PREDICAS Telegram 66
EL DEMONIO MUDO
EL DEMONIO MUDO (de la impureza o de deshonestidad)

(aprenda a confesarse bien)

Discípulo. —Padre, no hace mucho ha nombrado Ud. al demonio mudo; ¿qué es eso del demonio mudo?

Maestro. —Es el demonio de la impureza o deshonestidad. Jesús mismo lo llamó así en el Santo Evangelio.

D. — ¿Qué cosa es impureza o deshonestidad?

M. —Son todos los pecados prohibidos en el sexto y noveno mandamientos, es decir, las acciones, las miradas, palabras o deseos malos y la infidelidad y malicia en el matrimonio.

D. — ¿Es pecado muy grave el de la impureza?

M. — Es gravísimo y abominable a los ojos de Dios y de los hombres. Rebaja a quien lo comete a la condición de los brutos, es causa de muchos otros pecados y provoca los más terribles castigos, tanto en esta vida como en la otra.

La Sagrada Escritura designa al pecado impuro con los nombres más infames: “delito pésimo, cosa detestable, cosa horrible, maldad innominable”. San Pablo declara expresamente: Que ni los muelles, los que pecan a solas; ni los fornicadores, los que pecan con otra persona: ni los adúlteros, los que son infieles al matrimonio, irán al Paraíso.

D. — ¡Pobres de nosotros! Es preciso ir alerta.

M. —Ciertamente. Los Santos Padres están concordes en decir que la impureza es el pecado que mayor número de personas arrastra al infierno.

D. — ¿De veras?

M. —Sí, por cierto. San Agustín afirma: así como la soberbia ha poblado el infierno de ángeles rebeldes, así la deshonestidad lo llena de hombres. Y San Alfonso añade, que todo cristiano que se condena, se condena o por deshonestidad, o entra allí manchado también con ese feo pecado.

D. — ¿Cuál será la causa de ello?

M. — Son dos los motivos principales: Primero, porque los pecadores de la deshonestidad se encuentran fácilmente; Segundo, porque quien a ellos se habitúa, difícilmente se enmienda.

D. — ¿Por qué se cometen con tanta facilidad?

M. — No debe creerse que los pecados de deshonestidad consistan tan solamente en la fornicación, adulterio y otras enfermedades por el estilo; éstos son los más graves. Para pecar mortalmente contra la pureza, bastan las miradas lascivas, las lecturas obscenas, las canciones impúdicas, los gestos y las palabras de doble sentido, los galanteos licenciosos, los actos deshonestos y hasta los pensamientos y complacencias internas y los deseos, impuros cuando son deliberadamente consentidos.

D. — Y ¿por qué son tan difíciles de corregir?

M. — Porque, frecuentemente, un pecado llama a otro pecado, una impureza a otra impureza, hasta que en breve se forja una cadena que ya no se rompe nunca. También aquí puede decirse ¡Ay del que comienza!

D. —Así ha de ser. Mas la confesión, ¿no sirve para nada? ¿No basta para romper esa cadena?

M. —La confesión siempre es un medio poderosísimo, cuando se hace bien; más aquí está el peligro, el engaño del demonio mudo, que procura amordazar la lengua, para que se callen o se confiesen mal estos pecados, como antes hemos visto.

D. — ¡Ah! Si los que caen en estos pecados se confesasen siempre bien; ¿no es verdad, Padre, que pronto se corregiría de la deshonestidad? La confesión tendría en ellos virtud suficiente para contrarrestar sus perversas inclinaciones.

M. — exactamente. El demonio mudo, es amigo de las tinieblas, la confesión aporta la luz al alma y la luz ahuyenta los pecados.

D. —Entonces, ¿es que la misericordia de Dios abandona al pecador deshonesto?

M. —No, precisamente es lo contrario. Dios no abandona al pecador deshonesto, sino que éste abandona, a Dios, o porque no piensa en El, o lo que es peor, despreciándole como hemos visto anteriormente; por lo cual a la deshonestidad se le apellida madre de la impenitencia final; y así es dicho de los santos que, “vida deshonesta, muerte impenitente”.

D. — ¿Por qué será la madre de la impenitencia final?

M. —Porque los moribundos deshonestos, generalmente, no se confiesan. Los tales, o no quieren confesarse, o no se resignan a dejar el pecado, o no se arrepienten como debieran.

