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17807 - Telegram Web
Telegram Web
Comentario a Juan 5, 1-3a. 5-16:

Decía el Evangelio del domingo que los fariseos y los escribas murmuraban de Jesús. Hablaban mal de Él porque veían que se juntaba con los publicanos, que eran pecadores públicos, y con los pecadores, que no sabemos qué tipo de pecadores, pero seguramente eran aquellos hombres que todos señalaban por las cosas que hacían. Bueno, Jesús se juntaba con ellos a comer, o sea, los recibía o dejaba que lo reciban en sus casas. O sea, todo un signo de lo que Dios vino a hacer a este mundo, a reunirse con aquellos que son pecadores como vos y como yo. Pero bueno, en el fondo esa murmuración hacia Jesús para mí, para la Iglesia, debería ser el mayor elogio. A veces una crítica que nos pueden hacer en el fondo, si uno ve la otra cara, es un elogio. ¡Qué gran elogio! ¡Jesús se junta con los pecadores! ¡Jesús quiere comer con vos y conmigo, porque vos y yo también somos débiles! Lo que pasa que después, con la parábola que contó, nos muestra que el hermano mayor es de aquellos que no se creían pecadores. Pero bueno, seguiremos con eso en estos días.
Hace bien que volvamos a recordar que estamos en la Cuaresma, que nuestros corazones se tienen que ir orientando a la Semana Santa, la fiesta central de nuestra fe, a la Pascua. Todos caminamos hacia allá, para poder morir y resucitar con Cristo, para volver a revivir místicamente, se dice, con nuestra propia vida la salvación que él nos vino a regalar. Para eso es lindo que hoy escuchemos las palabras de Jesús en Algo del Evangelio al enfermo: «Levántate, toma tu camilla y camina». ¡Levantémonos, tomemos nuestra camilla y empecemos a caminar! ¿Qué es nuestra camilla? Por ahí estamos enfermos desde hace muchísimos años, del corazón, una enfermedad espiritual. Por ahí arrastramos un rencor hace un tiempo. Por ahí no podemos dejar ese vicio que nos domina de hace tanto. Por ahí andamos en nuestro mundo materialista y consumista desde que tenemos memoria, pensando que ese es nuestro progreso y felicidad. Por ahí tenemos una enfermedad corporal; estamos postrados con un cáncer, una diabetes, alguna enfermedad que nos hace tanto mal, algo que no nos deja caminar bien. Por ahí vivimos en nuestro mundo interior y nuestro egoísmo y no nos damos cuenta, que nuestra familia nos necesita y que el mundo alrededor se cae a pedazos, y nosotros no nos damos cuenta porque seguimos enojándonos por tonteras, por cosas que no tienen sentido.
¿Quién de nosotros entonces puede decir hoy que está absolutamente sano, que no necesita levantarse y dejar la camilla de lado? Acordémonos que estos milagros de la vida de Jesús son también signos para nosotros, signos de nuestra peor enfermedad que es el pecado, el amor propio que nos tiene tirados desde hace tanto tiempo y que no nos hace sensibles al amor de los demás y al dolor también de los demás.
Este pobre hombre no tenía quien lo acerque a la pileta en donde supuestamente decían que se iba a curar. Nadie se compadecía de él, salvo Jesús. Ahora, el milagro también muestra algo más importante: ¿Qué es lo que lo cura finalmente? ¿El agua de la pileta o el amor de Jesús? Digo esto porque hoy uno escucha a veces tantas cosas, tantas alternativas de curaciones: curanderos, sanadores, videntes, cursos de una cosa, del otro, el médico de acá, el médico de allá, tantas propuestas de sanación interior. Y Jesús… y Jesús… Él está siempre a nuestro lado y quiere curarnos. ¿Qué nos pasa que a veces no acudimos a Él? Es entendible que ante el dolor y la desesperación uno busque todo lo que está al alcance de la mano, pero al mismo tiempo también es inentendible que, teniendo a Jesús, que es el médico del alma, busquemos cosas tan pequeñas y que además muchas veces nos sacan bastante dinero.
Jesús hoy nos dice a todos: ¿Querés curarte? ¿Querés salir de esa enfermedad en la que te metiste sin querer y no poder salir, o esa enfermedad que te sobrevino y no podés liberarte?
La Cuaresma es tiempo de salir de eso, de tomar la camilla y levantarse, de resucitar y dejar la avaricia, la pereza, la lujuria, la soberbia insoportable, la gula, la ira, y la envidia y todo lo que nos aleja de los demás, de nosotros y del Padre. El remedio es simple, pero implica un poco de nuestra parte: oración con el corazón, limosna de corazón y ayuno con alegría. Todo esto en secreto, porque solamente nuestro Padre que ve en lo secreto nos recompensará.

