Comentario a Lucas 5, 12-16:
¿Experimentaste alguna vez esa linda sensación de lograr cambiar algo importante en tu vida, de proponerte dejar de lado algo que no te hacía bien y lograrlo, de ponerte una meta sencilla y alcanzarla, de abandonar una actitud, un pensamiento, un sentimiento y reemplazarlo por otro que te hacen más feliz? No es imposible, hay que querer y pedir, se puede cambiar y creer, se puede creer que es posible cambiar. Si todos creyéramos que es posible dejar de lado el egoísmo, la avaricia, la pereza, la soberbia y todo lo que nos aísla de los demás, este mundo tan lindo, sería mucho más lindo todavía. Solo tenemos que “ofrecer nuestro corazón” como dice por ahí una canción. No todo está perdido, depende también de cada uno de nosotros, no hay que esperar cambios de afuera, cambios de gobiernos, cambios económicos, sino que somos nosotros los que podemos cambiar sin esperar lo milagroso de afuera.
Pero hay un primer paso que debemos dar antes de proponernos cambiar. Cambiamos en la medida en que nos damos cuenta de que tenemos algo para cambiar. Mientras tanto andamos en la ignorancia. Mientras tanto no nos damos cuenta. Por eso el primer paso del que quiere cambiar algo de su vida es darse cuenta de que tiene algo para cambiar, de que le falta algo, de que tiene alguna debilidad, de que tiene algo para mejorar.
¿Vos y yo tenemos algo para cambiar y creer? ¿Vos y yo tenemos algo en lo que podemos volver a creer y confiar para poder cambiar? Yo muchas cosas, muchísimas. Solo reconociendo que nuestra vida es un “salir”, como lo hizo Jesús, vamos experimentando que andamos en camino, pero que siempre nos falta algo, siempre podemos más, siempre se puede cambiar y creer. Estar con gente, escucharla y darse cuenta de los sufrimientos ajenos nos despierta del letargo en el que sin querer vivimos cuando nos acostumbramos a la rutina.
En algo del evangelio de hoy vemos un encuentro importantísimo, este encuentro tan lindo de Jesús con el leproso. Los encuentros con Jesús, la verdad que son una maravilla, cada escena es para asombrarse y nos anima a rezar y a poder sacar conclusiones para nuestra vida. Hay tantas maneras de encontrarse con Jesús como personas y como escenarios para hacerlo. Esto quiere decir que cada encuentro con Él, ya sea nuestro o de cualquier persona es distinto; y lo lindo está ahí, que esos momentos nunca son iguales.
Pensá esto en tu vida; si sigue todo igual, si siempre es todo lo mismo, es porque en realidad no nos estamos "encontrando" con Él. Cada encuentro es nuevo, es diferente, es renovador, cambia, cambia la vida. Bueno, así paso en la vida de Jesús, así sigue pasando; así le pasó a este leproso.
Y te propongo que nos detengamos en esta "manera" de pedir del leproso, porque después Jesús se conmueve y es lindo pensar en esto.
Pero, ¿qué hace el leproso? ¿Qué dice?: "Si quieres, si quieres puedes purificarme". Qué manera de pedir ¿no?, qué manera de pedir tan particular, hay muchas otras en el Evangelio, pero pensemos en esta. "Si quieres puedes purificarme"; es la actitud del que quiere obviamente –por eso se acerca, por eso se postra, por eso ruega–, pero es la actitud del que quiere y al mismo tiempo se abandona a la voluntad del otro. Quiere, pero se abandona, ve que hay algo más grande, no manipula, sino que se abandona: "Señor si quieres sacame esto, si querés sacame de este pecado, si querés liberame de esta atadura, si querés liberame de este odio, de este rencor, si querés liberame de esta tristeza, si querés... Yo quiero, obviamente; pero si Vos querés..."
También es la actitud del que quiere, pero al mismo tiempo está dispuesto a que no pase, a que no suceda lo que pide; una actitud profundamente humilde.
Pensemos cómo pedimos a veces; ¿pedimos "exigiendo", pedimos pretendiendo que las cosas sean como nosotros queremos? Es verdad que muchas veces tenemos que pedir con tanta fe que incluso podemos pensar que ya recibimos lo que pedimos; pero cuidado… Hoy vemos la actitud del que pide, pero del que está dispuesto a que no suceda lo que desea.
¿Experimentaste alguna vez esa linda sensación de lograr cambiar algo importante en tu vida, de proponerte dejar de lado algo que no te hacía bien y lograrlo, de ponerte una meta sencilla y alcanzarla, de abandonar una actitud, un pensamiento, un sentimiento y reemplazarlo por otro que te hacen más feliz? No es imposible, hay que querer y pedir, se puede cambiar y creer, se puede creer que es posible cambiar. Si todos creyéramos que es posible dejar de lado el egoísmo, la avaricia, la pereza, la soberbia y todo lo que nos aísla de los demás, este mundo tan lindo, sería mucho más lindo todavía. Solo tenemos que “ofrecer nuestro corazón” como dice por ahí una canción. No todo está perdido, depende también de cada uno de nosotros, no hay que esperar cambios de afuera, cambios de gobiernos, cambios económicos, sino que somos nosotros los que podemos cambiar sin esperar lo milagroso de afuera.
