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17663 - Telegram Web
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Jueves 6 de marzo + Jueves después de ceniza + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 22-25

Jesús dijo a sus discípulos:
«El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.»
Después dijo a todos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde y arruina su vida?»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 9, 22-25:

¡Qué alegría más grande es empezar esta Cuaresma con libertad, con decisión, no por un ritualismo vacío! ¡Qué lindo es empezarla con amor, con un amor no viciado por el «qué dirán», por la obligación impuesta desde afuera o incluso por una religiosidad aparentemente muy linda desde afuera, pero vacía, de pura cáscara! Como tantos Miércoles de Ceniza, la Iglesia ayer estaba llena, de bote a bote, como se dice, con ancianos, adultos y niños de todos los tamaños… le di tantas gracias a Dios de corazón. Todavía existe una fe pura y sencilla en el pueblo de Dios, aun cuando no es obligación ir por el precepto, se acercaron y se acercan muchísimos a escuchar la Palabra de Dios, a recibir ese signo tan lindo y tan fuerte de la imposición de las cenizas y también a recibir la Eucaristía, por supuesto.
La Iglesia, creo yo que debe volver a la sencillez, a la pureza de la fe, a la fe que no es impuesta, sino asimilada; a la fe no fabricada desde afuera, sino vivida; a la fe no de las masas, sino de las comunidades pequeñas y fervorosas. ¿Para qué queremos ser muchos? Todos debemos experimentar alguna vez que la fe no es «tener» que hacer cosas hacia afuera, como ayunar, rezar y dar limosna, sino que la fe en realidad es creer en Jesús, vivo y presente en una comunidad concreta, en la Eucaristía, en los más pobres, y que el Padre finalmente es el que nos da la gracia de hacer cosas luego de tener esa certeza. Sí, ayunar, rezar y dar limosna, pero eso brota desde adentro.
Yendo a Algo del Evangelio de hoy, podemos decir que es verdad que no es bueno ser drástico, o sea, pensar que en la vida todo es blanco o negro, de esta vereda o de la otra, porque eso muchas veces nos lleva a enfrentarnos y a mirar de reojo todo lo que no es como nosotros pensamos que debe ser. Pero también es verdad que en la vida es bueno ser claros y sinceros, fundamentalmente con nosotros mismos y para con Dios. No se puede andar en serio por la vida sin una profunda y verdadera sinceridad. Y la Cuaresma, vamos a ir viendo, es de alguna manera un lindo camino de sinceridad interior que redundará en nuestra relación con Dios y los demás.
¿Por qué digo esto? Porque hoy Jesús en sus palabras es un poco drástico, digamos, a simple vista. En realidad, muchas veces Jesús lo fue, pero drástico, contundente, fuerte, para una mirada superficial y para corazones que no quieren meterse para dentro, o bien podemos pensar que no siempre el ser drástico, contundente y fuerte es algo malo en sí mismo, al contrario, es necesario muchas veces. Pero imagino que, si estás escuchando este audio, querés ser sincero con él y con vos mismo. ¿Cuáles son las definiciones contundentes? «El que quiera ir detrás de mí tiene que cargar su cruz». El que quiera salvar su vida, la va a perder y el que la pierda por Jesús, la salvará. No parece haber mucho término medio. Por eso en esto tenemos que ser sinceros nosotros con él; si no, hacemos de nuestra fe hacia él una especie de ensalada de frutas, como se dice, en donde no terminamos de distinguir bien qué es cada cosa. Seguirlo cargando nuestra cruz es seguirlo, seguirlo sin cargar ninguna cruz es mirarlo de lejos, no es seguirlo. Es como poner «me gusta» a una página y enterarse cada tanto cuales son las novedades de este mundo tan superficial. Es como hacerse miembro de un club y recibir novedades por correo, es como decir que somos estudiantes y ni siquiera estudiamos, solo vamos a cursar. Seguirlo y buscar nuestro propio provecho, queriendo salvarnos a nosotros mismos, siendo egoístas, no es seguirlo, sino que es hacernos la idea de que lo seguimos. Seguirlo es empezar un camino de aceptación de que la salvación viene de él y que solo perdiendo la vida por amor de apoco, entregándonos vamos encontrando la plenitud. ¿Ves? En este sentido, Jesús no fue con medias tintas, no dijo una frase linda para atraer, para que lo sigamos, sin mostrarnos la letra chica del contrato, al contrario, fue más sincero que cualquiera.
Ahora, por otro lado, es verdad que una vez que lo seguimos, que tomamos esa decisión, empezamos un camino, estando en camino y en el camino hay de todo, hay varios carriles, por decir así, rápidos, lentos, incluso hay colectoras, hay caídas, cansancios, ayudas, reproches, hay… podríamos decir, algunos grises, pero ese es otro tema.
Hoy busquemos un «shock» de sinceridad, que puede transformarse en un sincericidio pero que nos haga bien, entregando la vida. ¿Queremos seguir a Jesús así, con cruz y dando la vida o queremos un cristianismo del vale todo y todo está bien siempre que siga mis gustos y caprichos? ¿Somos libres de seguir a Jesús, es una decisión nuestra, o lo seguimos casi por inercia como quien no quiere nada? ¿Lo seguimos dando la vida o pretendiendo que todos la den por nosotros? ¿Lo seguimos de lejos, casi virtualmente, sin compromiso como quien pone «me gusta» en una página para quedar bien con el otro o lo seguimos siendo responsables con cada obra del día, sabiendo que, sin diálogo con él, sin amor concreto al prójimo y sin privaciones voluntarias de nosotros mismos no podemos amar en serio? Pensemos y recemos con este regalo de hoy, con la Palabra de Dios.