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p. Rodrigo Aguilar
Miércoles 2 de abril + IV Miércoles de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 5, 17-30

Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo.» Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo:
«Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre.
No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.»

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 5, 17-30:

Retomando una vez más la parábola del domingo, esa parábola maravillosa del padre y los dos hijos, tenemos que volver hacia ella para comprender por qué Jesús finalmente cuenta esa parábola donde les estaba reflejando quiénes eran realmente los escribas y los fariseos. En el fondo, con esta parábola Jesús les pone un espejo y les dice: Miren, ustedes son el hijo mayor, ustedes son aquellos que se creen salvados y no se alegran porque un pecador vuelva hacia Dios. En definitiva, Jesús les está contando esa parábola para que se vean reflejados a sí mismos y puedan cambiar, porque murmuraban de él. Pero, finalmente, como sabemos, esto no conmovía el corazón de todos los fariseos y era un motivo más para que lo rechacen, para que lo critiquen, porque en realidad no terminaban de comprender el corazón de Dios. Jesús vino a mostrarnos cómo es el corazón de su Padre, y nosotros no aprendemos a escucharlo y no vemos reflejado en sus actitudes las actitudes del mismo Padre, seguiremos haciéndonos una imagen de Dios a nuestra medida. Y Dios es como es, es misericordioso; se alegra cuando alguien vuelve hacia él y lo único que desea es que sus hijos estén juntos y vivan como hermanos.
Vamos a Algo del Evangelio de hoy. Te propongo que intentes imaginarte en este momento todo lo que hacés a veces en tu vida por esperar algo que deseas con todo tu corazón, todos los medios que ponemos todos para alcanzar lo que buscamos cuando lo queremos verdaderamente, lo que consideramos importante en nuestra vida, las veces que nos quedamos despiertos para esperar a un hijo que volvía tarde, las noches casi sin dormir por ver una película que tanto nos gustaba o que nos recomendaron, las veces que tuvimos que esperar para encontrarnos con la mujer o el varón del cual te habías enamorado. Todos somos capaces de esforzarnos verdaderamente cuando deseamos algo, todos somos capaces de hacer cosas grandes cuando amamos algo de verdad, cuando lo deseamos en serio. Por eso, la clave, el desafío en estos tiempos es volver a despertar nuestros deseos de Dios, desear, desear en serio, desear y buscar.
Una vez alguien me dijo algo que me hizo reflexionar. «Padre, cada día con mi mujer esperamos la Palabra de Dios como un niño espera su comida», me acuerdo que me dijo. ¡Qué imagen más elocuente, qué imagen más linda! Imaginémonos si esperamos cada día lo que Dios nos quiere decir como esperamos la comida, la mejor comida que imaginemos, la de nuestra madre, el asado de cada semana.
Rezo todos los días para que cada día esperes vos y muchos más la Palabra de Dios, no esperes lo que yo voy a decir, sino que esperes el alimento que alimenta en serio, que sacia, que cura, que de golpe ilumina, que llena de alegría y miles de cosas más. Pidamos ese regalo para todos, no nos cansemos de pedir, de pedir, de desear, pedir esperar, pedir tener hambre de lo que Dios nos dice. Es por eso que en Algo del Evangelio de hoy, que es un poco complejo, me quedo con estas palabras de Jesús: «Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida».
Todo lo que Jesús hizo y habló, fue para que creamos en el que lo envió, para que creamos en su Padre, para que creyendo en que Dios es Padre misericordioso tengamos vida y Vida eterna, vida de la buena, vida en abundancia, vida que nos quita el miedo y que nos saca de la muerte de esta vida.
Los audios que realizamos no son para que escuchemos solamente la voz del sacerdote, sino para que escuchemos la de Jesús y, escuchando la de Jesús, escuchemos la del Padre del Cielo. Esto es una cadena de envíos y de transmisión del amor de Dios. Dios Padre salió a buscar a sus hijos enviando a su Hijo al mundo para que creyendo en sus palabras creamos en que el Padre es mucho más bueno de lo que imaginamos, que a Dios no podemos tenerle miedo, que el amor quita el miedo, el amor levanta y nos hace andar con nuestra antigua camilla por el mundo, creyendo y caminando.
Acordémonos que Dios es como el Padre de la parábola del domingo, no es como a veces nosotros creemos. Acordémonos que hay que creer y caminar, no queda otro camino. ¿Queremos curarnos? Creamos, tomemos nuestra camilla y empecemos a caminar. Así empiezan las cosas lindas de la vida. Creamos que Jesús vino a darnos vida y Vida eterna.

