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17643 - Telegram Web
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Por eso, podríamos decir que parte de nuestra ceguera para vernos a nosotros mismos como seres débiles y llenos de «vigas», llenos de errores, es justamente no querer ver o no poder. Muchas veces no vemos por debilidad, por olvido, por ignorancia, por flaquezas, pero muchas otras no vemos porque preferimos no ver, porque elegimos dedicarnos a ver lo de los demás.
La sabiduría del cristiano no consiste en ser muy sagaces para ver todos los errores hacia afuera, en la Iglesia, en el papa, en los obispos, en los sacerdotes, en mi coordinador de grupo, en los papás de catequesis, en los problemas del mundo de hoy, en la economía, en la política, en los políticos, en mi jefe, en el vecino, en el demonio… y así podríamos seguir. La sabiduría del cristiano no consiste en ser «acusadores» de los demás, ese es el papel del demonio en realidad. En la Palabra de Dios se lo llama así, «el acusador de nuestros hermanos», y nosotros no podemos transformarnos en eso, ni prestarle nuestros labios y corazón para eso, porque en el fondo él es el que lo hace. Nosotros antes que nada debemos «acusarnos a nosotros mismos», o sea, en reconocernos débiles y pecadores, llenos de errores y defectos, pero deseosos del amor de Dios y de su misericordia, no mirando tanto la paja en el ojo de los demás, sino la viga en el nuestro.
Esta es la verdadera sabiduría del cristiano, la humildad que nos iguala con todos, la humildad que no divide ni separa, sino que unifica en la pobreza, en la sencillez, en la simplicidad, en la misericordia.
Pidamos hoy no ser ciegos, para no caer en el pozo de la hipocresía, en la doblez del corazón. Reconozcamos que estamos ciegos y que necesitamos del maestro para tomar y retomar siempre el buen camino.

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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 3 de marzo + VIII Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 17-27

Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?»
Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre.»
El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.»
Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme.» El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!» Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: «Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios.»
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros:
«Entonces, ¿quién podrá salvarse?»
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible.»

