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17705 - Telegram Web
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Jueves 13 de marzo + I Jueves de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 7-12

Jesús dijo a sus discípulos:
«Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan!
Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.»

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 7, 7-12:

No hay peor tentación, peor prueba que la de sentirse solo, convencerse de que ese sentimiento finalmente es verdad y que no hay nadie en este mundo que nos quiera, ni siquiera Dios que es nuestro Padre. Sé que parece exagerado lo que estoy diciendo, sin embargo, es la tentación que nos propone siempre, de algún modo, el demonio, la que le planteó a Jesús, de una manera u otro, positiva o negativa. Decía así el Evangelio del domingo: «Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno». Quiere decir que hay varias formas de tentación, principalmente esas tres que aparecen en esa escena, y que cuando el demonio no puede, espera el momento oportuno para continuar su obra, para seguir adelante con su deseo de alejarnos del camino que el Padre nos propone. En las tres tentaciones, el demonio, intenta, de algún modo, que Jesús se sienta solo, ya sea para hacer «magia» convirtiendo las piedras en pan, haciendo la suya, solucionando los problemas solo, sin nadie; ya sea para que ante la posibilidad del poder y postrándose ante el demonio se sienta el amo y señor de todos los reinos del mundo, pero finalmente con la soledad del poder, desafiando la paternidad de Dios hacia él, pretendiendo que lo pruebe finalmente para que lo salve de una locura, tirándose desde gran altura. Nuestras malas decisiones surgen en definitiva desde el momento en el que nos creemos y nos pensamos solos, nos sentimos solos, nos imaginamos solos, nos soñamos solos, y eso en la realidad nunca es así, es puro engaño.
Pero vamos a Algo del Evangelio de hoy, imaginemos esta situación, que de golpe y casi como por un milagro todos nos pongamos de acuerdo de hacerle al otro, a los demás, todo lo que soñamos que nos hagan a nosotros. Se pueden dar muchas situaciones, pero resumiendo podríamos casi asegurar que entre todos nos haríamos el bien, porque en situaciones normales todos deseamos cosas buenas para nosotros mismos y por eso si le hacemos a los demás lo que deseamos que nos hagan a nosotros, casi que sería el mundo ideal. Ahora, para eso deberíamos aprender a reconocer nuestros deseos, a reconocer lo que nos pasa, y así animarnos a hacer lo mismo a los otros.
En general, criticamos de los demás, reprochamos a otros, cosas que deseamos o de lo que adolecemos. Dime qué críticas y te diré qué deseas, podríamos decir. Cuando criticamos mucho algo malo que alguien nos hizo, por contraste tenemos que descubrir que deseamos que nos hagan lo contrario, que deseamos que nos hagan el bien, por supuesto. Esto es obvio y es el alimento de nuestra alma porque todos queremos ser queridos y por eso andamos a veces mendigando amor y a veces criticando a los que no nos aman como quisiéramos. Ahora, hoy y siempre Jesús quiere librarnos de meternos en este callejón sin salida, de esa actitud circular que no logra otra cosa que encerrarnos en nosotros mismos y no nos deja crecer. Vivir añorando que todos nos hagan lo que nosotros deseamos y mientras tanto perdemos el tiempo y no aprovechamos para hacer lo mismo a los demás. Es una cuestión de sentido común. Si aprovecháramos ese tiempo que usamos en hablar de los otros para rezar y pensar en cómo hacer para hacer el bien, en cómo hacer para no devolver con la misma moneda, en cómo hacer e ingeniárnosla para no entrar en los juegos de venganzas que a veces nos atrapan… bueno, si hiciéramos eso, no solo seríamos mucho más felices que ahora, sino que haríamos más felices a los demás. La frase final del Evangelio de hoy es la regla de oro para ser un cristiano en serio, para vivir hacia los demás y no para nosotros mismos y también es la frase que nos ayuda a entender bien la primera parte del Evangelio. ¿Qué tenemos que pedir? ¿A quién tenemos que buscar y llamar? El peligro de interpretar mal estas palabras puede hacer que en vez de ser palabras de aliento y consuelo se puedan transformar en palabras de desazón y desconfianza.
Todo lo que le pedimos al Padre, ¿él nos lo tiene que dar? ¿Tan fácil puede ser? ¿A qué se refiere? Se refiere principalmente al final que venimos comentando. Pedirle al Padre sin desfallecer, sin cansarnos, esperando siempre que nos abrirá, lo que necesitamos para ser buenos hijos y por eso buenos hermanos. Pedirle todo aquello que nos ayude a hacerle a los demás lo que nos gusta que nos hagan.
Nuestro Padre del Cielo es el primer gran interesado en que entre todos seamos buenos hermanos y por eso nos enseña por medio de Jesús cómo se es buen hijo, qué tenemos que pedir, buscar y llamar. Pedir ser hijos en serio, pedir ser hermanos de todos, no cansarnos de buscar y llamar para que renazcan en nosotros los sentimientos de Jesús. El Padre jamás niega su Espíritu a quienes se lo piden y es su Espíritu el que nos hace hijos y hermanos.
Imaginemos esta situación hoy todos arrodillados, mirando al cielo, todos pidiendo como podamos y nos salga, la gracia y la fuerza para hacerle a alguien hoy lo que siempre deseamos que nos haga. Imaginemos que esto es posible y que el Padre del Cielo nos dará la fuerza, nos dará lo que necesitamos. Aprendamos a pedir lo esencial, lo necesario, lo que da vida. «Todo lo demás vendrá por añadidura».

