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LA SOMBRA DEL PADRE
Historia de José de Nazaret
Autor: JAN DOBRACZYŃSKI
Entrega nº 66
Dormía y, sin embargo, no había perdido ni por un momento la noción de dónde se encontraba. Seguía recordando que estaba echado en el mismo prado al que Miriam solía llevar su rebaño a pastar. Por momentos le parecía ver en sueños su silueta menuda siguiendo a las ovejas, acompasando sus pasos al paso de los animales. Y luego tenía repentinamente la sensación de encontrarse en la sinagoga, de pie en la tebutâ(1), buscando en vano con la regla el versículo adecuado en el rollo. Encontró al fin las palabras que buscaba. Volvió a leerlas en sueños. Mientras las leía en la sinagoga sabía lo que significaban. Conocía la doctrina de los escribas. Basándose en ella, sabía explicar el pensamiento de los profetas… Pero ahora, en sueños, las palabras resonaron de manera totalmente distinta, aunque se trataba del mismo versículo: «Él os dará una señal: una virgen concebirá y dará a luz un hijo…».
Conocía la historia de su estirpe. Más de una vez había oído la explicación de la profecía. Pero ahora —en sueños— le llamó la atención la palabra: alma, muchacha… Casi una niña, la que todavía no se ha hecho mujer… La palabra «encinta» sonaba como una contradicción. Los escribas enseñaban que el profeta hablaba de Abía, esposa de Acaz. Acaz era un rey malo e impío. Uno de los peores reyes de la estirpe de David. Ofrecía sacrificios a dioses extranjeros. A cambio de una promesa de ayuda se vendió al rey de Asiria. Le entregó el oro del Templo y reconoció a sus dioses. Rechazó al Altísimo. Fue responsable de la destrucción y de la desaparición del reino de Israel. No le importaba la esclavitud de sus hermanos.
Es cierto, el hijo suyo y de Abía, Ezequías, fue un hombre muy distinto. Intentó recomponer lo que había destruido su padre. Abjuró de los dioses extranjeros, volvió al Altísimo. Renovó Su Templo. A pesar de su debilidad, no se amedrentó ante las amenazas del rey de Asiria. No se doblegó, aunque el otro amenazaba con destruir Jerusalén. Ezequías salvó la fe de Judea, salvó el reino de David. Pero ¿por qué el profeta había llamado a Abía muchacha encinta? No era una muchacha, era una mujer, la esposa de Acaz…
Y de nuevo soñaba que estaba en el prado, en el que se encontraba en realidad. Había oscuridad, sobre su cabeza y en su corazón, pena, la amargura del fracaso, sensación de abandono. No tenía a nadie con quien compartir su dolor. José apenas recordaba a su madre. La comunicación con el padre se rompió cuando entró en la edad en que tenía que haber buscado esposa. A pesar de la amistad de mucha gente, hacía años que estaba totalmente solo. Solo tenía que decidir cómo comportarse… Decidir por él y por ella.
(1) TEBUTÁ: tribuna de la Sinagoga, desde donde se proclama la «Ley».
BY San José
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