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p. Rodrigo Aguilar
Jueves 3 de abril + IV Jueves de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 5, 31-47

Jesús dijo a los judíos:
«Si yo diera testimonio de mí mismo, mi testimonio no valdría. Pero hay otro que da testimonio de mí, y yo sé que ese testimonio es verdadero.
Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes. Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su voz ni han visto su rostro, y su palabra no permanece en ustedes, porque no creen al que él envió.
Ustedes examinan las Escrituras, porque en ellas piensan encontrar Vida eterna: ellas dan testimonio de mí, y sin embargo, ustedes no quieren venir a mí para tener Vida.
Mi gloria no viene de los hombres. Además, yo los conozco: el amor de Dios no está en ustedes. He venido en nombre de mi Padre y ustedes no me reciben, pero si otro viene en su propio nombre, a ese sí lo van a recibir. ¿Cómo es posible que crean, ustedes que se glorifican unos a otros y no se preocupan por la gloria que sólo viene de Dios?
No piensen que soy yo el que los acusaré ante el Padre; el que los acusará será Moisés, en el que ustedes han puesto su esperanza. Si creyeran en Moisés, también creerían en mí, porque él ha escrito acerca de mí. Pero si no creen lo que él ha escrito, ¿cómo creerán lo que yo les digo?»

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 5, 31-47:

¿Habrá entrado a la fiesta finalmente el hijo mayor de la parábola del domingo? Naturalmente tendemos a pensar que no, porque en realidad el padre lo va a buscar para convencerlo y el hijo lo llena de excusas y le cuenta, en el fondo, todo su dolor, el porqué está enojado. Y Lucas no dice que finalmente entró, pero tampoco dice que no entró, por lo tanto, podríamos pensar que es un final abierto, como una invitación de Dios para que nos preguntemos nosotros mismos: Y nosotros, ¿qué haríamos? ¿Nosotros entraríamos a la fiesta de un padre que recibe a su hijo después de despilfarrar todos los bienes o seguiriamos creyendo que somos los hijos obedientes y que nosotros nos merecemos más que los demás? Bueno, vayamos abriendo nuestro corazón porque el cielo no será otra cosa que la fiesta de los perdonados, de aquellos que se arrepintieron y volvieron, y entre ellos puede estar realmente cualquiera, incluso aquel que hoy en la tierra lo miramos de reojo y decimos: No, este no puede cambiar. Sin embargo, el Padre misericordioso siempre nos dará oportunidad de cambiar, a vos y a mí. Principalmente el gran y primer cambio que tenemos que hacer es el de ser humildes y aceptarnos débiles y pecadores como todo ser humano.
Son muchísimas las anécdotas que uno siempre puede contar para iluminar la Palabra de Dios, de hecho, me lo dicen muchas veces: «Padre, volvé a contar algo, porque eso nos ayuda». Es verdad, pero también es verdad que tampoco continuamente tenemos experiencias que son dignas de contar o que podamos contar. Pero hablando de eso me acuerdo que me pasó algo cuando comencé el ministerio de párroco, que un hombre mayor con su gran sabiduría me enseñó, porque eso uno va aprendiendo y tenemos que ir aprendiendo todos a encontrar la verdad escondida por donde uno mire, no importa lo poco que parezca. La verdad siempre está ahí, misteriosa pero atrae siempre.
Bueno, me acuerdo que este hombre mayor me llamó y me dijo: «Padre, le voy a pedir, o decir dos cosas, mejor dicho, dos cosas que se las dije al padre anterior. Mire… yo lo voy a ayudar mucho, más que al padre anterior, pero…no le voy a decir cosas lindas, no le voy a alagar, ni tampoco le voy a andar con chismes». «¡¡Qué lindo, le dije, qué bueno lo que me dice!! Eso es lo que quiero, que me ayude, que se juegue por esta comunidad, pero que no me ande con chismes. Por favor, si usted ve que hago algo malo, corríjame, corríjame en privado como enseña el Evangelio». «Sí, padre, me dijo, no se preocupe, yo se lo voy a decir. Pero mire… lo que necesitamos en esta comunidad es simplemente que confiese, que venga antes de la misa a confesar y que celebre la misa». Bueno, increíble fue para mí ese momento. No me dijo: quiero que construya un templo más grande, que haga comedores, que solucione el hambre de todo el barrio; solo que confiese y que celebre la misa. En pocas palabras, ese hombre me enseñó o me recordó la esencia de ser sacerdote, no lo único, pero lo esencial, y la esencia de lo que pretende un fiel sencillo de un sacerdote. Pretende y quiere a Jesús que se manifiesta a través de los sacramentos fundamentalmente, donde se nos da la gracia. Nada más ni nada menos que eso. Los sacerdotes, pero también vos que estás escuchando, los laicos, todos los cristianos, debemos ser testigos de la luz, de Jesús y Jesús fue testigo del Padre. De esto habla Algo del Evangelio de hoy. No hablamos en nombre nuestro, no nos creerán por hablar mucho y hacer mucho, porque seamos muy queridos, por ser unos genios, como decimos, grandes hacedores de cosas y llenos de aplausos, sino que nos creerán por ser transparentes en el sentido más profundo y cristiano de la palabra. Ser luces que no tienen luz propia, porque a veces no nos da el corazón, es verdad, porque a veces todo nos abruma y nos pasa por encima, porque estamos cansados y caemos, pecamos. Por eso lo más lindo de ser testigos de Jesús, de ser luz, es justamente que la luz no es nuestra y por eso si la sabemos cuidar, nunca se apagará.
Si sabemos beber de la fuente, nunca dejaremos de quitar la sed. Si creemos que no podemos, es porque estamos pensando que podemos por nosotros mismos, y en realidad es todo al revés. Cuando nos convenzamos de que nosotros no podemos, es justamente cuando dejaremos que aparezca el Señor, cuando dejaremos transparentar la luz que no se cansa de iluminar, la luz del mundo que es Jesús.
Pidámosle al Señor hoy que nos ayude a ser lo que él fue, un testigo del Padre, y hablar solamente lo que el Padre quiera que hablemos y que transparentemos con nuestras obras lo que realmente somos: hijos de la luz, hijos del Padre.

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p. Rodrigo Aguilar
Viernes 4 de abril + IV Viernes de cuaresma + Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30

Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo.
Se acercaba la fiesta judía de las Chozas. Cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver.
Algunos de Jerusalén decían: «¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren como habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es.»
Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó:
« ¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió.»
Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora.