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 14 de marzo + I Viernes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 20-26

Jesús dijo a sus discípulos:
«Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego.
Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.»

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 20-26:

Las pruebas, lo que llamamos comúnmente «tentaciones», tocan las fibras más profundas de nuestro corazón, aunque la mayoría de las veces ni nos damos cuenta, o podríamos decir que depende del grado de intensidad con que nos «atacan», somos más o menos conscientes; o también, dicho de otra manera, depende de la fortaleza que tengamos, de hasta cuánto estamos dispuestos a soportar. Generalmente o popularmente se relaciona la tentación como una invitación a hacer siempre algo malo directamente, y en cierto sentido es verdad, sin embargo, no hay que olvidar que muchas tentaciones o pruebas, como se dice, son «bajo apariencia de bien», tomado de san Pablo, que literalmente lo dice: «Su táctica no debe sorprendernos, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz». Esto quiere decir, que, por un lado, son más difíciles de detectar y, por otro, como consecuencia, somos más propensos a caer. El demonio se mete en esos «recovecos» del alma, de nuestro corazón, en donde dudamos, en donde somos frágiles, en esos momentos en donde estamos sufriendo, cuando, como dijimos, somos más vulnerables, justamente para hacernos equivocar el rumbo. Cuanto más cerca estamos de la Luz, de la Vida, del Camino, que es Jesús, más sutiles son las propuestas del demonio, y es por eso que podemos encontrar personas muy cercanas a Jesús pero que pueden caer profundamente, como vos y como yo. Nadie está exento. «Por eso, el que se cree muy seguro, ¡cuídese de no caer!», dice también san Pablo. Fiémonos siempre de Jesús, de sus palabras y de su fuerza para estar atentos y no caer en la gran tentación de sentirnos solos, y tampoco en las tentaciones de cada día que nos hacen ser infieles a su amor.
Te aseguro que, si no escuchás o intentás comprender bien las palabras de Jesús de Algo del Evangelio de hoy, lo que significa ser hijo de Dios, difícilmente disfrutarás de lo lindo que es ser cristiano. Porque en definitiva ser cristiano es haber descubierto, gracias al Hijo que es Jesús, que nuestra mayor dignidad, nuestra mayor alegría es la de ser hijos de Dios, hijos libres, que ya no viven como esclavos, que ya no le tienen miedo al Padre, sino todo lo contrario, descubren que a Dios se le puede llamar Padre, como el mismo Jesús nos enseñó.
Te aseguro que la frase más importante del Evangelio de hoy es esta: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». Es una expresión que es parte del Sermón de la Montaña, que es el corazón del Evangelio de Mateo y podríamos decir también el corazón de todo el mensaje de Jesús. Si queremos conocer el corazón de Cristo, si queremos conocer lo que piensa, siente y quiere para nosotros, te aconsejo leer siempre los capítulos cinco al siete de Mateo. Te aseguro que, si por medio de las palabras de él vas conociendo el corazón del Hijo de Dios que quiere enseñarnos a ser hijos, de a poco, como la lluvia empapa la tierra y no vuelve al cielo sin dar fruto, de la misma manera la Palabra de Dios irá dando frutos de libertad en tu corazón y en los corazones de aquellos que la reciben con amor.
Lo demás de las palabras de hoy, te dejo para que lo pienses también por tu lado, o sea, el alcance que en realidad tiene el quinto mandamiento de «no matar», el sentido más profundo que le quiere dar Jesús. En resumen, él nos está diciendo que matar no es solo una cuestión física, material, sino que el mandamiento también abarca lo espiritual, desde nosotros y hacia los otros.
Pero volvamos a la frase central, ¿qué significa? Trataré de traducirla a un lenguaje sencillo, accesible a nosotros. Podríamos traducirla imaginando que Jesús nos dice lo mismo de muchas maneras distintas: Les aseguro que, si ustedes piensan que ser cristianos, ser seguidores míos es cumplir una regla y con eso quedarse tranquilos, no disfrutarán del amor que vine a traer al mundo.
Les aseguro que, si ustedes viven conformándose únicamente con no hacerle mal a nadie y no ven más allá, y no piensan en cómo hacer el bien a los demás, se estarán perdiendo lo mejor del Reino de Dios. Les aseguro que el Reino de Dios no es solamente el momento en el que llegaremos cuando partamos de este mundo, sino que es también la relación de amor que puede darse desde ahora entre Dios Padre, su Hijo Jesús y todos nosotros, y por eso cuando nos olvidamos de esto, nos estamos perdiendo una parte. Les aseguro que el fariseísmo, el vivir la fe como un simple cumplir, como un querer solo vivir para nosotros, es algo mucho más común de lo que ustedes creen y por eso vengo a enseñarles la verdadera libertad; vengo a enseñarles que, si no «dan un salto», se van a perder lo mejor. Les aseguro que, si creen que la santidad, la justicia, es algo que van construyendo ustedes mismos al ritmo de su propio esfuerzo, jamás disfrutarán la alegría de ser salvados, de recibir desde lo alto la fuerza para no solo cumplir los mandamientos así nomás, a secas, sino que además ir mucho más allá, la alegría de no calcular, la alegría de amar, no por obligación sino con libertad.
Y para terminar, les aseguro que esto hay que pedirlo. Hay que pedir esta gracia si estamos estancados en una fe que ya está casi muerta, sin fuerzas, una fe que se quedó sin respiración porque no comprendió lo que significa ser cristiano, porque nos enseñaron mal o porque nunca lo comprendimos. Les aseguro que, si lo pedimos, el Padre nos lo dará. Acordémonos que tenemos que aprender a pedir siempre lo mejor.