Pero hay un primer paso que debemos dar antes de proponernos cambiar. Cambiamos en la medida en que nos damos cuenta de que tenemos algo para cambiar. Mientras tanto andamos en la ignorancia. Mientras tanto no nos damos cuenta. Por eso el primer paso del que quiere cambiar algo de su vida es darse cuenta de que tiene algo para cambiar, de que le falta algo, de que tiene alguna debilidad, de que tiene algo para mejorar.
¿Vos y yo tenemos algo para cambiar y creer? ¿Vos y yo tenemos algo en lo que podemos volver a creer y confiar para poder cambiar? Yo muchas cosas, muchísimas. Solo reconociendo que nuestra vida es un “salir”, como lo hizo Jesús, vamos experimentando que andamos en camino, pero que siempre nos falta algo, siempre podemos más, siempre se puede cambiar y creer. Estar con gente, escucharla y darse cuenta de los sufrimientos ajenos nos despierta del letargo en el que sin querer vivimos cuando nos acostumbramos a la rutina.
En algo del evangelio de hoy vemos un encuentro importantísimo, este encuentro tan lindo de Jesús con el leproso. Los encuentros con Jesús, la verdad que son una maravilla, cada escena es para asombrarse y nos anima a rezar y a poder sacar conclusiones para nuestra vida. Hay tantas maneras de encontrarse con Jesús como personas y como escenarios para hacerlo. Esto quiere decir que cada encuentro con Él, ya sea nuestro o de cualquier persona es distinto; y lo lindo está ahí, que esos momentos nunca son iguales.
Pensá esto en tu vida; si sigue todo igual, si siempre es todo lo mismo, es porque en realidad no nos estamos "encontrando" con Él. Cada encuentro es nuevo, es diferente, es renovador, cambia, cambia la vida. Bueno, así paso en la vida de Jesús, así sigue pasando; así le pasó a este leproso.
Y te propongo que nos detengamos en esta "manera" de pedir del leproso, porque después Jesús se conmueve y es lindo pensar en esto.
Pero, ¿qué hace el leproso? ¿Qué dice?: "Si quieres, si quieres puedes purificarme". Qué manera de pedir ¿no?, qué manera de pedir tan particular, hay muchas otras en el Evangelio, pero pensemos en esta. "Si quieres puedes purificarme"; es la actitud del que quiere obviamente –por eso se acerca, por eso se postra, por eso ruega–, pero es la actitud del que quiere y al mismo tiempo se abandona a la voluntad del otro. Quiere, pero se abandona, ve que hay algo más grande, no manipula, sino que se abandona: "Señor si quieres sacame esto, si querés sacame de este pecado, si querés liberame de esta atadura, si querés liberame de este odio, de este rencor, si querés liberame de esta tristeza, si querés... Yo quiero, obviamente; pero si Vos querés..."
También es la actitud del que quiere, pero al mismo tiempo está dispuesto a que no pase, a que no suceda lo que pide; una actitud profundamente humilde.
Pensemos cómo pedimos a veces; ¿pedimos "exigiendo", pedimos pretendiendo que las cosas sean como nosotros queremos? Es verdad que muchas veces tenemos que pedir con tanta fe que incluso podemos pensar que ya recibimos lo que pedimos; pero cuidado… Hoy vemos la actitud del que pide, pero del que está dispuesto a que no suceda lo que desea.
Y otro detalle que podemos rescatar del leproso es esa actitud del que quiere, pero no exige, "Si quieres; puedes..." Yo te pido, pero no te exijo, no soy quién para exigir. La actitud de este leproso es la de un hombre verdaderamente humilde.
Todo esto nos debe servir para preguntarnos, para cuestionarnos ¿cómo pedimos? ¿Cómo nos acercamos a Jesús? ¿Qué es lo que le pedimos? Entonces, preguntémonos hoy ¿Cómo pedimos? ¿Qué pedimos y qué pretendemos al pedir? Todo un trabajo para la oración.
Bueno, ojalá que este encuentro de Jesús con el leproso nos ayude a pensar los encuentros que tenemos nosotros con Él, los encuentros diarios o esporádicos. Cada uno debe pedir como le salga, pero todos debemos revisar la manera de pedir, no se pide de cualquier manera cuando estamos ante Jesús; no podemos pedir de cualquier manera. Él es Dios hecho hombre y nosotros somos simples y pequeñas creaturas.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Todo esto nos debe servir para preguntarnos, para cuestionarnos ¿cómo pedimos? ¿Cómo nos acercamos a Jesús? ¿Qué es lo que le pedimos? Entonces, preguntémonos hoy ¿Cómo pedimos? ¿Qué pedimos y qué pretendemos al pedir? Todo un trabajo para la oración.
Bueno, ojalá que este encuentro de Jesús con el leproso nos ayude a pensar los encuentros que tenemos nosotros con Él, los encuentros diarios o esporádicos. Cada uno debe pedir como le salga, pero todos debemos revisar la manera de pedir, no se pide de cualquier manera cuando estamos ante Jesús; no podemos pedir de cualquier manera. Él es Dios hecho hombre y nosotros somos simples y pequeñas creaturas.
