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Cierto experimento llevado a término por Avril Thorne, especialista en psicología evolutiva y docente, en nuestros días, de la Universidad de California en Santa Cruz nos da una pista al respecto. Thorne reunió a 52 jóvenes de sexo femenino, 26 de ellas introvertidas y las otras 26, extrovertidas, y puso a cada una a mantener dos conversaciones distintas de diez minutos: la primera, con una representante de su mismo grupo, y la segunda, con una de «temperamento opuesto». Su equipo las grabó, y al acabar, pidió a las voluntarias que las escuchasen.
La experiencia reveló una serie de descubrimientos sorprendentes. En primer lugar, los dos grupos participaron más o menos en igual medida, con lo que desmintieron la idea de que los introvertidos hablan menos en toda ocasión. Además, se vio que las parejas introvertidas solían centrarse en uno o dos temas serios durante su coloquio, en tanto que las extrovertidas elegían asuntos más triviales y generales. Era frecuente que aquellas hablaran de problemas o conflictos que se daban en su vida: en la escuela, en el trabajo, con los amigos, etc. Quizá por esta predilección, tendían a asumir la función de consejeras y se turnaban para ofrecerse recomendaciones acerca de lo que las preocupaba. Las extrovertidas, en cambio, eran más propensas a dar información poco relevante sobre ellas mismas que crease un vínculo con su interlocutora: «¿Un perro nuevo? ¡Qué bien! Yo tengo una amiga que está criando peces de agua salada en una pecera impresionante».
Con todo, la parte más interesante del experimento fue la medición del aprecio que se tenían los dos grupos. Las introvertidas escogían temas más alegres cuando hablaban con extrovertidas, aseveraban que la conversación era más fluida y describían la experiencia como «una bocanada de aire fresco», en tanto que estas últimas tenían la impresión de poder relajarse más ante aquellas y confiarles sus problemas con más libertad. No se sentían obligadas a mostrarse siempre optimistas. Todo esto son datos muy interesantes desde el punto de vista social, siendo así que demuestran que, pese a que ambos grupos se sientan a veces irreconciliables, tienen mucho que ofrecerse mutuamente.
Los extrovertidos deberían saber que los retraídos —que a menudo parecen desdeñar lo superficial— están quizás encantados de que alguien los lleve a un terreno más desenfadado, y estos —que en ocasiones tienen la impresión de que su tendencia a hablar de problemas los hace insoportables—, que su actitud hace que aquellos se sientan cómodos cuando quieren abordar temas serios.
Susan Crain - El poder de los introvertidos
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