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 7 de marzo + Viernes después de ceniza + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 9, 14-15

Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: « ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?»
Jesús les respondió: « ¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.»

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 9, 14-15:

Me parece que ya lo dije muchas veces, pero siempre es bueno volver a repetirlo, en especial en este tiempo de Cuaresma, donde el tema del ayuno es algo recurrente. Entiendo que hablar hoy del ayuno es un poco complicado. No está muy de moda y a veces, para que no suene muy duro, preferimos hacer como si Jesús hablara de algo que ya no va o preferimos hablar de cosas que ya no existen. Siempre se puede caer en los dos extremos: en hacer de algo lo único, lo absoluto, o simplemente pasarlo de largo y hacer como que no vale la pena. El tema del ayuno es un tema que lleva a los extremos generalmente. Pero, como te dije varias veces, hay páginas del Evangelio que no se pueden arrancar y hay palabras de Jesús que no podemos hacer como si no existieran; ninguna, en realidad, pero especialmente aquellas que nos cuesta entender.
Siempre se pueden encontrar excusas o argumentos para decir que en realidad Jesús se refería a otra cosa, pero sería bueno, creo yo, hacer el camino inverso: escuchar lo que dice, confiar en que es verdad y es bueno; y, a partir de ahí, tratar de vivirlo en el espíritu con el que fue escrito, y también escuchar a la tradición y a las enseñanzas de la Iglesia, que a lo largo del tiempo nos han ido iluminando sobre las palabras de Jesús.
Creo que simplificamos a veces tantas cosas del evangelio, que terminamos por dar un mensaje acuoso, aguado y sin consistencia, y que al final no atrae a nadie, porque nada nos diferencia de aquel que no cree en Jesús. A veces pensamos eso, que por aguar el mensaje atraerá más; sin embargo, es todo lo contrario.
Vas a escuchar por ahí que el ayuno es algo puramente espiritual, algo que finalmente no toca el cuerpo y por eso se dice: «Hay que ayunar de nosotros mismos», «hay que ayunar de las cosas que nos alejan de Dios», etc. Podés reemplazar el ayuno corporal por cualquier otra cosa. Está bien, es verdad. Al fin y al cabo, el ayuno no es la privación de alimentos por la privación misma, sino la privación para un encuentro con Jesús, para la comunión con él. Pero pensemos en esto.
Por simplificarlo y por tenerle miedo y por tener miedo a hablar a una sociedad que devora de todo y en todo momento, me parece que lo hemos complicado un poco más. ¿Por qué? Porque no se puede dominar nuestro espíritu si no aprendemos a dominar también lo más básico de nuestra existencia, que es la comida. Y entonces cuando escuchás a alguien que dice: «En vez de comer menos carne, o de comer menos, mejor es que ayunes de tu lengua, mejor es que hables menos», en el fondo es una simplificación que termina por hacer que no podamos hacer a veces ni una cosa ni la otra. Yo me pregunto: si no podemos dominar nuestra boca para comer, ¿creemos que va a ser posible que dominemos nuestra boca para hablar?