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p. Rodrigo Aguilar
Domingo 12 de enero + Bautismo del Señor(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 15-16. 21-22
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.»
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»
Palabra del Señor.
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.»
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»
Palabra del Señor.
Comentario Lucas 3, 15-16. 21-22:
Buen domingo. Con esta fiesta del Bautismo del Señor terminamos este tiempo de Navidad, este tiempo que la Iglesia nos regaló para dedicarnos a contemplar la bondad de un Dios que se hizo pequeño por nosotros, se hizo hombre, se hizo «carne» –«la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros»– para vivir con nosotros; y con esta fiesta del Bautismo nos enseña cómo quiso vivir con nosotros, no de cualquier manera, y además nos quiere enseñar a vivir para que nosotros no solo seamos, sino que vivamos como hijos de Dios.
El bautismo del Señor es el comienzo de la vida pública de Jesús. Él se hace bautizar, se acerca a donde estaba Juan el Bautista, el precursor, y hace «la fila» como cualquier otro que también se acercaba a bautizarse, a un bautismo del perdón de los pecados. Se acerca a Juan el Bautista para ser sumergido, bautizado como si fuese un pecador más; pensemos en esto: Jesús en la fila como un pecador más. Todavía nadie lo conoce, todavía nadie sabe verdaderamente quién es; faltará que se abran los cielos y se escuche la voz del Padre: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección», y el Espíritu Santo, como paloma, descendió sobre él.
«Detrás de mí –también dice Juan el Bautista– viene alguien que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias». Juan el Bautista, que está siempre ubicado, sabe perfectamente lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer.
Tenemos un Dios –perdón la expresión– un poco «loco», podríamos decir. Hace lo que no le corresponde por amor, la locura del amor. Él se solidariza con cada uno de nosotros, pero por amor; se sumerge en ese río Jordán dejándose mojar por las aguas impuras del pecado del mundo, del pecado de todos los hombres. Esa es la imagen: el Jordán es el lugar donde se quedan los pecados de los hombres que se van a bautizar. Jesús se moja en esas aguas llenas de nuestros pecados, carga sobre sí los pecados de todo el mundo y comienza un camino hacia la cruz, su camino de obediencia; porque en definitiva eso será la cruz: la obediencia hasta el final al Padre.
La Palabra se hizo carne para vivir entre nosotros y para venir a cumplir la misión que el Padre le encomendó; esa es la gran tarea de Jesús, cumplir la misión que el Padre quería para la salvación del mundo; esa es la gran tarea de Jesús, comenzar con el bautismo esta entrega que se seguirá dando durante toda su vida.
La primera palabra de la Palabra que se hace carne, valga la redundancia, no es una palabra que salió de su boca, sino que es un gesto, un gesto de humildad. El poder de Dios se manifiesta siempre en la humildad, la humildad de Dios que quiere ablandarnos el corazón para mostrarnos el camino. El que nos salvó fue humilde, el que nos perdonó es humilde, el que se entrega cada día en la Eucaristía es humilde. La humildad es la virtud del Señor, es su fuerza; es la fuerza transformadora de nuestro corazón endurecido por el orgullo y la soberbia. Aprendamos de Jesús que hace la fila como cualquiera, aunque no tenía pecado. Aprendamos a ser y a comportarnos como hijos amados de Dios, pero hijos humildes de Dios Padre, que sienten y viven no con autosuficiencia, sino sabiendo que todo lo recibimos de él. Para vivir como hijos, hay que saberse y sentirse hijo. Por eso hoy que cada uno de nosotros pueda escuchar en su corazón las mismas palabras que dijo el Padre al abrirse el cielo cuando fue bautizado Jesús, las mismas palabras que el Padre Dios dijo cuando fuimos bautizados nosotros, cuando nuestros padres nos acercaron a la fuente bautismal: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta mi predilección».
Jesús es el predilecto del Padre, fue elegido desde toda la eternidad; nosotros también, antes de nacer ya habíamos sido elegidos para que nos sintiéramos amados. Solamente podemos ser y vivir como hijos cumpliendo la voluntad del Padre en cada cosa que hacemos si nos sentimos amados por él.
Buen domingo. Con esta fiesta del Bautismo del Señor terminamos este tiempo de Navidad, este tiempo que la Iglesia nos regaló para dedicarnos a contemplar la bondad de un Dios que se hizo pequeño por nosotros, se hizo hombre, se hizo «carne» –«la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros»– para vivir con nosotros; y con esta fiesta del Bautismo nos enseña cómo quiso vivir con nosotros, no de cualquier manera, y además nos quiere enseñar a vivir para que nosotros no solo seamos, sino que vivamos como hijos de Dios.
