ELCLUBMARTES Telegram 104
Pero incluso el más fiero asesino tiene pareja o se ha casado alguna vez. Y Ted no podía ser menos. En la primavera de 1967 se enamoró perdidamente de Stephanie Brooks, una joven estudiante de psicología -por aquel entonces, Bundy había dejado momentáneamente la carrera de derecho- muy guapa, inteligente y de una buena familia de San Francisco. Aquel romance cambió para siempre a este criminal, ya que encontró en Stephanie lo que tanto ansiaba en una mujer. Su utopía se había hecho carne.
Tras dos años de relación, ella decidió ponerle fin. No le convencía la sombría personalidad de Ted ni lo extraño de su comportamiento. Mientras que Stephanie tenía muy claro cuál era su camino, su novio andaba perdido y sin rumbo. Eso hizo que se desencantara del apuesto Bundy, que no superó la ruptura y se obsesionó con ella. No podía soportar que le dejase y empezó a escribirle cartas para que cambiara de opinión.
Regresó a los estudios de derecho haciendo méritos ante los profesores. Parecía un hombre brillante. Se echó incluso una nueva novia, Meg Anders, mujer recién divorciada y con un niño pequeño con la que estuvo varios años. Una vez que Bundy fue arrestado por la policía, ésta publicó un libro bajo el pseudónimo de Elizabeth Kendall, en el que explicaba su relación con el asesino.

A lo largo de sus páginas, narraba cómo en el momento de mantener relaciones sexuales y para llegar al orgasmo, Ted le pedía que se quedase completamente quieta, que fingiese estar muerta. Ésa era la única manera que tenía de alcanzar el clímax.

Peligroso seductor

Durante su graduación en la Facultad de Derecho, Bundy llegó a decir: “Veo en la abogacía una respuesta a la búsqueda del orden”. Como descubriremos ahora, esto sería un sinsentido porque en su vida jamás cumplió ni cumpliría una sola ley. Hasta formó parte de la campaña republicana para reelegir al gobernador de Washington. La tapadera estaba asegurada.

Sin embargo, fue una casualidad lo que despertó el instinto asesino del joven. Durante un viaje a California en 1973 se reencontró con su antigua novia Stephanie. Ella volvió a caer enamorada, pero cuando parecía que todo volvía a la normalidad, Ted decidió poner punto y final a la historia. Acababa de consumar la venganza que tanto tiempo había planificado. Aquel suceso despertó al “asesino de estudiantes” que inicia su delictivo periplo en enero de 1974.
Su primera víctima fue la joven Joni Lenz, de dieciocho años, a quien asaltó en la habitación de su residencia. La golpeó brutalmente con un objeto metálico y la penetró con un trozo de madera que había arrancado de la cama. Logró sobrevivir pero con daños cerebrales irreversibles.

No transcurrió un mes del primer crimen cuando en el mismo campus secuestraron a otra joven. Aunque en la habitación hay signos visibles de sangre, sus restos aparecen descuartizados un año después en un bosque cercano. En su declaración Bundy describe en tercera persona -como si el asunto no fuera con él- qué le habría sucedido presumiblemente a Lynda Ann Healy, de veintiún años, aquella noche.
“Probablemente la colocaría en el asiento trasero del coche y la taparía con algo [...]. Le mandaría que se desnudase y con esa parte de sí mismo satisfecha, se vería en una situación en la que se daría cuenta de que no podía dejarla marchar. En ese punto la mataría y dejaría su cuerpo donde lo había cogido”.

Durante los meses siguientes, multitud de chicas continuaron desapareciendo sin dejar rastro. Siempre jóvenes universitarias, de piel blanca, atractivas, de cabello negro y peinadas con raya en medio. Eran un calco de su exnovia.
La técnica que empleaba era simple: valiéndose de su carisma y atractivo físico, se colocaba el brazo en cabestrillo y se paseaba alrededor de alguna de sus víctimas, sujetando con el otro brazo una pila de libros que intencionadamente dejaba caer. Entonces, las chicas no dudaban en ayudarle a recogerlos e introducirlos en su vehículo. Agradecido, él les pedía que lo acompañasen a tomar algo para “recompensarlas”.