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p. Rodrigo Aguilar
Sábado 15 de marzo + I Sábado de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 5, 43-48

Jesús dijo a sus discípulos:
«Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.»

Palabra del Señor.
Comentario a Mateo 5, 43-48:

De las tentaciones o pruebas, aprendemos generalmente al pasarlas, una vez que las vivimos. Por más que nos expliquen lo que significa ser tentados o probados, la verdad es que el fruto podemos verlo con el tiempo y si sabemos reflexionar y mirar para atrás. Es cierto también que en el mismo momento en el que somos tentados, si vamos adquiriendo la capacidad de escuchar la voz del corazón, la dulce voz del Espíritu Santo en nuestro interior, podemos ir aprendiendo a superarlas y siempre sacar algo positivo. Sin embargo, lo más lógico es pensar que a ninguno de nosotros nos divierte, por decirlo de alguna manera, ser tentados, preferiríamos estar siempre en paz, sin sobresaltos, sin problemas.
Repasemos en este día las diferentes tentaciones que nos tocaron vivir esta semana, incluso al escuchar los evangelios, al intentar rezar con la Palabra de Dios. El deseo más grande del tentador, es que dejemos la oración, y lo que dejamos generalmente primero, cuando no estamos bien, cuando estamos tristes o cansados, es justamente la oración. No perdamos el ánimo, no desfallezcamos, seamos fuertes, no nos dejemos vencer por las falsas voces que nos inducen a pensar que no tiene sentido lo que hacemos; al contrario, nunca nos olvidemos que «lo visible es transitorio, en cambio lo invisible, lo que no se ve, es eterno».
Bueno, terminamos esta primera semana de Cuaresma llenos de recomendaciones, de cosas aparentemente por hacer, de palabras por cumplir. Una semana en la que los evangelios nos sacudieron de lado a lado y de yapa terminamos escuchando una de las páginas más difíciles del Nuevo Testamento, no solo porque es difícil de comprender, sino también porque es difícil de vivir, por supuesto. Pero te propongo y me propongo que antes de pensar, calcular y recalcular lo que tenemos que hacer, lo que deberíamos hacer o lo que hemos dejado de hacer, demos gracias a Jesús por estos días de gracia, demos gracias a nuestro Maestro porque día a día, más allá de nuestras debilidades, estamos haciendo lo posible para escucharlo, a veces mejor, otras veces no tanto, algunas ni siquiera escuchamos, pero lo importante es volver a empezar, volver a levantarse siempre y desear como alguna vez lo hemos deseado o de una manera nueva. Dar gracias es fundamental para no caer en un cristianismo vacío de contenido, para no caer en el fariseísmo del cumplimiento, de la conciencia anestesiada por la tranquilidad de ser más o menos o relativamente buenos.