El bautismo del Señor es el comienzo de la vida pública de Jesús. Él se hace bautizar, se acerca a donde estaba Juan el Bautista, el precursor, y hace «la fila» como cualquier otro que también se acercaba a bautizarse, a un bautismo del perdón de los pecados. Se acerca a Juan el Bautista para ser sumergido, bautizado como si fuese un pecador más; pensemos en esto: Jesús en la fila como un pecador más. Todavía nadie lo conoce, todavía nadie sabe verdaderamente quién es; faltará que se abran los cielos y se escuche la voz del Padre: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección», y el Espíritu Santo, como paloma, descendió sobre él.
«Detrás de mí –también dice Juan el Bautista– viene alguien que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias». Juan el Bautista, que está siempre ubicado, sabe perfectamente lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer.
Tenemos un Dios –perdón la expresión– un poco «loco», podríamos decir. Hace lo que no le corresponde por amor, la locura del amor. Él se solidariza con cada uno de nosotros, pero por amor; se sumerge en ese río Jordán dejándose mojar por las aguas impuras del pecado del mundo, del pecado de todos los hombres. Esa es la imagen: el Jordán es el lugar donde se quedan los pecados de los hombres que se van a bautizar. Jesús se moja en esas aguas llenas de nuestros pecados, carga sobre sí los pecados de todo el mundo y comienza un camino hacia la cruz, su camino de obediencia; porque en definitiva eso será la cruz: la obediencia hasta el final al Padre.
La Palabra se hizo carne para vivir entre nosotros y para venir a cumplir la misión que el Padre le encomendó; esa es la gran tarea de Jesús, cumplir la misión que el Padre quería para la salvación del mundo; esa es la gran tarea de Jesús, comenzar con el bautismo esta entrega que se seguirá dando durante toda su vida.
La primera palabra de la Palabra que se hace carne, valga la redundancia, no es una palabra que salió de su boca, sino que es un gesto, un gesto de humildad. El poder de Dios se manifiesta siempre en la humildad, la humildad de Dios que quiere ablandarnos el corazón para mostrarnos el camino. El que nos salvó fue humilde, el que nos perdonó es humilde, el que se entrega cada día en la Eucaristía es humilde. La humildad es la virtud del Señor, es su fuerza; es la fuerza transformadora de nuestro corazón endurecido por el orgullo y la soberbia. Aprendamos de Jesús que hace la fila como cualquiera, aunque no tenía pecado. Aprendamos a ser y a comportarnos como hijos amados de Dios, pero hijos humildes de Dios Padre, que sienten y viven no con autosuficiencia, sino sabiendo que todo lo recibimos de él. Para vivir como hijos, hay que saberse y sentirse hijo. Por eso hoy que cada uno de nosotros pueda escuchar en su corazón las mismas palabras que dijo el Padre al abrirse el cielo cuando fue bautizado Jesús, las mismas palabras que el Padre Dios dijo cuando fuimos bautizados nosotros, cuando nuestros padres nos acercaron a la fuente bautismal: «Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta mi predilección».
Jesús es el predilecto del Padre, fue elegido desde toda la eternidad; nosotros también, antes de nacer ya habíamos sido elegidos para que nos sintiéramos amados. Solamente podemos ser y vivir como hijos cumpliendo la voluntad del Padre en cada cosa que hacemos si nos sentimos amados por él.
¿Nos sentimos amados por el Padre, elegidos, predilectos? Si nos sentimos amados, empezaremos a vivir como hijos, cumplamos la voluntad de nuestro Padre, como lo hizo el Hijo de Dios.
Si no nos sentimos amados, pidámosle la gracia: «Señor, que hoy me sienta un poco más amado por Vos. Que al sentirme amado yo pueda también llevar ese amor a los demás». El que no se siente amado difícilmente puede amar como el Padre quiere que amemos. Es una gracia que tenemos que pedir, es un don que viene de lo alto, es un don que recibimos también del Espíritu.
Que el Espíritu Santo, que nos bautizó con el fuego, nos purifique de nuestro egoísmo y orgullo que no nos permite ser humildes y sentirnos amados por Dios.
Ser hijo de Dios es darse cuenta que somos parte de una gran multitud de hijos.
Ser hijo es mirar alrededor y reconocer que tenemos la misma dignidad que cualquiera, incluso del que a veces despreciamos.
Ser hijo es aceptar que somos hermanos y que solo descubriéndonos así, hijos de un mismo padre, podremos vivir la alegría de ser una verdadera familia.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Si no nos sentimos amados, pidámosle la gracia: «Señor, que hoy me sienta un poco más amado por Vos. Que al sentirme amado yo pueda también llevar ese amor a los demás». El que no se siente amado difícilmente puede amar como el Padre quiere que amemos. Es una gracia que tenemos que pedir, es un don que viene de lo alto, es un don que recibimos también del Espíritu.
Que el Espíritu Santo, que nos bautizó con el fuego, nos purifique de nuestro egoísmo y orgullo que no nos permite ser humildes y sentirnos amados por Dios.
Ser hijo de Dios es darse cuenta que somos parte de una gran multitud de hijos.
Ser hijo es mirar alrededor y reconocer que tenemos la misma dignidad que cualquiera, incluso del que a veces despreciamos.
Ser hijo es aceptar que somos hermanos y que solo descubriéndonos así, hijos de un mismo padre, podremos vivir la alegría de ser una verdadera familia.
