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17584 - Telegram Web
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Domingo 16 de febrero + VI Domingo durante el año(C) + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 12-13. 17. 20-26

Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles.
Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados!
¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!. ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!»

Palabra del Señor.
Comentario a Lucas 6, 12-13. 17. 20-26:

Así como ese día Jesús se retiró para orar, y pasó toda la noche en oración, hoy nosotros, en este domingo, podemos, de algún modo, hacer lo mismo. Cada domingo podríamos hacer el mismo ejercicio, para poder experimentar lo necesario que es apartarse un poco para rezar. No se reconoce la necesidad de oración que tenemos todos hasta que no la experimentamos, y no se la experimenta hasta que no se toma la decisión de apartarse y hacer el esfuerzo y disfrutarla. Ese es el desafío de todo cristiano, el mío y el tuyo. Necesitamos retirarnos, como lo hizo Jesús, es ahí donde todo se ve distinto, donde todo se siente distinto.
Dice Algo del Evangelio de hoy que Jesús fijó la mirada en sus amigos. Podemos pensar que también en nosotros, que al abrir su corazón con las bienaventuranzas lo que quiso hacer es pintarnos de algún modo su rostro, diciéndonos cómo es su corazón, que en definitiva en su rostro se reflejaba su corazón.
¿Queremos intentar vivir el Evangelio en serio? ¿Querés? El camino es vivir las bienaventuranzas; no cumplir los mandamientos, no cumplir las bienaventuranzas, sino vivirlas, porque no son unos mandamientos nuevos, sino que son promesas de un Padre para sus hijos.
Él nos promete ser bienaventurados, ser felices al modo del Evangelio, siguiendo el camino que nos señala, siguiéndolo a él, viviendo como él. Eso son las bienaventuranzas, por eso no te imagines más mandamientos, más peso, más cosas imposibles que hacer, sino que son un don, una posibilidad que nos da el corazón de Jesús que nos invita a vivir así, dándonos fuerza para hacerlo, para que nos parezcamos un poco más a él.
Por eso, seremos felices cuando creemos en sus promesas; y eso ya nos pone en un camino de felicidad, creer en lo que nos promete. Seremos felices si le creemos más a él que a las promesas que nos hacen de todos lados, haciéndonos creer que por tener mucho y ser reconocidos, estaremos mejor. Seremos felices si le creemos más a Jesús que a nuestros deseos terrenales de felicidad –aunque muchos sean legítimos–. Seremos felices si confiamos en que todo esto es verdad.
¿Y qué es verdad?, te preguntarás. Que la pobreza espiritual nos permite andar ligeros en la tierra, ya nos da algo de la felicidad que experimentaremos algún día en el cielo y que no tendrá fin. Porque vive el Reino de Dios aquel que se siente y vive como hijo, no pretendiendo grandezas que superen su capacidad, sino «el que acalla y modera sus deseos como un niño en brazos de su madre». El pobre de espíritu es el que acalla y modera sus deseos, el que no pretende abarcarlo todo, el que vive el día a día como si fuera un regalo y por eso cuida su vida y la vida de los demás; el que no está angustiado por el futuro, por cómo va a hacer para resolver esto o lo otro, como pensando que es el centro de todo, sino estando en paz. Por eso, hoy seremos felices y bienaventurados si no nos angustiamos de más, si no nos angustiamos por lo que vendrá mañana.
Hoy vamos a experimentar más felicidad si creemos que, aunque a veces nos falte un poco de amor, de afecto, confiamos en que solo seremos saciados por el amor de Dios.
Hoy seremos más felices, aunque estemos llorando por algún dolor, por alguna angustia, por una muerte, por la falta de trabajo, por peleas en nuestras familias, por nuestras frustraciones diarias; seremos más felices si confiamos en que el consuelo verdadero nos vendrá solo de él, solo si nos acercamos a él, si nos arrodillamos ante él, si dedicamos más tiempo a Jesús, si nos entregamos más a los demás y hacemos algo por ellos.
Hoy seremos más felices si, aunque nos burlen en el trabajo, en la facultad, incluso en la propia familia, experimentamos que no hay nada más lindo que sufrir algo por amor a Jesús, uniendo nuestro sufrimiento al de él, sabiendo que esa unión da un gozo que solo puede explicar aquel que ama y tiene fe, sufriendo a causa del Reino de los Cielos.
¡Ay de nosotros, si hoy vivimos como si no necesitamos nada, ni de nadie, llenos de todo, pero en realidad llenos de nada! ¡Ay de nosotros, si pensamos que comprar algunas cosas va a saciar nuestro verdadero hambre de felicidad! ¡Ay de nosotros, los que creemos en Jesús y vivimos de la risa superficial y no nos damos cuenta del llanto y del sufrimiento de los demás!; podemos reír, sí está bien, pero no podemos olvidarnos de los que sufren y de los que lloran. ¡Ay de nosotros, los que creemos en Jesús, en un Dios crucificado y resucitado por nosotros y nos dejamos llevar por los elogios y aplausos de un mundo que busca el éxito a costa de todo, el placer por encima de todo y la riqueza como medida de la grandeza!
Que Jesús, desde Algo Evangelio de hoy, nos libre de todo esto, pero fundamentalmente nos abra las puertas a la felicidad, a sus promesas de felicidad eterna que empiezan acá en la tierra y que depende en cierta medida de nosotros si nos decidimos a vivirla.
Que las palabras del corazón de Jesús, de estas bienaventuranzas, nos ayuden a vivir un día en paz y que podamos encontrar la felicidad que él nos promete.