Por simplificarlo, vuelvo a decir, lo hicimos más complicado. Somos unidad, cuerpo y espíritu, y lo que toca el cuerpo, toca el corazón, y viceversa. Pero el corazón aprendemos a educarlo también desde nuestra exterioridad. Y, por otro lado, Jesús ayunó. Jesús hizo cuarenta días de ayuno. Incluso en esta Cuaresma, de alguna manera, revivimos y rememoramos eso.
Yo hoy me pregunto: si en toda la historia de la salvación el ayuno fue una práctica liberadora, si todas las religiones de algún modo incluso lo practican, si Jesús mismo ayunó y habló del ayuno recomendándolo, si en toda la historia de la Iglesia se ayunó –los grandes santos nos lo han enseñado–, ¿por qué hoy le tenemos tanto miedo? ¿Por qué hoy nos empeñamos tanto en barnizarlo para que quede más lindo, pero finalmente ocultamos la verdad? ¿Por qué tantos dicen que no es necesario? ¿Por qué no confiamos en las palabras de Jesús y en las de la Iglesia, en la de los santos y, por qué no, también en la de la Virgen, que en tantas apariciones nos invita a ayunar? Creo que es para pensar, te invito a que lo pienses.
Los católicos a veces hemos perdido el don de saber y aprender a ayunar para poder dominar nuestra interioridad, nuestra voluntad, para poder encontrarnos con Jesús, para aprender a renunciar a cosas superficiales que a veces tapan lo esencial.
Alguien me preguntó una vez: «Padre, cuando Jesús habla del ayuno, ¿es literal?». Y sí, la verdad que sí. Nunca usa Jesús una imagen para hablar del ayuno, como pasa con otras cosas, sino que habla simplemente del ayuno. Nunca dice: «Bueno, hagan como si fuera que ayunan, ayunen, pero con el corazón». Jesús habló del ayuno real, de la privación voluntaria del comer para poder encontrarnos con él.
El ayuno hoy tiene sentido porque Jesús nos fue quitado, no lo podemos ver. No está físicamente con nosotros, está presente por la fe en la Eucaristía y en los demás, pero para poder encontrarlo es necesario alguna vez aprender a renunciar a lo más básico para poder entrar en comunión con él hasta que él vuelva; por eso también el ayuno antes de recibir la Eucaristía, que tenemos que volver a practicar en la Iglesia también.
Ayunar de alguna manera voluntariamente, con amor, por supuesto, es como decir quiero vaciarme de lo demás para poder percibirte y dejar que entres en mi corazón. El ayuno nos conecta con nosotros mismos y nos abre a los demás, a Jesús, porque nos evita que nos esclavice lo más básico de nuestra vida. El que come bien se comunica bien con los demás. El que se sienta a la mesa a devorar todo, o devora todo en todo momento y en todo lugar, es el que no sabe levantar la cabeza para mirar y dialogar con los demás.
Probemos ayunar realmente, te lo propongo, con amor, de corazón, sin que nadie lo sepa, sin poner cara triste. Probemos ayunar y dar tiempo a algo distinto para estar con los demás. Probemos ayunar y ser dueños de nuestras propias voluntades para poder decidir siempre lo mejor. Probemos ayunar sin que nadie se dé cuenta. Probemos vivir esta recomendación de Jesús con verdad, sin aguarla, sabiendo que la comida es un bien necesario, pero no absoluto, porque «no solo de Pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios».