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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 13 de enero + I Lunes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 14-20
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
Palabra del Señor.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y Yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 1, 14-20:
Buen día. Espero que empieces una linda semana escuchando más a Jesús, todos juntos escuchando más su Palabra, cada uno desde su lugar, cada uno desde su situación, desde su vocación. Eso en este momento no importa tanto, lo importante es que todos escuchemos cada día la Palabra de Dios, y escuchándolo a él podamos conocerlo y amarlo más, y amándolo más colaboremos un poco, cada uno desde su aporte, desde su lugar a hacer de este mundo algo mejor –con más caridad, con más paz–.
Como decíamos ayer, empezamos un tiempo distinto. También un tiempo distinto en el que nos acompañará otro Evangelio durante la semana, de lunes a sábado, y también los domingos, salvo en algunas excepciones. Empezamos hoy a leer y escuchar el Evangelio de Marcos.
Y las primeras palabras de Jesús son estas: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». «Conviértanse» en realidad viene de una palabra griega que se dice «metanoia» que significa «cambio de mentalidad». Jesús nos invita al cambio, a un cambio profundo y no a un cambio por fuera, a hacernos como se dice acá «chapa y pintura», o sea, algo exterior. Hay que cambiar de mentalidad, de corazón para reconocer el Reino de Dios que está muy cerca, que está entre nosotros. Hay que cambiar el corazón y la mente para reconocer la humildad de un niño nacido en un pesebre bien pobre. Hay que cambiar la manera de pensar sobre cómo es Dios y cómo lo esperamos ver; a veces para darnos cuenta de que Dios es omnipotente, pero mucho más sencillo de lo que pensamos. No es solo un cambio moral, de nuestros comportamientos, –cosa que por supuesto es necesaria–, es también muy necesario cambiar nuestra forma de pensar sobre cómo miramos la realidad, la nuestra y la que nos rodea.
Entonces, podemos preguntarnos: ¿qué es primero: cambiar las actitudes o la mentalidad? Es difícil decirlo, casi como decir: ¿qué es primero: el huevo o la gallina? Pero lo que sí podemos decir es que «convertirse», para la Palabra de Dios, primero no significa ser bueno, portarse bien, ser perfecto y no equivocarse, como muchas veces nos enseñaron o aprendimos nosotros. Convertirse significa animarse a cambiar nuestras estructuras mentales que se transforman muchas veces en barreras, para que después justamente pueda penetrar el evangelio, para poder después aceptar los modos de ser de Dios, su manera de amar y de enseñarnos a amar. Porque Dios muchas veces termina siendo muy ilógico según nuestro modo de ver las cosas; o dicho de otra manera, la lógica de Jesús termina chocando con nuestra pobre lógica que muchas veces pretende ser la verdadera sin aceptar la de Dios. Cambiar quiere decir aceptar antes que nada que la lógica de Dios, su modo de amar, muchas veces es ilógico para nosotros, y eso nos cuesta aceptarlo. Cambiar es lo más difícil de nuestra fe. Cambiar implica una gran violencia interior. Quiere decir que tenemos que doblegar muchas cosas que sin darnos cuenta nos dominan. Por ejemplo: podemos pasarnos la vida diciendo que creemos, que amamos a Jesús, que esto y que lo otro; pero cuando viene el dolor en nuestra vida, cuando nos toca la puerta el sufrimiento propio o ajeno, somos capaces de tirar todo por el balcón, porque no comprendemos que pueden pasar algunas cosas, porque pretendíamos algo distinto de Dios –y como si fuera incluso que Dios nos manda los sufrimientos–. A todos nos puede pasar. Por eso, aprovechemos hoy para pedir la fe verdadera, no la que a veces nos fabricamos nosotros sin querer. Nadie está exento de enojarse o de no comprender a Dios, es muy humano y a veces necesario para reconocer en serio qué significa creer, pero mientras tanto no esperemos que nos pase. Convertirse es cambiar, cambiar es difícil. Cambiar es salir de la comodidad para creer en un Dios que también cambió por nosotros.
Jesús nos llama, como a Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Así aparece en Algo del Evangelio de hoy. Ellos se dejaron atrapar por lo distinto, por un Jesús que seguramente los cautivó.
Buen día. Espero que empieces una linda semana escuchando más a Jesús, todos juntos escuchando más su Palabra, cada uno desde su lugar, cada uno desde su situación, desde su vocación. Eso en este momento no importa tanto, lo importante es que todos escuchemos cada día la Palabra de Dios, y escuchándolo a él podamos conocerlo y amarlo más, y amándolo más colaboremos un poco, cada uno desde su aporte, desde su lugar a hacer de este mundo algo mejor –con más caridad, con más paz–.
Como decíamos ayer, empezamos un tiempo distinto. También un tiempo distinto en el que nos acompañará otro Evangelio durante la semana, de lunes a sábado, y también los domingos, salvo en algunas excepciones. Empezamos hoy a leer y escuchar el Evangelio de Marcos.