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Pero incluso el más fiero asesino tiene pareja o se ha casado alguna vez. Y Ted no podía ser menos. En la primavera de 1967 se enamoró perdidamente de Stephanie Brooks, una joven estudiante de psicología -por aquel entonces, Bundy había dejado momentáneamente la carrera de derecho- muy guapa, inteligente y de una buena familia de San Francisco. Aquel romance cambió para siempre a este criminal, ya que encontró en Stephanie lo que tanto ansiaba en una mujer. Su utopía se había hecho carne.
Tras dos años de relación, ella decidió ponerle fin. No le convencía la sombría personalidad de Ted ni lo extraño de su comportamiento. Mientras que Stephanie tenía muy claro cuál era su camino, su novio andaba perdido y sin rumbo. Eso hizo que se desencantara del apuesto Bundy, que no superó la ruptura y se obsesionó con ella. No podía soportar que le dejase y empezó a escribirle cartas para que cambiara de opinión.
Regresó a los estudios de derecho haciendo méritos ante los profesores. Parecía un hombre brillante. Se echó incluso una nueva novia, Meg Anders, mujer recién divorciada y con un niño pequeño con la que estuvo varios años. Una vez que Bundy fue arrestado por la policía, ésta publicó un libro bajo el pseudónimo de Elizabeth Kendall, en el que explicaba su relación con el asesino.

A lo largo de sus páginas, narraba cómo en el momento de mantener relaciones sexuales y para llegar al orgasmo, Ted le pedía que se quedase completamente quieta, que fingiese estar muerta. Ésa era la única manera que tenía de alcanzar el clímax.

Peligroso seductor

Durante su graduación en la Facultad de Derecho, Bundy llegó a decir: “Veo en la abogacía una respuesta a la búsqueda del orden”. Como descubriremos ahora, esto sería un sinsentido porque en su vida jamás cumplió ni cumpliría una sola ley. Hasta formó parte de la campaña republicana para reelegir al gobernador de Washington. La tapadera estaba asegurada.

Sin embargo, fue una casualidad lo que despertó el instinto asesino del joven. Durante un viaje a California en 1973 se reencontró con su antigua novia Stephanie. Ella volvió a caer enamorada, pero cuando parecía que todo volvía a la normalidad, Ted decidió poner punto y final a la historia. Acababa de consumar la venganza que tanto tiempo había planificado. Aquel suceso despertó al “asesino de estudiantes” que inicia su delictivo periplo en enero de 1974.
Su primera víctima fue la joven Joni Lenz, de dieciocho años, a quien asaltó en la habitación de su residencia. La golpeó brutalmente con un objeto metálico y la penetró con un trozo de madera que había arrancado de la cama. Logró sobrevivir pero con daños cerebrales irreversibles.

No transcurrió un mes del primer crimen cuando en el mismo campus secuestraron a otra joven. Aunque en la habitación hay signos visibles de sangre, sus restos aparecen descuartizados un año después en un bosque cercano. En su declaración Bundy describe en tercera persona -como si el asunto no fuera con él- qué le habría sucedido presumiblemente a Lynda Ann Healy, de veintiún años, aquella noche.
“Probablemente la colocaría en el asiento trasero del coche y la taparía con algo [...]. Le mandaría que se desnudase y con esa parte de sí mismo satisfecha, se vería en una situación en la que se daría cuenta de que no podía dejarla marchar. En ese punto la mataría y dejaría su cuerpo donde lo había cogido”.

Durante los meses siguientes, multitud de chicas continuaron desapareciendo sin dejar rastro. Siempre jóvenes universitarias, de piel blanca, atractivas, de cabello negro y peinadas con raya en medio. Eran un calco de su exnovia.
La técnica que empleaba era simple: valiéndose de su carisma y atractivo físico, se colocaba el brazo en cabestrillo y se paseaba alrededor de alguna de sus víctimas, sujetando con el otro brazo una pila de libros que intencionadamente dejaba caer. Entonces, las chicas no dudaban en ayudarle a recogerlos e introducirlos en su vehículo. Agradecido, él les pedía que lo acompañasen a tomar algo para “recompensarlas”.

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