabra sea eso para nuestra vida!
Confieso que cuando comencé con estos audios, jamás pensé que la Palabra de Dios iba a generar tantas ansias en tantas personas que me escriben día a día. Sí tenía claro una cosa, y me convencí que era necesario leer cada día el Evangelio, no solamente comentarlo, porque descubrí en mi vida que fue la Palabra la que me cambió y no los comentarios de otros. Por eso leo el Evangelio, para que siempre brille la Palabra de Dios y no la palabra del predicador. Las palabras del sacerdote pueden faltar, el Evangelio jamás. Y la Palabra da fruto, te lo aseguro, en todos los que la escuchamos. Pidamos juntos esta gracia. Es gracia, es regalo, es como la lluvia, es gratuita, pero hay que pedir y pedir, convencerse de esta verdad.
Amar hace bien, creo que lo sabemos muy bien todos. En cambio, odiar, tener rencor, ira, bronca en el corazón, nos destruye lentamente, nos hace infelices. Es por eso que Jesús quiere resguardarnos de la peor enfermedad del alma, que es la falta de amor. Los imposibles que nos pide el Señor.
Eso que escuchamos el Evangelio del domingo son para nuestro bien, para hacernos felices. Lo único que corta la cadena del rencor, del odio, la indiferencia, la maldad, es el amor, el amor gratuito, desinteresado e incondicional. Cuando tenemos alguna bronca, rencor o incluso odio en el alma, lo único que hacemos es colaborar a su expansión, a que jamás se termine, a que crezca y se reproduzca. Es cierto que cuando no queremos perdonar o cuando guardamos un rencor en el corazón, siempre de algún modo tenemos alguna justificación, alguna razón que nos hace estacionarnos en ese lugar sin deseos de salir, pero también es cierto que ese camino no conduce nunca a un buen lugar. Jesús, sabiendo esa verdad, nos enseña que el camino del «ojo por ojo, diente por diente», no nos ayudará nunca, al contrario, nos enfermará. Si escuchamos las palabras de Jesús desde esta óptica, debemos reconocer que la sabiduría de sus enseñanzas son la mayor alegría que podemos experimentar. Tener la capacidad de no responder de la misma manera al mal recibido, nos hace hombres y mujeres libres, capaces de amar como lo hace nuestro Padre «Dios, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos», y nunca debemos olvidar que nosotros mismos estamos también muchas veces en ese grupo de desagradecidos y a veces un poco malos.
Hoy escuchamos en Algo del Evangelio, uno de los fragmentos de la Palabra que tiene una cierta complicación, no solo por los temas que trata, sino porque además aparecen diversos temas entrelazados y sería muy extenso explicarlos todos. Sin embargo, se puede decir algo en común: Jesús les está hablando a los discípulos, a los más cercanos, es una conversación con ellos. Esto es importante aclararlo. Eso es bueno que siempre te preguntes: ¿A quién le habla Jesús en este pasaje del Evangelio? En definitiva, él nos vincula de una manera especial con él mismo. Ayer decíamos que por estar cerca de Jesús no había que pensar que éramos una elite o éramos mejores, o que teníamos el «monopolio» de él mismo, pero hoy él nos asegura algo mucho más lindo y que al mismo tiempo se transforma en una linda y pesada responsabilidad. ¡Somos de él, somos parte de él! Y por eso, el que nos hace el bien a nosotros, los que estamos unidos a él por el bautismo, le hacen bien al mismo Cristo de una manera especial. Esto es increíble y es así.
Por eso san Pablo dirá: «Hagan el bien a todos, pero en especial a los miembros de la Iglesia». A nosotros los sacerdotes nos pasa muchísimo esto y nos sorprende día a día. Muchas personas se preocupan por nosotros, nos acompañan en nuestra tarea, nos dan su apoyo y cariño, nos sostienen en todo sentido, creo yo porque están convencidos de esta verdad del Evangelio de hoy. Al ayudarnos a nosotros, al «darnos un vaso de agua, se lo están dando al mismo Jesús». Y, por otro lado, la responsabilidad, si nosotros con nuestra vida colaboramos a que alguien que tiene fe la pierda, nos perdemos con él. ¡Tremenda responsabilidad! Los pequeños son todos los que creen, todos los que tienen fe en Jesús. Si colaboramos con nuestros pecados a que alguien se aleje, somos como la sal que pierde su sabor y no sirve para nada, solo para ser tirada. Duras palabras, pero que nos pueden ayudar a pensar qué clase de testimonio estamos dando. Pidamos a Jesús que nuestra vida sea una atracción para que otros vean a él en nosotros y, al mismo tiempo, que jamás un pecado nuestro aleje a alguien de lo más sagrado que es el mismo Jesús, ese Jesús en el cual todos creemos.