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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 8 de marzo + Sábado después de ceniza + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 27-32

Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme.» El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: «¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?»
Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan.»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 5, 27-32:

Un llamado, una crítica y una respuesta eterna de Jesús: creo que, con estos tres momentos, de alguna manera, podemos resumir Algo del Evangelio de hoy y nos puede ayudar a rezar a todos los que escuchamos diariamente la Palabra de Dios.
Primero, Jesús llama a un recaudador de impuestos, a un reconocido «traicionero» del pueblo judío, aquel que se servía de los que necesitaban para recaudar para el imperio. Y justamente a él lo llama no por ser bueno, sino porque seguro vio en él algo que nadie podía ver. Vio, podríamos decir, el núcleo de bondad de su corazón. Nunca hay que descartar a nadie. Siempre cuando Jesús llama, nos enseña eso. «Nosotros miramos las apariencias, él mira el corazón». Todo hombre, por más malo que parezca o por más de que haya hecho muchísimas cosas malas en su vida, tiene en su interior algo que nadie ve, incluso él mismo. El único que puede ver eso y apostar a lo que nadie ve es Jesús, también pasó con vos y conmigo. Eso se ve en el Evangelio de hoy. Solo Dios se juega por nosotros cuando a veces parece que nadie lo hace. Esto es algo que no tenemos que olvidar nunca, para pensarlo en nosotros y para pensarlo en los demás, cuando a veces sin querer juzgamos por desconocimiento. No descartar jamás a nadie, por más perdido que parezca.
Después de esto, Jesús termina comiendo y festejando con Leví y sus amigos pecadores. Obviamente, ¿qué clase de amigos tenía Leví? Parecido al refrán que dice: «Dios los cría y el viento los amontona» o «dime con quién andas, y te diré quién eres». Bueno, a Jesús no le molesta encontrar pecadores amontonados; al contrario, se mete ahí donde nadie quiere meterse. Se mete con sus discípulos. Nosotros también a veces tenemos esos prejuicios y pensamos: «Mirá con quién anda ese, mirá con quién se junta». Bueno, puede ser, pero depende. Es verdad que, si no voy como médico a un hospital y no tengo cuidado, puedo terminar enfermándome también yo. Ahora, también es verdad que puedo ir al hospital como médico, como lo hizo Jesús, para ayudar a que los enfermos se curen.
Los fariseos no entendían esto y por eso critican, pero al criticarlo, sin darse cuenta, lo elogian. Siempre la crítica proviene de una cierta ignorancia y de una carencia propia. Critican porque no saben, creyendo que saben, como vos y yo cuando también criticamos. Criticamos convencidos que es justa y necesaria la crítica, pero en el fondo ignoramos algo básico y profundo, no sabemos lo que hay en el interior de cada hombre. No lo sabemos, y si no lo sabemos, no podemos ni tenemos el derecho a hablar como si supiéramos. Sin embargo, lo triste es que a veces hablamos como si supiéramos.
Estos fariseos no conocían el corazón de Jesús, ni tampoco el de Leví, el de los pecadores. El mundo no conoce el corazón de Dios y, por eso, se toma el atrevimiento de criticarlo. Nosotros no conocemos el corazón de los demás como para opinar tan libremente y creyendo que lo sabemos todo. Por eso, la respuesta de Jesús pinta cómo es el corazón de un Dios que generalmente es criticado, justamente por ser bueno. Para este mundo ser bueno se convierte en motivo de crítica, en un problema. Nos dicen a veces: «No seas tan bueno». «No seas ingenuo», nos dicen algunos y algunos padres incluso enseñan esto a sus hijos. Es verdad que hay que cuidarse, es verdad que no hay que ser tonto. Pero Dios vino a mostrar que es bueno, que puede sentarse a la mesa con todos y que por eso no deja de ser Dios, que viene como médico de nosotros que estamos enfermos, y a veces andamos como si no lo estuviéramos.
Tanto Leví como sus amigos, como los fariseos, en el fondo están todos enfermos; algunos se dan cuenta y otros no. Unos con enfermedades visibles y otros con enfermedades ocultas.
Todos sufrimos enfermedades espirituales y del corazón, y por eso en vez de ver las enfermedades de los demás olvidándonos de las nuestras, en vez de enojarnos porque Jesús cura a los que parece que no lo merecen, en vez de creernos que no necesitamos médico, aprovechemos que Jesús se sienta a la mesa con cualquiera, con todos, para estar con él; y para que estando con él, podamos cambiar. Es verdad, él quiere que cambiemos. Él quiere que en esta Cuaresma nosotros nos propongamos verdaderamente un cambio profundo del corazón. Es tiempo de gracia, es tiempo de dejar que Jesús se siente a la mesa con nosotros y nos enternezca con su amor y nos muestre que es posible ser hombres y mujeres nuevos, cambiar verdaderamente.
Esta es la conversión que todos necesitamos, cercanos y alejados. Porque, en definitiva, algún día todos terminaremos comiendo en la misma mesa, en la mesa del Reino, si de verdad aprendimos a dejarnos curar por Dios, que es Padre y envía a su Hijo para sanarnos. Mientras tanto, no señalemos a nadie, por las dudas. No vaya ser que Dios lo llame y yo me quede mirando de lejos cómo disfrutan algo que me estoy perdiendo. Mientras tanto, vivamos esta Cuaresma convencidos de que necesitamos del mejor médico del mundo que anda recorriendo el hospital de nuestra vida buscando a quién curar.
Hoy te animo a levantar la mano para poder decirle: «Señor, yo tengo necesidad de médico, tengo necesidad de vos. Tengo necesidad de ser curado, porque mi soberbia también me enceguece y me hace ponerme por encima de los demás; porque mi soberbia también me hace olvidar que alguna vez entraste a mi vida y me enseñaste lo que era la misericordiosa».

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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 9 de marzo + I Domingo de Cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 1-13

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre. El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan.» Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan.»
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: «Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá.» Pero Jesús le respondió: «Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden.
Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra.»
Pero Jesús le respondió: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.»
Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

Palabra del Señor.
2025/07/10 03:10:15
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