Palabra del Señor.
_[Comentario Marcos 10, 17-27:__

«¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?». Evidentemente no, no se puede. Jesús ayer nos hacía esta comparación para que comprendamos algo más profundo, algo que justamente por nuestra ceguera no terminamos de comprender. Deberíamos reconocer todos, con mucha humildad, que andamos un poco ciegos y lo que es peor, muchas veces pretendemos transformarnos en guías de los demás, o bien nos dejamos guiar por otros que también están bastante ciegos.
En una de las comunidades donde celebro misa todos los domingos, me acuerdo que nos visitaba un hombre que no puede ver, se llamaba Francisco, ya falleció. Venía cada domingo en su silla de ruedas, con mucho entusiasmo, guiado por un fiel de la comunidad que lo lleva con mucho cariño. Cuando no lo podían traer, Francisco sufría porque deseaba ir a misa con todo su corazón, y la vivía con muchísima intensidad. Me acuerdo que una vez lo puse de ejemplo en el sermón, como aquel que se dejaba guiar por alguien que veía, como alguien que aceptaba su condición y permitía que otro le muestre el camino. Pero, al mismo tiempo, estoy convencido de que Francisco veía lo que muchos de nosotros a veces no podemos ver, por andar mirando la paja en el ojo ajeno. Supongo que las personas que no ven con sus ojos, son de algún modo mucho más puras que nosotros, porque inevitablemente no andan fijándose tanto en los errores ajenos, como nos pasa a nosotros. Cada domingo cuando Francisco salía de misa, al saludarme, me decía tantas cosas llenas de sabiduría y amor que en realidad lo que digo no es una suposición, era una realidad. Su ceguera física hacía que sea un hombre de una sensibilidad especial, lleno de amor y con una gran necesidad que no tenía miedo en demostrarla. ¡Cuánto para aprender de un hombre como Francisco!, que tanto me enseñó.
Creo que no hay mejor manera de empezar la semana que escuchar Algo del Evangelio de hoy, escuchando esta escena en la que se nos puede plantear tantas cosas, tantas sensaciones y reacciones diferentes. La Palabra de Dios nunca deja de sorprendernos, nunca debería dejar de maravillarnos, porque cada escena que contemplamos es una fuente inagotable de sabiduría, un alimento perpetuo y continuo para todos nosotros y por eso, más allá de lo que dice la Palabra, podemos encontrar miles y miles de recepciones, según el corazón de cada uno de nosotros. La Palabra es una, los corazones miles y las respuestas variadas. Vos intentá hoy dar tu propia respuesta, según lo que escuchás y meditás.
Hoy tengo ganas de llenarnos de preguntas, hacer una especie de lluvia de preguntas al texto, a mí y a cada uno de los que escuchamos estos audios. Alguna pregunta podrá encontrar respuesta, otras no, pero será el comienzo para que algún día sí nos dé una respuesta, por algo se empieza.
Muchas veces se dice y se puede escuchar que aquel que se encontró alguna vez con Jesús, en el Evangelio o incluso hoy, no quedó igual, no queda igual; que aquel que se encuentra con él, es tan irresistible la persona de Jesús, su amor, no pudo decir otra cosa que sí, no pudo resistir a su amor. Bueno, es lindo ese razonamiento, es romántico, y es cierto de algún modo, pero le falta una parte, le falta una posibilidad, le falta la dramática respuesta del hombre de hoy, del Evangelio de hoy y de tantos hombres a lo largo de la historia, por ahí de vos o de mí en algún momento de nuestra vida. ¿Cuál respuesta? La tristeza y la pena, la posibilidad de decir que no, de no doblegarse ante tanto amor. Aunque suene duro, tenemos que decir que lamentablemente existe la posibilidad.
¿Existe la posibilidad de ver a Jesús cara a cara, y terminar yéndose triste? ¿Existe la posibilidad de ser mirado por él con amor y terminar yéndose apenado? ¿Es posible que vayamos hacia nuestro Maestro, que nos arrodillemos frente a él llenos de ansias, de amor y que terminemos yéndonos con las manos vacías, peor de lo que fuimos? ¿Es posible acercarnos a Dios intentando negociar de algún modo con él la salvación después de la muerte, olvidándonos de la propuesta que él tiene para nosotros, de vivir de una manera diferente, más allá de cumplir ciertas cosas? ¿Es posible que Jesús nos ofrezca dejar algo para seguirlo, para algo más grande y más pleno, para compartir lo que tenemos con los demás y que nos neguemos, que nos vayamos con la cabeza gacha? ¿Es posible que sigamos sin entender lo que significa ser cristianos, lo que quiere decir seguir a Jesús? ¿Es posible que la riqueza del corazón y la riqueza material nos impida disfrutar de la propuesta liberadora de un Dios Padre que se despojó de todo para encontrarse con nosotros? La verdad es que todo es posible. Pensemos y recemos con esto, meditémoslo en nuestra propia vida.
Pero hoy el Evangelio termina con una posibilidad más posible, valga la redundancia. «Porque para Dios todo es posible». Para él es posible destrozar las mezquindades que nos impiden animarnos a lo imposible, a lo que el mundo nos plantea como una locura, a la avaricia que se aloja en el corazón y no nos deja compartir lo que tenemos. Para Jesús es posible desarmarnos con su mirada, ayudándonos a que, de una vez por todas, descubramos que lo mejor es seguirlo a él, amarlo a él, dejando de lado nuestras riquezas que nos impiden disfrutar lo mejor de la vida, la posibilidad de amar y ser libres para el bien de los demás.

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p. Rodrigo Aguilar
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Martes 4 de marzo + VIII Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 28-31

Pedro le dijo a Jesús: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.
Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 10, 28-31:

Ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio es de ciegos, y es por eso que difícilmente podremos corregir a los demás si no nos damos cuenta que los primeros que necesitamos ser corregidos y quitar la viga en el propio ojo, somos nosotros mismos. Somos muchas veces así, un poco hipócritas, pretendemos que todos cambien mientras nosotros no vemos nuestros propios errores. Esa es la gran debilidad que muchos arrastramos y que solo el amor de Jesús y sus enseñanzas nos pueden ayudar a ir extirpando del corazón. Hagamos el ejercicio de hablar menos, de no hablar de los demás, porque es ahí donde el corazón nos juega una mala pasada y nos equivocamos fácilmente. Hace bien el pensar que siempre nos equivocamos cuando hablamos de los otros, es lo mejor. Ni a vos ni a mí nos gusta que hablen mal de nosotros y que hablen de nuestros errores.
Siempre Pedro, siempre Pedro haciendo la pregunta que por ahí nos haríamos todos, esas preguntas que muchos tenemos dentro del corazón, pero que a veces no nos animamos a hacer. ¿Te acordás cuando en el colegio, en la escuela siempre teníamos un compañero, una compañera o por ahí nosotros mismos que hacía las preguntas que nadie se animaba a hacer por miedo, por vergüenza, para que los demás no se rían? ¿Te acordás que a veces todos se reían, pero en el fondo se lo agradecíamos porque era lo mismo que nosotros estábamos pensando? Pedro era un poco así, Algo del Evangelio de hoy lo demuestra así. Ese que hace las preguntas que todos tenemos guardadas, preguntas osadas, arriesgadas, las preguntas que los discípulos seguramente también tenían guardadas en sus corazones. Pedro es el primero en decir que sí y también es el primero en negarlo. Pedro es así. Por eso… ¡cuánto nos ayuda Pedro!
Ayer escuchábamos que un hombre rico terminaba yéndose triste y apenado porque no se animaba a dejar, ni a vender nada por Jesús. No hablamos mucho de ese tema, pero en el fondo lo que le faltó a este pobre hombre fue amor, lo que le faltó fue enamorarse de Cristo. El que no se enamora vive midiéndolo todo, regatea, mezquina todo; ama, pero en el fondo a su medida y le pone medidas al amor. El hombre rico representa a los cristianos que se contentan con cumplir, con no hacer nada malo, con no matar y no robar, pero que nunca se animan a más, nunca se animan a dejar nada por amor a Jesús. En realidad, la pregunta que nos podríamos hacer todos es esta: Si no somos capaces de dejar algo por Jesús, ¿podemos decir que lo amamos realmente?
Bueno, en Algo del Evangelio de hoy aparece Pedro representando a todos los que sí habían dejado algo por él, a los apóstoles. Por ahí también nos representa a nosotros, a los sacerdotes, a los consagrados, pero a los laicos, que son la inmensa mayoría de los miembros de la Iglesia. A vos que también alguna vez dejaste algo grande, cuando te casaste, cuando empezaste a servir a Jesús más de cerca, cuando te fuiste a misionar, cuando ayudaste a los más necesitados, cuando hacés algo concreto por él. También podemos imaginarnos representados por Pedro. ¿Y a nosotros qué? Creo que podríamos meditar esta pregunta desde dos puntos de vista. Primero, a Pedro y a nosotros también nos sale un poco la mezquindad desde adentro del corazón y al entregarnos podemos estar buscando recompensas, ¿Y a nosotros? ¿Y yo que me la paso sirviendo, y yo que dejé un montón de cosas por Vos? Sin querer podemos caer, como el hombre rico de ayer, en cierta mezquindad, en una entrega medida, a medias, en una entrega por conveniencia, en una entrega que no se deja mirar por el amor de Jesús. Cuidado… ¿Qué buscamos al amar? Ese es el peligro de todo apóstol, de todo cristiano, de todo sacerdote, de todo consagrado. ¡El que anda pidiendo algo a cambio, sin querer se puede transformar en una especie de mercader de la fe y no en un servidor! ¡Cuidado con ser un mercader de la fe, de Jesús!
Segundo, al mismo tiempo hay algo muy lindo.
Y es que Jesús promete, y promete en serio, no como nosotros, no como tantas promesas de los que nos gobiernan tantas veces. Jesús promete y cumple. Podemos asegurar que al entregarnos al amor de Jesús, él nos llenará de casas y de hogares, porque podemos quedarnos y alojarnos en miles de lugares gracias a la generosidad de tanta gente que nos considera hermanos, tenemos muchos hogares. Haber dejado algo por Jesús, nos permite tener miles de hermanos y hermanas, la Iglesia nos llena de hermanos, predicar la Palabra de Dios cada día nos llena de hermanos y hermanas. Dejar nuestro hogar de sangre por amor a Jesús, nos llena también de muchas madres. También podemos tener más padres que se preocupan por nosotros. Nos concede bienes continuamente, nunca tendremos hambre ni sed, porque él nos provee de todo. Esto es verdad, podemos asegurarlo. Seguro que vos de alguna manera también lo has vivido. Todo esto, y hay que decirlo también, va acompañado como dice Jesús de sufrimientos por amor al Reino de Dios, es inevitable. Al mundo no le gusta la Palabra de Dios, le molesta demasiado. Pero no podemos olvidar que al final, vendrá lo mejor, vendrá la Vida eterna.
Te propongo hoy que no seamos mezquinos, no negociemos con Jesús. Él nos da todo, ya lo prometió. Busquemos el Reino de Dios y su santidad, y todo lo demás vendrá por añadidura.