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 28 de febrero + VII Viernes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 1-12

Jesús fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Se reunió nuevamente la multitud alrededor de él y, como de costumbre, les estuvo enseñando una vez más.
Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?»
Él les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?»
Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella.»
Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.»
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 10, 1-12:

Para ir cerrando un poco el tema del Evangelio del domingo –tan profundo y a veces tan difícil de comprender– debemos volver a remarcar y resaltar que en definitiva las enseñanzas de Jesús son para nuestra felicidad. Que todo lo que nos pone obstáculos al amor, que toda actitud, sentimiento, pensamiento que no nos deja ser lo que en realidad somos o para lo que estamos hechos, que es el amor, en definitiva, será un obstáculo, será un impedimento para que seamos felices. Por eso siempre debemos ver en las palabras de Jesús, en sus enseñanzas, un camino de felicidad. Que sí, que, por supuesto es arduo, es ciertamente más difícil que la propuesta fácil de este mundo, que, por poner una imagen, «es como cuesta abajo». Nos propone algo fácil, pero que, en definitiva, nos conducirá a no ser tan felices, o por lo menos no ser todo los felices que podemos ser. Por eso, sigamos intentando amar a aquellos que no nos aman, recemos por ellos, no los tratemos como ellos nos tratan, hagamos el esfuerzo de mirarlos de otra manera, de comprender; que muchas veces el que no ama o el que hace el mal lo hace en definitiva porque nunca experimentó el verdadero amor.
Y terminando la semana, podemos volver a refrescar el deseo de escuchar a Jesús, que nos habla día a día. Acordémonos que el Evangelio de cada día es también un empujón para que aprendas a escuchar a nuestro buen Dios en todas las cosas, en todas las situaciones, en todas las personas. Dios no vive y habla solamente en un lugar, en su Palabra escrita –aunque, por supuesto, es su forma de hablar más especial–, sino que él habla en todas las circunstancias, en todo lo momentos para aquellos que están atentos.
Y hoy estamos frente a uno de esos evangelios que parecen más fácil esquivarlos que comentarlos. Es verdad, cuesta, cuesta porque todos sabemos, que cada vez más hay más familias desunidas o familias que no han podido prosperar como lo deseaban, o familias que sufren diferentes situaciones de falta de amor. Cuesta también porque el mundo, o incluso también dentro de la iglesia, se nos bombardea con planteos que quieren socavar y destruir el ideal de familia que viene desde los orígenes del mundo, desde la creación y que Jesús vino a restaurar. Cuesta, es verdad, pero tenemos que hablar –como siempre digo– «con amor del amor». Eso creo que es lo importante. Si se habla «con amor del amor», como habló Jesús, por más que haya personas que estén sufriendo situaciones difíciles, incluso vos mismo que estás escuchando, vos misma, en nuestras familias, no debería haber posibilidad para el enojo, o por lo menos si hay enojo, pero hay apertura de corazón, debemos darnos cuenta que las palabras de Dios –como dije anteriormente– son para nuestra felicidad.
Se me ocurre que para graficar algo de lo que plantea el Evangelio de hoy, puedo contarte algo que me pasó una vez y me quedó grabado para siempre. Me acuerdo que visité una señora ya muy mayor, que tenía cáncer ya extendido, pero que ante de morir ella deseaba confesarse, recibir la unción de los enfermos y la comunión antes de empezar su tratamiento, su quimioterapia. Fue una conversación y una confesión muy gratificante, de las más lindas de mi vida, salí –me acuerdo– casi llorando al estar con ella. Fueron de esas charlas en las que como sacerdote tenía deseos de cambiarle el lugar a la señora, que ella me escuche a mí y me confiese. Entre tantas cosas que me dijo, recuerdo algo increíble, fue como recibir todas las clases de teología en una charla de diez minutos, como un baldazo de realidad. Dolida por su enfermedad, por su cáncer, pero llena de confianza me dijo: «Yo entiendo por qué me pasa todo esto, no le echo la culpa a Dios, pero sé que Dios lo permite para algo. Yo toda mi vida hice lo que quise, lo que se me antojó, nunca hice la voluntad de Dios. Fui muy mandona –como se dice–, muy autoritaria con mis hijos y los torturé pretendiendo que siempre hagan lo que yo quería. Yo era la que decidía todo y no me importaba lo que querían los otros.
Ahora me doy cuenta que Dios me dice: “¡Vení, vení para acá, ahora vas a hacer lo que yo te pido!”. Me di cuenta que en realidad venimos a este mundo a hacer la voluntad de Dios, me di cuenta que yo nunca la había cumplido y que ahora tenía la oportunidad, tengo la oportunidad». Yo no podía creer lo que escuchaba, porque la señora era muy buena, incluso había sido muy cercana a la Iglesia, había sido catequista. Ella se refería a algo más profundo, no a simples pecaditos, como podemos decir. Se refería a algo más radical que reside en nuestro interior: Dios quiere enseñarnos a amar y a obedecerle, y nosotros nos creemos que sabemos amar y no queremos obedecerle.
El planteo profundo que los fariseos le hacen hoy a Jesús, el planteo que le hace el mundo a la Iglesia, o incluso a miembros de la Iglesia, el planteo que incluso podemos hacerle vos y yo a Dios es este: ¿Por qué tenemos que seguir tu voluntad? ¿No es demasiado dura? ¿No es demasiado exigente? ¿Por qué tenemos que permanecer unidos hasta que la muerte no separe? ¿Es posible hacer lo que Dios quiere, que el hombre y la mujer estén siempre unidos en medio del contexto del mundo en que vivimos? Las respuestas me imagino que te las imaginas, dejo que te las puedas contestar vos mismo. A mí me las contestó esa señora ese día, en vivo y en directo, con lágrimas en los ojos, esa tarde que estuve con ella. No hay nada más placentero que hacer la voluntad de Dios, pero espero no tardar tantos años para descubrirlo.