D. — ¿Hasta en aquella hora suprema?



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EL DEMONIO MUDO (de la impureza o de deshonestidad)

(aprenda a confesarse bien)

Discípulo. —Padre, no hace mucho ha nombrado Ud. al demonio mudo; ¿qué es eso del demonio mudo?

Maestro. —Es el demonio de la impureza o deshonestidad. Jesús mismo lo llamó así en el Santo Evangelio.

D. — ¿Qué cosa es impureza o deshonestidad?

M. —Son todos los pecados prohibidos en el sexto y noveno mandamientos, es decir, las acciones, las miradas, palabras o deseos malos y la infidelidad y malicia en el matrimonio.

D. — ¿Es pecado muy grave el de la impureza?

M. — Es gravísimo y abominable a los ojos de Dios y de los hombres. Rebaja a quien lo comete a la condición de los brutos, es causa de muchos otros pecados y provoca los más terribles castigos, tanto en esta vida como en la otra.

La Sagrada Escritura designa al pecado impuro con los nombres más infames: “delito pésimo, cosa detestable, cosa horrible, maldad innominable”. San Pablo declara expresamente: Que ni los muelles, los que pecan a solas; ni los fornicadores, los que pecan con otra persona: ni los adúlteros, los que son infieles al matrimonio, irán al Paraíso.

D. — ¡Pobres de nosotros! Es preciso ir alerta.

M. —Ciertamente. Los Santos Padres están concordes en decir que la impureza es el pecado que mayor número de personas arrastra al infierno.

D. — ¿De veras?

M. —Sí, por cierto. San Agustín afirma: así como la soberbia ha poblado el infierno de ángeles rebeldes, así la deshonestidad lo llena de hombres. Y San Alfonso añade, que todo cristiano que se condena, se condena o por deshonestidad, o entra allí manchado también con ese feo pecado.

D. — ¿Cuál será la causa de ello?

M. — Son dos los motivos principales: Primero, porque los pecadores de la deshonestidad se encuentran fácilmente; Segundo, porque quien a ellos se habitúa, difícilmente se enmienda.

D. — ¿Por qué se cometen con tanta facilidad?

M. — No debe creerse que los pecados de deshonestidad consistan tan solamente en la fornicación, adulterio y otras enfermedades por el estilo; éstos son los más graves. Para pecar mortalmente contra la pureza, bastan las miradas lascivas, las lecturas obscenas, las canciones impúdicas, los gestos y las palabras de doble sentido, los galanteos licenciosos, los actos deshonestos y hasta los pensamientos y complacencias internas y los deseos, impuros cuando son deliberadamente consentidos.

D. — Y ¿por qué son tan difíciles de corregir?

M. — Porque, frecuentemente, un pecado llama a otro pecado, una impureza a otra impureza, hasta que en breve se forja una cadena que ya no se rompe nunca. También aquí puede decirse ¡Ay del que comienza!

D. —Así ha de ser. Mas la confesión, ¿no sirve para nada? ¿No basta para romper esa cadena?

M. —La confesión siempre es un medio poderosísimo, cuando se hace bien; más aquí está el peligro, el engaño del demonio mudo, que procura amordazar la lengua, para que se callen o se confiesen mal estos pecados, como antes hemos visto.

D. — ¡Ah! Si los que caen en estos pecados se confesasen siempre bien; ¿no es verdad, Padre, que pronto se corregiría de la deshonestidad? La confesión tendría en ellos virtud suficiente para contrarrestar sus perversas inclinaciones.

M. — exactamente. El demonio mudo, es amigo de las tinieblas, la confesión aporta la luz al alma y la luz ahuyenta los pecados.

D. —Entonces, ¿es que la misericordia de Dios abandona al pecador deshonesto?

M. —No, precisamente es lo contrario. Dios no abandona al pecador deshonesto, sino que éste abandona, a Dios, o porque no piensa en El, o lo que es peor, despreciándole como hemos visto anteriormente; por lo cual a la deshonestidad se le apellida madre de la impenitencia final; y así es dicho de los santos que, “vida deshonesta, muerte impenitente”.

D. — ¿Por qué será la madre de la impenitencia final?

M. —Porque los moribundos deshonestos, generalmente, no se confiesan. Los tales, o no quieren confesarse, o no se resignan a dejar el pecado, o no se arrepienten como debieran.

D. — ¿Hasta en aquella hora suprema?

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