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p. Rodrigo Aguilar
Lunes 17 de febrero + Marcos 8, 11-13 + Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8.11-13

Llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: « ¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo.»
Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 8, 11-13

Buen día, buen lunes. Espero, como siempre, que comencemos una buena semana, una linda semana que no dependerá tanto de nuestros proyectos y de que nos salga las cosas como nosotros pretendemos, sino más bien que vivamos una semana siempre a la escucha, a la escucha de la Palabra de Dios, a la escucha de lo que Jesús nos va diciendo de tantas maneras diferentes; porque todo sirve para el bien de aquellos que aman a Dios, o sea, cuando tenemos nuestro corazón puesto en el amor de Dios o nos dejamos amar por Dios, ya no evaluamos las cosas, si estuvieron bien o mal según nuestros propios criterios, sino que aprendemos a ver su mano, su presencia, su providencia en todas las cosas.
En definitiva, retomando un poco el Evangelio de ayer, domingo, nos vamos a dar cuenta en la vida que seremos felices finalmente, como Jesús nos propone y quiere, si aprendemos a ser pobres de corazón, a vivir esta pobreza espiritual que se nos presenta en la primer bienaventuranza de labios de Jesús, en donde, en definitiva, lo que tenemos que aprender a hacer es justamente a no hacer nuestra propia vida, en el sentido profundo de la Palabra, a no pretender ser nosotros con nuestra voluntad o con nuestras ideas, construir la vida a nuestra manera.
Y alguno estará pensando: «Bueno, pero Dios no nos dio libertad para elegir. Dios no nos dio la libertad para también poder tener nuestros proyectos y aplicar ahí todas nuestras capacidades y dones». Sí, es verdad, nos dio esa libertad, pero al mismo tiempo y sin olvidarnos, y como algo más profundo que subyace en todo eso, tenemos que poner siempre la voluntad de Dios. En definitiva, Dios Padre nos dio la libertad y Jesús nos enseñó a ejercitarla cuando hacemos en definitiva lo que él quiere y como él quiere.
Algo del Evangelio de hoy nos enseña lo que no debemos hacer con Jesús, con su Padre, justamente si queremos ser felices: ni discutir, ni desafiar. Algo que les encantaba a los fariseos de ese tiempo y los de este tiempo también. Algo que a nuestro corazón a veces también le gusta bastante. ¿Somos de discutir y desafiar a los demás? ¿Somos de discutir y de desafiar incluso a Dios Padre? Vuelvo a decir, una cosa es preguntarle a tu Papá el porqué de esto o el porqué de lo otro –algo normal y parte de nuestra vida– y otra cosa es plantarnos, como se dice, frente a Dios como más grandes que él, y no como hijos, sino como «pares».