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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 1 de marzo + VII Sábado durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 13-16

Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.»
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 10, 13-16:

Buen día, buen sábado. Un sábado más para terminar esta semana tan linda en la que fuimos recorriendo, como siempre, las lecturas del Evangelio de cada día que la Iglesia nos regala, y aunque parezca muy repetitivo, no me cansaré de decirte, de animarte a que no dejes de escuchar. Sea como sea, sea el ánimo que tengas, estés como estés, no dejes de escuchar, por lo menos de fondo, por lo menos escuchar el Evangelio del día, y aunque no profundices tanto, vas a ver que esas palabras te van a quedar grabadas lentamente en el corazón. Por supuesto que siempre lo mejor es profundizar, darse un tiempo, pero lo perfecto es enemigo de lo bueno, entonces por lo menos no hay que dejar de escuchar. Siempre los sábados, de algún modo, según tus actividades puede ser un día especial para frenar un poco.
Para comprender de algún modo Algo del Evangelio de hoy no debemos olvidar un detalle importante de la cultura de ese tiempo y que tiene que ver con los niños, con la presencia de los niños entre los adultos. Dicen los historiadores que los niños no eran como ahora, de algún modo, el centro de nuestras reuniones o no eran de algún modo tan tenidos en cuenta, por lo menos cuando se estaba con adultos, al contrario, a los niños se les exigía mucho y eran un poco relegados. Y es por eso que se entiende esta reprensión de los discípulos hacia aquellos que le llevaban niños para que Jesús los tocara. En el fondo estaban respondiendo, reaccionando según la cultura de su tiempo. Cuando estaban los adultos, no había que llevar niños, sin embargo, acá vemos lo primero que podemos aprender de la escena del Evangelio de hoy: Jesús como en tantas otras cuestiones rompe de alguna manera con la cultura de ese tiempo. Revoluciona la mirada que tenían en ese tiempo sobre ciertas realidades, en este caso, con los niños. No, Jesús se enojó y dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí. Dejen que los niños se acerquen a mí», o sea, dejen de tener esa mirada tan restrictiva. Así con muchas otras situaciones, Jesús nos mostró que vino a cambiar ciertas cuestiones de la cultura que se nos van adosando y que finalmente no nos dejan vivir el Evangelio. Sería un tema largo, pero hay muchas cuestiones de nuestra cultura que se nos van pegando, que vamos adquiriendo, que vamos incorporando sin darnos cuenta y que muchas veces no nos dejan vivir el Evangelio. Para Jesús, todos somos iguales, desde el más pequeño hasta el más grande.
Y por otro lado, como siempre, Jesús aprovecha este momento, esta oportunidad para enseñar algo y por eso utiliza esta imagen de los niños para decirnos que en definitiva al Reino de Dios, que comienza ya en la tierra, solo podremos entrar si tenemos, de algún modo, el corazón de niños. Y acá también hay mucha tela para cortar. ¿Qué significa ser como niño? ¿Qué significa para Jesús que tengamos alma de niños? Bueno, creo que fundamentalmente Jesús se refiere a esa sencillez de corazón, a esa cierta ingenuidad e inocencia que tienen los niños para recibir de sus padres al comienzo de sus vidas todo como si fuera lo mejor. Nosotros, cuando nos vamos haciendo adultos, nos vamos despegando un poco de nuestros padres de alguna manera, vamos descubriendo que nuestros padres no son la perfección como en algún momento pensamos; y con Dios, de algún modo, nos pasa lo mismo. En la medida en que nos hacemos adultos, pensamos que somos nosotros mismos los que hacemos o fabricamos nuestra vida. Y él quiere todo lo contrario, que cuanto más grandes nos hagamos, más corazón de niño, más pobreza espiritual, más humildad tengamos en el corazón. Si no nos hacemos como niños, si no nos damos cuenta que todo lo recibimos de nuestro Padre, que no somos nosotros los que fabricamos nuestra santidad, sino todo lo contrario, no podremos entrar en el Reino de Dios. Hacerse como niños en definitiva quiere decir cada día ser conscientes de que somos hijos, y que como hijos todo lo recibimos de nuestro Padre.
¡Qué lindo sería terminar este día, este sábado sintiendo que Jesús nos abraza, nos bendice y nos impone las manos! Solo podemos acercarnos a él con un corazón puro si tenemos el alma de niños. Pidámosle al Señor ese regalo tan grande que todos necesitamos, todos tenemos que vivir, como decía santa Teresita, esta infancia espiritual, sabiendo que todo lo recibimos por él y para él.