Evidentemente después de escuchar Algo del Evangelio de hoy, no alcanza con ser relativamente buenos, acordémonos la frase de ayer: «Les aseguro que, si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos». Les aseguro que, si ustedes creen o piensan que, con ser buenos, con no matar a nadie, con no robar –como dicen tantas personas– alcanza para ser hijo, están equivocados. Jesús vino a hacernos hijos, no esclavos, como decíamos ayer. Si queremos llegar a la Vida eterna, si queremos llegar a lo que nosotros llamamos «cielo», al encuentro con Dios cara a cara, es verdad que alcanzará con que cumplamos los mandamientos, es verdad que con no matar y robar casi que tenemos el pase asegurado; es verdad que, si no le hacemos el mal a nadie, de algún modo tenemos un lugar «ganado» en el cielo y no nos iremos al infierno. Pero… ¿y mientras tanto? Mientras tanto nos perdemos de vivir como hijos de Dios, nos perdemos en estar todo calculándolo, nos perdemos de ser cristianos en serio.
No entrar en el Reino de los Cielos equivale a perderse desde hoy la posibilidad de dar más, nos perdemos la alegría de amar no solo a los que nos aman y nos tratan bien, sino incluso a los que no son muy amables, a los que son un poco desagradables, a los que nos critican, a los que nos molestan, a los que son insoportables, a los que nos hacen el mal sin razón; en definitiva, a los que «naturalmente» no nos sale amar. Esta es la propuesta de este día, no es la obligación, es la propuesta de algo mejor y mayor.
Es el empuje de algo que no podríamos hacer si no fuera porque Jesús lo hizo por nosotros y porque nos da esa fuerza. Naturalmente así no se puede, sobrenaturalmente sí. Esa es la perfección de la que habla Jesús. Ser perfectos no significa no equivocarse, ser un perfectito que le sale todo bien, sino que ser perfecto evangélicamente es buscar y querer amar como ama el Padre, con el amor que proviene de él, con amor que viene de lo alto. Si se puede ser perfecto al modo del Evangelio, es mentira que no se puede. Miles y millones de santos lo lograron con la gracia del cielo. Mientras no queramos esto, mientras pensemos que la perfección del Evangelio es para algunos, estaremos todavía viviendo casi como paganos, no como creyentes, viviremos como la mayoría del mundo, intentando ser un poco buenos y evitando cruzarse con las personas que no son tan amables. Los enemigos serían todas aquellas personas que no nos sale amar naturalmente.
Jesús no pretende que seamos amigos de los que nos molestan, de los poco amables o de los malos, pretende que por lo menos no les quitemos el saludo, pretende especialmente que recemos por ellos. Si empezamos a transitar este camino, empezaremos a sentir la alegría de ser hijos, de ser hermanos de todos, de vivir sin rencores, de vivir sin destruir, de construir siempre. Eso es la perfección que nos pide Jesús, la perfección del Padre que está en el cielo.

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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 16 de marzo + II Domingo de Cuaresma(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 28b-36

Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
El no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo.» Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo.
Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 9, 28b-36:

Si el domingo pasado, para empezar la Cuaresma, no teníamos miedo, por lo menos la Palabra de Dios quería quitarnos ese miedo a la tentación, a la prueba, a las dificultades de la vida, incluso veíamos que eran necesarias para crecer y madurar, porque también descubríamos que al mismo Jesús le pasaba lo mismo, pasaba por lo mismo que nos pasa a nosotros, y él fue tentado en nosotros; hoy podríamos decir que la Palabra de Dios, en este momento de la vida de Jesús que es la transfiguración, nos quiere de algún modo consolar, mostrándonos el final del camino. Levantá la cabeza, nos dice hoy, hacia allá vamos, no mires todo el día para abajo, no mires lo difícil que es el desierto y la tentación, como hizo Jesús con sus discípulos, los llevó al Tabor.
¿Te acordás de esta frase de san Agustín: «Nuestra vida mientras dure esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones. Porque nuestro crecimiento se realiza por medio de la tentación y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni nadie puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones»? Y no es que a nosotros nos gusta el sufrimiento por el sufrimiento mismo, eso es una caricatura del cristianismo, no es que buscamos las dificultades porque nos gusta nada más, no es que solamente vale lo que duele, como algunos dicen, sino que en la Cuaresma se nos quiere dar como un baldazo de «realidad», diríamos, realismo, un no querer ocultar la verdad de la vida, una de las grandes verdades de la vida como esta, que para resucitar, primero tenemos que morir; para vencer, primero hay que luchar; para encontrar, hay que buscar; para recibir, también hay que pedir; para gozar, hay que amar y entregarse; para amar, tenemos que renunciar y al renunciar inevitablemente de algún modo sufrimos, muchas veces en el interior de nuestro corazón.
Jesús lleva al monte Tabor a los discípulos, a los más cercanos, aquellos que él quiso para mostrarse como Dios por un momento, para mostrarles el esplendor de su gloria, para mostrarles lo que les espera a ellos si saben perseverar, si a pesar del cansancio siguen caminando. Y debe haber sido tan maravilloso ese momento que Pedro quiso hacer tres carpas, quiso quedarse ahí para siempre, prefirió hacer un campamento de elite para algunos, solo con Jesús, con Moisés y Elías, para no bajar al llano de su realidad, para evitar bajar a la realidad, nada más normal que la reacción de Pedro. Lo mismo hubiésemos hecho nosotros. Pedro siempre nos representa por su sencillez, humanidad, su espontaneidad, que cualquiera de nosotros hubiera tenido también. Porque apenas vivimos un lindo momento en la vida, ya sea en lo más humano y sencillo y cotidiano, como una experiencia de Dios fuerte, cuando apenas experimentamos su presencia, que sería como una transfiguración, queremos permanecer ahí para siempre. Queremos, de alguna manera, que ese momento sea inolvidable, queremos olvidarnos del día a día, de lo que debemos hacer y nos olvidamos claramente de que tenemos que bajar, a trabajar y a seguir caminando. Nos encanta volar a veces y evitar las dificultades diarias. En realidad, lo que Jesús les hace a los discípulos experimentar no es para que se queden regodeándose entre ellos, sino para evitarles el miedo futuro y para enseñarles a superarlo, para enseñarles a confiar cuando venga el momento de la cruz. Jesús nos muestra el final del camino, nos muestra el final de la película, para que no desfallezcamos mientras andamos por el desierto. Ya sabemos cómo va a terminar la historia. Ya sabemos que, si sabemos perseverar, Jesús nos hará llegar hasta donde está él. En esta vida, él nos da su amor, a veces lo sentimos a cuenta gotas, pero mostrándonos que al final la victoria está asegurada si vamos con él, si no nos alejamos de él, si luchamos siempre con él, si somos tentados con él también triunfaremos con él. Esa es nuestra esperanza.
Tenemos que escucharlo y aprender a confiar, como tuvo que hacerlo Abraham en la primera lectura que escuchamos hoy. Tuvo que confiar, aunque no vio todo, no vio el final del camino completamente, sino que vio una luz que le mostró un poco para poder terminar. Así como tuvieron que hacerlo los apóstoles hoy, a Pedro y a nosotros siempre nos asecha esta tentación, como la de hacer un campamento y no volver a la realidad, de querer vivir de experiencias de Dios para nosotros nada más, que nos pueden alejar paradójicamente de los demás, esa no es la verdadera experiencia del cristiano. El cristiano es el que reconoce las dos cosas: la cruz y la gloria que vendrá, la experiencia de Jesús, pero llevada a lo cotidiano, a lo normal, a la familia, al trabajo, a los hijos, a los amigos. El cristiano en serio es el que no se olvida de lo regalado mientras camina hacia adelante, con obstáculos; sí, es verdad, con dolores, con molestias, pero por eso no le escapa la cruz. Porque sabe que después vendrá lo mejor. Los cristianos en serio son los que aceptan con fe las palabras del Padre de Algo del Evangelio de hoy: «Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo».
Y por eso confiamos en que todo esto es verdad, que todo esto es una invitación a confiar. Confiemos, es lindo y necesario confiar. Sepamos esperar, y que en cada prueba, dolor, sufrimiento, dificultad, cada desgarro de la vida que está al final del camino, nos anime y que nos empuje a caminar mientras amamos y enseñamos a amar a los de al lado, y nos dejamos enseñar amar por los demás también. Cuando lleguemos a esa luz, podremos mirar para atrás y decir con certeza: «Benditas pruebas y dificultades, benditos sufrimientos que me ayudaron a crecer y a llegar al final de este camino para estar eternamente con Jesús y con todos los santos».

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/12 07:02:18
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