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17683 - Telegram Web
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Comentario a Lucas 4, 1-13:

En este primer domingo de Cuaresma, mientras empezamos este camino hacia la Pascua, quería empezar este momento de oración y reflexión con unas palabras de san Agustín que dicen así: «Nuestra vida, mientras dure esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones, porque nuestro progreso se realiza por medio de la tentación, y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede crecer si no ha luchado, ni luchar si no carece de enemigo ni tentaciones». ¿Nos damos cuenta que lo que para nosotros a veces es un problema, una molestia y, además, un motivo de queja, para los grandes santos, para la Palabra de Dios, es causa de crecimiento, es algo necesario? En definitiva, podríamos decir, en este día, que la tentación, las pruebas de la vida son necesarias y además inevitables.
Todos somos tentados, de algún modo, y seremos tentados para que, en nosotros, vaya reluciendo lo mejor, luzca lo más grande, lo más puro de nuestro ser, que es nada más ni nada menos que el ser hijos de Dios y sentirnos y vivir como hijos de él.
Así empieza esta Cuaresma, mostrándonos a Jesús que es llevado al desierto por el Espíritu, para ser tentado, para ser probado en lo más profundo de su ser Hijo del Padre, antes de empezar su misión. Estas tentaciones que vivió Jesús, son como un anticipo de lo que en definitiva será toda su vida, incluso hasta cuando estuvo suspendido en la cruz, por amor a nosotros, siempre Jesús fue de algún modo probado; probado para ver si cumplía o no su misión, para ver qué camino tomaba, si cumplía o no la voluntad de su Padre.
En Jesús, todos nosotros fuimos también tentados, por eso si él fue tentado, podemos preguntarnos o decirnos a nosotros mismos: ¿Por qué no vamos a ser tentados nosotros? ¿Por qué nos sorprendemos cuando sufrimos ciertas tentaciones, si él mismo las vivió? No deberíamos sorprendernos ni alarmarnos cuando sufrimos tentaciones, al contrario. Pero todavía hay algo mucho mejor… En Jesús, también todos nosotros ya vencimos, de algún modo, la tentación. Él hubiese podido evitarla, pero quiso parecerse en todo a nosotros, menos en el pecado; parecerse en todo a nosotros, incluso en sufrir tentaciones, para que nosotros también aprendiéramos a vencerlas y aprendamos también de las pruebas que nos tocan vivir en la vida.
¿Cuáles son las pruebas por las que pasó Jesús en Algo del Evangelio de hoy? ¿Cuáles son las más mayores pruebas y tentaciones que nos pueden tocar vivir a nosotros, si ya no nos tocaron? Las tres tentaciones que escuchamos hoy, quieren justamente atentar lo más grande y sagrado de la relación del Padre y del Hijo, el ser Hijo, el sentirse Hijo y el vivir como Hijo, escuchando a su Padre y confiando en lo que él le pedía. El demonio busca alejar a Jesús de su Padre, que sienta que lo que le pide no es para su felicidad, no es para su bien. Busca que no le obedezca, que finalmente haga la suya, que se corte solo, como decimos; quiere que convierta todas las piedras en pan, para solucionar una necesidad, el problema del hambre; quiere que adore otras cosas, y no a su Padre. Y, finalmente, quiere que tiene a su Padre, que lo pruebe, que lo desafíe siendo Hijo. Esa es la gran tentación de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo, la tuya y la mía también. Todos, de algún modo, sufrimos estas tentaciones, aunque a veces no nos damos cuenta, es la gran tentación también que sufre la Iglesia.
Olvidamos que no vivimos solamente de pan, de necesidades materiales, sino que fundamentalmente vivimos o debiéramos vivir del amor del Padre, del Pan que viene de lo alto y que todas las soluciones por más lindas que parezcan, no pasan solo por lo material, al contrario. Vivimos también tentados de hacernos mil ídolos a nuestra medida, para tener poder, para sentirnos más que otros y nos olvidamos de que el verdadero poder en definitiva es el amor y el darnos a los demás.
Y eso es lo que Jesús nos termina demostrando con su propia vida.
Y también el demonio quiere que probemos a nuestro Padre, que lo desafiemos, que nos demuestre su poder, su presencia, y que solucione todos nuestros problemas de un modo mágica.
Cada uno creo que hoy debe rezar y eso es lo que te propongo y me propongo. ¿Cómo estas tentaciones toman diferentes formas en nuestra vida?, ¿cómo finalmente tenemos que aprender a vencerlas? Escuchando y contestando con la Palabra de Dios.
Solo el que escucha a su Padre día a día, vence las pruebas más grandes. Escuchando a Dios todos podemos vencer al demonio. «El que a Dios tiene nada le falta», decía santa Teresa de Jesús. Solo el que se anima a vivir del Pan de cada día, adora al único Dios verdadero, al único que nos puede verdaderamente salvar y al único que merece nuestra adoración. Solo el que escucha día a día su Palabra, es capaz de no desafiarlo nunca, todo lo contrario, se arroja en sus brazos «como un niño en brazos de su madre».