Discutir, en el fondo, no tiene sentido, dialogar sí. No discutamos con nadie, no perdamos el tiempo. Dialogar sí, siempre, no nos cansemos de dialogar aunque no lleguemos a un acuerdo, es lo mejor que podemos hacer. Pero sí hay que dejar de discutir, porque es lo peor que podemos hacer, discutir. Fijémonos qué dice el Evangelio de hoy, que «llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él», no dice que Jesús discutía con ellos. No me imagino a Jesús discutiendo, sí me lo imagino a Jesús queriendo entablar un dialogar, pero cuando alguien no quiere dialogar, el problema en el fondo no es de uno, sino que es del otro, es el otro el que no quiere. El que discute generalmente cae en el desafiar, en el intentar poner a prueba al otro, porque en el fondo no le interesa lo que el otro piensa y siente, sino solo lo que él piensa y siente. El que discute en general no escucha, no está dispuesto a escuchar, por eso discute, es medio sordo de corazón. El que discute no está abierto a incorporar algo nuevo, sino que busca que el otro se adecue a su manera de ser. Por eso los fariseos discuten, desafían y piden un signo, mientras tenían el signo frente a sus narices. Mucho para aprender de la Palabra de Dios de hoy, no solo en nuestra relación con los demás, sino con nuestro Padre del Cielo. ¿Dialogamos con nuestro Papá del Cielo o discutimos? ¿Le preguntamos o lo desafiamos?
Finalmente es lindo imaginar ese momento en el que «Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué esta generación pide un signo?”».
¿Qué pensará Jesús de nosotros cuando les pedimos tantos signos? ¿Suspirará de la misma manera? Podemos ser parte de esa generación que no se comporta como hijos y anda desafiando siempre a Dios. Podemos, tengamos cuidado. ¿Por qué será que no terminamos de convencernos del signo más grande y maravilloso que podemos imaginar, que es el mismo Jesús? ¿Por qué será que nos pasamos bastante tiempo de nuestra vida discutiendo, desafiando a los demás o al mismísimo Dios y no nos damos cuenta que el mayor desafío está en reconocer el amor de Dios que se hizo carne en Jesús y se hace carne todos los días con su Palabra, con la Eucaristía, en los más pobres, en nuestra familia? ¿Qué Dios estamos buscando? ¿Qué Dios pretendemos? ¿No seremos a veces demasiados pretensiosos?

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p. Rodrigo Aguilar
Martes 18 de febrero + VI Martes durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 14-21

Jesús volvió a embarcarse hacia la orilla del lago.
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.» Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan.
Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?»
Ellos le respondieron: «Doce.»
«Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?»
Ellos le respondieron: «Siete.»
Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?»

Palabra del Señor.
Comentario Marcos 8, 14-21:

Claramente si hay algo que compartimos con todo ser humano, tengamos más o menos fe, o incluso no tengamos fe, o incluso si conocemos una persona de otro credo, con otras raíces, con otros fundamentos, con otras aspiraciones; si hay algo que compartimos… Lo que quiero decir es que todos estamos hechos para la felicidad. Ningún ser humano, si le preguntamos si quiere o no ser feliz, nos responderá que no quiere. Claramente todos queremos ser felices. El tema es qué comprendemos o qué entendemos cada uno de nosotros por felicidad o qué buscamos cuando hablamos de felicidad. Por eso, el Evangelio del domingo, las bienaventuranzas son una y mil veces más el recuerdo de lo que Dios quiere para nosotros y de lo que nos enseña a cada uno de nosotros sobre qué es la felicidad. En definitiva, el hombre erra el camino de la felicidad. Tampoco podemos ser tan necios, se puede comprobar con datos incluso. ¿Por qué tanta gente tiene todo lo que quiere o alcanza las cosas que quiere y sin embargo no termina de ser feliz? ¿Y por qué, al revés, hay gente que no tiene todo lo que el mundo nos propone tener y sin embargo puede ser feliz? Bueno, continuaremos con este tema en estos días.
Algo del Evangelio de hoy nos puede ayudar a entender qué es lo que nos pasa muchas veces o qué es lo que les pasa a tantos cristianos, hombres y mujeres, que no terminan de vivir su fe con verdadera alegría. Jesús dice así a sus discípulos: «¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?». Las palabras de Jesús suenan duras, pero son así de reales. ¿No será que nos pasan tantas cosas en la vida o no aceptamos tantas cosas porque no recordamos, porque no terminamos de comprender y entender la Palabra? Los discípulos habían terminado de estar en la multiplicación de los panes más grande de la historia y después se estaban preocupando por si les iba a alcanzar o no con un pan para todos. Parece gracioso, incluso una ironía de la Palabra de Dios, pero no lo es. Realmente les pasó eso, realmente nos pasa eso.
Nos olvidamos de lo vivido, nos olvidamos del don recibido, nos olvidamos que somos hijos y que nunca nos faltará nada, y terminamos peleándonos por quién podrá comer y quién no. Nos olvidamos que somos hermanos y entonces nos ponemos a discutir cuando vemos que no alcanza, porque no confiamos en que el otro es hermano también. ¿Entendemos? En el fondo, nos olvidamos de nuestra condición de hijos y hermanos. Si nunca olvidáramos que nuestro Padre del Cielo jamás nos dejará sin lo necesario para vivir de su amor; si jamás olvidáramos que así como Dios cuida de los animales y las aves del cielo, es imposible que él nos deje de cuidar, no nos detendríamos en peleas que no tienen sentido, no nos pondríamos a discutir por un poco de pan. ¡Qué poca memoria tenemos! ¡Qué rápido nos olvidamos de que si sabemos compartir, si ponemos amor de nuestra parte, si nosotros hacemos lo que otros no pueden hacer, jamás nos faltará nada, al contrario, siempre va a sobrar amor de Dios!
¿Ya nos olvidamos de todo lo que Dios nos dio a lo largo de la vida? ¿Ya nos olvidamos de que hace muy poco nada más Jesús multiplicó los panes frente a vos y frente a mí? ¿Tan rápido nos olvidamos de este milagro? ¿Ya nos olvidamos de aquella vez que nos animamos a poner un poco de nuestra parte y de golpe todo fue mejor, todo se disfrutó, todo salió más lindo? ¿Ya nos olvidamos de que la multiplicación de los panes es el milagro continuo de Jesús cuando sabemos poner amor en cada cosa, cuando él se entrega en la Eucaristía por nosotros, cuando aún con nuestros pecados él siempre nos perdona? ¿Nos pusimos a pensar alguna vez la cantidad de amistades, conocidos y hermanos que llegaron a nuestra vida gracias a la fe, a que Jesús siempre multiplica todo? ¿Todavía no comprendemos ni entendemos? No nos perdamos tanto amor del Padre por andar peleando y discutiendo.
No nos perdamos tanto amor de hermanos por andar mirando si nuestra estómago está un poco más lleno. Ser hijo y hermano es mucho más que una simple comida, es compartir nuestra vida con amor, llevando a Jesús con los demás!