Palabra del Señor.
Comentario a Juan 7, 1-2. 10. 25-30:
¡Qué difícil es comprender el corazón de nuestro Padre del Cielo! Muchas veces pretendemos que Dios sea como nosotros queremos ser. Sin embargo, si sos padre o madre, ¿no harías lo mismo que la parábola que escuchamos el domingo? ¿No recibirías a tu hijo que se fue con los brazos abiertos y le harías una fiesta? Sin embargo, si pensamos como hijos, muchas veces tenemos la gran tentación de pensar que el padre fue injusto, que no debería haber hecho eso, que debería haberle reprochado al hijo el haberse gastado todos los bienes, que debería haberle mostrado su indignación para que aprenda. Pero bueno, Dios no es como nosotros queremos que sea, sino que es así, es Padre misericordioso y desea que vivamos como hermanos. En definitiva, cuanto más Hijo de Dios somos, como hermanos nos comportamos y, al contrario, cuanto menos hermanos somos, cuanto menos nos comportamos como hermanos, es un signo de que no somos tan hijos como creemos ser. Por eso sigamos pidiéndole al Padre que nos ayude a pensar y sentir como él. Que nos ayude a no indignarnos cuando él recibe a un hermano que se fue, cuando él abre los brazos para también recibirnos a nosotros porque tantas veces nos vamos; en definitiva, el cielo será la fiesta de los hijos con el Padre y para eso tenemos que empezar a prepararnos acá en la tierra.
Hace unos años hubo un martirio de unas monjitas Misioneras de la Caridad, en un país llamado Yemen, en Asia; y también con esas cuatro monjitas murieron varios ancianos que intentaron defenderlas, ancianos que ellas mismas cuidaban. Sí, aunque parezca mentira, ayer, hoy y mañana seguirá habiendo personas que mueren por Cristo, hijos de Dios que mueren por odio, ese odio que existirá hasta el fin de los tiempos. No es ciencia ficción, no son películas, no son historias que te estoy contando solo del pasado, cuentos para creer, sino que es una realidad. Así como buscaban matar a Jesús en Algo del Evangelio de hoy y finalmente sabemos que lo lograron, así también muchos siguen queriendo matar a Jesús, al Bien, a la Belleza, a la Verdad, a la justicia, en definitiva, al Amor. ¿Y sabés por qué mataron a estas hermanas? Porque las acusaban de hacer proselitismo cristiano. ¿Qué sería eso? Bueno, las acusaban de que ellas buscan hacer cristianos casi como un club, sumar miembros al club. Porque para algunos, en definitiva, amar es hacer proselitismo y la Iglesia no está llamada a hacer proselitismo. Por lo tanto, esa acusación fue falsa, era falsa porque esas hermanitas lo único que buscaban era amar, como debemos buscar vos y yo. ¿Y qué pasa mientras tanto? Bueno, todo sigue igual, como siempre; mientras tanto, el mundo calla, calla porque no le conviene, calla porque le temen a la verdad, los medios de comunicación informan lo que les conviene. Callan también porque es más lindo hablar de los problemas que a ellos les gusta hablar, callan porque es incómodo para unos comunicadores decir que hay gente que se animan a dar la vida por amor, es demasiado compromiso para un mundo que prefiere pasar de largo ante un pobre, mientras algunos derrochan miles en su egoísmo escandaloso. Calla porque no les conviene hablar del amor de unas hermanitas llenas de amor para dar, llenas de vida para donar. Calla porque dar la vida por un ídolo o por un equipo de fútbol, por una profesión, por salvar una especie en extinción, por un éxito pasajero, es un signo de heroísmo; sin embargo, dar la vida por Jesús y por sus hermanos, es fanatismo, es exageración. ¿Para qué tanto? ¿Vale la pena tanto? El mundo y los medios hablan de lo que les conviene y obviamente el amor verdadero no vende tanto, no da mucha ganancia, no da poder. Sin embargo, estas hermanitas que te cuento y tantos mártires silenciosos del día a día, nos enseñan que el Evangelio no es ciencia ficción, no es mentira, sino que se vive día a día y que vivirlo nos lleva a ir dando la vida, como lo hizo Jesús. Jesús no se dejó matar, sino que fue él mismo a morir, que es muy distinto.
Hoy, sin embargo, dice claramente que «quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora». No era el momento y además él no murió por casualidad, murió porque quiso, porque lo eligió por amor. Como estas hermanitas, como tantos cristianos, no murieron por accidente, como sin querer, murieron porque en realidad ya estaban dando su vida. Su vida estaba al servicio de la vida de otros. Si no hubiesen estado amando, no las hubieran matado. Cuando uno elige dar la vida de a poco, no es sorpresa que la muerte sea una consecuencia de la forma de vivir. Parecerá duro y fuerte lo que voy a decir, pero es del Evangelio muy de Jesús: ¡el amor nos va matando, nos va quitando la vida del cuerpo!; pero lentamente nos va dando otra vida, la Vida eterna, vida que no se perderá, que se gana, que se transforma, que nos resucita. Si elegimos amar y entregarnos, preparémonos para morir, y morir para un cristiano no es malo. Morir por amor a los demás, a tus hijos, a tu marido, a tu mujer, a los más abandonados de la sociedad, es la clave de la felicidad. No dejemos que nos quiten la vida, sino seamos nosotros los que la entreguemos, como estas cuatro hermanitas, como tantos cristianos que día a día dan la vida por amor a Cristo.

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p. Rodrigo Aguilar
2025/07/13 08:24:38
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