Y las primeras palabras de Jesús son estas: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». «Conviértanse» en realidad viene de una palabra griega que se dice «metanoia» que significa «cambio de mentalidad». Jesús nos invita al cambio, a un cambio profundo y no a un cambio por fuera, a hacernos como se dice acá «chapa y pintura», o sea, algo exterior. Hay que cambiar de mentalidad, de corazón para reconocer el Reino de Dios que está muy cerca, que está entre nosotros. Hay que cambiar el corazón y la mente para reconocer la humildad de un niño nacido en un pesebre bien pobre. Hay que cambiar la manera de pensar sobre cómo es Dios y cómo lo esperamos ver; a veces para darnos cuenta de que Dios es omnipotente, pero mucho más sencillo de lo que pensamos. No es solo un cambio moral, de nuestros comportamientos, –cosa que por supuesto es necesaria–, es también muy necesario cambiar nuestra forma de pensar sobre cómo miramos la realidad, la nuestra y la que nos rodea.
Entonces, podemos preguntarnos: ¿qué es primero: cambiar las actitudes o la mentalidad? Es difícil decirlo, casi como decir: ¿qué es primero: el huevo o la gallina? Pero lo que sí podemos decir es que «convertirse», para la Palabra de Dios, primero no significa ser bueno, portarse bien, ser perfecto y no equivocarse, como muchas veces nos enseñaron o aprendimos nosotros. Convertirse significa animarse a cambiar nuestras estructuras mentales que se transforman muchas veces en barreras, para que después justamente pueda penetrar el evangelio, para poder después aceptar los modos de ser de Dios, su manera de amar y de enseñarnos a amar. Porque Dios muchas veces termina siendo muy ilógico según nuestro modo de ver las cosas; o dicho de otra manera, la lógica de Jesús termina chocando con nuestra pobre lógica que muchas veces pretende ser la verdadera sin aceptar la de Dios. Cambiar quiere decir aceptar antes que nada que la lógica de Dios, su modo de amar, muchas veces es ilógico para nosotros, y eso nos cuesta aceptarlo. Cambiar es lo más difícil de nuestra fe. Cambiar implica una gran violencia interior. Quiere decir que tenemos que doblegar muchas cosas que sin darnos cuenta nos dominan. Por ejemplo: podemos pasarnos la vida diciendo que creemos, que amamos a Jesús, que esto y que lo otro; pero cuando viene el dolor en nuestra vida, cuando nos toca la puerta el sufrimiento propio o ajeno, somos capaces de tirar todo por el balcón, porque no comprendemos que pueden pasar algunas cosas, porque pretendíamos algo distinto de Dios –y como si fuera incluso que Dios nos manda los sufrimientos–. A todos nos puede pasar. Por eso, aprovechemos hoy para pedir la fe verdadera, no la que a veces nos fabricamos nosotros sin querer. Nadie está exento de enojarse o de no comprender a Dios, es muy humano y a veces necesario para reconocer en serio qué significa creer, pero mientras tanto no esperemos que nos pase. Convertirse es cambiar, cambiar es difícil. Cambiar es salir de la comodidad para creer en un Dios que también cambió por nosotros.
Jesús nos llama, como a Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Así aparece en Algo del Evangelio de hoy. Ellos se dejaron atrapar por lo distinto, por un Jesús que seguramente los cautivó.
Si no, no hubiesen dejado todo así nomás, tan rápido. Se dejaron convertir el corazón y creyeron. Después junto a él fueron aprendiendo y conociéndolo verdaderamente. No lo conocieron solo ese día, sino durante toda su vida. Nosotros podemos andar en la misma.
Pidamos saber cambiar para creer y creer para poder cambiar. Pidamos sentirnos llamados por Jesús que pasa por la orilla de nuestras vidas, nos ve trabajando, nos ve «estando en la nuestra»; y nos vuelve a decir: «Seguime». Animate a creer en un Dios que es distinto a lo que nosotros creemos. Animate a creer en un Dios que nos invita a veces a lo inesperado, a lo sorpresivo, a lo que nos conduce a lo desconocido, pero con una gran certeza; pero que finalmente nos dará la verdadera alegría, la verdadera luz que necesitamos en nuestras vidas.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
p. Rodrigo Aguilar
Pidamos saber cambiar para creer y creer para poder cambiar. Pidamos sentirnos llamados por Jesús que pasa por la orilla de nuestras vidas, nos ve trabajando, nos ve «estando en la nuestra»; y nos vuelve a decir: «Seguime». Animate a creer en un Dios que es distinto a lo que nosotros creemos. Animate a creer en un Dios que nos invita a veces a lo inesperado, a lo sorpresivo, a lo que nos conduce a lo desconocido, pero con una gran certeza; pero que finalmente nos dará la verdadera alegría, la verdadera luz que necesitamos en nuestras vidas.
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p. Rodrigo Aguilar
Martes 14 de enero + I Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 21-28
Jesús entró a Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: « ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
Palabra del Señor.
Jesús entró a Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios».
Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre.