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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 10 de marzo + I Lunes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 25, 31-46

Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver."
Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, ¿y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, ¿y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?"
Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo."
Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron."
Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?"
Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo."
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna.»

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 25, 31-46:

Empezamos esta nueva semana de Cuaresma siguiendo el camino que nos propone la liturgia, la Iglesia para ir escuchando lo que Dios nos enseña por medio de su Palabra. La Cuaresma –no te olvides, no nos olvidemos– es un tiempo privilegiado para dejar que nos eduque el corazón su Palabra, para aprender a centralizarnos en lo esencial de nuestra fe. Es un camino de purificación de tantas cosas que se nos van pegando y hacen que a veces nos olvidemos de lo esencial. Los evangelios de la Cuaresma ya no siguen ordenadamente a un evangelista, como veníamos escuchando anteriormente a Marcos, sino que se van alternando, están elegidos especialmente para ayudarnos a llegar a la Pascua listos y preparados para resucitar también con Cristo.
Recordemos lo de ayer: «No vivimos solamente de pan», de pan material; no vivimos de las cosas materiales que nos rodean únicamente. No nos engañemos, no nos dejemos tentar por el «pan» de este mundo que perece, que se pudre y muchas veces nos deja vacíos. Te invito hacer un ejercicio si podés: pregúntale a tu hijo o a alguien que quieras mucho qué necesitan de vos. Hacé la prueba. Mirá al que tenés ahora a tu lado, a tu hijo, a tu hija, a tu marido, a tu mujer, a tu amigo, pregúntale: ¿Qué necesitás de mí? ¿Qué es lo que realmente necesitás de mí? Me imagino que te estarán diciendo: «Te necesito a vos», «necesito tu presencia, tu tiempo». No vivimos, por eso, solamente del pan de este mundo, de lo material, sino que vivimos del «amor» que sale del corazón y de la boca de Dios, porque sus palabras dan amor, son amor, vivimos del «amor» que sale del corazón de los otros, con sus gestos, con sus palabras. ¿Cuándo nos vamos a convencer de esta gran verdad? No vivimos solamente de pan, vivimos de algo mucho más maravilloso y duradero, del amor recibido y entregado.
Hoy sencillamente pensé en esto, desde Algo del Evangelio: ¿Exige mucha explicación este texto? Por supuesto que se pueden decir muchísimas cosas, pero… ¿nos queda alguna duda de lo que es realmente esencial en nuestra fe? Ante la duda que muchas veces nos puede surgir, a vos y a mí, sobre qué debemos hacer, cuál es la voluntad de Dios, sobre qué es lo más importante en nuestra vida, Jesús nos responde con una imagen muy simple y al mismo tiempo seria y fuerte, la imagen del juicio final, y no es para que tengamos miedo. Lo que nos quiere enseñar es que lo que define nuestro presente, lo que hace que nuestro presente tenga valor, lo que es esencial en el hoy es por lo cual seremos juzgados. Es por lo que seremos juzgados lo que realmente le importa a Dios, a nuestro Padre. Al ver lo que Dios juzgará, eso nos ayuda a detectar qué es lo que él quiere que hagamos hoy concretamente. Seremos juzgados nada más ni nada menos que por el amor y por el amor especialmente a los más necesitados. Será por el amor a los hambrientos y sedientos, a los que no tienen que vestir, a los enfermos o presos. Esto no se puede barnizar ni dibujar, ni decir que no es tan así. Es la palabra de Dios para todos nosotros.
Cada vez que amamos a un pequeño de nuestra sociedad, de nuestra familia, en nuestras cercanías, cada vez que amamos a un desprotegido, a un despreciado, a un desechado de este mundo, a un pecador olvidado, a un despojado de todo lo material, a un enfermo, a un desgraciado que no es amado por nadie, a alguien que tiene mucho pero en el fondo tiene un vacío en el corazón; cada vez que lo hacemos sin buscar ser vistos, sin buscar ser recompensados, sin buscar calmar nuestra conciencia, sin desear ser aplaudidos, cada vez que lo hacemos es al mismo Jesús a quien amamos, es al mismo Dios a quien nos entregamos.
Dice el apóstol Santiago: «La religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo».
Estamos religados a Dios Padre, eso quiere decir «religión», estar ligados, unidos, no solo si rezamos y vivimos los sacramentos, sino si comprendimos que nuestro Padre ama especialmente a los más desprotegidos y él quiere que aprendamos a amarlo a él en ellos.
Ojalá que el Evangelio de hoy nos ayude a tomar conciencia de qué es lo más importante y esencial de nuestra fe y no perdernos en cosas que nos hacen desviar del centro de nuestro corazón.

