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Comentario al Evangelio del DĂa
Lunes 14 de Noviembre
AquĂ parece que se estĂ© evocando el relato del mismo ciego. En efecto, Ă©ste percibe el movimiento de la gente y pregunta quĂ© pasa. Cuando oye que es JesĂşs, su plegaria se vuelve acuciante: «Temo que JesĂşs pase y no vuelva» (cfr S. AgustĂn, Sermones 88,13). Cuando los demás le piden que se calle, grita mucho más.
Cuando el Señor le pregunta, responde con sencillez. Su fe le consigue la curaciĂłn y provoca además la alabanza a Dios de todo el pueblo. Es el resultado de haber vencido los respetos humanos: «Cuando un cristiano cualquiera empieza a vivir bien y a practicar las obras buenas con fervor y a despreciar al mundo, desde el principio comienza a recibir las crĂticas y la contradicciĂłn de los cristianos frĂos; pero si persevera, con su constancia los vencerá, y los mismos que antes le molestaban, despuĂ©s llegarán a respetarle» (S. AgustĂn, Sermones 88,18).
«Señor, que vea» Esta jaculatoria sencilla puede aflorar con frecuencia a nuestros labios, salida de lo más hondo del corazón. Es útil repetirla en momentos de duda, cuando no entendemos los planes de Dios, cuando no vemos claro cómo comportarnos para mantenernos fuertes en la fe, cuando se ensombrece el horizonte de la entrega a Dios.
Incluso es válida para quienes buscan a Dios sinceramente, sin que todavĂa tengan el don inapreciable de la fe: «Ponte cada dĂa delante del Señor y, como aquel hombre necesitado del Evangelio, dile despacio, con todo el afán de tu corazĂłn: Domine, ut videam! —¡Señor, que vea!; que vea lo que TĂş esperas de mĂ y luche para serte fiel» (S. JosemarĂa Escrivá, Forja, n. 318).
BY Caminando con Cristo 🙏
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