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: « ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!» Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 1, 21-28:
Debemos reconocer que a veces usamos muy mal la palabra «poder». O también podríamos decir que usamos mal el poder que todos tenemos. Está tan embarrada esta palabra que pareciera que tener poder no es tan bueno y todos los que lo tienen lo usan mal, y sin embargo, en el verdadero sentido de la palabra, todos tenemos «algo de poder» y no tenemos que tener miedo a decirlo.
Ser hombres creados a imagen y semejanza del creador es tener libertad, y tener libertad es tener un gran poder en nuestras manos. Vuelvo a decir, ¡qué mal usamos a veces la palabra poder!, incluso la usamos mal para hablar del mismísimo Dios, de Jesús, que se hizo hombre. Sin embargo, el Evangelio del domingo decía: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo». Juan Bautista también tenía poder, como vos y yo. Todos tenemos poder, pero Jesús es más poderoso que nosotros; esa es la cuestión. Ahora, ¿qué es tener poder?, nos podemos preguntar. ¿Qué es el poder? ¿Qué significa tener poder? ¿Qué hizo Juan el Bautista con su poder? ¿Qué hizo Jesús con su gran poder? ¿No será que el poder tiene más que ver con el poder cambiar uno mismo, desde adentro? Intentaremos seguir reflexionando sobre este tema en estos días.
También podríamos decir hoy que ¡cómo cuesta cambiar ciertas cosas en nuestra vida! ¡Cómo cuesta cambiar cuando nos damos cuenta que es necesario cambiar, que es necesario hacer un esfuerzo para ser distintos, para amar más! Acordémonos que amar es cambiar sin dejar de ser lo que somos, pero no se ama sin hacer un esfuerzo y todo esfuerzo implica un cambio, de lugar, de pensamiento, de actitud, de sentir. Amar es también ir descubriendo quiénes somos; es ir conociéndonos más, conociendo nuestra vocación, nuestra misión, el sentido de nuestra vida.
Ayer escuchábamos que Jesús llamaba a unos pescadores, pero para transformarlos en pescadores de hombres, para ayudarlos a que se den cuenta que estaban hechos para cosas más grandes. Por eso, fueron descubriéndolo poco a poco, en la medida que se dejaron amar por Jesús, en la medida en que fueron aprendiendo de él, a medida que se fueron conociendo con sus limitaciones y capacidades. Es bueno que cada uno vaya pensando y rezando, de la mano de Algo del Evangelio, qué cambios podemos hacer en nuestra vida. ¿Qué cambios están al alcance de nuestras manos?, que veces no son muy grandes. Te diría que, todo lo contrario, muchas veces los grandes cambios empiezan con cosas muy sencillas, pequeñas, silenciosas, pero que cuestan mucho porque a veces no las vemos. A veces es «desacelerar» un poco, otras veces será «bajar un cambio», como se dice, muchas veces orientar el rumbo desviado. Por ahí será volver a encontrar el rumbo perdido, otras será dejar de hacer ciertas cosas, de pensarlas o dejar de taparlas. ¿Quién sabe? Mil maneras, mil formas de cambiar para creer. ¿Cambiar por cambiar? No, cambiar y creer. Cambiar para encontrar el Reino de Dios que está entre nosotros y no lo vemos. Creer que Jesús vino a inaugurar una etapa nueva de la historia, de nuestra vida, como aparece claramente en la Palabra de hoy.
La primera acción concreta de Jesús es la de expulsar un demonio. Es verdad que dice que Jesús enseñaba, enseñaba de una forma distinta, con autoridad –o sea, haciendo lo que decía–, no como nos pasa a veces a nosotros que enseñamos lo que no hacemos. Pero detengámonos en la autoridad de Jesús para vencer al malo, al maligno. No hay que olvidarse de esto, no podemos pasar de largo en el Evangelio esta realidad. Jesús vino a vencer al maligno, y lo hizo claramente. «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?», le dicen. Sí, Jesús vino a acabar con el malo en este mundo y lo que nos hace mal. El demonio es un mentiroso, pero a Jesús no le puede mentir. El demonio habla en plural, pero Jesús le habla en singular: «Cállate y sal de este hombre». Jesús lo descubre, lo vence con la verdad; el demonio nos quiere vencer con la mentira. ¡Qué linda noticia!: Jesús vino a «acabar» con el padre de la mentira.
Debemos reconocer que a veces usamos muy mal la palabra «poder». O también podríamos decir que usamos mal el poder que todos tenemos. Está tan embarrada esta palabra que pareciera que tener poder no es tan bueno y todos los que lo tienen lo usan mal, y sin embargo, en el verdadero sentido de la palabra, todos tenemos «algo de poder» y no tenemos que tener miedo a decirlo.
Ser hombres creados a imagen y semejanza del creador es tener libertad, y tener libertad es tener un gran poder en nuestras manos. Vuelvo a decir, ¡qué mal usamos a veces la palabra poder!, incluso la usamos mal para hablar del mismísimo Dios, de Jesús, que se hizo hombre. Sin embargo, el Evangelio del domingo decía: «Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo». Juan Bautista también tenía poder, como vos y yo. Todos tenemos poder, pero Jesús es más poderoso que nosotros; esa es la cuestión. Ahora, ¿qué es tener poder?, nos podemos preguntar. ¿Qué es el poder? ¿Qué significa tener poder? ¿Qué hizo Juan el Bautista con su poder? ¿Qué hizo Jesús con su gran poder? ¿No será que el poder tiene más que ver con el poder cambiar uno mismo, desde adentro? Intentaremos seguir reflexionando sobre este tema en estos días.