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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 2 de marzo + VIII Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 39-45

Jesús les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?
El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.
¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano!
No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.
El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 6, 39-45:

El domingo, te recuerdo como siempre, es el día del Señor, siempre es bueno volver a recordarlo, y aunque en la «teoría» debería ser un día especialmente reservado para él, debemos reconocer que en la «práctica», en este mundo en el que vivimos, difícilmente podemos dedicarle mucho tiempo o por lo menos el que se merece. Igualmente podríamos preguntarnos… ¿Cuál es el tiempo que se merece nuestro buen Dios que es Padre? ¿Alcanza con ofrecerle una hora por semana asistiendo a misa? En definitiva, ¿qué es el día del Señor? ¿Con eso bastaría para decir que estamos viviendo el día en él? En realidad, deberíamos decir que todo nuestro tiempo es para él, que él es el dueño del tiempo, que nuestra vida es de él, que nuestro tiempo es de él y para él. Es por eso que san Pablo decía: «Yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto». Entonces lo correcto sería decir, o lo que más agrada a Dios, es que a él no podemos ofrecerle «algo» de nuestro tiempo, sino que tenemos que ofrecerle toda nuestra vida, eso es lo que él se merece. Sin embargo, ahora cabe preguntarnos… ¿Qué significa ofrecerle nuestra vida? ¿Alcanza con decir que el domingo es su día y que, por ejemplo, podemos quedarnos con la conciencia tranquila ofreciéndole la misa de cada domingo? Aunque la misa es lo más grande que le ofrece la Iglesia al Padre, sería reductivo o muy pobre conformarnos con decir que, si cumplimos la misa del domingo, transformamos ese día en el día del Señor. Para el mundo ofrecerle todo a Dios es un poco exagerado, para la mentalidad de este mundo y la nuestra muchas veces, la cantidad es lo que marca el valor de las cosas, por eso podemos pensar que ofrecerle más tiempo a Dios, sería de algún modo ofrecerle el corazón, y no ofrecer más tiempo para él, sería no darle nada. Lo más sano y liberador sería pensar y sentir que somos de él y que todo lo que hacemos en su nombre es para él, y aunque es necesario, por supuesto, ir a misa cada domingo, eso no bastaría si en el fondo no le ofrecemos todo nuestro corazón. Transformemos este día en el día del Señor, ofreciéndole hasta lo más insignificante que hagamos, lo más cotidiano, como la vida familiar, el descanso, la diversión, y por supuesto, la misa y nuestro tiempo de oración.
De Algo del Evangelio de hoy son muchas las cosas que podemos meditar, porque el mismo Jesús intenta explicar lo mismo desde muchas comparaciones, que se ayudan la una a la otra. Sin embargo, podríamos decir para sintetizar, algunas cosas. El que mira el defecto en el ojo ajeno, la paja, sin ver en su ojo el propio, la viga, es un ciego. Teniendo una viga en el propio ojo, difícilmente podemos ver bien la paja de los demás, a eso se refiere Jesús. La propia viga nos oculta la realidad, y lo que deberíamos reconocer antes de intentar extirpar el defecto ajeno, es que nosotros, vos y yo, también estamos repletos de defectos. Nuestra boca habla de lo que tiene el corazón, y es por eso que cuando andamos mirando de reojo o de frente los problemas ajenos, opinamos de ellos creyendo que sabemos, damos las soluciones mágicas a todos los problemas de los demás, es por eso que nuestro corazón, de esta manera, destila bastante soberbia y orgullo.
Es feo reconocer que estamos un poco ciegos, nos cuesta, en realidad es difícil para nuestro gran orgullo, pero en realidad reconocerlo es un don, es una gracia. Mucho peor es no reconocer la ceguera en la que vivimos y considerar que nunca necesitamos ser corregidos por otros porque no tenemos errores. De ahí el famoso refrán de que «no hay peor ciego que el que no quiere ver».
2025/07/09 19:18:40
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