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 5 de marzo + Miércoles de ceniza + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 1-6. 16-18

Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 1-6.16-18:

Buen día, buen miércoles. Prestemos atención, hoy es Miércoles de Ceniza. Una Cuaresma más que comienza con este día tan lindo y tan importante que se nos regala para seguir creciendo en la fe, para seguir caminando, para no bajar los brazos, para darnos cuenta que todavía tenemos mucho por recorrer, que todavía podemos seguir creciendo en la fe y convertirnos, que podemos dejar de mirar la paja en el ojo ajeno y descubrir la viga que tenemos en el nuestro. Y eso implica también mucho trabajo, mucha humildad.
Bueno, buen comienzo de Cuaresma. Es un tiempo con tantos regalos, con tantas gracias, que te animo a partir de hoy a que te propongas a recorrerlo con el corazón. Dejá de lado tantas recetas que andan dando vueltas por ahí que nos dicen «Bueno, tenés que hacer esto» o «Tenés que hacer lo otro»; ahora, en la Cuaresma, «Tenés que pensar esto, planificar lo que viene». Yo te diría que, todo lo contrario.
A partir de la Palabra de Dios de hoy, de Algo del Evangelio, podríamos decir que la Cuaresma en realidad es un dejarse llevar por la gracia que nos va atrayendo y nos va transformando desde adentro, en la medida que nos disponemos, por supuesto. Por supuesto que hay que disponerse, por supuesto que tenemos que amar, rezar y, de algún modo, ayunar y privarnos de algo para que su gracia nos transforme. Pero de nada servirá, de nada va a servir que hagamos mil cosas, mil recetas que nos proponen por ahí, si realmente no lo hacemos y no descubrimos lo que Jesús nos dice en la Palabra de Dios de hoy: «Tengan cuidado». Tenemos que tener cuidado porque si amamos para ser vistos, en el fondo no estamos amando, porque estamos buscando una recompensa. Si damos limosna simplemente para calmar nuestra conciencia que nos grita que algo tenemos que hacer, tampoco estamos amando al modo de Dios, que ama sin buscar ser aplaudido. Si rezamos simplemente para cumplir, si cumplimos con nuestros propósitos de hacer tantos rosarios o tantas horas de lo que sea, de adoración o de silencio, pero solo lo hacemos para ser vistos, o incluso somos capaces de pregonarlo por ahí; finalmente, eso no será algo que le agrade a Dios. Si ayunamos y nos privamos de algo, si dejamos ciertas cosas, pero andamos tristes y no disfrutamos de la vida, de la gracia, de la vida de ser hijos de Dios, e incluso nos gustaría que se den cuenta de todo lo que hacemos; en el fondo, lo que estamos haciendo es buscarnos a nosotros mismos. Por eso en esta Cuaresma te propongo y me propongo que volvamos a darnos cuenta que lo único que interesa es que nuestro Padre, que ve en lo secreto, nos recompense. Lo único que nos debe mover para amar, para rezar más o mejor y para privarnos de aquellas cosas que no nos dejan acercarnos a él; lo único que nos debe interesar es que nuestro Padre lo sepa. Y en realidad la gran noticia es que nuestro Padre siempre lo sabe, siempre sabe de nuestros esfuerzos, de nuestros trabajos, de nuestros sacrificios y también sabe de nuestros egoísmos, de nuestras vanidades, de nuestras búsquedas personales. Por eso, ¿para qué buscar la recompensa en los demás? ¿Para qué buscar incluso la recompensa a nuestra propia conciencia que nos aplaude y nos dice casi vanidosamente: «¡Qué bueno que sos!»? No, busquemos la purificación verdadera, el camino de la fe silencioso, que lo único que le interesa es que el Padre del cielo le dé lo que realmente necesita a nuestro corazón, le dé a nuestro corazón lo que necesita, que en el fondo y simplemente es el amor del Padre, el saber que somos hijos.
Que tengamos una buena Cuaresma, que la vivamos realmente desde la Palabra de Dios, como la Iglesia nos enseña. Dejá de lado las recetas y disponete a escuchar al Espíritu que también, como a Jesús, nos conduce a vos y a mí al desierto para que podamos vivir no solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/09 21:57:08
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