También podríamos decir hoy que ¡cómo cuesta cambiar ciertas cosas en nuestra vida! ¡Cómo cuesta cambiar cuando nos damos cuenta que es necesario cambiar, que es necesario hacer un esfuerzo para ser distintos, para amar más! Acordémonos que amar es cambiar sin dejar de ser lo que somos, pero no se ama sin hacer un esfuerzo y todo esfuerzo implica un cambio, de lugar, de pensamiento, de actitud, de sentir. Amar es también ir descubriendo quiénes somos; es ir conociéndonos más, conociendo nuestra vocación, nuestra misión, el sentido de nuestra vida.
Ayer escuchábamos que Jesús llamaba a unos pescadores, pero para transformarlos en pescadores de hombres, para ayudarlos a que se den cuenta que estaban hechos para cosas más grandes. Por eso, fueron descubriéndolo poco a poco, en la medida que se dejaron amar por Jesús, en la medida en que fueron aprendiendo de él, a medida que se fueron conociendo con sus limitaciones y capacidades. Es bueno que cada uno vaya pensando y rezando, de la mano de Algo del Evangelio, qué cambios podemos hacer en nuestra vida. ¿Qué cambios están al alcance de nuestras manos?, que veces no son muy grandes. Te diría que, todo lo contrario, muchas veces los grandes cambios empiezan con cosas muy sencillas, pequeñas, silenciosas, pero que cuestan mucho porque a veces no las vemos. A veces es «desacelerar» un poco, otras veces será «bajar un cambio», como se dice, muchas veces orientar el rumbo desviado. Por ahí será volver a encontrar el rumbo perdido, otras será dejar de hacer ciertas cosas, de pensarlas o dejar de taparlas. ¿Quién sabe? Mil maneras, mil formas de cambiar para creer. ¿Cambiar por cambiar? No, cambiar y creer. Cambiar para encontrar el Reino de Dios que está entre nosotros y no lo vemos. Creer que Jesús vino a inaugurar una etapa nueva de la historia, de nuestra vida, como aparece claramente en la Palabra de hoy.
La primera acción concreta de Jesús es la de expulsar un demonio. Es verdad que dice que Jesús enseñaba, enseñaba de una forma distinta, con autoridad –o sea, haciendo lo que decía–, no como nos pasa a veces a nosotros que enseñamos lo que no hacemos. Pero detengámonos en la autoridad de Jesús para vencer al malo, al maligno. No hay que olvidarse de esto, no podemos pasar de largo en el Evangelio esta realidad. Jesús vino a vencer al maligno, y lo hizo claramente. «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?», le dicen. Sí, Jesús vino a acabar con el malo en este mundo y lo que nos hace mal. El demonio es un mentiroso, pero a Jesús no le puede mentir. El demonio habla en plural, pero Jesús le habla en singular: «Cállate y sal de este hombre». Jesús lo descubre, lo vence con la verdad; el demonio nos quiere vencer con la mentira. ¡Qué linda noticia!: Jesús vino a «acabar» con el padre de la mentira.
No hay porqué temer, no tenemos que temer. No hay que negar su existencia y su insistencia en alejarnos de Jesús, pero no hay que darle más entidad de la que tiene. Jesús vino a acabar con su poder, vino a vencerlo para que nosotros aprendamos a vencerlo con la verdad.
Un cambio que está al alcance de nuestras manos, de nuestra decisión, es salir de la mentira dejando que Jesús la eche con su Palabra; no dejarnos engañar por el demonio que siempre prefiere mentirnos y mantenernos en el silencio, en la falta de verdad. La verdad espanta al demonio, la verdad lo aleja. No porque estemos poseídos, eso es muy raro, sino porque muchas veces no enfrentamos nuestra propia verdad, la verdad de lo que nos pasa. La tapamos, la ocultamos, la pateamos para adelante y por eso andamos así, como se dice, a los tumbos.
Pidámosle al Señor que hoy nos conceda la gracia de ser más sinceros con nosotros mismos y con él.
www.algodelevangelio.org
algodelevangelio@gmail.com
P. Rodrigo Aguilar
Un cambio que está al alcance de nuestras manos, de nuestra decisión, es salir de la mentira dejando que Jesús la eche con su Palabra; no dejarnos engañar por el demonio que siempre prefiere mentirnos y mantenernos en el silencio, en la falta de verdad. La verdad espanta al demonio, la verdad lo aleja. No porque estemos poseídos, eso es muy raro, sino porque muchas veces no enfrentamos nuestra propia verdad, la verdad de lo que nos pasa. La tapamos, la ocultamos, la pateamos para adelante y por eso andamos así, como se dice, a los tumbos.
Pidámosle al Señor que hoy nos conceda la gracia de ser más sinceros con nosotros mismos y con él.
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P. Rodrigo Aguilar