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p. Rodrigo Aguilar
Martes 11 de marzo + I Martes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 6, 7-15

Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 6, 7-15:

Las pruebas que nos tocan vivir en la vida son causa de victorias o derrotas, pero hay que decir que son inevitables. Como decíamos el domingo, el mismo Jesús tuvo que pasarlas, hasta el final de su vida, hasta la cruz. Vivir, venir a este mundo para él fue una gran prueba, y además el demonio se encargó de tentarlo, de probarlo muchas veces. El tema de las tentaciones es muy interesante, no porque sean lindas, sino porque conocer el modo en el que somos tentados, el mecanismo de la tentación nos ayuda a crecer muchísimo, nos enseña a estar más atentos, más conectados, como se dice, con nosotros mismos y eso, a la larga, nos asegura más victorias, de las pequeñas y de las grandes. Veíamos que a Jesús el demonio no lo tentó con pequeñeces, con pecaditos, sino que lo tentó siempre bajo apariencia de bien, proponiéndole caminos atractivos y alternativos a los que su Padre le pedía. Por eso las tres tentaciones de Jesús en el desierto, después de sentir hambre, son escuela de aprendizaje para los que también queremos vivir en esta vida desde la fe, siendo Hijo de Dios. Son también aprendizaje para las tentaciones que nos tocan vivir a nosotros y, de algún modo, podríamos decir que esas tentaciones, esas pruebas son «madre», y otras tantas que vivimos a diario y que casi ni percibimos. Sobre esto seguiremos profundizando en estos días.
No olvidemos que una de las recomendaciones especiales para esta Cuaresma es la oración. Ahora, una pregunta clave, la pregunta que muchas veces nos hacemos todos y que es motivo de muchas consultas a los sacerdotes, es…: ¿Cómo rezo? ¿Cómo hago para rezar bien?
Un santo dice esto que me pareció muy bueno compartirlo, dice así: «¿Qué otra oración en Espíritu puede haber fuera de la que nos fue dada por Cristo, el mismo que nos envió el Espíritu Santo? ¿Qué otra plegaria puede haber que sea en verdad ante el Padre, sino la pronunciada por boca del Hijo, que es la misma verdad? Hasta tal punto que orar de manera distinta de la que él nos enseñó, no solo es ignorancia, sino también culpa, ya que él mismo dijo: “Anulan el mandamiento de Dios por seguir sus tradiciones”».
Alguna vez, comentando otro Evangelio hablamos sobre el tema de cambiar el mandamiento de Dios por tradiciones humanas, que sin querer podemos ir tapando el sol con las nubes o haciendo de las nubes algo esencial cuando no lo son. Creo que con la oración nos puede pasar lo mismo. El camino tiene que ir siendo el de la simplicidad y no el de la complicación. A veces, sin querer, vamos complicando las cosas con muchísimas oraciones que se fueron haciendo a lo largo del tiempo y son