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 19 de febrero + VI Miércoles durante el año + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 8, 22-26

Cuando Jesús y sus discípulos, llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?» El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan.»
Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»

Palabra del Señor.
Comentario a Marcos 8, 22-26:

El grito más profundo del fondo del corazón de todo ser humano, de tantos hombres que vivieron esta tierra a lo largo de toda la historia, de los que están viviendo ahora; el grito más profundo es: quiero ser feliz, quiero vivir en paz; pero en el fondo más profundo todavía de ese grito, valga la redundancia, es: quiero ser amado, quiero sentirme seguro del amor de otros. Pero que en definitiva como este mundo está también tan lleno de incomprensiones y de injusticias, porque también del corazón salen las maldades, porque el pecado original dejó esa gran herida en todos nosotros, no podemos sentirnos amados como quisiéramos. De ahí viene la gran respuesta, de ahí viene Dios que se hace hombre a enseñarnos, primero, que somos amados por el Padre; que esa seguridad, que esa felicidad que anhelamos y que las ponemos en las cosas, en el poder, en el tener o en el aparentar algo distinto hacia afuera, en definitiva, está en nuestro Padre. Somos amados. Las bienaventuranzas que Jesús proclamaba el domingo son una respuesta a ese deseo de felicidad. ¿Dónde estamos poniendo la felicidad? Felices los pobres de corazón, aquellos que se dan cuenta que son amados por el Padre y que después «todo lo demás vendrá por añadidura».
¿Te diste cuenta del detalle de hoy? Algo del Evangelio dice así: «…tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo». Un milagro de Jesús, diríamos nosotros, personalizado o por «cuotas», también. Primero, le puso saliva y le impuso las manos, pero parece que no alcanzó, tuvo que imponerle las manos otra vez para que pueda ver definitivamente. ¡Qué extraño!, ¿no? Pero al mismo tiempo qué interesante, qué lindo. Para rezar y pensar muchas cosas. ¿Por qué habrá pasado eso? Por la falta de fe de este hombre, Jesús quiso mostrar algo distinto.
Jesús a veces elige darle a cada uno lo que necesita, diría que a veces no, elige dar a cada uno lo que necesita en el lugar que él sabe que es mejor, a veces sin nadie –como en este caso–, «a las afueras del pueblo», a las afueras de este mundo alocado, sin gente, sin chusmas –como decimos–, sin «mirones», sin molestias de otros. Jesús por ahí con nosotros está haciendo lo mismo, nos está llevando de la mano a donde él quiere, nos conduce a donde él quiere, y aunque nosotros no comprendemos bien por qué no nos da lo que pedimos ahora incluso, él lo hace así, lo quiere así, sabe qué es lo mejor para vos y para mí. ¿No estará haciendo lo mismo con vos y conmigo, en silencio, ahora, mientras escuchamos este audio, sin que nadie lo sepa, pero de la mano; en el silencio de un oratorio, en el silencio de tu viaje, en el silencio de tu hogar cuando ya todos se fueron? ¿No será que Jesús está haciendo lo mismo con vos y conmigo? ¿No será que no tenemos que desesperar, que tenemos que confiar, que nuestra ceguera él en definitiva la curará? ¿No es más lindo también un milagro «personalizado», sin que nadie lo vea, sin las luces de este mundo que le gusta publicitar todo? Tiene también su encanto.
¿Y por qué por cuotas, por etapas?, nos podríamos preguntar. Bueno, eso mejor hay que preguntárselo a él, pero mirémoslo desde nuestro corazón. ¿No será que a veces nos falta fe? ¿Qué le habrá pasado en el corazón a este ciego? ¿No será que también tenía que sanar su mirada interior y dejar de ver a la gente como si fueran árboles, objetos y no personas? ¿No será que Jesús también quiere curar nuestras «ansias» de que todo sea ya, inmediato, de que todo sea en un clic? Bueno, muchas preguntas hice hoy. Alguna por ahí nos encaja bien al corazón. Por ahí la mejor pregunta es la que te tenés que hacer vos mismo o yo mismo. ¿No será que la curación de nuestra ceguera también es un proceso, como todo en la vida, y que es lindo ver cómo nuestro Maestro nos acompaña de la mano hasta que podamos ver bien?
Mientras tanto, luchemos interiormente para dejar de ver a los hombres, a nuestros más queridos, a los que andan por ahí, a los que están en la calle, a los más pobres, a los menos queridos, como «si fueran árboles que caminan».
2025/07/09 16:35:12
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