muy buenas, pero que nos van tapando el sol de la oración, que es el Padrenuestro. ¿Cuántos cristianos, cuántos católicos se la pasan recitando oraciones, pero finalmente no saben ir a la profundidad de lo que es la oración? Pensemos que inconscientemente nos pasa esto que Jesús advierte en Algo del Evangelio de hoy, creemos que por hablar mucho en la oración será mejor, creemos que por rezar más tiempo estamos rezando mejor y eso no es así siempre, no es lo que Jesús dice. Es más, a veces nos controlamos el tiempo para rezar, como si fuera una cuestión de tiempo, como si el amor fuera una cuestión solo de tiempo.
Es verdad que muchas veces estar mucho tiempo le da calidad a la oración, pero también es verdad que a veces puede haber mucha calidad de oración con poco tiempo. No son contrapuestas, pueden ir de la mano. En su esencia, rezar es hablar con nuestro Padre, es escucharlo, es dialogar. Tan simple y complicado como eso. Por eso Jesús nos enseñó a no complicarnos, enseñó la simplicidad del Padrenuestro, en donde aprendemos a pedir lo esencial y además a pedirlo en el orden que corresponde, porque no solo es bueno aprender a decir buenas cosas, sino que además hay que decirlas como hay que decirlas. Con el Padrenuestro tenemos asegurado todo esto, porque son las palabras del Hijo enseñadas a los hijos pequeños, que somos nosotros.
Volvamos a rezar hoy la oración «madre» de todas las oraciones que muchas veces fuimos olvidando o repitiendo, volvamos a levantar la cabeza y el corazón al cielo y a pensar en todo lo que queremos decirle al Padre del Cielo, pero al mismo tiempo confiando en que él sabe mejor todo lo que necesitamos. Digamos: Padre, Padre nuestro, Padre de todos, que estás en el Cielo, en todos lados, en los corazones y en donde menos pensamos. Queremos que tu nombre sea conocido, santificado, amado, queremos que tu Reino, tu amor, llegue a todos, que todos reconozcan tu voluntad y la cumplan, especialmente los cristianos que decimos amarte. Necesitamos el perdón de los demás, necesitamos aprender a perdonar de corazón, porque no podemos vivir sin perdón. Ayudanos a vivir así, por favor. Queremos el Pan de cada día, tu Palabra que nos alimenta, el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y el pan para nuestra mesa. Por favor, no nos dejes caer en la tentación, no dejes que nos venza, no dejes que nos olvidemos que somos hijos muy amados, no dejes que el maligno nos aparte de tu amor, de tu corazón de Padre. Todo esto y de todo lo que no nos damos cuenta, te lo pedimos por tu Hijo Jesucristo, nuestro Señor que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 12 de marzo + I Miércoles de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 29-32

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: «Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 11, 29-32:

El demonio nos tienta, nos prueba siempre, pero especialmente cuando estamos más vulnerables, le gusta entrar al castillo del corazón, como decía san Ignacio, por el lugar más flaco, por la brecha, nosotros diríamos el lugar más débil. Es cierto que es difícil discernir a cada paso las pruebas y tentaciones por las cuales pasamos, hay que tomarse el tiempo cada noche para examinarnos espiritualmente, no únicamente desde lo moral, sino fundamentalmente desde lo espiritual, para poder distinguir si nuestras caídas tienen que ver con fragilidades propias, imperfecciones adheridas, o bien porque el demonio aprovechó esas fragilidades para plantearnos falsos caminos bastante atractivos. No hay que esquivarles a estos temas, por más pasado de moda que estén, porque por algo quedaron en la Palabra de Dios, por algo Jesús los pasó, para enseñarnos a pasarlo nosotros.
El demonio tentó a Jesús en su momento más frágil –decía la Palabra el domingo–, cuando sintió hambre, aprovechándose de ese momento de extrema necesidad. Lo mismo hace con vos y conmigo, aprovecha esos momentos en los que somos vulnerables, por distintas razones, ya sea por algo físico, espiritual o afectivo, en un momento de dolor, de tristeza, de soledad. Es cuando más atentos debemos estar, porque nuestros errores más grandes surgen en esos momentos, en los cuales por necesidad nos dejamos engañar por el demonio, no soportamos el peso de su sufrimiento y tomamos caminos cortos, con atajos, con medios ilícitos para alcanzar un bien o a veces lícitos, pero no los que Dios quiere. Debemos serenarnos y contestar siempre con la Palabra de Dios, como hizo Jesús.
Tendemos a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, por eso san Agustín decía: «El tiempo pasado lo juzgamos mejor, sencillamente porque no es el nuestro». Por eso no hay porque pensar que el mundo de Jesús, el mundo de ese tiempo, el que eligió para vivir, fue muy distinto al nuestro, o mucho peor o mucho mejor. Es verdad que muchas cosas externas han cambiado, que se vive distinto, que la cultura es distinta, que parece que hoy todo está peor, pero también es verdad que el hombre es hombre, con toda su debilidad, desde que el pecado entró en este mundo, o digamos mejor, es hombre débil desde el pecado, y hay cosas que no han cambiado demasiado. Por ejemplo, las debilidades en general son las mismas, aunque se van expresando de modo diferente. Por eso cuando en Algo del Evangelio de hoy escuchamos que la gente pedía un signo, o sea, pedía una especie de certificación para comprobar quién era Jesús, no es muy distinto a lo que también pasa hoy cuando muchos de nosotros y tanta gente dentro de la Iglesia necesitamos todavía signos maravillosos para creer, para asegurarnos que las cosas son como nos dicen, como nos dijeron. Es algo inherente al hombre, es nuestra debilidad, es nuestra débil necesidad. Muchas veces no podemos confiar si no es por medio de signos, de situaciones, de personas, y al mismo tiempo eso se nos vuelve en contra cuando exigimos más de la cuenta y, al fin y al cabo, no confiamos. A los que andaban con Jesús les pasaba eso, a nosotros también nos pasa. Habían visto milagros, situaciones extraordinarias, curaciones, exorcismos y tantas cosas más, sin embargo, exigían más y más. ¿No será que a nosotros nos pasa lo mismo? Somos bastante insaciables y nos olvidamos todo lo que ya se nos dio y, entonces, siempre terminamos pidiendo más, como los niños o como los jóvenes que a veces van en busca de novedades continuamente. No se conforman con lo que tienen enfrente. Por eso tenemos que preguntarnos con sinceridad: ¿Quién de nosotros puede decir que nunca tuvo o experimentó un signo real de que Jesús está vivo y presente en su vida, de que Dios está presente? ¿Realmente podemos decir con seriedad que no? Pero no estoy hablando de milagros para salir en televisión, sino me refiero a miles de situaciones donde, si somos capaces de detenernos y contemplar un poco, casi no hace falta pedirle a Dios un signo. Están por todos lados.
Jesús hoy les dice a los que lo apretujaban y a nosotros: El signo que necesitan y que les daré para siempre es mi resurrección, ese es el signo de Jonás. Así como Jonás que pasó tres días en el vientre de un pez, así Jesús pasará y pasó tres días en el vientre de la tierra para resucitar y darnos una vida nueva y estar con nosotros hasta el fin de los tiempos. Ese es el mayor milagro que debían esperar los judíos y no todos pudieron interpretar. Ese es el mayor milagro para nosotros, ese es el gran signo. No debemos esperar nada más, sino que tenemos que aprender a descubrirlo en lo que hacemos y vivimos, y para eso hay que saber descubrir su presencia en todas las cosas, en especial en la Eucaristía, que tenés en tu parroquia, en tu Iglesia; en la oración, como vimos ayer, y en los más necesitados, como escuchamos el lunes.
No pidamos signos innecesarios, sino mejor abramos los ojos para descubrir los que ya están. ¿De qué sirve andar buscando milagritos por todos lados mientras que tenemos el gran milagro que nos pasa por enfrente todos los días? «Aquí hay alguien que es más que Jonás». Jesús es más que todo lo que podemos imaginar, Jesús es todo y nos da todo.

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/11 22:44:25
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